(637) Espiritualidad, 15. -Llamados a la santidad

–Y hemos tenido que llegar al 637 para que nos hable de la santidad…

–Hablo de la santidad entrando ya en la Semana Santa. Pero además, como ya aviso en el Post post, abajo, he tratado ya de la santidad en muchos artículos.

He tratado de la santidad en muchos artículos de este blog (ver abajo el Post-post), pero en vísperas de la Semana Santa, de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, días pascuales de nuestro renacimiento, creo que está de Dios que escriba una vez más sobre ella. Y lo haré siguiendo el esquema de un retiro que di en la Casa de Ejercicios de Puyo, en San Sebastián, Guipúzcoa (enero 2009).

Por otra parte, insisto en el tema porque aunque el Concilio Vaticano II dedicó nada menos que un capítulo de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, el IV: Vocación universal a la santidad en la Iglesia, posteriormente, hasta hoy, el uso del término «santidad» disminuyó notablemente en la Iglesia, en las predicaciones, en las revistas y libros católicos, incluidos los dedicados a la espiritualidad, siendo sustituidos por otros, como «compromiso», «radicalidad», etc. ajenos a la tradición y ciertamente mucho menos expresivos del mysterium sanctitatis cristiano.

* * *

–Verdad fundamental de la fe

«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Este mandato de Cristo prolonga la norma de la Antigua Alianza: «Sed santos para mí, porque yo, el Señor, soy santo» (Lev 20,26). Pero notemos el acento filial nuevo que da el Salvador –«como vuestro padre»–, Porque es muy importante:

En efecto, el Padre celestial nos «ha predestinado a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste [como nuevo Adán, cabeza de una nueva humanidad] venga a ser primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Así pues, «ésta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Tes 4,3). 

El Padre celestial ama a sus hijos en todas sus edades espirituales –los padres de la tierra, por ser su imagen, mal o bien, hacen lo mismo–. Y es muy necesario tener en la fe clara y firme conciencia de esa verdad para entender bien la vida cristiana, para saberse siempre amados por Dios «como hijos»: también cuando en la vida de la gracia somos como críos. Los padres quieren a sus hijos sin esperar a que despierten al uso de razón, y lleguen a su condición de adultos: los aman desde que nacen, también en sus primeros años, cuando «no tienen idea buena». Y así obran los padres porque Dios los ha hecho a su imagen.

«Es Dios quien da el crecimiento» (1Cor 3,7). Él nos ama en todas nuestras edades espirituales, también cuando somos todavía incipientes en la nueva vida, «como niños, carnales, viviendo a lo humano» (1Cor 3,1-3). Y cuando nos manda «sed santos», no se queda después con los brazos cruzados a ver cómo nos apañamos para cumplir esa voluntad suya. Siempre que Dios nos da un mandato, se compromete a darnos su gracia para que podamos cumplirlo. Y Él quiere que sus hijos crezcan hasta la madurez perfecta de su vida en Cristo. No quiere nuestro Padre divino tener unos hijos que inicien su desarrollo en la vida de la gracia, para quedarse después fijos en la mediocridad de una vida espiritual incipiente, limitada, crónicamente infantil. Como no quiere un padre que su niño al paso de los años se quede en su edad mental de niño. Un cristiano que no crece en santidad en el curso de su vida está muerto, como un árbol que deja de crecer.

Quiere Dios que vayamos creciendo «como varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo, para que ya no seamos como niños en Cristo» (Ef 4,13-14). Para ese fin Cristo se hizo hombre, murió por nosotros, resucitó, ascendió a los cielos y nos comunicó el Espíritu Santo, para que tuviésemos «vida, vida sobreabundante» (Jn 10,10), vida creciente. Y así, porque el Señor nos ama en todas las edades, desde niños hasta nuestra muerte, hemos de ir creciendo como el niño Jesús «crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,48).

 

–El primer y más grande mandamiento: sed perfectos, sed santos

Si «el más grande y primer mandamiento» (Mt 22,38) es precisamente «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente» (Lc 10,27; +Dt 6,5), eso significa que todos los cristianos están llamados a ser santos, los laicos, los sacerdotes y religiosos (LG V), pues la santidad consiste precisamente en esa plenitud de la caridad.

        

–La santidad, fin único

La santidad es, pues, el fin único de la vida del cristiano: «lo único necesario» (Lc 10,41). La enseñanza de Jesús es en esto siempre absoluta:

«Buscad primero de todo el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).

«Es semejante el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo» (13,44).

La santidad exige-hace posible renunciar, o estar dispuesto a renunciar a todo, padres y hermanos, mujer e hijos, y aún a la propia vida (Lc 14,26-33). Es, pues, necesario condicionarlo todo a las exigencias del amor de Dios; o lo que es lo mismo, es preciso sujetarlo todo a la voluntad de Dios, sin límites restrictivos, sin poner y mantener condición    alguna, tal como esa Voluntad divina providente se vaya manifestando.  

 

–No pretender dos fines

La santidad sólo acepta unirse al hombre que la toma como única esposa. No acepta dársele como una esposa segunda. El cristiano ha sido llamado en la Iglesia solamente a ser santo, y todo el resto –sabiduría o ignorancia, riqueza o pobreza, matrimonio o celibato, relaciones sociales o aislamiento, vivir aquí o allí, etc.– todo habrá de darse en él como consecuencia de la santidad o como medio mejor para tender hacia ella; es decir, según lo que Dios quiera.

San Ignacio de Loyola, por ejemplo, afirma esta verdad ya en el principio y fundamento de sus Ejercicios espirituales. Todo lo que el cristiano encuentre en la tierra habrá de ser tomado o dejado «tanto en cuanto» le ayude o perjudique para su vocación única, que es glorificar a Dios y crecer en santidad.

Por eso el cristiano que quiere vivir la vida cristiana, pero que no pretende alcanzar la perfecta santidad, hace de su vida un tormento interminable, pues introduce en ella una contradicción continua. Circula en su coche espiritual con el freno de mano fijo.

Es como si un hombre se empeñara en levantar un saco pesado con una sola mano, no con las dos. Con las dos podría levantarlo perfectamente, pero con una sola mano le resulta agotador o más aún, imposible. De modo semejante, aquél cristiano que no pretende llegar a la plena santidad, no puede menos de experimentar el cristianismo como un problema, como una tristeza, como un peso aplastante.

Y es que no acaba de reconocer que «nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24). El que quiere agradar a Dios y también al mundo está perdiendo el tiempo, pues no va a conseguir ni lo uno ni lo otro; al menos, no lo primero. Sus esfuerzos –si es que persiste en ellos– van a ser interminables. Tan inacabables como los esfuerzos de un hombre que pretendiera colmar una tinaja, acarreando laboriosamente a ella agua y más agua, pero dejando al mismo tiempo que permaneciera en su base una grieta. Sería una tarea inútil, condenada al fracaso.

 

–Renunciar a la santidad: trampas mentales

¿De veras es sabido que sacerdotes, religiosos y  laicos, cada uno a su modo, todos han de tender con todas sus fuerzas a la santidad?… No es pecado no ser santo, pero sí lo es no tender a la santidad. Sin embargo, es frecuente que haya en muchos cristianos criterios operativos en contra de esa verdadera llamada de Dios. Veámoslos:

–«Normalmente la perfecta santidad es imposible». Es para unos pocos, para cristianos excepcionales… Como estadísticamente la gran mayoría de los cristianos no pasa en este mundo de una edad cristiana infantil, se acaba por pensar que eso es lo normal. Es decir, que en realidad la perfección es imposible:

Como si uno, apoyado en estadísticas bien seguras, dijera: en esta ciudad es prácticamente imposible aprender a hablar el chino. Prueba de ello es que casi nadie lo habla… ¡Vaya argumento! Porque nadie lo intenta. Los pocos que han pretendido hablar el chino, si perseveran, lo aprenden mejor o peor, antes o más tarde. ¿Entonces?

–«No hay que ir más allá de lo razonable». Se  pretende una bondad razonable (al modo humano), pero no se pretende normalmente una bondad sobrehumana (al modo divino), que es la que produce realmente la perfecta santidad.

Renuncia a la santidad quien, en el camino de la perfección evangélica, no quiere ir más allá de lo razonable, y se autoriza a sí mismo a mantenerse en la mediocridad, rehusando aquellas formas esplendorosas de verdad y de vida, que van más allá de lo razonable y que se adentran en lo que ya es «locura y escándalo de la cruz» (+1Cor 1,23). «quien quiera guardar su propia vida, la perderá» (Lc 9,24).

–«Dios no pide tanto». Cuando Dios quiere dar a los cristianos mucho más de lo que ahora tienen, salen éstos con que «Dios no pide tanto»… ¿Pedirles Dios? ¡Pero si lo que precisamente está queriendo es darles, darlesla vida de la gracia con una abundancia que ni siquiera imaginan!… Para eso se nos ha dado a Cristo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

–«Lo mejor es enemigo de lo bueno». Sí, así suele decirse, y en cierto sentido es verdad. Pero también es verdad quelo bueno puede hacerse enemigo de lo mejor, si se incurre en este doble error:

-Pensar que ya está bien así, y que no hace falta «aspirar a más altos dones» (1Cor 12,31);

-Evaluar la propia situación espiritual comparándose con los malos, y confirmarse en la convicción de que, después de todo, la propia bondad, con todas sus deficiencias, es relativamente aceptable, y que, por tanto, no es urgente aspirar a lo mejor: la perfección evangélica, la santidad.

«Da miedo la búsqueda de la perfección: bastantes penalidades tiene la vida normal, como para que encima…» Enorme error.

León Bloy: «la única tristeza es la de no ser santos». Pensamos estar tristes por esto y lo otro –salud, convivencia, fatigas, dificultades económicas, psicológicas, laborales, etc.–. Pero nos engañamos: la única tristeza, la madre de todas las tristezas, es no ser santos. Es la frustración crónica de nuestra vocación más profunda: «ésta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Tes 4,7).

La alegría de la santidad. Si somos imágenes de Dios, que es amor, somos amor. Y por tanto somos felices en la medida en que amamos al Señor con todo el corazón y al prójimo como el Señor le ama. La tristeza es insuperable en la persona que no ama, o que ama poco, o que ama mal.

Levantar el vuelo a la santidad, salida alegre

Pájaro enjaulado, saltando de un palito a otro. O en el mejor de los casos, preso en una pequeña habitación, con vuelos cortos. Cree, el pobre, que es imposible salir a volar por el cielo de Dios. Ya ni aspira a ello, aunque le abran la puerta. ¡Y está destinado a volar por el cielo!

Avión que no vuela, que circula velozmente por la cancha del aeropuerto… pero que nunca llega a alzarse en vuelo. ¿Qué sucede aquí? Es trágico: un avión no es un autobús: está construido para volar. No hay más que mirarlo. Más trágico aún: el comandante del avión y los pasajeros están contentos: ¡se conforman con circular rápidamente por la pista!

Ofensa de Dios: -no le dejamos al Padre tener hijos adultos; ha de conformarse con niños, adolescentes, que no pasan de serlo. –Somos para Cristo, que ha dado su sangre por nosotros, miembros medio atrofiados, aunque no sea del todo: obedecemos ciertos impulsos, otros no. Mantenemos una decencia relativa… indecente. Cristo no puede contar con nosotros para cualquier acción. –Entristecemos al Espíritu Santo, resistiéndole en ciertas cosas. Recibimos al Señor en nuestra casa espiritual, pero le mantenemos cerradas un buen número de puertas.

Y así un año y otro. ¿Hasta cuándo?

Estamos en Cuaresma, «tiempo de gracia y conversión», ya cerca de la Pascua, en la que hemos de renovar nuestro nacimiento nuevo a la vida sobrenatural en Cristo.

 

«Somos laicos, hemos de vivir como vive la gente». Hay cristianos que, por ser laicos, se conceden el derecho de ser mediocres, de ser niños crónicos. Gran error.

«No os configuréis a este mundo, sino transformáos por la renovación de la mente, para que procuréis conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (Rom 12,2).

En este gran error, p.ej., si Dios quiere conceder a un laico que haga dos horas diarias de oración o que participe especialmente de la Pasión de Cristo con determinadas obras penitenciales, ¿quién es él para rechazar su gracia y frenar la acción de su Espíritu, alegando que «eso no es conforme a la vocación laical»? ¿Acaso la idea del laico que pueda tener un cristiano seglar será más exacta que la que tiene Dios?… Ver vidas de santos laicos y ahí nos enteramos de qué quiere hacer Dios con los cristianos laicos.

(Algo semejante sucede entre religiosos: si un religioso se ve, p.ej., movido por Dios a interrumpir el sueño por las noches para orar –supuesto el consejo y la obediencia–¿por qué se lo habrán de impedir? Explicación: toda comunidad religiosa da un nivel medio mediocre –como la misma palabra lo indica–, y se defiende de la provocación de lo mejor. Por eso, facilita al cristiano ser bueno, pero con frecuencia dificulta ser santo –dicho en breve y sin matices–.

–Religiosos: el bien facilitado y el mal dificultado. Es cierto que en la vida religiosa bien vivida las obras mejores –la oración, la confesión frecuente, la pobreza, el aposto­lado, etc.–, suelen verse facilitadas, y se practican sin especiales obstáculos exteriores.

Y también es cierto que esas mismas cosas, por el contrario, se ven en la vida laical tan dificultadas, que en ocasiones están casi impedidas. Y así, cosas buenas que los religiosos realizan sin mayor esfuerzo –oración diaria, pobreza, etc.– pue­den resul­tar heroicas para los laicos.

Y lo mismo con los males: están dificultados en los religiosos y facilitados en los laicos seculares.

Ahora bien, tengamos cuidado. Las virtudes crecen por actos intensos. Y los laicos, por serlo, cuando tienden de verdad a la santidad, se santifican por actos muy verdaderos e intensos.

En este sentido, la facilidad de la vida religiosa para la realización de los actos exteriores buenos puede resultar engañosa, pues de nada valdrán éstos si no van realizados con una intensa veracidad interior, que es la que santifica.

 

–«Ya estoy muy viejo para cambiar a mejor»

«Si tan poco pude mejorar en oración en virtudes, siendo joven, fuerte, en la plenitud de mis facultades, ¿cómo voy a poder ahora, que estoy tan limitado en todo?… Gran error. La verdad es todo lo contrario: el cristiano anciano está llamado por Dios a una santificación acelerada por la gracia. En la vida cristiana el crecimiento espiritual ha de ser uniformemente acelerado. De ahí el adagio: en la vida espiritual el que no avanza, retrocede.

¿Es esto imposible en los viejos el crecimiento espiritual, cuando están ya sin fuerzas, más preocupados de las pastillas que tienen que tomar cada día que en otra cosa?… Esta visión es pelagiana o semipelagiana, pues la santificación es por gracia: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (2Cor 15,10). El tiempo de la ancianidad es tiempo de gracia especial:

-Porque viendo Dios que el tiempo se acaba en el anciano, y que todavía falta mucho para consumar la obra de la santificación, siendo ésta su Voluntad, acelera, multiplica, profundiza la acción santificante de su gracia.

-Porque cada vez, al acercarse el hombre más a Dios, éste le atrae con más fuerza, como cuerpo que cae hacia su centro de gravedad con una velocidad que se acelera.

-Porque la participación en los sacramentos, el ejercicio de las virtudes, las cruces de la vida, han ido matando al hombre viejo y eliminando más y más los impedimentos para que el Espíritu Santo produzca en plenitud el hombre nuevo, que es lo que está intentando desde el Bautismo.

-Porque el adulto o anciano suele adentrarse en una debilidad creciente tanto en lo corporal como en lo mental; va siendo liberado de su auto-suficiencia, pues cada vez experimenta más la humildad de la condición humana en todos los sentidos. Ya experimenta que necesita ser ayudado, que no se vale (in-válido) por sí mismo en muchas cosas. Y una de dos,  o se desespera o pone toda su esperanza en Dios. En este segundo caso, crece en santidad creciendo en humildad. Ya se fue apagando el fuego de la sensualidad, de la ambición, la prepotencia juvenil y adulta… Y la persona va entendiendo mejor aquello de San Pablo: «De mí mismo no he de gloriarme, si no es de mis flaquezas… Por eso, dice el Apóstol, «me glorío en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo… Me complazco en las enfermedades, en los oprobios, necesidades, persecuciones, angustias, por Cristo, pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte» (2Cor 12,5-10).

* * *

No habrá santos, si prevalecen esas visiones falsas

No habrá rosas plenas, solamente capullos apenas apuntados, en el mejor de los casos… Gran peligro. Como unos hortelanos, cuyos rosales nunca llegaran a dar rosas perfectas, sino a lo más capullitos, y se conformaran con ellos; perderían la misma idea de la rosa. Así la Iglesia, acaba por ignorar su identidad de Madre de santos, cuando apenas nunca los consigue, y sus hijos son siempre mediocres, gente casi igual a los mundanos en pensamiento, sentimiento, obras, costumbres, lenguaje, en todo.

–Acaban unos y otra por pensar, como ya he dicho, que es normal no producir rosas plenas y santos; y que ya es bastante con producir capullos y con generar gente decente, razonablemente buena.

–Por el contrario, para un cristiano, puesto que el Señor está decidido a «hacer en él maravillas», no ser santo, es un gran fracaso. Pasados los años, bajo la obstinación santificante del Espíritu Santo, no ser santo implica haberse resistido mucho a la acción de su gracia, duramente, obstinadamente, muchas veces.

–Esperanza. Se necesita un milagro, pero Dios ¡¡puede y quiere hacerlo!! Puede hacerlo, si halla fe, si nos abrimos al milagro por la esperanza, qu es un deseo confiado.

Otros necesitan que nosotros seamos santos

*Los malos lo necesitan para llegar a ser buenos. Si no estamos más transfigurados en Cristo, no lo van a descubrir, porque no lo transparentamos, no lo reflejamos.

Basta un poco de carnalidad en nosotros, para que los malos no vean en nosotros a Cristo. Y tengan «razones» para no recibir el Evangelio que les ofrecemos. Si no somos más perfectos, no van a vernos como hijos de Dios, ni van a conocer al Padre celestial, que es perfecto. Si no nos dejamos invadir totalmente por el Espíritu Santo, no tendremos fuerza en él para renovar la faz de la tierra: no le dejaremos que, por nosotros, dé a otros un corazón nuevo, un espíritu nuevo: no se realizará en los pecadores el milagro de la conversión… Qué dolor, no tener más fuerza para suscitar la conversión de los hombres…

*Los buenos lo necesitan para llegar a ser santos. Ésta es otra, también muy grave. Si estamos lejos de la santidad, por buena voluntad que pongamos, apenas podremos llevar a otros a la perfección:

–No acertaremos a ver sus infidelidades, que ellos mismos no ven;   –no sabremos corregirles, pues participamos de sus engaños; –no podremos iluminarlos en el Espíritu, en la lógica del Logos divino, ni estaremos en situación de encenderles apasionadamente en el Amor de Dios y en el celo por participar con todo lo que somos y tenemos en la Redención de los hombres obrada por Cristo.    

–Qué dolor, quizá aún mayor, cuando uno conoce algunas personas muy buenas, y se ve  incapaz de ayudarles a ser santos… «Si hubieran tenido una Santa Teresa, un Santo Cura de Ars… pero sólo me han tenido a mí». Qué pena.

* * *

¿Y qué es la santidad en el cristiano?

-Amor total a Dios y a los hombres: mandamientos fundamentales del Evangelio de Cristo.

-Conformidad absoluta con la voluntad del Padre: no querer ya nada desde sí mismo, sino siempre desde Dios, desde la voluntad del Padre: «mi alimento es hacer la voluntad del Padre» (Jn 4,34).

-Configuración plena al Hijo de Dios, Jesucristo, según plan del Padre sobre cada uno (Rm 8,29). «Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,19-20)

-Docilidad total al Espíritu Santo: «Los que son movidos por el Espíitu de Dios, ésos son los hijos de Dios» (Rm 8,14).

-Humildad consumada, que permite al cristiano hacer todo lo que quiera el Espíritu Santo: «El Poderoso ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1,49); por tanto, «he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según Su voluntad» (1,38).

-Abnegación total de sí mismo, muerte del hombre viejo, con sus modos de pensar, querer, sentir, hablar, obrar. O lo que es igual:

-Liberación activa y pasiva de todo apego desordenado a cualquier cosa, acción, circunstancia, criatura, a cualquier cosa que no sea Dios. Purificación de todo apego desordenado de mente, voluntad, afectos, sentimientos, personas, acciones, cosas…

«Ésta es la voluntad de Dios, que seais santos» (1Tes 4,3).

José María Iraburu, sacerdote

Post post. En muchos otros lugares de este blog he tratado de la santidad: *Cómo fue entendida y exigida por las Constituciones Apostólicas del año 380 (89, 94). *De Cristo o del mundo» (166-167-168). *Santidad de los religiosos y de los laicos (173-177). *La dirección espiritual que guía a la santidad (241, 282, 286). *La santidad, serie de 11 artículos (355, 359-368).

Índice de Reforma o apostasía

4 comentarios

  
Manuel d
Magnífico artículo. Para los que le seguimos desde hace algunos pocos años nos viene bien que nos remita estos artículos de resumen.
El Señor le bendiga

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JMI.-Bendición +
28/03/21 8:49 AM
  
Lucía Victoria
¡Santos o nada!
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JMI.- Los padres no conforman con que su hijo, aunque crezca físicamente, se quede mental y espiritualmente fijado en una edad infantil, adolescente, joven... Quieren que llegue a desarrpññarse hasta ser una persona adulta en plenitud de sentido.
Bendición +
28/03/21 7:02 PM
  
Lucía Victoria
Asi es, padre.
Precisamente llegué yo a este portal de Infocatolica, gracias a unos audios suyos sobre las edades espirituales. Muy aleccionadores, como todo lo que escribe. Gracias.
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Bendición +
28/03/21 11:49 PM
  
Marina
!Cuanto bien me hacen sus artículos¡ Otra cosa es que los siga del todo, tengo la sensación, de que voy a quedarme en aspirante a santa.
!Bendita y fructífera Semana Santa¡
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JMI.-Mucho ojo, Marina, mucho cuidado.
Bueno, si de verdad te quedas de aspirante que realmente aspira, vas bien.
"¡Aspirad a los más altos dones!", dice San Pablo (1Cor 12,31)

Bendición +
29/03/21 10:16 AM

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