(Zenit) El cardenal recordó que “somos miembros de un pueblo, con el que nos identificamos y por cuyo bien estamos –y debemos estar– totalmente comprometidos”, si bien reconoció que la globalización promueve una “noción de pertenencia a una familia humana grande y única, con la que nos debemos sentir unidos y solidarios”.
“La misma Iglesia –añadió–, en su antropología y en su magisterio social, difunde esta conciencia y no podría ser de otra forma. Creemos en un único Dios y Padre, que ama a todos como hijos y que quiere que éstos vivan como hermanos”.
El purpurado aseguró además que “un pueblo no puede ser indiferente a los demás, ni dejar de interesarse por el bien y por la suerte cada vez más compartida de todos los miembros de la comunidad humana. Límites territoriales, tradiciones culturales, diferencias raciales, herencias históricas e intereses económicos, incluso contrapuestos, deberían estar cada vez más conjugados y armonizados”.
El cardenal quiso señalar que la reciente Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, en la que han participado jóvenes de 170 países distintos que convivían “en armonía y solidaridad, compartiendo los mismos principios esenciales”, “ha demostrado que el sueño de una familia humana unida e integrada que vive en paz no es irreal. La impresión que se tenía es que todos eran hermanos, hijos de una única gran familia, en la que las diferencias no dividían, sino que se unían y enriquecían”.
El cardenal Scherer recordó por tanto que “para nosotros los cristianos y católicos, en particular, está claro que la fe no puede desvincularse de nuestra participación en la construcción del mundo, a la luz de los valores del reino de Dios. Un buen cristiano debe ser también un buen ciudadano”. “Además de cumplir con los deberes cívicos, como los demás ciudadanos, ¿qué otra contribución pueden ofrecer las personas de fe para el bien de un pueblo?”, se preguntó.
La fe en Dios, contribución al bien común
El cardenal reconoció que se trata de una pregunta que “merecería una larga reflexión, porque nos introduce en el propio sentido de la religión, a menudo puesto en discusión. Tenemos algo específico para contribuir al bien de la humildad y de la patria. La misma fe en Dios, bien vivida y manifestada públicamente, con las convicciones que derivan traducidas de ella en cultura, es una contribución fundamental para el bien común. La fe bien vivida y atestiguada enriquece la convivencia social de muchas formas”.
El prelado subrayó que “cuando se da espacio a Dios, también la importancia del hombre aumenta: su dignidad, sus derechos y el sentido de su vida en este mundo son iluminados”. Cuando en cambio “se excluye a Dios de la convivencia humana, desde la esfera privada o pública, comienzan a descender las sombras sobre la existencia humana y a faltar bases sólidas para los valores y las virtudes y las relaciones sociales”.
“Tener fe en Dios y manifestarla abiertamente, yendo a sus consecuencias éticas y antropológicas, es bueno para la patria”, concluyó.