(Agencias/InfoCatólica) El día 5 de agosto, tuvo lugar la primera marcha del orgullo gay de la historia de Vietnam. Participaron en ella unas 100 personas para reivindicar los llamados derechos LGTB. La mayoría de ellas iban montadas en bicicletas y motocicletas, con pancartas y banderas del arco iris y coreando lemas a favor de las uniones homosexuales. Aunque la marcha no había sido autorizada, la policía no intervino y permitió que se desarrollara con normalidad.
El mismo día, una manifestación en contra de la política china en la zona llevó al arresto de medio centenar de participantes. Uno de los participantes, Nguyen Phuc Tiet, afirmó que “por alguna razón, el gobierno piensa que los manifestantes políticos son más peligrosos que los gays”.
En contraste con la tolerancia mostrada por el régimen para con los activistas gay, los ataques contra los cristianos, especialmente los católicos, son tolerados o incluso instigados por el gobierno en diversas partes del país. Si bien la constitución de la República Socialista de Vietnam incluye referencias a la libertad religiosa, en la práctica, el gobierno comunista pone todo tipo de trabas a los grupos religiosos que considera problemáticos por su independencia con respecto al régimen.
Problemas para los católicos
Los misioneros extranjeros tienen prohibida cualquier actividad evangelizadora en el país. El P. Peter Nguyen Khan, ordenado clandestinamente y actualmente en Roma para huir del acoso gubernamental, señaló recientemente que los “católicos se consideran ciudadanos de segunda clase en todas las zonas de Vietnam, y son objeto de discriminación en el tratamiento legal”.
En julio, el gobierno arrestó, sin justificación, a 17 jóvenes católicos y a un protestante. El P. Antonio, redentorista de Saigón, reunió hace unos días a varios miles de jóvenes para “rezar por los católicos arrestados injustamente, por las víctimas del régimen y por nuestra nación”.
El catolicismo no puede considerarse una religión extranjera o ajena al país, sino que está presente en Vietnam desde el siglo XV. Actualmente, a pesar de las trabas del gobierno, más de seis millones de vietnamitas son católicos y la Iglesia católica cuenta con 26 diócesis y más de dos mil parroquias. La escritura del propio idioma del país fue desarrollada por misioneros portugueses y franceses en los siglos XVI y XVII, como una herramienta de evangelización.
Facilidades para los gays
El férreo control sobre la disidencia política y los grupos religiosos contrasta con la libertad que, desde hace unos cinco años, otorga el gobierno a los temas relacionados con la homosexualidad. El mes pasado, Ha Hung Cuong, ministro de Justicia de Vietnam, afirmó que ya era hora de que Vietnam pensara en cambiar las leyes y reconociera las uniones de personas del mismo sexo.
“Creo que, en lo referente a los derechos humanos, es hora de que consideremos esta realidad. El número de homosexuales ha subido hasta los cientos de miles. No es una cifra pequeña. Viven juntos sin registrar un matrimonio. Pueden tener propiedades. Por supuesto, tenemos que tratar estos asuntos desde el punto de vista jurídico”.
Estas declaraciones convierten a Vietnam en el primer país del Sudeste Asiático en plantear seriamente la legalización del “matrimonio” homosexual. Actualmente, no hay leyes en Vietnam que prohíban las prácticas homosexuales, pero tampoco se reconocen de ningún modo las uniones entre personas del mismo sexo y, socialmente, son rechazadas por la mayoría de la población.
Diversos analistas piensan que es probable que esta política tenga que ver con los deseos de Vietnam de una mayor aceptación por parte de la comunidad internacional, especialmente los Estados Unidos, uno de los mayores socios comerciales de Vietnam en la actualidad. Con la aceptación del “matrimonio” gay, Vietnam podría quitarse de encima la imagen de dictadura comunista arcaica e irrespetuosa de los derechos de sus ciudadanos, revistiéndose de modernidad. El polémico tema también podría constituir una “válvula de escape” para los ciudadanos y los medios informativos del país, que podrían discutir sobre él sin poner en peligro el statu quo político del país.