(675) Alegres en la esperanza. 6.–Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y gobierna
–Con perdón. ¿Y qué tiene que ver Cristo con la Providencia divina, si puede saberse?
–Todas las acciones ad dextra de Dios uno y trino son comunes a las tres Personas divinas, y también, claro, las acciones de la Providencia. Pero es justo, equitativo y saludable que, si Dios entrega a Cristo resucitado «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), se atribuya a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Rey del universo, el gobierno providente de cielo y tierra.
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Vacunados convenientemente contra los principales errores sobre la Providencia divina, estamos ya bien preparados para conocer sus verdades y maravillosas realidades, dignas del Creador y Restaurador de todo lo creado.
–Dios conserva y gobierna el Universo
«Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y lo gobierna» (Vat. I, 1870: Dz 3003). Verdad grandiosa, inmensa, inefable… y poco predicada. Medítela el lector. Le ayudaré con lo que sigue.
Las criaturas no tienen su causa en sí mismas. Tienen siempre su causa en Dios, del que reciben constantemente el ser y el obrar.
«Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la conserva a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término» (Catecismo 301). Sin esta acción conservadora y providente, las criaturas «volverían en seguida a recaer en la nada» (Catecismo Romano I,1,21).
–Dios co-opera en todo
En efecto, Dios «no solo conserva y gobierna las cosas que existen, sino que también impulsa, con íntima eficacia, al movimiento y a la acción a todo cuanto en el mundo es capaz de moverse o actuar, no destruyendo, sino previniendo la acción de las causas segundas» (Catecismo Romano I,1,22).
Por tanto, «Dios actúa en las obras de sus criaturas. Él es la causa primera que opera en y por las causas segundas» (Catecismo 308). Ahora mismo, Dios concurre a la acción de quien esto escribe y de quien esto lee.
+Dios y las criaturas no-libres
Dios coopera al movimiento de todas las criaturas no-libres. Los fenómenos naturales –químicos, vegetativos, animales, astronómicos–, en su cadencia siempre igual, no reciben su explicación última de la eficacia de ciertas «leyes naturales», como si estas leyes fueran misteriosas personalidades anónimas, causantes de la armonía del cosmos. Dios mismo, el Señor del universo, es la íntima ley de cada criatura, y mantiene en armonía toda la creación, porque es Él quien permanentemente da el ser y el obrar a las criaturas.
Y «así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es una “manera de hablar” primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo» (Catecismo 304).
Dice, pues, la Biblia exactamente –sin ninguna ingenuidad teológica primitiva– que es Dios quien «esparce la escarcha como ceniza, hace caer el hielo como migajas y con el frío congela las aguas; envía una orden y se derriten, sopla su aliento y corren hacia el mar» (Sal 147,16-18). Jesús mismo dice que es Dios quien «hace salir el sol», «hace llover», y «alimenta y viste» a sus criaturas (Mt 5,45; 6,26.30).
+Dios y las criaturas libres: el hombre
Dios, a fortiori, coopera también a la acción de todas las criaturas-libres. En efecto, «Dios concede a los hombres poder participar libremente en su providencia… no sólo por sus acciones y oraciones, sino también por sus sufrimientos» (Catecismo 307).
Ninguna acción del hombre, por tanto, puede producirse sin el concurso divino, pues en Dios «vivimos, nos movemos y somos» (Hch 17,28). Esta inmensa verdad, que tantos cristianos desconocen, ya fue revelada muchos siglos antes de Cristo, a los profetas: «Cuanto hacemos, eres Tú quien para nosotros lo hace» (Is 26,12). Es éste, sin duda, un gran misterio, de difícil investigación y expresión teológica. ¿Cómo Dios puede mover la libertad del hombre sin destruirla?
Santo Tomás enseña que «nuestro libre arbitrio es causa de su acto, pero no es necesario que lo sea como causa primera. Dios es la causa primera que mueve las causas-naturales [las criaturas] y las causas-voluntarias [los hombres]. Moviendo las causas-naturales, no destruye la naturalidad y espontaneidad de sus actos. Igualmente, moviendo las causas-voluntarias, no destruye la libertad de su acción, sino que más bien la confiere, la hace en ellas. En una palabra, Dios obra en cada criatura según su modo de ser» (STh I,83,1 ad 3m).
–Dios despliega en la historia temporal su plan eterno
La providencia divina es el gobierno de Dios sobre el mundo; es la ejecución en el tiempo del plan eterno de Dios sobre el mundo. Ningún suceso, grande o pequeño, bueno o malo, sorprende el conocimiento de Dios o contraría realmente su voluntad positiva o permisiva.
En este sentido, todo cuanto sucede es providencial. Pensar que la criatura pueda hacer algo que se le imponga a Dios, aunque éste no lo quiera, que obre por sí misma escapando del gobierno de Dios, es algo simplemente ridículo. Dios es omnipotente. La creación nunca se le va de las manos, en ninguno de sus movimientos o partes. Tal posibilidad es inconcebible para una mente sana. «No cae en tierra un pajarito sin la voluntad de Dios. Y vosotros, hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados» (Mt 10,29)
+La armonía del orden cósmico es la manifestación primera de la providencia de Dios. Es asombrosa, es un milagro permanente. No sería en absoluto explicable la permanencia milenaria de los órdenes naturales sin una suprema y eficaz Inteligencia ordenadora y mantenedora, la que pertenece exclusivamente a Dios, creador y providente.
Santo Tomás: «Vemos que las cosas sin conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin –lo que es patente, ya que siempre o frecuentemente obran del mismo modo, y en orden a conseguir lo que es óptimo [por ejemplo, el inicio y la maduración de un fruto, su desarrollo genético sumamente complejo y perfecto]. Es claro, pues, que alcanzan sus fines no por azar, sino intencionalmente. Ahora bien, los seres sin conocimiento no pueden tender a un fin sino bajo la dirección de otro ser consciente e inteligente, como la flecha lanzada por el arquero. En consecuencia, existe un Inteligente, a quien llamamos Dios, que ordena a fin todas las cosas naturales» (STh I,2,3).
–Toda la historia humana es providencial
Toda: la de los pueblos y la de cada hombre. «Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman» (Rm 8,28). A veces el hombre sin fe o de poca fe se ve tentado a pensar que «la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido» (W. Shakespeare, Macbeth, 5º, esc.V).
La historia de la salvación, sobre todo al llegar a su plenitud, Jesucristo, ha sido considerada por muchos como «un escándalo para los judíos, una locura para los gentiles, pero es fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o gentiles» (1Cor 1,23-24).
Todo tiene un sentido profundo, nada escapa al gobierno providente de Dios, lleno de inteligencia y bondad. Esta es sin duda una de las principales revelaciones de la Sagrada Escritura. El Catecismo menciona la historia de José y la de Jesús como ejemplos impresionantes de la infalible Providencia divina (312).
*Recordemos la historia de José, vendido por sus hermanos como esclavo a unos madianitas…
Se va dando en torno a José todo un conjunto de circunstancias, cada una de ellas perfectamente contingente, y varias de ellas criminales. Sin pensarlo, ni saberlo, ni quererlo, los hermanos conducen a José a ser ministro del Faraón. Y así Dios le concede en su día recibir en Egipto a sus hermanos.
Y José es bien consciente de que toda su vida, también en sus fases más oscuras, es un despliegue misterioso de la Providencia divina. Y así lo manifiesta a sus hermanos: «No sois vosotros los que me habéis traído aquí; es Dios quien me trajo y me ha puesto al frente de toda la tierra de Egipto» (Gén 45,8; +39,1s).
*Recordemos la historia de Jesús, «pre-conocido antes de la creación del mundo, y manifestado al fin de los tiempos por amor nuestro» (1Pe 1,20).
Jesús se acerca a «su hora» libremente (Jn 10,18), para que se cumplan en todo las predicciones de la Escritura (Lc 24,25-27). El es «el Misterio escondido desde los siglos en Dios». En él se realiza exactamente «el plan eterno» que Dios, «conforme a su beneplácito, se propuso realizar en Cristo, en la plenitud de los tiempos» (Ef 1,9-11; 3,8-11; Col 1,26-28).
En la Pasión, ciertamente, el desbordamiento de los pecados humanos no tuerce ni desvía el designio providencial divino. Por el contrario, le da cumplimiento histórico: «se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo, Jesús, tu Ungido; y realizaron el plan que tu autoridad había de antemano determinado» (Hch 4,27-28). Y que el mismo Cristo anunció a los apóstoles, al menos tres veces, con toda claridad (Mt 20,17s; Mc 10,32s; Lc 18,31s).
Todo es providencial en la historia de Jesús. Y evidentemente la providencia de Dios, que tan misteriosa y exactamente se realiza en José Y en Jesús, se cumple infaliblemente en todos y cada uno de los hombres.
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–Y a Cristo Rey, precisamente en cuanto hombre, le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28,18)
Cristo tiene, pues, un dominio absoluto sobre todo cuanto sucede en el mundo, grande o pequeño. No hay para él sucesos fortuitos o que se le impongan, contra lo que su autoridad suscite o permita.
Por lo demás, como ya vimos, si el Señor providente no gobernara lo pequeño, no podría gobernar lo grande. La Providencia divina gobierna todo cuanto creó, sea la vida de los hombres, o la historia de los pueblos. «Dios reina sobre las naciones» (Sal 46,9). Nuestro Señor y Salvador Jesucristo «vive y reina por los siglos de los siglos».
Otras maravillas de la Providencia he de exponer, para confortar la fe y la esperanza de tantos cristianos desanimados, confusos, irritados, exacerbados por los males actuales del mundo y de la Iglesia, y también de ellos mismos. Pero no cierro este capítulo sin decir de la Providencia su maravilla principal. “Dios es amor” (1Jn 4,8), crea gratuitamente por puro amor (bonum est diffusivum sui), conserva por amor lo creado, y por amor lo dirige y gobierna con su providencia:
–Providencia inmensamente amorosa, buena y misericordiosa
Dios en su providencia declara plenamente el amor que nos tiene, entregándonos a Jesucristo Salvador:
*en la Encarnación, en Belén. «Tanto amó Dios al mundo que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). Y
*en la Cruz, en el Calvario. «Dios nos demostró su amor [sinistesin, probó, acreditó] en que, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8).
*y en la donación del Espíritu Santo, en Pentecostés: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, y seréis mis testigos» (Hch 1,8). Él es «el Espíritu de la verdad, que os guiará hacia la verdad plena» (Jn 16,13).
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Aviso al lector
Estimo probable que una buena parte de los lectores de este artículo llevan años, quizá desde chicos, entendiendo la vida cristiana a la luz –perdón, a la oscuridad– del semipelagianismo o incluso del pelagianismo.
«Querer es poder», «En definitiva es la voluntad del hombre la que determina la mayor o menor altura de la vida de la gracia», «Es cuestión de generosidad», etc.
Pues bien, es posible que la lectura de este artículo haya podido, con la gracia de Dios, abrir los ojos del lector a ciertas verdades de la cooperación entre Dios y el hombre –gracia y libertad–, que no conocía suficientemente. Las resumo en una frase paulina: «Es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13). Pero no creo que la mera lectura de la verdad, habiendo vivido años y años según una mentalidad contraria, sea suficiente para que se dé una efectiva metanoia (meta-nous: un cambio de mente). Puede la gracia, sin duda, producir en el hombre un cambio mental instantáneo y definitivo –Saulo en el camino de Damasco–, pero no es lo más probable. Más frecuente suele ser que el lector, aunque haya leído este texto con aprobación, siga pensando y viviendo como siempre.
Por tanto, es necesaria la oración meditativa y suplicante en la presencia del Señor para asimilar estas verdades sobre la Providencia. Y si es posible en la iglesia, ante el Sagrario, tanto mejor, pues son verdades muy impensables para el hombre viejo, Sin esta oración perseverante, sin la intercesión de la Virgen, de los Santos y los Ángeles, es muy difícil que verdades tan grandes, y tan contrarias al pensamiento precedente, puedan ser asimiladas en el entendimiento de modo estable; y lo mismo digo de la memoria, y también del sentimiento.
Señor, «envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen hasta tu monte santo, hasta tu morada» (Sal 42,3).
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día. Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan… Grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios (Sal 85).
José María Iraburu, sacerdote
Post post. –La imagen del principio del artículo es una Deésis (del griego δέησις, plegaria o súplica), obra de Kiko Argüello. Se trata de una tradicional representación iconográfica bizantina que muestra al Pantocrator, «Señor de todo», entronizado, con el libro, acompañado a un lado y otro por la Virgen María y San Juan Bautista, ángeles y santos, todos ellos con las manos extendidas, suplicantes. El Cristo Pantocrator de Kiko Argüello viene en la gloria de su divinidad al final de los tiempos y la pintura es muy rica en símbolos.
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