Renacer, la Buena Noticia

Nos adentramos en el misterio más grande de la fe de los cristianos: Cristo ha resucitado, ha vencido la muerte más temida y llorada, ha dejado para siempre vacío el sepulcro que había sellado una increíble derrota.

Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.
           Renacer es un verbo cristiano. Sin duda que se emplea en tantos otros ámbitos en donde volver a empezar señala un momento propicio que tiene sabor a reestreno de algo querido, útil y cierto. Pero el renacer por antonomasia se refiere a un máximo milagro: que algo muerto, vuelve a la vida; que alguien terminal y terminado, vuelve a comenzar de nuevo.
           Tras la cuaresma que hemos vivido, con un intenso momento en la Semana Santa que acaba el domingo de Pascua, nos adentramos en el misterio más grande de la fe de los cristianos: Cristo ha resucitado, ha vencido la muerte más temida y llorada, ha dejado para siempre vacío el sepulcro que había sellado una increíble derrota.
           La palabra pascua significa en hebreo paso, motivo por el cual los cristianos hablamos indistintamente de una pascua cuando nos referimos a la natividad del Señor o a su resurrección. Porque se trata de un mismo gesto en dos entregas: Dios que nace humanamente en la pascua de navidad, Dios que renace también humanamente en la pascua de resurrección. En ambos casos, aparece el supremo gesto de amor y bondad por el cual Dios ha salido a nuestro encuentro, ha abrazado nuestra vida, ha deseado vivirse y desvivirse como nosotros lo hacemos.
           Podría haber resuelto de modo distinto el mensaje que nos contó, los signos que pudo mostrarnos, y especialmente el desenlace en la cruz cual malhechor abandonado. Pero habiendo podido hacer y decir de otros modos y maneras, Jesús, el Hijo de Dios, nació y renació como una pascua en medio de nosotros, una pascua que se siembra, que crece y que florece.
           Son muchas las pesadillas que han podido afear nuestros mejores sueños. Y cuando esto sucede, de pronto aprendemos lo mucho que vale lo que no tiene precio. Una enfermedad que logra curarse, un desahucio que encuentra cobijo, una noche oscura que termina con la claridad de la aurora, una pena negra que se transforma en radiante alegría, el desencanto más devastador ante las mil pruebas de la vida, que concluye en el encanto de una esperanza que nunca caduca marchita. Es entonces cuando aprendemos cómo las cosas verdaderamente importantes son pocas, y deberíamos dedicarles más tiempo, más ilusión, más acogida de lo que habitualmente les damos y hacemos.
           Pero es esto lo que está señalando la pascua de resurrección de Jesús: renace la vida, lo más importante, lo único importante, y toma de nuevo su puesto debido en nuestra historia y en nuestra biografía. Esto es lo que con todo derecho hemos de saber contar, lo que con todo deber también deberemos saber cantar. Porque el mensaje de este día renacido y resucitado no puede ser otro que el ya sabido y no siempre entonado: el Señor ha vencido las pesadillas que nos alejan de Él, que nos enfrentan a nuestros deudos y que nos rompen por dentro como un destrozo inhumano. La palabra última tras todas las terribles palabras penúltimas, se la ha reservado Dios, y es la que con letra y música de aleluya hoy la Iglesia entera vuelve a entonar a plena voz. Esa palabra final que permite renacer lo que nos hace hijos ante el Señor, hermanos de todos los hombres, y hacedores de un mundo nuevo donde la paz y la justicia, la belleza y la bondad, la verdad y la alegría, se hacen estrofa, se hacen melodía, haciendo de la existencia un canto de esperanza. El Señor ha vencido, y nosotros en Él. Aleluya. Feliz Pascua.
            Recibid mi afecto y mi bendición.
         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo

 

Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.

           Renacer es un verbo cristiano. Sin duda que se emplea en tantos otros ámbitos en donde volver a empezar señala un momento propicio que tiene sabor a reestreno de algo querido, útil y cierto. Pero el renacer por antonomasia se refiere a un máximo milagro: que algo muerto, vuelve a la vida; que alguien terminal y terminado, vuelve a comenzar de nuevo.

           Tras la cuaresma que hemos vivido, con un intenso momento en la Semana Santa que acaba el domingo de Pascua, nos adentramos en el misterio más grande de la fe de los cristianos: Cristo ha resucitado, ha vencido la muerte más temida y llorada, ha dejado para siempre vacío el sepulcro que había sellado una increíble derrota.

           La palabra pascua significa en hebreo paso, motivo por el cual los cristianos hablamos indistintamente de una pascua cuando nos referimos a la natividad del Señor o a su resurrección. Porque se trata de un mismo gesto en dos entregas: Dios que nace humanamente en la pascua de navidad, Dios que renace también humanamente en la pascua de resurrección. En ambos casos, aparece el supremo gesto de amor y bondad por el cual Dios ha salido a nuestro encuentro, ha abrazado nuestra vida, ha deseado vivirse y desvivirse como nosotros lo hacemos.

           Podría haber resuelto de modo distinto el mensaje que nos contó, los signos que pudo mostrarnos, y especialmente el desenlace en la cruz cual malhechor abandonado. Pero habiendo podido hacer y decir de otros modos y maneras, Jesús, el Hijo de Dios, nació y renació como una pascua en medio de nosotros, una pascua que se siembra, que crece y que florece.

           Son muchas las pesadillas que han podido afear nuestros mejores sueños. Y cuando esto sucede, de pronto aprendemos lo mucho que vale lo que no tiene precio. Una enfermedad que logra curarse, un desahucio que encuentra cobijo, una noche oscura que termina con la claridad de la aurora, una pena negra que se transforma en radiante alegría, el desencanto más devastador ante las mil pruebas de la vida, que concluye en el encanto de una esperanza que nunca caduca marchita. Es entonces cuando aprendemos cómo las cosas verdaderamente importantes son pocas, y deberíamos dedicarles más tiempo, más ilusión, más acogida de lo que habitualmente les damos y hacemos.

           Pero es esto lo que está señalando la pascua de resurrección de Jesús: renace la vida, lo más importante, lo único importante, y toma de nuevo su puesto debido en nuestra historia y en nuestra biografía. Esto es lo que con todo derecho hemos de saber contar, lo que con todo deber también deberemos saber cantar. Porque el mensaje de este día renacido y resucitado no puede ser otro que el ya sabido y no siempre entonado: el Señor ha vencido las pesadillas que nos alejan de Él, que nos enfrentan a nuestros deudos y que nos rompen por dentro como un destrozo inhumano. La palabra última tras todas las terribles palabras penúltimas, se la ha reservado Dios, y es la que con letra y música de aleluya hoy la Iglesia entera vuelve a entonar a plena voz. Esa palabra final que permite renacer lo que nos hace hijos ante el Señor, hermanos de todos los hombres, y hacedores de un mundo nuevo donde la paz y la justicia, la belleza y la bondad, la verdad y la alegría, se hacen estrofa, se hacen melodía, haciendo de la existencia un canto de esperanza. El Señor ha vencido, y nosotros en Él. Aleluya. Feliz Pascua.

 

Recibid mi afecto y mi bendición.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, Arzobispo de Oviedo

 

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