(Pablo J. Ginés/La Razón) Arnaut Sabbatier, caballero francés de la Orden del Temple, compareció ante los inquisidores y les explicó como fue su ceremonia de ingreso en los templarios en 1287: como cualquier fraile hizo voto de pobreza, de obediencia y de castidad. Luego, sus superiores le llevaron a un lugar secreto, accesible solo a los hermanos de la Orden, le mostraron una larga tela de lino que mostraba la imagen de un hombre y le hicieron adorarlo, besándole tres veces los pies. Los inquisidores tomaron nota de la descripción, y años después la ha encontrado la historiadora Barbara Frale, especialista en la Orden del Temple y trabajadora de los Archivos Vaticanos.
“Este testimonio proviene de los documentos del proceso contra los templarios y es casi desconocido para los historiadores porque representa tan solo una gota en el mar para quien debe estudiar la intrincadísima red del gran complot lanzado en 1307 por el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso”, escribe la doctora Frale en “L’Osservatore Romano”, el diario semi-oficial del Vaticano. Para Frale, el documento confirma una hipótesis que ya formuló en 1978 el historiador de Oxford Ian Wilson: que los templarios guardaron en secreto durante más de un siglo la llamada Sábana Santa o Sindone de Turín, una tela de gran longitud en la que se ve la imagen de un hombre con heridas semejantes a las descritas en la Pasión de Cristo. La hipótesis de Wilson era sugerente: en 1204 la Cuarta Cruzada saquea Constantinopla, y cientos de reliquias desaparecen de la corte y las iglesias bizantinas para ir reapareciendo luego en Occidente. Entre ellas, la Sábana Santa que, según la tradición bizantina, había envuelto el cuerpo de Cristo en el sepulcro. En 1353 la Sábana Santa vuelve a aparecer: está en una iglesia francesa, en Lirey, expuesta a la veneración de los fieles por donación de una familia descendiente del templario Geoffroy de Charney, quemado en la hoguera con el Gran Maestre de la Orden, Jacques de Molay, el 18 de marzo de 1314. ¿Dónde estuvo durante todo este tiempo? Wilson sospechaba de los templarios, pero no tenía datos documentales. Ahora Barbara Frale dice que el testimonio del caballero Sabbatier hallado en el Archivo Vaticano sería una prueba en esta dirección.
¿Por qué mantuvo oculta la reliquia la Orden del Temple?
La historiadora recuerda que el Papa castigó con la excomunión a todos los cruzados que participaron en el ignominioso saqueo de Constantinopla y que el Cuarto Concilio Lateranense en 1215 decretó la misma pena a quienes traficasen con reliquias. No sabemos cómo conseguirían los templarios la Sindone, pero era una posesión tan valiosa como comprometedora. Barbara Frale apunta algunas ideas sobre su valor en una Orden religiosa que, blindada al poder civil y episcopal con todo tipo de inmunidades, resultaba muy atractiva para personas heterodoxas, con tendencia a la herejía.
Cátaros y docetistas predicaban que Cristo no sufrió de verdad la Pasión, que su cuerpo no era real, que no murió ni resucitó. La Orden se aseguraba de que sus caballeros no creyesen estas herejías con la más potente prueba: el sudario con las huellas visibles de la sangre del Hombre-Dios. Los caballeros besaban los pies de la imagen de Cristo, como lo hizo San Carlos Borromeo en 1578 cuando la veneró en Turín, como besan los pies de la cruz hoy los jóvenes en las oraciones de Taizé. Además, frotaban las correas de sus hábitos con la tela, convirtiéndolas así en “reliquias por contacto”, protecciones contra el mal físico y espiritual. Era algo muy común en la Edad Media: muchas reliquias de la Santa Cruz, por ejemplo, son en realidad maderas frotadas con el leño de Jerusalén encontrado por Santa Elena en el siglo IV: al frotar devotamente la reliquia, su sacralidad se “contagia” al nuevo objeto.
Wilson sugirió en su momento que la tela debía guardarse en una protección de madera, mostrando solo el rostro barbado, y que así surgió la acusación de que los templarios adoraban un ídolo barbudo al que besaban. Barbara Frale, a la luz del documento hallado, cree más bien que, al menos en la ceremonia de iniciación, se mostraba el cuerpo completo: “se veía todo, la carne de los músculos tensos en la rigidez que acompaña las primeras horas después de la muerte, el rostro hundido por el efecto de los golpes, la piel desgarrada por las agujas del látigo”. Escribe la autora italiana que “la humanidad de Cristo sobresalía de la violencia de los hombres, la humanidad que los cátaros declaravan imaginaria se podía ver, tocar, besar; era algo que para el hombre medieval no tenía precio”. La autora tiene cariño a los templarios y en su trabajo con las actas de los juicios demostró que eran inocentes de las acusaciones de herejía. Sin embargo, al presentar sus trabajos hace pocos años admitió que “hoy sabemos que la disciplina primitiva del Templo y su espíritu auténtico se corrompieron con el paso del tiempo, cayendo en la decadencia”. Hubo casos de corrupción económica y sexual. Pero no de ídolatría.