(635) Espiritualidad –13. Por qué Dios quiso la Cruz

      

–Perdone, pero yo no entiendo por qué…

–Ya. Preguntémosle a Dios, porque Él es la causa única de todas sus obras, y sólo Él conoce sus designios, que en buena parte nos los comunica en la Revelación. Aunque los misterios de la fe semper erunt mysteria.

Dios quiso la cruz de Cristo. Ya lo vimos en el artículo anterior (634).

¿Pero por qué quiso Dios elegir en su providencia ese plan de salvación, al parecer tan cruel y absurdo, prefiriéndolo a otros modos posibles? Esta cuestión máxima es un gran mysterium fidei. Dios no se mueve a una acción movido o atraido por unas u otras causas. Dios es causa sui: causa eficiente y única de sí mismo. (STh I, 2, 39). Y por tanto, «el Señor todo lo que quiere lo hace» (Sal 134,6). Ahora bien, Dios mismo contesta a esa pregunta –¿por qué quiso Dios?–, dando en la Escritura sagrada respuestas luminosas para que conozcamos mejor sus designios, y éstos no nos escandalicen, sino que acrecienten en nosotros la confianza y gratitud hacia Él.

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—La Cruz revela que Dios es amor

La Trinidad divina quiso la Cruz porque en ella expresa que Dios es Amor, amorintratrinitario, y que su amor, por su bondad difusiva, se extiende a la Creación y especialmente a la humanidad: Bonus est diffusivum sui. «Dios es caridad» (1Jn 4,8). La primera declaración de Su amor la realiza en la creación, y sobre todo en la creación del hombre. No crea por necesidad, sino por bondad gratuitamente difusiva, que crea el mundo para comunicar a sus criaturas una participación de su ser y bondad.

Pero oscurecida la mente del hombre por el pecado, esa revelación natural de la bondad y del amor de Dios no basta. Amplía, pues, Dios la revelación de su amor en la Antigua Alianza de Israel, pueblo elegido y especialmente amado y enseñado por Él mismo. Siglos más tarde, en la plenitud de los tiemposr, el amor de Dios se revela sumamente en la encarnación del Verbo, y en toda la vida y el ministerio público de Cristo. Pero sobre todo en la Cruz, donde el Hijo divino encarnado «nos amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Por eso quiso Dios la cruz de Cristo, para revelar que es Amor.

*La Cruz revela en modo pleno el amor que el Padre tiene por nosotros, pecadores. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único» (Jn 3,16): lo entregó primero en Belén, por la encarnación, y acabó de entregarlo en la Cena y en la Cruz: «éste es mi cuerpo, que se entrega… mi sangre, que se derrama». Como dice San Pablo, «Dios acreditó (sinistesin, demostró, probó, garantizó) su amor hacia nosotros en que, siendo todavía pecadores [enemigos suyos], Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8; +Ef 2,4-5).

*La Cruz revela en forma insuperable el amor que nos tiene Cristo. Cuando uno ama a alguien, da pruebas de ese amor comunicándole su atención, su ayuda, su tiempo, su compañía, su dinero, su casa. Pero es evidente que «no hay amor más grande que dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Él es «el buen Pastor, que entrega su vida por sus ovejas» (10,11).

«Él murió por el pueblo, para reunir en uno a todos los hijos de Dios que estaban dispersos» (11,51-52). Después de eso, ahora ya nadie, mirando a la cruz, podrá dudar del amor de Cristo. Él ha entregado su vida en la cruz por nosotros, pudiendo sin duda guardarla, y la ha entregado para salvarnos, para expiar ante Dios nuestros pecados con el sacrificio de su propia vida. Y cada uno de nosotros ha de decir como San Pablo: «el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20).

 

Sólo en la Cruz el amor de Cristo al Padre llega a su plena epifanía. El mismo Jesús quiso en la última Cena que ésa fuera la interpretación principal de su muerte: «es necesario que el mundo conozca que yo amo al Padre y que obro [que le obedezco] como él me ha mandado» (Jn 14,31). En la Biblia, amor y obediencia a Dios van siempre juntos, pues el amor exige y produce la obediencia: los hombres verdaderamente humanos son «los que aman a Dios y cumplen sus mandatos» (Ex 20,6; Dt 10,12-13). Y en la cruz nos enseña Jesús que Él ama al Padre infinitamente, y que por eso le obedece infinitamente, «hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,8).

San Agustín: «El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por nosotros. El Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto para vivificarnos» (Sermón 171).

El P. Luis de la Palma, S. J. (1560-1641), en su Historia de la Sagrada Pasión, contemplando a Jesús en Getsemaní, escribe: «Quiso el Salvador participar como nosotros de los dolores del cuerpo y también de las tristezas del alma porque cuanto más participase de nuestros males, más partícipes nos haría de sus bienes. “Tomó tristeza, dice San Ambrosio, para darme su alegría. Con mis pasos bajó a la muerte, para que con sus pasos yo subiese a la vida”. Tomó el Señor nuestras enfermedades para que nosotros nos curásemos de ellas; se castigó a sí mismo por nuestros pecados, para que se nos perdonaran a nosotros. Curó nuestra soberbia con sus humillaciones; nuestra gula, tomando hiel y vinagre; nuestra sensualidad, con su dolor y tristeza».

En el signo santísimo de la Cruz nuestro Maestro proclama plenamente el doble precepto de la caridad: por el palo vertical, el amor hacia Dios, y por el horizontal, hacia los hombres.

 

El Crucificado nos enseña cómo ha de ser nuestro amor a Dios: «con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente» (Lc 10,27; Dt 6,5). Pero ¿cómo el hombre podrá entender y aplicar un mandato tan inmenso? Por la Cruz de Cristo. La infinita obediencia de Cristo al Padre expresa en la Cruz su infinito amor filial a Dios. Sin la cruz de Cristo nunca hubiéramos llegado a conocer plenamente hasta dónde puede y debe llegar la exigencia formidable del Primer Mandamiento.

Y en la Cruz sagrada nos muestra cómo ha de ser nuestro amor a los hombres. Para entender  y cumplir del todo el mandamiento nuevo que nos da Cristo tenemos que mirar al Crucificado, que nos dice: «habéis de amaros los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13,34). «Yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (13,15). ¿Y cómo nos ha amado Cristo? Muriendo en la Cruz para salvarnos. Por tanto, si Cristo «dio su vida por nosotros, nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos» (1Jn 3,16).

Cristo expía el pecado de los hombres en la Cruz, entregando su vida en sacrificio de expiación. Él es «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) mediante el sacrificio pascual de la Nueva Alianza, que sella con su sangre. Esta grandiosa verdad queda revelada desde el inicio mismo de la vida pública de Jesús. El primer tratado de Cristología es la Carta a los Hebreos, y en ella nos muestra al Hijo divino encarnado, que «entrando en este mundo», dice al Padre: «No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo… Y yo dije: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”… En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados [en la Cruz] por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez» (Heb 5-10). Mysterium fidei… «Por la desobediencia de un solo hombre [Adán], todos fueron constituidos pecadores; y así también por la obediencia de uno solo [Jesucristo, en el sacrificio de la Cruz] todos serán constituidos justos» (Rm 5,11-19).

El Catecismo de la Iglesia, en efecto, nos enseña que «desde el primer instante de la Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora» (606). «Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús, porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación» (607). «Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre [Mt 26,42], acepta su muerte como redentora para “llevar nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1Pe 2,24)» (612). Ese «amor hasta el extremo» (Jn 13,1) confiere al sacrificio de Cristo su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción» (616). «“Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación”, enseña el Concilio de Trento» (617).

San Juan Pablo II, en la Carta apostólica Salvifici doloris (1984), confirma la fe de la Iglesia en el misterio de la cruz de Cristo. «El Padre “cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros” (Is 53,6), según aquello que dirá San Pablo: “a quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros” (2Cor 5,21)… Puede decirse, pues, que se ha cumplido la Escritura, que han sido definitivamente hechas realidad las palabras del Poema del Siervo doliente: “quiso Yavé quebrantarlo con padecimientos” (Is 53,10). El sufimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo» (18)… Y sigue:

«En la cruz de Cristo no solo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Cristo, sin culpa alguna propia, cargó sobre sí “el mal total del pecado”. La experiencia de este mal determinó la medida incomparable del sufrimiento de Cristo, que se convirtió en el precio de la redención… “Se entregó por nuestros pecados para liberarnos de este siglo malo” (Gál 1,4)… “Habéis sido comprados a precio” (1Cor 6,20)… El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre» (19).

Benedicto XVI, igualmente, en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis (2007), confiesa la fe de la Iglesia, que en la Cruz «el pecado del hombre ha sido expiado por el Hijo de Dios de una vez por todas (cf. Hb 7,27; 1Jn 2,2; 4,10)… En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la “nueva y eterna Alianza” establecida en su sangre derramada… En efecto, “éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”… Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza» (9)… «Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (1Pe 1,18-20)» (10).

 

En el sacrificio de la Cruz ofrece Cristo  por nuestros pecados una reparación sobreabundante. Muchos se han preguntado: ¿por qué ese exceso de tormentos ignominiosos en la Pasión de Cristo? Cur Christum tam doluit?¿No hubiera bastado «una sola gota de sangre» del Hijo divino encarnado para expiar por nuestros pecados? Ciertamente, hubiera bastado.

Santo Tomás, cuando considera cómo Cristo sufrió toda clase de penalidades corporales y espirituales en la Pasión, expresa finalmente la convicción de la Tradición católica: «en cuanto a la suficiencia, una minima passio de Cristo hubiera bastado para redimir al género humano de todos sus pecados; pero en cuanto a la conveniencia, lo suficiente fue que padeciera omnia genera passionum (todo género de penalidades)» (STh III,46,5 ad3m; cf. 6 ad3m).

Si Cristo sufrió mucho más de lo que era preciso en estricta justicia para expiar por nuestros pecados, fue porque, previendo nuestra miserable colaboración a la obra de la redención, quiso redimirnos de modo sobreabundante, por exigencia de su amor compasivo. En efecto, el buen Pastor, que «dio su vida» para salvar a su rebaño, quiso darle así «vida y vida en abundancia» (Jn 10,10-11).

 

–La Cruz de Cristo nos enseña todas las virtudes. La Pasión del Señor es la revelación máxima de la caridad divina, y también al mismo tiempo de todas las virtudes cristianas. Santo Tomás de Aquino, en una de su Conferencias, al preguntarse ¿por qué Cristo hubo de sufrir tanto?, enseña que la muerte de Cristo en la cruz es la enseñanza total del Evangelio.

«¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

«Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado. La segunda razón es también importante, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

«Si buscas un ejemplo de amor: “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

«Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podríamos evitar. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que “en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca” (Is 53,7; Hch 8,32). Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: “corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia” (Heb 12,1-2).

«Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

«Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte, pues “si por la desobediencia de uno [Adán] todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno [Cristo] todos se convertirán en justos” (Rm 5,19).

«Si buscas un ejemplo de menosprecio de las cosas terrenales, imita a Aquel que es “Rey de reyes y Señor de los señores” (Ap 17,14), “en quien están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,4), que está desnudo en la cruz, ridiculizado, escupido, flagelado, coronado de espinas, y a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre. No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que “se repartieron mis ropas” (Sal 21,19); ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que “le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado” (Mt 27,29); ni a los placeres, ya que “para mi sed me dieron vinagre” (Sal 68,22)».

Cristo nos enseña por su Cruz que la salvación del mundo se fundamenta en el testimonio de la verdad. Nada hay en el mundo tan peligroso como dar testimonio público de la verdad. Bien sabe Dios que el hombre, cautivo del Padre de la Mentira, cae en el pecado por la mentira, y que solamente podrá ser liberado de la mentira y del pecado si recibe la luz de la verdad. Y   por eso nos envía a Cristo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37), para «santificarnos en la verdad» (17,17).

Por eso, si el testimonio de la verdad es la clave de la salvación del mundo, es preciso que Cristo dé ese testimonio en la Cruz, pues es en ella donde con más fuerza persuasiva, la enseñanza de la verdad queda sellada con la sangre de quien la enseña. No hay manera más fide-digna de afirmar la verdad. Aquél que para confirmar la veracidad de su testimonio acerca de una verdad o de un hecho está dispuesto a perder su trabajo, sus bienes, su casa, su salud, su prestigio, su familia, es indudablemente un testigo fidedigno de esa verdad. Pero nadie es tan fidedigno como aquél que entrega su vida a la muerte para afirmar la verdad que enseña. El testimonio de los mártires es el más persuasivo, conmovedor y convincente.

Pues bien, Cristo en la cruz es «el Testigo (mártir) fidedigno y veraz» (Apoc 1,5; 3,14). Por eso lo matan, por decir la verdad. No mataron a Jesús tanto por lo que hizo, sino por lo que dijo: «soy anterior a Abraham», «el Padre y yo somos una sola cosa», «nadie llega al Padre si no es por mí», «el Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados», «vosotros tenéis por padre al diablo», «ni entráis en el Reino ni dejáis entrar a otros», etc.

Quien así habla, pone su vida en grave peligro. Pero Cristo testifica públicamente esas verdades, «sin guardar su vida», porque desde el principio la da por perdida. Sabe que afirmar la verdad en medio de un mundo sujeto al Padre de la Mentira (Jn 8,43-59) le llevará derechamente a la muerte. Pero también sabe que sólo «la verdad nos hará libres» (8,32). Sin la proclamación de la verdad no hay salvación; sólo perdición. Jesús Crucificado enseña que Per Crucem ad lucem, y que sus discípulos no podremos cumplir nuestra vocación salvadora de testígos de la verdad, si no es perdiendo la propia vida. Para que conociéramos estas verdades quiso Dios disponer en su providencia la Cruz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

 

–Sin la Cruz de Cristo no podríamos llegar a conocer el horror indecible del pecado y la posibilidad real del infierno. ¿Cómo es posible que Dios providente decida salvar al mundo por la muerte sacrificial de Cristo en la cruz? Porque quiso Dios que el horror espantoso del pecado se pusiera de manifiesto en la muerte terrible de su Hijo, el Santo de Dios, el Inocente. «El pecado del mundo» exige la muerte del Justo y la consigue, y esta muerte tan criminal manifiesta a los hombres todo el horror de sus culpas.

Si piensan los hombres que sus pecados son cosa trivial, actos fallidos, perfectamente contingentes, que no pueden tener mayor importancia en esta vida y que, por supuesto, no tienen, no pueden tener una repercusión eterna de castigo, seguirán pecando. Sólo mirando la Cruz de Cristo conocerán lo que es el pecado y lo que puede ser su castigo eterno en el infierno. En la muerte ignominiosa del Inocente, conocerán el horror del pecado, y por la muerte del Salvador podrán salvarse del pecado, del demonio y de la muerte eterna.

La cruz de Cristo revela a los pecadores la posibilidad real del infierno. Ellos persisten en sus pecados porque no acaban de creer en la terrible posibilidad de ser eternamente condenados. Pero la encarnación del Hijo de Dios y su muerte en la cruz demuestran a los pecadores la gravedad de sus pecados, el amor que Dios les tiene y el horror indecible a que se exponen en el infierno si persisten en su rechazo de Dios. Por eso quiso Dios la Cruz del Salvador.

Charles Arminjon (1824-1885), en su libro El fin del mundo y los misterios de la vida futura (Ed. Gaudete, S.Román 21, 31174 Larraya, Navarra 2010), argumenta: «Si no hubiera Infierno ¿por qué habría descendido Jesucristo de los cielos? ¿por qué su abajamiento hasta el pesebre? ¿por qué sus ignominias, sus sufrimientos y su sacrificio de la cruz? El exceso de amor de un Dios que se hace hombre para morir hubiera sido una acción desprovista de sabiduría y sin proporción con el fin perseguido, si se tratara simplemente de salvarnos de una pena temporal y pasajera como el Purgatorio. De otra manera, habría que decir que Jesucristo solo nos libró de una pena finita, de la que hubiéramos podido librarnos con nuestros propios méritos. Y en este caso ¿no hubieran sido superfluos los tesoros de su sangre? No hubiera habido redención en el sentido estricto y absoluto de esta palabra: Jesucristo no sería nuestro Salvador» (pg. 171). Señalo de paso que para Santa Teresa del Niño Jesús la lectura de este libro, según declara, «fue una de las mayores gracias de mi vida» (Historia de un alma, manuscrito A, cp. V).

Pero al mismo tiempo, solo mirando la Cruz pueden conocer los pecadores hasta dónde llega el amor que Dios les tiene, el valor inmenso que tienen sus vidas ante el Amor divino. Allí, mirando al Crucificado, verán que hemos sido «rescatados no con oro y plata corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo» (1Pe 1,18; +1Cor 6,20), humana por su naturaleza, y divina por su Persona .

–En la Cruz enseña Cristo «a todos: el que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Porque el que quiere salvar su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por mi causa, la salvará» (Lc 9,23-24). Nuestro Maestro y Salvador enseña que «es necesario que el Mesías padeciera esto y entrase en su gloria» (Lc 24,26). Pero también enseña que es necesario que los hombres tomen la cruz de cada día, parra morir en ella al hombre carnal y pecador, y para así resucitar con Cristo, renacer en Él y alcanzar la vida eterna.

De este modo Cristo se abraza a la Cruz para que el hombre también se abrace a ella cada día, para ir muriendo así al hombre viejo, y renacer en Cristo al hombre nuevo. Él es el médico que toma primero la amarga medicina que nosotros, los enfermos, necesitamos beber para llegar al cielo. Y nos lo enseña no solo de palabra, sino de obra.

Se comprende, pues, que Cristo no hubiera podido enseñar a sus discípulos el valor y la necesidad absoluta de la Cruz, si Él no la hubiera experimentado, evitándola por el ejercicio de sus especiales poderes. Es evidente que quien calmaba tempestades, daba vista a ciegos de nacimiento o resucitaba muertos, tenía poder para evitar la Cruz, por muchos y fuertes que fueran sus enemigos. Pero no quiso escapar a la Cruz, «voluntariamente aceptada», porque sabía que nosotros la necesitábamos absolutamente para evitar la muerte eterna y renacer a la vida nueva. Por eso desde el principio los cristianos se entendieron a sí mismos como discípulos del Crucificado.

San Pedro, por ejemplo, enseña a los siervos que sufrían a veces bajo la autoridad abusiva de sus señores: «agrada a Dios que por amor suyo soporte uno las ofensas injustamente inferidas… Pues para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo padeció por vosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos» (1Pe 2,19-21).

San Ignacio de Antioquía (+107): «Permitid que [mediante el martirio] imite la pasión de mi Dios» (Romanos 6,3). Y San Fulgencio de Ruspe (+532): «Suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y nosotros sepamos vivir crucificados para el mundo [cf. Gál 5,14]» (Trat. contra Fabiano 28, 16-19).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

 

 

11 comentarios

  
Vicente
para que nosotros, al ver a Jesús Crucificado, creamos de verdad que nos ama infinitamente.
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JMI.-Así es.
Bendición +
05/03/21 3:35 PM
  
Antonio
Me encanta leerlo, padre. Gracias a Dios por sacerdotes como usted. Siempre en mis oraciones.
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JMI.-Gracias. Poco hay mío. Hago antología textos Escritura.
Bendición +
05/03/21 9:31 PM
  
Luis López
Dios se hace hombre porque solamente como hombre mortal puede morir por amor.

Dios puede amar. Pero no morir. Hecho hombre puede amar, puede morir y puede unir en su muerte como hombre todo el amor de un Dios por cada uno de nosotros.

Canceló el acta de acusación por nuestros pecados clavandolo en la cruz. Verdaderamente sus heridas nos han salvado.


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JMI.-Pura Escritura.
Bendición +
05/03/21 11:05 PM
  
Gustavo Lino
Esta cuestión máxima es un gran mysterium fidei.
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Cristo pidió "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Por eso, todo lo escrito por el Padre Iraburu es meritorio, pero secundario y hasta equivocado en el tiro.

Desde luego, no es cierto que "La Trinidad divina quiso la Cruz porque en ella expresa que Dios es Amor". Este pensamiento humano hace de menos a mi Dios, y además no es bíblico.

Lo bíblico es Getsemaní. Allí Cristo implora a su Padre, a su papá, al Abba, que si es posible le libre del Cáliz de la Cruz, carga tan pesada que lo tiene en un estado febril, exudando su preciosísima sangre, por el terrible horror por Él que sabe que va a ser llevado a muerte de Cruz.

Pensar que Dios Padre niega esa posibilidad al Hijo, de librarse del tormento de la Cruz, porque de esa manera se expresa que Dios es Amor, es un pensamiento que hace pequeño a nuestro Dios
Padre.

Por eso, el meritorio escrito del Padre Iraburu es paja. No digo que la paja sea mala. Lo que digo es que es paja. De arriba a abajo.

¿Qué es lo fundamental? Getsemaní: Que NO era posible la REDENCIÓN de la humanidad SIN el asesinato de Cristo en la Cruz.

La Redención es de Cautivos.

¿Cautivos, por quién? De Satanás , por el Pecado Original.

Nuestra Redención -el pago a Satanás- exige la muerte de Cristo, ÚNICO MOTIVO por el que el Padre sacrifica a su Hijo:
Porque tanto amó el Padre al Mundo, que permitió el sacrificio de su Hijo, por quien hizo la Creación.

El Pecado de Adán con Satán concede a este último derechos de PATERNIDAD respecto a los hijos de los Hombres. Esos derechos había que pagarlos. Era de justicia. Y Dios que es Justicia, los pagó con su muerte de cruz.

Si hubiera habido otra posibilidad, el Padre no habría sacrificado a su Hijo. Es más, si hubiera sido posible, el Padre hubiera querido sacrificarse en la Cruz en lugar del Hijo, pero NO era posible.

No lo era porque son los hijos humanos Adán y Eva, instigados por los hijos angélicos caídos -Satán y cia-, quienes cometen el pecado original contra la futura descendencia humana, contra NOSOTROS.

El CRISTO DICE: "Vosotros sois de vuestro PADRE EL DIABLO y queréis cumplir los deseos de vuestro PADRE. Este era HOMICIDA desde el PRINCIPIO, y no se mantuvo en la VERDAD, porque no hay verdad en él; cuando dice la MENTIRA, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y PADRE de la mentira".

SATÁN ES PADRE. Es un hijo de Dios que sería ser como DIOS PADRE. Quería ser PADRE de CRIATURAS, que es lo que distingue a la noción de paternidad divina. Tenía envidia de la paternidad. Y eso, es el pecado original.

Todo esto apunta al Pecado Original. Al terrible pecado por el que Adán y Eva condenaron -por instigación satánica- a unas criaturas inocentes - los hijos de los hombres-, a convertirlos en una descendencia maldita, porque el hijo Satán, quería ser como Dios Padre: quería ser padre de criaturas, para asarnos vivos en MORDOR, en su particular Monte del DESTINO, y para ello precisaba del concurso de quienes estaban a cargo de los animales del Jardín del Edén.

Por eso hubo PREDESTINACIÓN DIVINA. La hubo en anticipación al DESTINO diabólico que sobre nosotros trazó SATÁN, engañando a Adán y a Eva.

Satán, maldito seas por siempre , sigue siendo un hijo de Dios Padre, para su desesperación. Nosotros, por el pecado de Adán, nacemos sin ser hijos de Dios, y solo es por la muerte del Dios Hijo en Cristo por el que Dios Padre puede ADOPTARNOS.

Nosotros somos unos adoptados, cuando Satán y los demonios aún son hijos (Libro de Job), aunque réprobos, porque la filiación divina no se puede perder, pues es don de naturaleza, como en Adán y Eva, y por eso los demonios siguen siendo hijos de Dios, como el resto de los benditos ángeles.

Nosotros no tenemos ese don de naturaleza de filiación divina porque no somos una creación de Dios. A ningún Dios -y menos al nuestro- se le puede ocurrir algo así, pues es una mezcla imposible, que solo es posible en Dios que es libertad y necesidad, Uno y Trino, Justicia y Misericordia, Eros y Ágape, Fuego y Hielo.

Somos un oximorón. De ahí, que San Pablo, que se conocía el Pecado Original al dedillo, explicara cómo nuestra carne animal -heredada por el pecado original- está en combate contra el Espíritu de adopción de hijos de Dios, en nuestro ser escindido porque lo animal lucha contra lo espiritual. Porque lo necesario animal es lo contrario de la libertad filial de hijos de Dios.

Satán tentó a Adán y Eva con lo que era su responsabilidad: los animales del jardín del Edén. E hicieron un animal inteligente por ingeniería genética, supina aberración donde las haya.

Y para empezar a resolver esa aberración Dios otorgó a Adán y Eva un nuevo don: el don de la animalidad. Los transformó justo en aquello que habían creado , para así poder unir el linaje artificial de la serpiente-el pecado original- con el linaje posterior al pecado original : Abel, Caín, Set....etc.

Por eso, todos venimos de Adán y Eva, pero en la multiplicación de la especie NO HUBO INCESTO.

Por eso estamos en la Pre-Parusía. Porque el destino del Hombre, ahora que tenemos Ciencia OTRA VEZ es volver a cometer el Pecado original OTRA VEZ.

De ahí el TRANSHUMANISMO = PECADO ORIGINAL = KATEJON

¿Qué pensaría Dios de nosotros si por la ingeniería genética que acumularemos en el siglo XXI hacemos que un chimpancé pueda pensar?

Pues bien. Eso, es lo que hicieron Adán y Eva. Cogieron un simio y le dieron inteligencia. Y ese simio somos nosotros.

Por eso Dios transformó a la parejita en simios. Por eso, de repente se vieron desnudos, con sus nuevos cuerpos animales. Por eso, a partir de entonces Adán sudaría, cuando no esta destinado a ello. Y por eso Eva, pariría, cuando no estaba destinada a dar a luz por un parto animal a su descendencia, sino que lo harían espiritualmente, pues ni Adán ni Eva eran animales antes del pecado original.

Por eso, el parto de Cristo no podía ser por un parto animal. Por eso Cristo nació virginalmente. Porque el parto animal, como el sudor, como la enfermedad, la muerte, la necesidad,...etc son consecuencia de la vida animal, es decir del pecado original.

Y por eso, en el Arca, van animales puros, pero también impuros, es decir, mezclas de animales cuyo origen no fue divino sino humano. Los animales puros son de Dios. Los impuros, de los hombres.

Y ese el misterio de la fe, que es netamente parusiaco.

Todo lo malo se dirige al transhumanismo, meta sátanica por antonomasia. A pervertir el cuerpo redimido por Cristo, para que Dios no pueda morar en ese Templo: la abominación de la desolación, según el Apocalipsis.

Y esto lo pensaban todos los doctores de la antigüedad hasta que San Agustín cambió de opinión, porque también San Agustín fue de la primera opinión que yo he expuesto aquí. Eso sí, en las retracciones explicó que su primera posición también era admisible, pero que el no sabía cómo podía ser, por lo que se quedó con su segunda opinión: es decir, que Dios había creado a Adán y a Eva en una condición animal, y que esta condición no era una condición sobrevenida, a diferencia de lo que decían los doctores que le habían precedido y que todavía parte de los ortodoxos creen que es así.

La Cruz es inevitable porque somos animales adoptados por Dios. Debemos trascender lo que nos hicieron: nuestra animalidad. Nuestra necesidad con la libertad. Nuestro instinto animal natural de supervivencia con el martirio que niega nuestro instinto.

Es maravilloso. Los ángeles son libres pero no tienen la necesidad que tenemos nosotros por el Pecado Original.

Con lo animal llega la necesidad que está en contradicción con la libertad propia de los hijos de Dios.

Solo Dios puede resolver ese oximorón que es el hombre por el pecado original, pues solo en Dios la libertad convive perfectamente con la necesidad, pues solo Dios puede amar tan libremente con un ángel y tan esclavamente como un animal.

Por eso, la muerte de Cristo es la Pasión.

Es la Pasión Animal de Cristo.

Porque en Dios el EROS sobrepuja al AGAPE. Y por eso el Padre envío a su Hijo a morir. Porque el EROS sobrepuja al AGAPE. Por eso Cristo subió al Monte de Destino, allí en medio de Mordor, a morir y destruir ese anillo que nos esclavizaba con el pago de su muerte en cruz.

Por eso, en la consagración de la carne no se dice en la liturgia específicamente por qué se entrega. Ese personajillo réprobo es demasiada poca cosa como para citarlo en un momento cumbre tan cumbre.

Y en cambio, en la consagración del vino, ya se dice concretamente el porque de esa segunda consagración.

Con la primera consagración se nos redime. Con la segunda se nos hace hijos de Dios. Porque Dios quiso redimirnos, pero no solo eso. Quiso volver a hacernos hijos.

Pero no solo eso. Como por el pecado original somos eros, ahora no solo somos hijos, sino esposas, porque podemos matrimoniar.

Ahí está el misterio de la permisión del pecado original. Debido a tan terrible pecado Dios nos dio tan gran salvador, para que pudiéramos DESPOSARNOS con Cristo por el EROS, algo que ni los mismísimos hijos de Dios angélicos pueden hacer, al no disponer del EROS animal en su naturaleza.

Ahora., censúrenlo. Tanta belleza, amor y verdad, quema demasiado.

¿Cruz? Solo es digna porque nos redime del demonio.
¿Cruz? Solo es digna porque nos desposa con Cristo.
Pan y Vino,
Cuerpo y Sangre.

Esto no es una historia. Es la historia.
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JMI.-¿Por qué quiso Dios la Cruz de Cristo?

Yo respondo en el artículo a esta grave cuestión dando la doctrina católica de la Iglesia, representada de modo suficiente en los muy numerosos textos que cito de Escritura, Tradición y Magisterio apostólico.

El Sr. Gustavo Lino dice, por el contrario, que esa enseñanza, dada por la Iglesia Católica en XX siglos tanto en Oriente como en Occidente, le parece secundaria y equivocada: es paja. Y en su larguísimo comentario nos da "su" explicación, lo que él ha discurrido, "la verdadera explicación", que al ser distinta de la de la Iglesia, es ciertamente falsa.

Pero el papel lo aguanta todo.
Y las pantallas digitales.

06/03/21 12:24 AM
  
Juan L
De joven intentaba responder a esa pregunta de un modo exclusivamente lógico-deductivo, y en mi afán de rematar de un solo golpe argumentativo una cuestión tan trascendental y misteriosa, cometí más de un error. Sin embargo, sí que llegué a vislumbrar un poco cómo es que la cruz de Cristo nos obtiene la redención: la obediencia y la entrega de Sí que Él hizo en la cruz, las re-hace en el corazón del fiel que por Su gracia se deja hacer, de modo que así el hombre obedece y se entrega a su vez.
Claro que esta es una explicación parcial, y no hay manera de agotar todo lo que se puede decir de este misterio.

Gracias padre por el artículo, me hace un gran bien. Me ha hecho recordar este extracto que espero no olvidar nunca, para tener presente cómo es el amor de Dios:

“Santa María Magdalena de Pazzi (…) arrebatada en éxtasis cierto día, tomó un Crucifijo en sus manos y se puso a correr por el monasterio gritando: «¡Oh amor, oh amor!, no me cansaré jamás, Dios mío, de llamaros amor». Y dirigiéndose a las religiosas, sus hermanas, les decía: «¿No sabéis, hermanas amadísimas, que mi Jesús es todo amor?; digo más, ¿qué está loco de amor? Loco de amor, lo digo y lo diré siempre, eres loco de amor, Jesús mío». Y añadía que, cuando llamaba a Jesús «amor», quería que todo el mundo la oyese, para que todos conociesen y amasen el amor de Jesús. A las veces se ponía a tocar las campanas, para que todas las gentes del mundo (a lo menos, este era su afán) viniesen, a ser posible, a adorar y amar a Jesús” (Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, San Alfonso María de Ligorio).

Dios lo bendiga padre.
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JMI.-Gracias por su comentario y su preciosa cita. Bendición +
06/03/21 12:57 AM
  
Luis López
Lo que Gustavo Lino señala acerca de que no era posible la redencion sin el asesinato de Cristo en la cruz, es contrario a la doctrina católica.

Tanto San Agustín como el doctor angelico afirman la conveniencia, que no la necesidad absoluta, de ese modo de redención.

"este modo por el que Dios se dignó liberarnos, por el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, es bueno y conveniente a la dignidad divina; pero hemos de mostrar que hubo otro modo posible para Dios, a cuyo poder están igualmente sometidas todas las cosas" (San Agustín. La Trinidad. Libro XIII).

Y Santo Tomás afirma lo mismo en la Suma Teológica III, 46. 2.

En cuanto al resto del comentario, en fin....
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JMI.-Gracias, Luis. Muy valiosa contribución.
Por el otro lado, hay acciones de muy mala calidad, que su autor las hizo con la mejor intención... Oremos, oremos, oremos.
Bendición +
06/03/21 1:30 PM
  
Liliana
Muchas gracias padre, sus escrito afirman la esperanza en un mundo mejor.
Me parece que para muchos, no le es facil entender el mensaje misterioso de la cruz de Cristo. Para eso es necesaria una espiritualidad firme y verdadera.
Para mi Dios sabia lo que iba a suceder al enviar a su Hijo hecho hombre a la tierra. Porque venir a descubrir y combatir el mal tiene concecuencias violentas, al no responder Jesús con la misma acción desoriento y escandalizó a los que no creen en el Amor ni en la Vida Eterna. Salvación que solo puede dar Santísima Trinidad.
Un saludo Fraterno.
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JMI.-Bendigamos al Señor, pues Él es quien nos conforta en la fe y la esperanza, encendiendo nuestros corazones en su caridad.
Cordial saludo en Cristo y bendición +
08/03/21 11:06 PM
  
Anónimo
Sé que me salgo del tema pero me gustaría hacerle una pregubta.
En mi anterior confesión al ir a confesarme recorde algo aue habia hecho qie me daba vergüenza contar y no sabia si era pecado o si en caso de serlo era mortal o venial. Decidí que ya veria en la confesión si debia contarlo o no pues no me aclaraba y en mitad de ella recordé unusi momento que debia plabtearme si debia contarlo pero decidi esperar a haber contado el resto de pecados para decidir si debia contarlo o no. Pero al final, cuando acabe con el resto de pecados, no lograba recordar cuál era ese pecado. ¿Esa confesión fue inválida?
Gracias.
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JMI- No fue inválida.
De suyo, no hay obligación de acusarse claramente sino de aquellos pecados que estimamos graves, consentidos, culpables.
De los que estamos en duda, no hay propiamente obligación. Pero es aconsejable acusarse presentando como dudoso lo que estimamos dudoso. O empleando alguna fórmula general, como "tal como haya sido en presencia de Dios".
Y si se nos olvida acusarnos de él/ellos, tampoco eso invalida el sacramento.
Bendición +
11/03/21 8:29 AM
  
Mario Enriquez
José María Iraburu.
Le debo a usted una disculpa, en otro articulo tuve la mala educación de opinar sin leer el articulo y sin reflexión, sin la debida atención a usted y las publicaciones y también le pido perdón a Dios, lo que menos quiero es contradecir la voluntad expresa de Dios.

He estado leyendo este y veo las referencias a santos que han escrito sobre el tema y el cuidado que usted tiene en las citas bíblicas.

La voluntad de Dios es soberana, y uno ajustarse a sus designios que al fin son de bondad.

Pues gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por los siglos.


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JMI.-Dar un traspiés en un comentario es cosa que a cualquiera nos puede ocurrir. Lo que es más infrecuente es que luego se reconozca y se pida disculpa. Eso le honra.
Bendición +
15/03/21 7:06 PM
  
Mario Enriquez
Gracias, me siento mejor, si quiere ya no se preocupe en contestarme este.
Gracias por su bendicion.
16/03/21 1:38 AM
  
Manuel d
Verdaderamente, estimado padre, que la cruz es un misterio para todo creyente. No termino de comprenderlo, creo que la razón no es suficiente, pero los sentimientos sí que me llevan a sobrecogerme con este sacrificio. Quizá sea porque no quiero asumir esta realidad trágica de la vida, que representa la muerte. La certeza de la salvación más allá de la cruz es la verdadera esperanza humana que supone el seguimiento de Cristo.
Gracias por su artículo. El Señor y la Virgen le bendigan.
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JMI.-La fe nos introduce en un mundo sobre-humano, siempre misterioso para el pobre hombre que somos. Creación, Providencia, Trinidad eterna, Encarnación del Hijo divino, Pasión, Resurrección, Ascensión, Pentecostés, Eucaristía, Inhabitación, Gracia, Sacramentos... Vida eterna. Mysterium fidei.
"El justo vive de la fe" (Rom 1)
Bendición +
21/03/21 4:28 PM

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