(596) El Espíritu Santo- 1. Revelación de la Trinidad
–¿Y usted cree que los lectores se van a interesar por este tema?
–Le respondo, como los gallegos, con otra pregunta. ¿Y usted ve normal que los cristianos no se interesen por conocer más el misterio de la Santísima Trinidad?
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo inicio una serie de articulos sobre el Espíritu Santo, sus preciosos dones y su acción continua en la vida espiritual. Pero antes es necesarrio que recuerde y confiese la fe católica en la Santísima Trinidad.
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La revelación de la Santísima Trinidad
–Sagrada Escritura
El hombre puede por la razón conocer a su Creador. Es de fe que «por la grandeza y hermosura de las criaturas, mediante la razón, se llega [es posible llegar] a conocer al Creador de ellas» (Sab 13,5; +Rm 1,19-20; Vaticano I: Dz 3026). Puede la razón, con sus propias luces naturales, llegar a conocer que Dios existe, que es único, bueno, omnipotente, providente, etc. Pocos, sin embargo, llegan a ese conocimiento, como lo muestra la historia de las religiones.
Pero en todo caso nunca, sin la Revelación divina, puede el hombre alcanzar a conocer el misterio de las tres Personas divinas. Únicamente en Jesucristo se nos revela el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
«Nadie ha visto a Dios jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado a conocer» (Jn 1,18; +1Jn 4,12) .
-Antiguo Testamento
En la Revelación divina que Israel recibe, Yavé no se manifiesta en el misterio de las Tres Personas divinas. Y así como en muchas ocasiones la antigua Escritura habla de Dios en modo antropomórfico –alude a la mano de Dios, a su boca, a su brazo–, también habla, y con no poca frecuencia, del espíritu de Dios, del espíritu de Yavé (ruah Yavé): es decir, de su aliento vital. En el hombre, como en los animales, la respiración, el aliento, es la vida. Y en un sentido semejante se habla del santo espíritu de Yavé; pero no como Persona divina (+Is 63,10-11.14; Sal 50,13).
Las antiguas Escrituras suelen hablar del santo espíritu del Señor divino en cuanto fuerza vivificante de la creación entera, ya desde su inicio (Gén 1,2; 2,7). Y el Espíritu divino se alude muchas veces como acción salvadora de Yavé entre los hombres. Es el espíritu de Yavé el que impulsa a Sansón (Jue 13,25), el que establece y asiste a los jueces (Jue 3,10; 6,34) o a los reyes (1Sam 10,16), ilumina sobrenaturalmente a José (Gén 41,38; 42,38), a Daniel (Dan 4,5; 5,11), asiste con su prudencia a Moisés y a los setenta ancianos (Núm 11,17.25-26,29), y sobre todo, inspira a los profetas (Is 48,16; 61,1; Ez 11,5).
Vemos en estos casos que el Espíritu divino es dado a ciertos hombres elegidos, aunque todavía en forma medida. Por otra parte, desde el fondo de los siglos, anuncia la Escritura que, en la plenitud de los tiempos, Dios establecerá un Mesías, en el que residirá con plenitud el Espíritu divino (Is 11,1-5; 42,1-9). Y también revela que, a partir de este Mesías, el Espíritu divino será difundido entre todos los hombres que lo reciban (Is 32,15; 44,3):
«Yo les daré otro corazón, y pondré en ellos un espíritu nuevo; quitaré de su cuerpo su corazón de piedra, y les daré un corazón de carne, para que sigan mis mandamientos, y observen y practiquen mis leyes, y vengan a ser mi pueblo y sea yo su Dios» (Ez 11,19; +36,26-27; Zac 12,10; Joel 3,1-2).
-Nuevo Testamento
La revelación plena de la Trinidad divina, y por tanto del Espíritu Santo, se concede por nuestro Señor Jesucristo. Es en los Evangelios donde el Espíritu divino se revela muchas veces como persona, en cuanto distinto del Padre y del Hijo. Señalo los momentos principales de esta gran revelación.
-«Por obra del Espíritu Santo» se encarna al Hijo divino en las entrañas de la Virgen María: (Lc 1,35). Y es el Espíritu Santo quien desvela este misterio a Isabel (Lc 1,41), a Zacarías (1,67), a Simeón (2,25-27).
-En el bautismo de Jesús en el Jordán, al mismo tiempo que se oye la voz del Padre, desciende el Espíritu Santo en figura de paloma sobre el visible Hijo encarnado (3,22). Ésta es en toda la historia de la salvación la primera epifanía de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Dios único, Creador del cielo y de la tierra, se manifiesta en el misterio formidable de las tres Personas divinas distintas.
-Es el Espíritu Santo quien conduce a Jesús al desierto, para que luego, saliendo de él, inicie su ministerio como Profeta enviado por el Padre (Lc 4,1). Es Él quien llena de alegría a Cristo, mostrándole la predilección del Padre por los pequeños (10,21). Por el Espíritu Santo hace Jesús milagros admirables, revelando su condición mesiánica de Enviado de Dios (Mt 12,28).
-En la última Cena, Jesús anuncia a sus discípulos que, una vez vuelto al Padre, recibirán «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre» (Jn 14,26). Él permanecerá con ellos como Abogado defensor (14,16-17), y como «Espíritu de verdad, que os guiará hacia la verdad completa» (16,13). Tres Personas distintas, las tres divinas e iguales en eternidad, santidad, omnipotencia, bondad y belleza.
-Poco después, en la cruz redentora, «Cristo se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios por el Espíritu eterno» (Heb 9,14). Es en el fuego del Espíritu Santo, en la llama del amor divino, en el que Cristo ofrece al Padre el holocausto sacrificial de la redención.
La epíclesis eucarística nos lo recuerda cada día. «Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y + Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios» (Pleg.eucaristica III).
-«Por obra del Espíritu Santo» nace en Pentecostés la santa Iglesia (+Hch 2). Él es, con los apóstoles, el protagonista de la evangelización: «Recibiréis el Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría, y hasta los últimos confines de la tierra» (Hch 1,8). Y ellos «llenos del Espíritu Santo, hablaban la Palabra de Dios con libertad» (4,31).
-«Por obra del Espíritu Santo», los hombres que reciben a Cristo vuelven a nacer «del agua y del Espíritu» (Jn 3,5). Y son nuevas criaturas, bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).
En adelante, pues, toda la vida sobrenatural cristiana será explicada en clave trinitaria. Los que viven en Cristo, iluminados y movidos por el Espíritu Santo, ésos son los hijos de Dios Padre (+Rm 8,10-14). Y toda la vida litúrgica de la Iglesia se inicia «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
«La gracia del Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2Cor 13,13).
Tradición doctrinal
–La Santísima Trinidad, centro absoluto de la Iglesia
En el árbol inmenso de la sabiduría cristiana, lo primero que ha de afirmarse es la raíz de todo, el tronco, las ramas fundamentales que de él brotan, las hojas, las flores y los frutos. Y así fue en los primeros siglos de la Iglesia. La predicación de los Santos Padres, igual que los primeros Concilios, tratan principalmente de las raíces del árbol eclesial: el formidable misterio de la Santísima Trinidad, la Encarnación histórica del Hijo, la divinidad de Jesucristo, la condición también divina del Espíritu Santo.
Y esta «radicalidad» en la predicación y en la vida de la Iglesia es la causa fundamental de esa luminosidad maravillosa que la caracteriza en los primeros siglos. La predicación, los textos conservados, las catequesis y la liturgia, que se va formando por entonces, están siempre centrados en el centro del misterio cristiano: Trinidad, Encarnación del Hijo, efusión del Espíritu Santo… Esto es lo que predica y vive la Iglesia primitiva, pues es lo que lleva en su corazón, y «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).
Con gran frecuencia, y al mismo tiempo con toda profundidad y sencillez, los antiguos Pastores de la Iglesia, en un lenguaje a un tiempo preciso y asequible a los fieles, predicaban ya desde las catequesis la fe en la Trinidad, la fe que nos salva. Y fundamentándose en esta fe, los Padres escribían impresionantes tratados De Trinitate, como el de San Hilario (+367) o el de San Agustín (+430), decisivo éste para la tradición católica posterior.
–La excelsa doctrina de la Trinidad
La primera contemplación de los Padres va entendiendo que nuestro Señor Jesucristo es revelación del Hijo divino eterno. Y que al mismo tiempo, por su encarnación y su cruz, Jesucristo es la suprema revelación del Padre: «quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14,9). Y que el mismo Cristo es la revelación del Espíritu Santo: «yo os enviaré de parte del Padre el Espíritu de verdad, que procede del Padre» (15,26).
Así lo expresa y confiesa el venerable símbolo de la fe Quicumque, llamado «atanasiano», modernamente atribuido a grandes autores de los siglos IV-VI; entre ellos, a San Hilario (+367), San Ambrosio (+397), San Fulgencio de Ruspe (+532), San Cesáreo de Arlés (+543). Ese texto grandioso queda como dogma de la fe en la santísima Trinidad y se reza en las liturgias de Oriente y Occidente:
«La fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas, ni separar la sustancia. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad.
«Cual es el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo.
«Y sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso… Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente.
«Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios el Espíritu Santo; y sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios. Así, Señor es el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espíritu Santo: y sin embargo, no son tres señores, sino un solo Señor […]
«El Padre por nadie fue hecho, ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede.
«…Y en esta Trinidad nada es antes ni después, nada mayor o menor; sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales. De suerte que en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad.
«El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad» (Denz 75-76).
Por confesar esta fe en el misterio de la santísima Trinidad, muchos antiguos cristianos sufrieron prisión o destierro, destituciones o exilios, confiscación de bienes o muerte. Ellos sabían bien que en el árbol de la sabiduría cristiana esa fe en la Trinidad es la raíz de donde brota y crece, florece y fructifica el árbol entero de la Santa Madre Iglesia.
–El Padre, principio sin principio
«Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible» (Credo, Nicea 325, Iº Concilio ecuménico: Denz 125).
Creo en Dios Padre, origen único de todo cuanto existe, eterno y omnipotente, infinitamente bueno y santo, que no tiene principio y que es principio de todo, pues de Él proceden eternamente el Hijo y el Espíritu Santo, y de los Tres procede el mundo, por creación admirable.
«Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces, en el que no se da mudanza ni sombra de alteración» (Sant 1,17).
–El Hijo, engendrado por el Padre
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, consustancial al Padre, por quien todo fue hecho; que, por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre» (Credo, Nicea 125).
El Hijo eterno, encarnado en el tiempo… Como los primeros discípulos, nos preguntamos también nosotros acerca de la misteriosa identidad personal de Jesús: «¿quién es éste?» (Mc 4,41)… Éste, en palabras del ángel Gabriel, «será reconocido como Hijo del Altísimo, será llamado Santo, Hijo de Dios» (Lc 1,32.35). Y en palabras de Simón Pedro: él es «el Mesías, el Hijo del Dios viviente» (Mt 16,16).
Cuando los Apóstoles dicen que Jesús es el Hijo de Dios quieren decir que Jesús es «la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra…; todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el primogénito de los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud [divina], y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1,15-20; +Flp 2,5-9; Heb 1,1-4; Jn 1,1-18).
«En Cristo habita la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9). La unión existente entre Dios y Jesús no es sólamente una unión de mutuo amor, de profunda amistad, una unión de gracia, como la hay en el caso del Bautista o de María, la Llena de gracia. Es mucho más que eso: es una unión hipostática, es decir, personal, en la persona. Así lo confiesa el concilio de Calcedonia (a.451):
Jesucristo es «el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente y el mismo verdaderamente hombre… Engendrado por el Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María la Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad» (Denz 301).
Cristo Jesús es, pues, el hombre celestial (1Cor 15,47), y Él es consciente de que es mayor que David (Mt 22,45), anterior a Abraham (Jn 8,58), más sabio que Salomón (Mt 12,42), bajado del cielo (Jn 6,51), para instaurar entre los hombres el Templo definitivo (2,19). Esta condición divina de Jesús, velada y revelada en su humanidad sagrada, se manifiesta en el bautismo (Mt 3,16-17), en la transfiguración (17,1-8), en la autoridad de sus palabras, en la fuerza prodigiosa de sus acciones y milagros.
Jesús, en efecto, hizo muchos milagros (Jn 20,30; 21,25). Y los apóstoles en su predicación atestiguaron con fuerza los milagros de Jesús, para suscitar la fe de los hombres: «Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis»… (Hch 2,22; +10,37-39).
-Jesucristo es precisamente «el Hijo» de Dios Padre
Toda la fisonomía de Jesús es netamente filial. Pensemos en la analogía de la filiación humana. El hijo recibe vida de su padre, una vida semejante a la de su padre, de la misma naturaleza. Incluso el hijo suele ser semejante al padre en ciertos rasgos peculiares psíquicos y somáticos. Al paso de los años, el hijo se emancipa de su padre, hasta hacerse una vida independiente –y no será raro que el padre anciano pase a depender del hijo–.
Según esto, ya se entiende que la analogía padre-hijo, que parte de nuestra experiencia humana, resulta muy pobre para expresar la plenitud de filiación del Unigénito divino respecto de su Padre. Esta filiación divina es infinitamente más real, más profunda y perfecta. El Hijo recibe una vida no solo semejante, sino una vida idéntica a la del Padre. Él no solo es semejante, sino que es idéntico al Padre. Y por otra parte, el Hijo es eternamente engendrado por el Padre, es decir, recibe siempre todo del Padre, en una dependencia filial absoluta, que implica un infinito amor mutuo, y que al paso del tiempo no disminuye en modo alguno.
El Padre ama al Hijo (Jn 5,20; 10,17), y el Hijo ama al Padre (14,31). Hay entre ellos una unidad perfecta (14,10). Jesús nunca está solo, sino que está con el Padre que le ha enviado (8,16). El pensamiento del Hijo, su enseñanza, depende siempre del Padre (5,30); y lo mismo su actividad: nada hace el Hijo sino aquello que el Padre le va dando hacer (14,10).
–El testimonio de los Padres más antiguos.
Escuchemos únicamente la palabra venerable de uno de los más antiguos Padres de la Iglesia, San Ireneo de Lyon (+200), pastor, teólogo y mártir. Él fue nieto de los Apóstoles, pues en su juventud fue discípulo de San Policarpo de Esmirna (+155), que escuchó directamente a aquéllos:
«Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela el Hijo, ni conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre… Ya por el mismo hecho de la creación, el Verbo revela a Dios creador; por el hecho de la existencia del mundo, revela al Señor que lo ha fabricado; por la materia modelada, al Artífice que la ha modelado y, a través del Hijo, al Padre que lo ha engendrado […] También el Verbo se anunciaba a sí mismo y al Padre a través de la ley y de los profetas […]. Y el Padre se mostró a sí mismo, hecho visible y palpable en la persona del Verbo[…], pues la realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en la que veían al Padre era el Hijo…
«En este sentido decía el Señor: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27)» (Contra las herejías 4,6: 3.5.6.7).
–Explicación teológica
Un gran maestro de espiritualidad, el Beato dom Columba Marmion (+1923), benedictino, fiel discípulo de Santo Tomás, resume así la catequesis teológica tradicional sobre la inefable generación eterna y temporal del Hijo:
«He aquí una maravilla que nos descubre la divina revelación: en Dios hay fecundidad, posee una paternidad espiritual e inefable. Es Padre, y como tal, principio de toda la vida divina en la Santísima Trinidad. Dios, Inteligencia infinita, se comprende perfectamente. En un solo acto ve todo lo que es y todo cuanto hay en Él; de una sola mirada abarca, por decirlo así, la plenitud de sus perfecciones, y en una sola Idea, en una Palabra, que agota todo su conocimiento, expresa ese mismo conocimiento infinito. Esa idea concebida por la inteligencia eterna, esa palabra por la cual Dios se expresa a sí mismo, es el Verbo. La fe nos dice también que ese Verbo es Dios, porque posee, o mejor dicho, es con el Padre una misma naturaleza divina.
«Y porque el Padre comunica a ese Verbo una naturaleza no sólo semejante, sino idéntica a la suya, la Sagrada Escritura nos dice que lo engendra, y por eso llama al Verbo el Hijo. Los libros inspirados nos presentan la voz inefable de Dios, que contempla a su Hijo y proclama la bienaventuranza de su eterna fecundidad: “entre esplendores sagrados, yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora” (Sal 109,2); “Tú eres mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias” (Mc 1,11).
«Ese Hijo es perfecto, posee con el Padre todas las perfecciones divinas, salvo la propiedad de “ser Padre". En su perfección iguala al Padre por la unidad de naturaleza. Las criaturas no pucden comunicar sino una naturaleza semejante a la suya: simili sibi. Dios engendra a Dios y le da su propia naturaleza, y, por lo mismo, engendra lo infinito y se contempla en otra persona que es igual, y tan igual, que entrambos son una misma cosa, pues poseen una sola naturaleza divina, y el Hijo agota la fecundidad eterna; por lo cual es una misma cosa con el Padre: Unigenitus Dei Filius… “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30).
«Finalmente, ese Hijo muy amado, igual al Padre y, con todo, distinto de Él y persona divina como Él, no se separa del Padre. El Verbo vive siempre en la Inteligencia infinita que le concibe; el Hijo mora siempre en el seno del Padre que le engendra» (Jesucristo en sus misterios, 3,1).
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En el próximo artículo, Dos mediante, entro en la exposición del Espíritu Santo.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
José María Iraburu, sacerdote
4 comentarios
Capítulo 3, versículos 13-17 de su Evangelio, en que nos narra San Mateo la primera epifanía de la Santísima Trinidad:
“Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se resistía diciendo:
—Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí? Jesús le respondió: —Déjame ahora, así es como debemos cumplir nosotros toda justicia. Entonces Juan se lo permitió. Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”. QUISO DIOS HACER UNA PRIMERA EPIFANÍA DE SU TRINIDAD, TOTALMENTE DESCONOCIDA EN A.T. LA VOZ DEL PADRE, EL ESPÍRITU SANTO COMO PALOMA, Y JESÚS-EL HIJO EN FIGURA VISIBLE. JUAN BAUTISTA NO HIZO NADA PARA QUE ESA EPIFANÍA TRINITARIA SUCEDIERA.
¿Cree usted que puede interpretarse, como hace un sacerdote en su blog, que Jesús solicita a Juan el Bautista que lo acepte como “lego” y que San Mateo pone en boca de Juan “remilgos” para aceptarlo? ABSURDO. JESUS ES EL HIJO ETERNO DE DIOS, EN EL FUERON CREADAS TODAS LAS COSAS, ANTERIOR A ABRAHAM... ES BLASFEMO SUGERIR SIQUIERA QUE QUISO HACERSE DISCÍPULO DE JUAN. ¿Está Jesús en aquel momento en "la fase de preparación, discernimiento y concentración previos a su misión por lo que “sería muy raro que ya fuera de líder y maestro”? JESUS FUE SIEMPRE DIOS-HOMBRE, TAMBIÉN EN LA VIDA OCULTA. EN CUANTO INICIA LA VIDA PUBLICA, SE MUESTRA COMO SEÑOR Y MAESTRO.
Quien considera que Jesús en aquel momento pidió a Juan que lo admitiera como “lego” ¿puede ser considerado cristiano? NO, PORQUE NO CREE EN LA DIVINIDAD ETERNA DE JESUCRISTO. Lego significa falto de instrucción, ciencia o conocimientos. ¿Era Jesús "lego"? Supongo que el bloguero querrá decir discípulo. ¿Jesús fue discípulo de Juan? ABSURDO. BLASFEMO.
¿Confiesa la fe cristiana que Jesús es el Hijo de Dios, en cuanto que es “la realización plena del proyecto de humanidad que el Padre tiene para todos” o, principalmente en cuanto que fue engendrado por Dios Padre?. ABSURDO. BLASFEMO LO PRIMERO, ASI PIENSAN LO ARRIANOS. VERDAD LO SEGUNDO, QUE ES LO QUE DESDE EL PRINCIPIO SABEMOS LOS CATÓLICOS QUE CREEMOS EN LOS EVANGELIOS. MIRE USTED COLOSENSES 1,13-20. VEA EL PROLOGO DEL EVANGELIO SE SAN JUAN 1,1-18. … NO CREEN NI EN LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO, NI EN LA VERACIDAD HISTÓRICA DE LOS EVANGELIOS.
¿Es Jesús "modelo de creyente, testigo de lo que es la búsqueda espiritual, el camino de encuentro con la propia misión, y en ella, nuestra verdadera identidad"? ABSURDO. BLASFEMO.
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JMI.-El "Jesús, aproximación histórica" de Pagola viene a ser así: dice en su libro (10º ed.!!!) que a Jesús le impresionó mucho Juan Bautista, y que cambió su modo etc. etc. Un horror.
Le contesto interpolando en el texto de usted con mayúsculas.
Mire usted cómo comenta este señor Mateo 3, 13-17
"No hay que ser un escéptico redomado para sospechar que los remilgos que Mateo pone en boca del Bautista a la hora de aceptar como lego a Jesús, huelen más a interpretación cristiana posterior al suceso. No es que dudemos de la humildad de Juan Bautista, pero todo indica que si Jesús está en la fase de preparación, discernimiento y concentración previos a su misión, sería muy raro que ya fuera de líder y maestro. Bien está que el Bautista, que para eso era profeta, y de los grandes, percibiera en Jesús la presencia grande de Dios que le habitaba. Pero de ahí a proclamar ya en el primer momento de contacto, una confesión de fe rotunda, va un trecho. Más bien ocurre que este texto concentra y resume una parte de la vida de Jesús, ya adulto, en la que el Bautista le ayudará a responder a la vocación que lleva dentro. A ese mismo periodo responde también el pasaje de las tentaciones (Mt 4,1-11) que se lee el Domingo I de Cuaresma. Pero ambos pasajes, como un díptico, condensan un tiempo fecundo de oración, escucha y prueba que permiten a Jesús dar los pasos necesarios que exigen su misión como Cristo.
Confiesa la fe cristiana que Jesús es el Hijo de Dios, la realización plena del proyecto de humanidad que el Padre tiene para todos. Pero, por eso mismo, también es modelo de creyente, testigo de lo que es la búsqueda espiritual, el camino de encuentro con la propia misión, y en ella, nuestra verdadera identidad. Cada uno que se fije más en lo que mejor le convenga a su momento de fe, pero ambas realidades, la divinidad del Hijo y la historia humana del maestro de Nazaret, son inseparables y muy provechosas para nuestros respectivos itinerarios hacia Dios".
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JMI.-Es lo mismo más o menos que el comentario anterior, que ya contesté.
El Misterio de Dios ha sido revelado y dado a conocer por Jesucristo ; en Jesucristo reside corporalmente Toda los Plenitud de la Divinidad ; es decir: Yave Dios Todopoderoso; Dios hecho Hombre.
La Santísima Trinidad es el Reino de Dios : Un Gobierno Real y Teocrático formado por Tres Personas: Todos forman un Sólo Cuerpo y un Sólo Espíritu. El Padre es Cabeza de Jesucristo , y Cristo es Cabeza de su Esposa o Cuerpo Mistico.
El Verbo se Encarnó para no desencarnarse nunca más ; y ascendió a los Cielos para quedarse con nosotros Sacramentalmente en Su Iglesia: Y ha " Resultado Ser " el Dios de la Historia y el " Anciano de Días " profetizado por el profeta Daniel.
La Iglesia es la Esposa de Dios ; figura de la Santísima Virgen María . Y el " hijo varón " de la Iglesia ; " Resultará Ser " el hijo de Dios y su Esposa : el mediador entre Dios y los hombres. ( Apocalipsis: 12 ) y ( Apocalipsis : 14 ).
Reciba mi más cordial saludo y filial afecto.
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JMI.-Gracias a usted. Oración y bendición +
Gracias por esta nueva serie de artículo dedicados al Espíritu Santo. ¿Va a tratar el tema también en su relación con la Inmaculada? San Maximiliano tiene unas intuiciones muy osadas al respecto, supongo que las conoce (María como personificación o "casi" encarnación del Espíritu Santo, la Inmaculada Concepción increada y la Inmaculada Concepción creada...).
Cordialmente
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JMI. Ya veremos. Bendición +
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