(460) Evangelización de América –6. Isabel, reina católica
–¿Por qué el tapiz destaca más a Don Fernando que a Doña Isabel?
–Porque estamos en Lérida, perteneciente al Reino de Aragón. Me figuro.
Los «Reyes Católicos»
Recibieron ese nombre, con derecho a transmitirlo a sus herederos, después de que Alejandro VI, por la bula Inter caetera (1493), les encomendara la evangelización de América. Don Fernando II de Aragón (1452-1516) y Doña Isabel I de Castilla (1451-1504) se casaron muy jóvenes (1469: 17 y 18 años, respectivamente), cuando no habían llegado todavía a ser reyes. En su matrimonio se alcanzó la unidad de la Monarquía hispánica, que se consumó con la reconquista de Granada (1492).
–Don Fernando. De él recordaré sólo sus precedentes históricos. La Corona de Aragón (en catalán Corona d’Aragó), regía sobre un conjunto de territorios. En 1137 Ramiro II el Monje, rey de Aragón, renuncia el reino en su yerno catalán Ramón Berenguer (1113-1162), aunque no la dignidad de rey. Por eso firma éste en adelante como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. En 1164 Alfonso II de Aragón hereda ya el patrimonio conjunto. Siglos después, en 1469, con la boda de los Reyes Católicos, se inicia la unión de la Corona de Castilla (Isabel) y la de Aragón (Fernando), unión que, ampliada, vendría a convertirse en la Corona de España.
Centro este artículo en Doña Isabel por la máxima importancia que tuvo en la evangelización de América.
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–La Reina Isabel, de mediana estatura, rubia, elegante en su presencia y en su palabra, era muy inteligente y religiosa, y su voluntad, fija en la voluntad de Dios, dominaba sus sentimientos, mostrándose siempre serena y bondadosa, firme y prudente. Muy culta, su biblioteca personal reunía unos 400 libros profanos o religiosos, predominando éstos. Era entusiasta del arte, y hablaba castellano, francés, italiano, catalán y gallego. Puso empeño también, ya reina, en aprender latín, el lenguaje diplomático usado en su tiempo. Fue enérgica y decidida: su impulso personal, concretamente, fue determinante para conseguir que Colón realizara sus navegaciones hacia lo que vino a ser el Nuevo Mundo.
Y ante todo era profundamente cristiana. Entendía bien que el servicio del Reino presente no podía ser bueno si no se fundamentaba incondicionalmente en el servicio de Dios y de su Cristo, Rey de reyes. Quizá sea la obra del gran historiador Luis Suárez (1924-), Isabel I, Reina –Premio Nacional de Historia en 2001 –, la mejor biografía de Doña Isabel. De su religiosidad escribe, apoyando su testimonio en las declaraciones del capellán real, Lucio Marineo Sículo:
En medio de muchos asuntos políticos, a veces graves, que atendía con gran dedicación, «Isabel pretendía imponer a su vida la regularidad sistemática de una religiosa. Rezaba las Horas canónicas. En 1477 fue recibida terciaria dominica. Su devoción al franciscanismo es bien conocida.Y en Guadalupe [monasterio jerónimo] se hizo construir un pequeño oratorio desde el que podía acompañar a los jerónimos en sus rezos. Lo llamaba “mi paraíso”» (Isabel I, reina 118). Daba muchas limosnas, cuidando bien mantenerlas ocultas. Era extremadamente celosa para mantenerse siempre en la justicia, atendiendo siempre las justas reclamaciones, como consta en su Testamento. Se mantuvo muy unida a Don Fernando en las labores de gobierno, consultándose mutuamente en todo lo importante. Y su unión conyugal era ante todo amorosa: así se entiende la frase de Doña Isabel cuando escribe a su marido «el mucho amor que a su señoría siempre tuve» (ib. 126). «En los últimos meses de su vida, cursó órdenes a los monasterios que por ella rezaban para que dejasen de pedir a Dios la salvación de su cuerpo, para ocuparse únicamente de la de su alma» (ib. 119).
–Mal comienzo en América y pronta reacción de la Corona
Los primeros años de España en América, no obstante la buena voluntad de los Reyes Católicos, fueron desastrosos –improvisaciones, codicia, abusos, anarquía, esclavos, violencias–. Estos males se explican en parte por la inexperiencia que impedía dar soluciones justas a problemas absolutamente nuevos y a la arbitrariedad ocasionada por la falta de instituciones adecuadas. Pero también, y en mayor parte quizá, por el protagonismo de un Cristóbal Colón, ávido de nuevos descubrimientos, de oro, de altos títulos, totalmente incapaz de regir como Virrey Gobernador de las Indias. En 1500, sustituido en Santo Domingo, capital de La Española, por el comendador Francisco de Bobadilla (1448-1502), apenas pudo éste mejorar la situación en su breve gobierno.
Alarmados los Reyes, enviaron en 1502 a Nicolás de Ovando, Comendador de la orden de Alcántara, como gobernador de la Española (1502-1509). Con él fueron 12 franciscanos y 2.500 hombres de todo oficio y condición. Isabel y Fernando habían prohibido ya la esclavización de los indios en una real cédula del año 1500. Ellos querían tener en los indios vasallos libres, tan libres y bien tratados como los de Castilla. Ovando, con gran energía, puso orden y mejoró notablemente la situación –Bartolomé de las Casas lo elogia–, ganándose el respeto de todos; aunque al final de su gobierno, a causa de una represión excesiva en Xaraguá, fue gravemente reprobado por el Consejo Real. Las normas por las que habían de regirse Ovando y sus colaboradores fueron las Instrucciones de Granada (1501), justas y claras, dignas de reyes católicos.
«Primeramente, procuraréis con mucha diligencia las cosas del servicio de Dios... Porque Nos deseamos que los indios se conviertan a nuestra santa Fe católica, y sus almas se salven… Tendréis mucho cuidado de procurar, sin les hacer fuerza alguna, cómo los religiosos que allá están los informen y amonesten para ello con mucho amor… Otrosí: Procuraréis como los indios sean bien tratados, y puedan andar seguramente por toda la tierra, y ninguno les haga fuerza, ni los roben, ni hagan otro mal ni daño». Si los caciques conocen algún abuso, «que os lo hagan saber, porque vos lo castigaréis». Los tributos para el Rey han de ser con ellos convenidos, «de manera que ellos conozcan que no se les hace injusticia». En fin, si los oficiales reales hicieran algo malo, «quitarles heis el oficio, y castigarlos conforme a justicia… y en todo hacer como viéredes que cumple al servicio de Dios, y descargo de nuestras conciencias, y provecho de nuestras rentas, pues de vos hacemos toda la confianza» (Céspedes del Castillo, Textos n.14).
–Reyes misioneros
Como ya vimos (458), el papa Alejandro VI (Inter caetera, 1493) concedió la soberanía del Nuevo Mundo a los Reyes hispanos con la condición de que promovieran allí la evangelización misionera. Pues bien, como dice el historiador Pedro Borges,
«desde el momento en que los monarcas españoles» asumieron esa responsabilidad, enviaron continuamente misioneros al Novus Orbis: «he aquí por qué, desde el siglo XV al XIX, e independientemente de cualquier interpretación que se le pudiera dar a la bula Inter cætera, e independientemente también de la mayor o menor religiosidad personal de cada monarca, la Corona española consideró siempre suya, y de hecho le incumbía, la responsabilidad espiritual de América y, por lo mismo, la del envío a ella de los misioneros necesarios como único medio para responder de dicha responsabilidad» (AV, Evangelización 577).
De esta primacía del fin religioso procede, sin duda, que desde el principio la Corona no quiso tener esclavos, sino súbditos. Hasta las independencias americanas de comienzos del XIX, un peruano o mexicano era tan español como un andaluz o un aragonés. En este aspecto, como observa Salvador de Madariaga,
«la idea de Colonia en su sentido moderno no existía en la España del siglo XVI. Méjico, por ejemplo, una vez conquistado, vino a ser otro de tantos Reinos [Virreinato de Nueva España] como los que constituían la múltiple Corona del Rey de España, en lista con Castilla, León, Galicia, Granada y otros de la Península, con Nápoles y Sicilia y otros de Ultramar –reinos de todos los que el Rey de España respondía ante Dios–» (Cortés 543-544). Es decir, «la colonización en el sentido moderno de la palabra, el desarrollo económico de un pueblo atrasado a beneficio de la metrópoli, no existía todavía» (47). Lamentablemente, sin embargo, este espíritu colonizador se hizo predominante en el siglo XVIII, con el pensamiento irreligioso de la Ilustración y del Liberalismo después.
Los Reyes Católicos, fieles a los compromisos espirituales de su Patronato regio, ya para el segundo viaje de Colón (1493), en virtud de la Bula Piis fidelium (25-VI-1493), enviaron una pequeña expedición de misioneros, presidida por el monje Bernardo Boil, benedictino de Montserrat, como Vicario Apostólico en las Indias Occidentales. Esta primera misión no prosperó, en buena parte por la ignorancia de la lengua indígena; fue un fracaso, y hubo de regresar un año después: resultó un intento prematuro. Pero en las Capitulaciones del tercer viaje (1498) los Reyes insisten:
«Item, se ha de proveer que vayan a dichas Indias algunos religiosos clérigos y buenas personas para que allí administren los sacramentos a los que allí están y procurarán de convertir a nuestra santa fe católica a los dichos indios» (AV, Evangelización 583). Lo mismo disponen las instrucciones dadas por los Reyes Católicos a Ovando en 1501. Y como veremos, igual voluntad se expresa, con intensidad apasionada, en el Testamento de la reina Isabel (X-XI-1504). Análogas instrucciones son dadas por Fernando el Católico en 1509 a Diego Colón, establecidas después en las Leyes de Burgos de 1512.
Carlos I (1516-1556) dió un fuerte impulso al paso de misioneros a las Indias, y para ellos consiguió del papa Adriano VI el Breve Omnimoda (1522), en el que se organizaba mejor el esfuerzo misionero y se daba a los evangelizadores omnímodas facultades canónicas. Y un celo misional semejante mostró Felipe II (1556-1598). En fin, puede decirse que en los tres siglos que duró la presencia hispana en América, el apoyo de los Reyes a la evangelización fue continuo, aunque ya en el siglo XVIII, hasta la Independencia, como veremos, este apoyo fue decreciendo claramente.
–La reina Isabel, promotora de los derechos humanos
Todos los historiadores que andan por la verdad, reconocen a Isabel la Católica como gran promotora de los derechos humanos, es decir, como origen de la obra jurídica hispana sobre el Derecho de gentes, del que fueron vanguardia los teólogos de la Escuela de Salamanca, como el dominico Francisco de Vitoria (1483-1546), y que darían como fruto un conjunto de leyes admirables, recopiladas en las Leyes de Indias (Carlos II, 1680).
Los Reyes, que oficialmente fueron llamados Católicos, entendían que el Reino estaba sujeto a las leyes de Dios, y que éstas fundamentaban un orden moral natural objetivo e inviolable. Por eso, continuando la línea abierta por el Papa Clemente VI a mediados del XIV, reconocen en los indígenas de las tierras recién descubiertas a seres humanos, dotados de derechos humanos, es decir, inherentes a su propia naturaleza, creada por Dios. Éste es el pensamiento que la Reina expresa en el codicilo de su Testamento, en el que sintetiza perfectamente toda la doctrina sobre los derechos de los indígenas. Los hombres nacen como criaturas de Dios, y por este nacimiento están dotados de unos derechos sobre su vida, libertad y bienes, que les son naturales, que son inherentes, por tanto, a su naturaleza humana, y no simplemente concedidos por una autoridad política exterior a ellos.
–Doña Isabel, reina católica canonizable
La Reina Isabel la Católica fue una santa. En el V Centenario de su muerte, en 2004, la Comisión «Isabel la Católica», establecida en Valladolid, hizo llegar a Juan Pablo II, procedentes de España y de Hispanoamérica, 105.600 cartas favorables a la Causa de Beatificación de la Reina Isabel la Católica, ya iniciada en 1958. La Congregación de los Santos aprobó en 1974 la Positio super scriptis. Pero la Causa quedó paralizada después, frenada por ignorancias y prejuicios de carácter político. En 1990 se editó en Valladolid la Positio historica de la Reina, como fruto de un vasto estudio de más de 100.000 documentos de los principales archivos españoles e iberoamericanos.
En 1999 dos tercios de los Obispos españoles votaron a favor de «solicitar al Santo Padre la prosecución del proceso de beatificación y canonización de la Reina Isabel I de Castilla y León», promotora principal de la civilización y evangelización de América.
A juicio de Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia, la Reina Isabel es «el personaje de mayor relieve de toda la historia de España» («Alfa y Omega» 21-III-2002). Ha sido objeto de muchos estudios, en los que se aprecia que ya en su tiempo gozó Isabel de la veneración de sus súbditos, y también de no pocos extranjeros, que la consideraban una mujer santa y ejemplar. Ella promovió la unión de los Reinos, la integración de los nobles en la monarquía, la reforma de la sociedad, de los eclesiásticos y de los religiosos, el progreso de la cultura y de las universidades, la civilización y evangelización de América.
Jerónimo Münzer, médico alemán, escribe a fines del siglo XV en un libro sobre su viaje por España: «Estoy convencido de que el Todopoderoso ha enviado del cielo a esta mujer religiosísima, piadosa y dulce, para, en unión con el rey, levantar a España de su postración» (Cf. Suárez, Isabel 113).
Bartolomé de las Casas la menciona como «la sancta reyna doña Ysabel». Y el que fue su confesor, el Cardenal Cisneros, dejó escrito: «Desaparece una Reina que no ha de tener semejante en la tierra, por la grandeza de alma, pureza de corazón, piedad cristiana, justicia a todos por igual». La bondad caritativa de su corazón de madre se muestra, por ejemplo, en cómo recoge, cuida y educa a los hijos ilegítimos de Juana, la mujer de Enrique IV; a los ilegítimos de su propio marido Fernando; o incluso a los sacrílegos del Cardenal Mendoza. La ternura que hacia éstos, concretamente, sentía llega a provocar la crítica de su confesor fray Hernando de Talavera: «da la impresión de que usted está legitimando el fruto del pecado». Pero ella le responde que lo importante es que estas almas no se pierdan.
Es penoso que su causa de beatificación avance tan lentamente. ¿Cuál será la causa principal?
–La expulsión de los judíos
Esta expulsión es esgrimida por algunos como una descalificación total de la reina Isabel. Pero esa actitud nace de la malicia o de la ignorancia. En Isabel la Católica no hay signo alguno de antisemitismo, como puede comprobarse porque no pocos hombres de su confianza eran de origen judío –Alonso de Cartagena, fray Hernando de Talavera, su confesor, y otros–. Consta documentalmente su preocupación personal por evitar abusos en los bienes de los judíos. La Real Provisión de 18 de julio de 1492, por ejemplo, castigaba todo maltrato o injusticia contra las judíos del Reino.
Luis Suárez hace notar sobre esto: «En el siglo XV, en todos los países, la ciudadanía estaba ligada al principio religioso, de modo que el no fiel podía ser un huésped tolerado y sufrido –ésta es la frase exacta que utilizan los documentos–, pero no un súbdito. Al huésped, al que se cobra una determinada cantidad por cabeza a cambio del derecho de estancia, se le podía suspender ese permiso. Lo habían hecho ya Inglaterra, Francia y todas los países europeos conforme llegaban a su madurez política. De modo que España fue el último. Se trata, en todo caso, de un error colectivo, general y no de una decisión personal. ¿Saben ustedes que el claustro de la Universidad de París se reunió para felicitar a los reyes por la medida que, al fin, habían tomado?» («Alfa y Omega» 4-IV-2002).
–El Testamento de Isabel la Católica
La reina Isabel ve que su vida se va acabando, y se siente inquieta por la suerte de los indios, de modo que mes y medio después de hacer su Testamento, días antes de morir, «entre los días 12 de octubre y 25 de noviembre de 1504», le añade un codicilo en el que expresa su última y más ardiente voluntad (cf. L. Suárez, Isabel I, 414):
«Por cuanto, al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las islas y Tierra Firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra Santa Fe católica, y enviar a las dichas islas y Tierra Firme prelados y religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas en la Fe católica y enseñarles y doctrinar buenas costumbres y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las cartas de dicha concesión se contiene.
«Por ende suplico al rey mi señor afectuosamente, y encargo y mando a la dicha princesa mi hija y al dicho príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin y que en ello pongan mucha diligencia y no consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indios y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es infundido y mandado».
Esta santa Reina, días antes de morir, confirma su Testamento con un codicilo anexo, en el que dispone que sus herederos mantengan la unidad de la fe en España y defiendan los derechos de los indígenas americanos. Esta última disposición expresa su principal solicitud como Reina.
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–Elogios a la reina Isabel
El coro de quienes dedican a la Reina Isabel de Castilla elogios extremos es innumerable. Y sorprendente, porque integran ese coro tanto españoles como extranjeros, católicos o increyentes. Quienes denigran su memoria manifiestan su ignorancia o su malicia,
Fray Bartolomé de las Casas, OP (1484-1566), Obispo de Chiapas, México, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1562), describe los males causados en la Española y otros lugares «desde que allá se supo la muerte de la serenísima Reina Doña Isabel» (1504)… Estos abusos «por la mayor parte y casi todos se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado y admirable celo por la salvación y prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos y manos los ejemplos de esto».
Erasmus Darwin (1731–1802), naturalista y filósofo británico –abuelo del biólogo evolucionista– hacia 1800, ante la cámara de los Comunes, se declaraba admirado «por cómo tratan los españoles a los indios como semejantes, incluso formando familias mestizas y creando para ellas hospitales y universidades, pues he conocido alcaldes, obispos y hasta militares indígenas, lo que redunda en paz social y bienestar». Dato publicado por Antonio Escohotado.
Washington lrving (1783-1859), escritor estadouniense: «Es admirable la íntima dependencia que la felicidad de las naciones tiene, a veces, de las virtudes de ciertos individuos… Fue el suyo [Isabel la Católica] uno de los más puros espíritus que jamás gobernara la suerte de las naciones».
Pío XII, al recbir a un embajador de la América hispana: «Venís de aquellas tierras del Nuevo Mundo hacia las que volvieron los ojos moribundos de la gran Isabel, en cuyo espíritu singular querríamos evocar no tanto la fortaleza de su visión política, cuanto las ansias maternales de paz dictadas por un concepto profundamente cristiano de la vida, que pedía, para los que llamaba sus hijos de América, un trato de dulzura y devoción» (AAS 1951, 794).
Cardenal Ángel Herrera Oria (1886-1968): «Ni la leyenda ni la poesía han nimbado [la vida de la Reina Católica] con milagros. Su “leyenda dorada” es Historia a plena luz […] y sobre todo, veinte naciones católicas que a su espíritu apostólico deben su evangelización. No sabemos que ninguna mujer haya contribuido como ella a extender los límites de la Catolicidad» (Madrid, 16-VI-1929).
San Juan Pablo II: «Me urge reconocer y agradecer ante toda la Iglesia vuestro pasado evangelizador. Era un acto de justicia cristiana e histórica» (Zaragoza 10-X-1984). «España aportó al Nuevo Mundo los principios del Derecho de Gentes… y puso en vigor un conjunto de leyes con las que la Corona Castellana trató de responder al sincero deseo de la Reina Isabel I de Castilla de que sus hijos los indios.. fueran reconocidos y tratados como seres humanos, con la dignidad de hijos de Dios» (Roma, 18-XI-1992).
Cardenal Antonio María Rouco Varela (1936-): «Reconocer la persona humana como sujeto de lo que hoy denominamos derechos humanos se inicia con Isabel y Fernando. En la historia del origen de los derechos humanos está como base la Reina Isabel I de Castilla» (Valladolid 03-XII-2006).
Cardenal Antonio Cañizares (1945-): Isabel «encarna una fe cristiana vivida en esa difícil tarea de gobernar. Defiende al indio como nadie lo ha defendido. Fue anticipadora de los derechos humanos y del Derecho de Gentes, que llegaría decenas de años más tarde. Mujer que vivió ser esposa y madre. La reina Isabel es, para mí, una figura extraordinaria. Se trata, sin duda, de una cota en la humanidad de su tiempo» (Madrid 11-III-2006).
Cardenal Darío Castrillón Hoyos (1929-), colombiano: «El milagro de la Reina Católica es el que realizó en América, convirtiéndola en cristiana» (Granada, 20-IV-2007).
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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