(599) El Espíritu Santo- 4. en la Iglesia
–Qué cosa. Todo lo purifica y eleva Jesucristo…
–Es su misión. “Todo fue hecho por Él y para Él, y todo subsiste en Él” (Col 1,16-17).
–El Espíritu Santo edifica la Iglesia
De nada nos hubiera servido a los hombres la encarnación del Hijo de Dios, la predicación de su luminoso Evangelio, su muerte sacrificial en la Cruz y su resurrección y ascensión a los cielos, si toda esa obra grandiosa de reconciliación entre Dios y los hombres si no se hubiera visto consumada en Pentecostés, por la comunicación del Espíritu Santo prometido. Sin Él, ni siquiera alcanzaríamos a tener la fe. El Hijo, enviado por el Padre y ahora vuelto él, ha cumplido su misión. Y el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, realiza su misión en la Iglesia a lo largo de los siglos, hasta la plenitud escatológica.
El Espíritu Santo viene en Pentecostés «para llevar a plenitud el Misterio pascual», es decir, la obra redentora de Cristo (Pref. Misa Pentec.). Nuestro Señor Jesucristo, antes de padecer, había anunciado todos estos misterios en la última Cena:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre. El espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros lo conocéis, porque permanece en vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros…
«Os he dicho estas cosas mientras permanezco entre vosotros. Pero el Abogado, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,15-19.25-26).
«Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí (15,26)…
«Os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré… Muchas cosas tengo aún que deciros, pero no podéis comprenderlas ahora. Cuando venga aquél, el Espíritu de verdad, él os conducirá hacia la verdad completa… Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer» (16,7.12-14).
–El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia
San Agustín dice de la tercera Persona divina: «lo que el alma es en nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (Serm. 187 de temp.).
Y esa intuición contemplativa y teológica entra para siempre en la tradición católica (Sto. Tomás, In Col. I,18, lect.5; «corazón» del Cuerpo, STh III,8,1; León XIII, Divinum illud 8; Pío XII, Mystici Corporis, Denz: 3808; Vaticano II, LG 7g, en nota; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem 25).
San Juan Pablo II precisaba este enseñanza en una Audiencia general (28-XI-1990):
«El Espíritu Santo, “alma de la Iglesia”, “corazón de la Iglesia”: es un dato hermoso de la Tradición, sobre el que conviene investigar (3). Es evidente que, como explican los teólogos, la expresión “el Espíritu Santo, alma de la Iglesia” se ha de entender de modo analógico, pues no es “forma sustancial” de la Iglesia como lo es el alma para el cuerpo, con el que constituye la única sustancia “hombre”. El Espíritu Santo es el principio vital de la Iglesia, íntimo, pero transcendente. Él es el Dador de vida y de unidad de la Iglesia, en la línea de la causalidad eficiente, es decir, como autor y promotor de la vida divina del Corpus Christi. Lo hace notar el Concilio, según el cual Cristo, “para que nos renováramos incesantemente en él (cf. Ef 4,23), nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano» (LG 7)» (4).
1. Unifica la Iglesia
Cristo «entrega su espíritu» en la cruz para ganar al precio de su sangre la unidad de la Iglesia. Para eso precisamente murió Jesús por el pueblo, «para reunir en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,51-52). Así es como forma «un solo rebaño y un solo pastor» (10,16).
El Padre y el Hijo son uno (Jn 10,30), aunque personalmente son distintos; y el Espíritu Santo, distinto de ellos en la persona, es el lazo de amor que los une. Pues bien, la unidad de la Iglesia ha de ser una participación en la vida de Dios, al mismo tiempo trino y uno. Así lo quiere Cristo: «que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros… Que sean uno, como nosotros somos uno» (17,21-22).
Y esa tan deseada unidad la realiza Cristo comunicando a todos los miembros de su Cuerpo un mismo Espíritu. «Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo… y hemos bebido del mismo Espíritu» (1Cor 12,13). Gracias a la común donación del Espíritu Santo, formamos en la comunidad eclesial «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).
Nuestra unidad eclesial es, pues, una unidad vital en la vida de Dios uno y trino, producida en todos nosotros por un alma única, que es el Espíritu Santo. Por nuestro Señor Jesucristo, «unos y otros tenemos acceso libre al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2,18).Y «el que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo» (Rm 8,9).
«Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu [Santo]. Hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor [Jesucristo]. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios [Padre], que obra todas las cosas en todos. Y a cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para común utilidad. A uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro la fe, en el mismo Espíritu; a otro don de curaciones, en el mismo Espíritu; a otro operaciones de milagros; a otro profecía, a otro discreción de espíritus; a otro, el don de lenguas; a otro el de interpretar las lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere» (1Cor 12,4,11).
La Iglesia, según eso, es un Templo espiritual en el que todas las piedras vivas están trabadas entre sí por el mismo Espíritu Santo, que habita en cada una de ellas y en el conjunto del edificio. Así lo entendía San Ireneo: «donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda su gracia» (Adversus hæreses III,24,1).
Por eso, herejías, cismas, pecados contra la caridad eclesial, y todo lo que introduce en la Iglesia división, sobre todo por algunos teólogos y obispos, son pecados directamente cometidos contra el Espíritu Santo. Y por eso hemos de ser muy «solícitos para conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados» (Ef 4,3-4).
La Liturgia católica nos enseña y recuerda constantemente el misterio de la unidad de la Iglesia.
Y lo hace especialmente en la Misa, pues precisamente en la Eucaristía, sacramento de la unidad de la Iglesia, es donde el Espíritu Santo causa la comunión eclesial. En la Misa, en la segunda invocación al Espíritu Santo, después de la consagración, pedimos al Padre humildemente que «el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo» (II Anáf. eucar.: +III; IV).
2. Vivifica la Iglesia
Todos los ciudadanos de un lugar forman, sin duda, una convivencia, una asociación más o menos unida por el amor social, más o menos cohesionada por la pretensión de un fin, el bien común de todos sus miembros. En un sentido estricto, sin embargo, no puede afirmarse que esa sociedad civil, así formada, constituya un organismo vivo.
La Iglesia, en cambio, constituye con plena verdad «un organismo vivo». En efecto, todos los que han sido «bautizados en el Espíritu Santo» (Hch 1,5) tienen «“un solo corazón y una sola alma” (4,32), porque el Espíritu Santo unifica y anima la Comunión de los Santos como único principio vital intrínseco de todos ellos (1943, Pío XII, enc. Mystici Corporis, Denz 3811).
A todos cuantos en el Bautismo hemos «nacido del agua y del Espíritu» (Jn 3,5), Dios «nos ha salvado en la fuente de la regeneración, renovándonos por el Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador» (Tit 3,5). Así cumplió Cristo su misión: «yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
Y esa vivificación primera en el Espíritu crece y se afirma en el sacramento de la Confirmación, en la Penitencia, en la Eucaristía y, en fin, en todos los sacramentos. En todos ellos se nos da el Espíritu Santo, Dominum et vivificantem, y en todos se nos manifiesta como «Espíritu de vida» (Rm 8,2). Y a través de todos ellos el Espíritu Santo nos conduce a la vida eterna, a la vida infinita.
En fin, como dice el Vaticano II, el Espíritu Santo «es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (+Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres muertos por el pecado, hasta que en Cristo resucite sus cuerpos mortales (+Rm 8,10-11)» (LG 9a).
3. Mueve y gobierna la Iglesia
En la Iglesia hay una gran diversidad de dones y carismas, de funciones y ministerios, pero «todas estas cosas las hace el único y mismo Espíritu» (1Cor 12,11).
El Espíritu Santo, por el impulso suave y eficaz de su gracia interior, mueve el Cuerpo de Cristo y cada uno de sus miembros. Él produce día a día la fidelidad y fecundidad de los matrimonios. Él causa por su gracia la castidad de las vírgenes, la fortaleza de los mártires, la sabiduría de los doctores, la prudencia evangélica de los pastores, la fidelidad perseverante de los religiosos. Y Él es quien, en fin, produce la santidad de los santos, a quienes concede muchas veces hacer obras grandes, extraordinarias, como las de Cristo, y «aún mayores» (Jn 14,12).
Pero también es el Espíritu quien, por gracias externas, que a su vez implican y estimulan gracias internas, mueve a la Iglesia por los pastores y profetas que la conducen. Aquel Espíritu, que antiguamente «habló por los profetas», es el que ilumina hoy en la Iglesia a los «apóstoles y profetas» (Ef 2,20). «Imponiéndoles Pablo las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban lenguas y profetizaban» (Hch 19,6-7; +11,27-28; 13,1; 15,32; 21,4.9.11).
Es el Espíritu Santo quien elige, consagra y envía tanto a los profetas como a los pastores de la Iglesia, es decir, a aquellos que han de enseñar y conducir al pueblo cristiano (+Bernabé y Saulo, Hch 11,24;13,1-4; Timoteo, 1Tim 1,18; 4,14). Igualmente, los misioneros van «enviados por el Espíritu Santo» a un sitio o a otro (Hch 13,4; etc.), o al contrario, por el Espíritu Santo son disuadidos de ciertas misiones (16,6). Es Él quien «ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios» (20,28). Y Él es también quien, por medio de los Concilios, orienta y rige a la Iglesia desde sus comienzos, como se vio en Jerusalén al principio: «el Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido» (15,28)…
Ven, Espíritu Santo, ilumina los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.
José María Iraburu, sacerdote
13 comentarios
Al fin y al cabo;
... también es el Espíritu quien, por gracias externas, que a su vez implican y estimulan gracias internas, mueve a la Iglesia por los pastores y profetas que la conducen
---------------------
JMI.-Así lo dije. "El Espíritu Santo, por el impulso suave y eficaz de su gracia interior, mueve el Cuerpo de Cristo y cada uno de sus miembros. Él produce día a día la fidelidad y fecundidad de los matrimonios. Él causa por su gracia la castidad de las vírgenes, la fortaleza de los mártires, la sabiduría de los doctores, la prudencia evangélica de los pastores, la fidelidad perseverante de los religiosos. Y Él es quien, en fin, produce la santidad de los santos, a quienes concede muchas veces hacer obras grandes, extraordinarias, como las de Cristo, y «aún mayores» (Jn 14,12)".
------------------------------------
JMI.-Unos enredan los temas con sus comentarios, y otros, como usted, los aclaran.
Gracias. Bendición +
El Cuerpo de Cristo Eucaristía puede no llegar a muchas personas, pero el Espíritu Santo llega a todos, y unos sigue sus mociones e inspiraciones, y otros no.
¿Es así?
Si esto es así, Cristo, al instituir la Eucaristía, quiso, con ello, preparar acomodo digno en el alma del que comulga, al Espíritu Santo.
Eso parece indicar que Cristo sea Templo, y nuestros cuerpos y almas, templo del Espíritu Santo.
Repito la pregunta: ¿es esto así?
--------------------------------------------------
JMI.-No sé decirle. Tendría que estudiar el tema, que no queda expuesto con toda precisión. Y no puedo hacerlo.
El Papa Francisco no los ha corregido ; lo cual quiere decir que aprueba esta declaración cómo inspirada por el Espíritu de Dios.
¡¡¡ Ven Espíritu Santo !!!
-----------------------------------------
JMI.-No le respondo al caso concreto que alude.
Sólo le diré que las asistencias del Espíritu Santo a la Jerarquía de la Iglesia no necesariamente son acogidas, y pueden ser resistidas, evidentemente. Fuera de las que se producen en declaraciones dogmáticas "ex cathedra".
El ESanto asíste a los esposos en la fidelidad con la fuerza continua del sacramento. Asíste, sí, pero algunos resisten su gracia e incurren en adulterio. Et sic de caeteris.
Todos los vigores del espíritu, los vuelos más elevados de sus alas portentosas, los pensamientos más eminentes de su inteligencia, pueden comprender las gloriosas hecatombes, conmociones, explosiones de luz y transfiguraciones de las que somos testigos y actores en el actual momento del mundo. Sin preverlo de modo concreto, sólo atisbado por algunos espíritus de los últimos siglos, se ha desatado la tempestad que permitirá el nacimiento de un MUNDO NUEVO. Los espacios solitarios de las galaxias, los silencios estremecedores de las regiones más apartadas del universo, contemplan extasiados su creciente liberación de las fuerzas que los sometían a esclavitud, ven cumplirse sus ansias de “participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8), porque la Aurora de María, la Esposa del Espíritu Santo, ilumina ya el universo entero; el cántico de los ángeles es enseñado a los hombres con voz queda, que irá creciendo hasta poder aprender aquel cántico nuevo: “porque con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra” (Apoc 5, 9-10). Siempre que en los hombres han surgidos voces profundas, éstas no pueden sino rumorear, siquiera, el cántico de los redimidos. Y van a resonar en aquellos ámbitos de la tierra y del universo que esperan como de una oración, las espadas de los ángeles y las voces de los hombres, inconscientes de su poder y majestad.
1. El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo. Un solo Dios en tres Personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
2. Hoy, domingo siguiente después de Pentecostés, celebramos el día de la Santísima Trinidad, misterio que no podemos entender con la razón, que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela.
3. Dogma difícil de entender, pero fue el primero que entendieron los Apóstoles, ya que después de la Resurrección comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.
4. Pero, antes de la Resurrección de Jesús quisiera hablar del Espíritu Santo en el dogma de la bajada de Cristo a los infiernos cuyo fundamento tiene en San Pedro: "Cristo murió una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu, y en El (Espíritu Santo) fue a predicar a los espíritus que estaban en la prisión." (1 Pe 3,18-19). Y poco después: "Que por esto fue anunciado el Evangelio a los muertos, para que,condenados en carne según los hombres, vivan en el espíritu según Dios." (1 Pe 4,6). Este es el lugar, se citan otros lugares pero sujeto a diversas interpretaciones, más claro de la Sagrada Escritura de la relación Espíritu Santo e infierno en Cristo.
5.El Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, atendiendo a los efectos que produjo en el infierno permaneciendo en el alma de Cristo, descendió Su alma a los infiernos al cargar con todos los pecados del mundo, y en el cuerpo en el Sepulcro, dogma de fe, para mediante Cristo y la omnipotencia del Padre y Dios nuestro librarnos a nosotros de tener que bajar a ellos, para arrebatarle al diablo las almas de los justos que injustamente retenía en los infiernos a causa del pecado original de la naturaleza humana y para triunfar sobre el infierno visitándolo e iluminándolo, a fin de que al nombre de Jesús "dóblese toda rodilla, no sólo en el cielo, sino también en el infierno» (Fil 2,10), pues con la Resurrección Jesús tiene todo poder sobre cielo y tierra.
6. Dogma de fe el descenso a los infiernos que rechaza de plano la superchería de la sola fe de Lutero en su particular "justificación por la fe", pues con ello afirmamos también que la misma persona de Cristo estuvo presente a la vez en el infierno y en el sepulcro. Los protestantes no deben extrañarse de esta afirmación, ya que aunque el alma se separó del cuerpo, nunca se separó la Divinidad ni del alma ni del cuerpo... y todo Cristo estuvo en el infierno y en el Sepulcro, y ese "todo" incluye a la Santísima Trinidad.
7. Santísima Trinidad en el infierno que no permite el Espíritu Santo la muerte de Cristo, la separación del alma de la divinidad, ni que sufra las penas del infierno, como afirman y aseguran los protestantes para justificar su salvación por la sola fe pues vienen a decir: "peca todo lo que quieras que Jesús ya ha sufrido por ti, por nosotros, las penas del infierno para salvarte, ten fe sin la enseñanza del Espíritu Santo (este es el engaño del demonio)", y por supuesto para los protestantes el purgatorio no existe. Cosa que jamás ha dicho la Iglesia Católica y que tiene imposible casación entre católicos y protestantes en el Ecumenismo si los últimos no se convierten en católicos. El protestante renuncia pues totalmente a este dogma. Pero para un católico no cabe la menor duda, pues consta expresamente en la fórmula misma del Símbolo de la fe. Así, la bienaventuranza celestial es también gracias a los efectos que produjo el Espíritu Santo cuando Cristo baja a todos los infiernos que se conocen, pero con diferente finalidad a cada uno, pues baja al infierno de los condenados para convencerles de su incredulidad y malicia; al purgatorio, para darles la esperanza de alcanzar la gloria en el Espíritu Santo por el Perdón del Padre, y al limbo de los patriarcas, para infundir la luz de la gloria eterna a los justos que estaban retenidos allí por el pecado original de la naturaleza humana. La realeza de Nuestro Señor Jesucristo con presencia real únicamente en el limbo de los patriarcas para visitar en su morada con el Alma a los que por la Gracia había visitado interiormente con su divinidad. Y desde allí, la Santísima Trinidad en la divinidad de Cristo extendió a los demás infiernos su influencia, padeciendo pues sólo en un lugar de la tierra y no también en el infierno como aseguraba Lutero. Por tanto, el sacrificio único y eterno de Jesús, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad libera con su Pasión y muerte en Cruz al mundo entero.
------------------------
JMI.-Éste no es un comentario al articulo.
Muchas gracias padre José María ; ojalá hubiese muchos sacerdotes como usted . Los obispos y cardenales deben ser.,y lo son ; sacerdotes de Dios por encima de todo.
Un cordial saludo.
--------------------------
JMI.-Saludo en Cristo. Bendición +
De lo que resulta que la obra por excelencia del Espíritu Santo es la Iglesia. Ahora bien, la Iglesia, como la muestra el P. Humbert Clérissac O.P., en textos póstumos publicados por Jacques Maritain, El Misterio de la Iglesia (Bs. As. 1933), comprende la creación entera desde antes de su existencia: “Ya en el siglo II, Hermas representaba a la Iglesia con la fuerza de una anciana, y lo explicaba de este modo; “Fue fundada antes que todas las cosas, y el mundo ha sido creado para ella” (Le Pasteur. Vis. II, Cap. IV). “La Iglesia, dice el P. Clérissac, tiene ese lugar en el pensamiento divino, primero: porque participa, de un modo más íntimo y más amplio que la creación natural, de las perfección del Hijo en quien Dios se contempla”.
De aquí cabe comprender hoy, que el Evangelio debe ser anunciado en los remotos confines de nuestro mundo, Hasta ellos llega la misión de la Iglesia, porque la realidad toda ha sido asumida por Cristo: “Todo subsiste en Él” (Col 1, 17). Los dominios de su Reino se extienden al orbe todo. Y todo debe ser puesto nuevamente bajo su Autoridad efectiva, desalojando al enemigo que los ha usurpado desde el tiempo de la caída original. Por ello, la Iglesia debe llegar hasta allí en su misión de Madre y Maestra.
Cuando penetramos en aquellas abadías y monasterios que se alojan en los espacios siderales ignotos, y escuchamos los silencios inauditos de la creación, está el Espíritu Santo que con gemidos inefables nos invita a acudir a donde terminan nuestros pesares y se inician los senderos eternos. El Espíritu del Señor nos conduce, de la mano de María, donde está Cristo esperando que cenemos juntos, en la Mansión de nuestro Padre que sale a recibirnos. Reconfortados, partimos a anunciar el Evangelio a esos mundos lejanos, porque donde hay mundo, está su príncipe usurpando los derechos soberanos de Cristo. Anunciando a Cristo, rechazamos al demonio, hacemos huir en desbande las hordas del infierno, y plantamos la bandera del Reino. En esas inmensidades inconcebibles hacemos presente el Reino, reivindicamos los derechos conquistados por el Rey, somos sus pregoneros en las latitudes que esperan el anuncio de la Victoria.
El Espíritu Santo ilumina nuestra inteligencia e incendia nuestros corazones ante los esplendores de la creación, en la tierra y en los espacios del cosmos. La Astronomía se presenta, entonces, al igual que las ciencias en general, como reveladora de la magnitud física del mundo redimido por Cristo, confiado a la Iglesia a fin de que sus miembros edifiquemos el Reino.
Para que sea RESTAURADA LA ARMONÍA PRIMITIVA, como lo anunciaba y esperaba Pío XII, debemos erradicar la malicia, la anarquía y el caos desatado por el enemigo en todo el universo; es hacer presente en los mundos extragalácticos, la CIVILIZACIÓN DEL AMOR (S. Pablo VI). CRUZAR EL UMBRAL DE LA ESPERANZA (S.J.P. II), es nuestro DEBER Y VOCACIÓN HOY.
La MISIÓN MEDIANERA DE MARÍA, hace posible la obra transformadora del Espíritu Santo. Ella irradia desde su Aurora la voz potente que nos despierta del sueño, nos lleva a la vida nueva de hijos de Dios que reconocen y escuchan, en una noche diáfana, distinta de la que oprime al mundo, los lugares augustos y los llamados que nos envían las estrellas infinitas: les sea anunciado el Evangelio. “Ha llegado el Día. ¿Y no lo ven? Ha llegado la Misericordia. ¿Y no la aceptan?” (Mensaje de Jesús en San Nicolás”.
El (596) lo iniciaba: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo inicio una serie de artículos sobre el Espíritu Santo, sus preciosos dones y su acción continua en la vida espiritual. Pero antes es necesario que recuerde y confiese la fe católica en la Santísima Trinidad”.
Prevenía: “¿Y usted cree que los lectores se van a interesar por este tema?
–Le respondo, como los gallegos, con otra pregunta. ¿Y usted ve normal que los cristianos no se interesen por conocer más el misterio de la Santísima Trinidad?”
Digno Introito, su afirmación, en este día solemne para reflexionar ante el triple Vitral de las Personas Divinas, que irradia sus manantiales de Luz sobre la Iglesia, la humanidad y el universo todo.
Casi nos sorprendemos hablar de cosas eminentes e inefables ante un mundo aturdido. Ernesto Hello, contemplaba nuestro tiempo con intuición profética: “La situación del mundo actual es un misterio. En la vecindad de este misterio, me asombro oírme hablar…La Palabra es un acto. Por eso trato yo de hablar” (El Hombre, Prefacio). Nos sucede hoy a nosotros, ciento cincuenta años después, porque el misterio se ha hecho más palpitante aún. Pareciera que ráfagas de luz lo penetran y lo van manifestando.
Lo que manifiestan es ante todo una comprensión mayor de la misión por excelencia de la Iglesia, la que procede de su esencia de Cuerpo Místico de Cristo: EVANGELIZAR. Jesús, dice en un Mensaje dado en San Nicolás: “Id y Evangelizad; no os fijéis donde. En el lugar donde estéis Evangelizad a vuestros hermanos que nada conocen de la Palabra de Dios. No lo olvidéis,Evangelizad” (30-Dic-1989).
Entiendo que para evangelizar es fundamental que el hombre sepa que es imagen de Dios. Esta imagen comporta el vínculo del hombre con la creación. No puede ser considerado el hombre como separado del contexto ontológico en el que fue creado, tanto en su orden físico, biológico, como espiritual, que tiene bajo su responsabilidad el gobierno de las cosas. Este gobierno, hoy atrofiado como consecuencia del pecado original, ha sido restablecido y asumido en su plenitud por Cristo, que ha conferido a la Iglesia la misión de hacerlo efectivo mediante la Liturgia, destinada a la santificación de los hombres y a restaurar la sacralidad de las cosas, a fin de que el Reino sea posible.
Evangelizar implica REVELAR EL HOMBRE AL HOMBRE. Dios nos revela nuestra propia identidad de modo creciente, luego del largo olvido que siguió a la caída en el Paraíso terrenal. En el Antiguo Testamento se inicia esta pedagogía divina, que llega a su plenitud con Cristo Hombre Dios, Cristo es la revelación del Padre, y es también la revelación de Dios hecho Hombre. En Él somos deslumbrados por nuestra propia identidad sobreelevada por la Encarnación.
Abrevio. El cristiano de hoy, al conocer más el macro y el micro cosmos, puede preguntarse por la relación de ambos con el Reino; de lo que deriva nuestra responsabilidad frente a tales abismos de la creación. Se plantea la cuestión de si corresponde hablar y en qué sentido, de la evangelización de la creatura infrahumana. La cuestión es vastamente tratada en la obra del P. Cipriano Vagaggini O.S.B.: “El Sentido Teológico de la Liturgia” (BAC, 1959), de cuya exposición surge claro que la Liturgia tiene entre sus fines hacer extensivo a la creación los frutos de la Redención. Responde así, al clamor de las creaturas por ser liberadas de su sujeción al pecado “para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8). Esta cuestión, así resuelta, se vincula a otra de carácter metafísico-teológico: la relación entre el hombre corporal-espiritual y las creaturas materiales irracionales, o infrahumanas. La misma gira en torno a la naturaleza inteligible del ser contingente material, que no es inerte ni tampoco profano, sino que en él se agita el verbo creador que lo sostiene en el ser, que le participa en su orden propio, infra humano, la semejanza con el Creador, confiriéndole sacralidad y vida, en el sentido de que hay una vida animal, otra vegetal y otra mineral u inorgánica. El Espíritu Santo que participó en la creación por el Verbo, es espíritu de vida, que hace de las cosas seres afines al hombre, que esperan de él su liberación del pecado y su participación en la libertad de la gloria. Esto abre el camino hacia la restauración de la armonía primitiva, estableciendo el fundamento teológico de su posibilidad. El caos que siguió al pecado original alteró esta relación inicial de Adán con las creaturas. No significa que la Iglesia pueda restablecer por vía de la teología esta armonía interrumpida, sino que puede establecer el fundamento de su posibilidad, colaborando por medio de la Liturgia a la salud de la creación, en espera de que el “hombre nuevo” se manifieste en nosotros. Resumiendo: parece posible hablar de evangelización del mundo infra-humano del macro y del micro cosmos, llevando a las creaturas materiales la salud de la Redención a fin de liberarlas de la usurpación por parte del demonio; feudos del Reino, llamados a resplandecer en la luz de la esencial inteligibilidad de las creaturas, aún de las inferiores, cuyas voces proclaman "lo que Dios es en cada una de ellas, y lo que cada una de ellas es en Dios" (San Juan de la Cruz, El Cántico Espiritual,XIV y XV).
La zona de comentarios no está para escribir artículos. No nos hagan limitar también el número de caracteres por comentario en los blogs, como ocurre en las noticias
1. El Espíritu Santo edifica la Iglesia: las piedras vivas no pueden labrarse en el Edificio del Padre sin la acción del Espíritu Santo de lavar los pecados que carga Cristo en la Cruz y en el infierno. Bautismo, Confesión y Eucaristía.
2. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia: el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es el Espíritu Santo en nuestro sepulcro que repara nuestro cuerpo corrupto para resurrección de nuestra carne y hace morada de Dios a nuestra alma vivificada por nuestros pecados borrados del infierno cuyo centro es la Eucaristía.
Expongo la ruptura de la Reforma protestante de Lutero y la causa imposible de unificación entre católicos y protestantes, pues la unidad es en el Espíritu Santo para la confesión de los pecados en la convergencia e imagen de Cristo para entrar al Cielo que santifica también en el purgatorio que no es el infierno.
Y el Espíritu Santo mueve y gobierna la Iglesia por el arrepentimiento y rechazo del pecado en la enseñanza de la fe infusa en nosotros mediante sus dones en la caridad infusa y la santidad de la esperanza infusa.
3. Al proceder el Espíritu Santo del Padre y del Hijo en el círculo de amor trinitario es difícil la acción del Espíritu Santo sin la acción del Padre y del Hijo pues es la misma Voluntad de Dios.
PD: Quizás me extendí pero creo que era necesario y mi intención fue complementar los puntos expuestos.
Toda herejía es pecado contra el Espíritu Santo. Lutero cometió herejía y fue excomulgado por el Papa León X.
Si esta excomunión se llegare a levantar hoy en día, tendría efectos canónicos retroactivos ?
Gracias y Bendición!
----------------------------
JMI.-Va fuera de tema.
Bendición +
Me calan mucho las palabras del apóstol de las gentes a los romanos «el que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo».
Cuánto debemos orar y pedir el Espíritu de Cristo para actuar en todo según su voluntad!
Bendición Padre Iraburu!
----------------------------------
JMI.-Bendición + Waldemir.
Dejar un comentario