(289) Sínodo-2014. No habla del cielo, del purgatorio y del infierno
–¿Y usted cree que es posible decir hoy a los hombres que hay una vida eterna de salvación o condenación?
–Cristo predicó ese Evangelio, y quiere que lo sigamos predicando. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).
–Ya conocen los lectores de InfoCatólica las críticas que hemos hecho o recogido de otros medios sobre algunos puntos del Sínodo-2014. Téngase en cuenta, de todos modos, que los trabajos preparatorios, sinodales o conciliares, aunque contengan grandes y preciosas verdades, siempre tienen algunas deficiencias y errores, que a veces, lamentablemente, logran un especial relieve en la síntesis oficial que se ofrece de esos trabajos (Relatio) y más aún en los medios de comunicación mundanos. También otros portales católicos han ejercitado esa función crítica, tan necesaria para el perfeccionamiento de un documento final de la Iglesia, que ha de ser sancionado por el Papa.
Han señalado, por ejemplo, que «el Sínodo pareció olvidarse del pecado» (Raymond J. de Souza, Once formas en las que el sínodo ha fallado a la visión del Papa Francisco). Se han preguntado también «por qué [en el Sínodo] no se ha dedicado ni una sola palabra a la “belleza de la castidad”» (Enrico Cattaneo, ¿La castidad ya no es una virtud? Reflexiones sobre el Sínodo) –aunque sí se le ha dedicado «una sola palabra» en la Relatio final 39–.
–También es necesario señalar el olvido del Sínodo en relación a cielo, purgatorio o infierno. Pero he de reconocer previamente que esta eliminación práctica de la soteriología no es una grave deficiencia propia del Sínodo, sino de gran parte de las Iglesias locales del Occidente rico, progresivamente descristianizadas desde hace un siglo. Pues bien, aunque la Relatio final del Sínodo describe los graves males presentes que afectan al matrimonio y a la familia (nn. 5-10), no acentúa sin embargo suficientemente que el origen de esos males tan grandes está en el pecado de los hombres. Pero sobre todo no alude en ningún momento a las consecuencias que la conducta consciente y libre de los hombres en este mundo va a tener en la vida eterna –cielo, purgatorio, infierno–. Por eso, aunque ya traté del tema hace cinco años en este mismo blog –Salvación o condenación, I-II–, vuelvo a tratarlo ahora.
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–Los hombres somos pecadores. –Necesitamos ser salvados de una condenación eterna. –Y Dios nos ha dado a Jesús como Salvador. Somos pecadores de nacimiento: «pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). Y por eso, en la plenitud de los tiempos, el Padre nos envía a su Hijo eterno, que ha de llamarse «Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Los ángeles anuncian el nacimiento de «el Salvador» (Lc 2,11); el Bautista lo presenta a Israel como «el que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29; y el mismo Jesús se dice enviado para «llamar a conversión a los pecadores» (Lc 5,32). Es significativo que las primeras palabras de predicación que los Evangelios ponen en labios del Bautista y de Jesús son las mismas, una llamada a la conversión: «convertíos, porque el reino de Dios está cerca» (cf. Mc 1,4; 1,15; Mt 3,2). Y termina el Señor su misión salvadora ofreciendo su vida en el sacrificio de la cruz «para el perdón de los pecados» (Mt 26,28). Finalmente, ascendido al Padre, hace nacer la Iglesia como «sacramento universal de salvación» (Vaticano II, LG 48, AG 1). Por tanto, una homilía, una catequesis, una Relatio sinodal, que apenas hable del pecado, de la necesidad de la conversión, posible en Cristo, aunque diga verdades muy importantes, si no alude a las posibles consecuencias eternas del pecado, es poco evangélica.
–1. El pecado –2. sus consecuencias temporales –3. y sus consecuencias eternas infernales, si el pecador muere sin convertirse a Dios, son tres cosas distintas. Jesucristo se hizo hombre principalmente para 1. «quitar el pecado del mundo», la rebeldía contra Dios, el orgullo («seremos como dioses»), la esclavitud del hombre respecto al demonio, el mundo y la carne: «es el pecado que mora en mí… pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,14- 25). Quitando Cristo el pecado del mundo en quienes viven de su gracia, 2. disminuye o elimina las consecuencias temporales del pecado: la vacía y horrible vida «sin Cristo, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12), las grandes desgracias causadas por la mentira, la lujuria, la avidez de riquezas, los divorcios, los adulterios, los abortos, la desesperación, la soberbia prepotente, el egoísmo del desamor, las injusticias sociales, el hambre y la miseria… Y dándonos por su gracia vivir según el Espíritu de Dios, 3. nos libra de la condenación eterna y nos gana el cielo para siempre. Ésa misma es la misión de la Iglesia, pues Ella es en el mundo la presencia de Cristo a lo largo de los siglos, hasta que Él vuelva. Pues bien, como arriba he dicho, el Sínodo-2014 apenas habla del 1. pecado en cuanto tal; trata de sus 2. consecuencias temporales, y nada dice de sus posibles 3.consecuencias eternas.
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–Jesús siempre que predica habla de salvación o condenación. «Si no os convertís, todos pereceréis igualmente» (Lc 1,3). No debemos, pues, silenciar su palabra, avergonzándonos de ella o pensando que hoy no es conveniente transmitirla a los hombres. Jesús, siempre que predica, llama a la conversión y a la salvación precisamente porque su Evangelio es «la epifanía del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4).
En el artículo mío ya indicado (08) cito más de cincuenta textos del Evangelio, explícitos y distintos –algunos de ellos repetidos por varios de los evangelistas–, en los que Cristo anuncia salvación o condenación. Eso significa que nuestro Salvador, prácticamente, daba a su predicación un fondo soteriológico permanente. Por tanto, éste era y éste es el auténtico Evangelio de la misericordia divina.
Se falsifica, pues, en gran medida el Evangelio cuando se silencia sistemáticamente su esencial dimensión soteriológica. Se desfigura el cristianismo cuando se tratan las realidades del mundo presente considerando sólo o principalmente sus valores y deficiencias en la vida presente; pero sin hacer referencia alguna a la salvación eterna como destino final, que Cristo quiere darnos, salvándonos de una condenación definitiva. De hecho, aquellas Iglesias locales donde se elimina totalmente la soteriología, tienden a extinguirse o a reducirse a un Resto mínimo. Al perderse el temor de Dios, se pierde en seguida el amor a Dios, y se acaba la vida cristiana.
Jesús, para salvar a los hombres, por el gran amor que les tiene, les predica ante todo el amor a Dios y al prójimo; pero también les habla del cielo y del infierno. Sabe Jesús que, por predicar así, va a sufrir rechazo y muerte en la Cruz. Pero sabe también que, silenciando esa verdad, los hombres persistirán en sus pecados, no gozarán de la felicidad temporal posible en este mundo, y se perderán para siempre en la vida eterna.
–Eliminada prácticamente en tantas Iglesia locales la predicación soteriológica, todo se degrada en el pueblo cristiano. La gran mayoría de los bautizados abandona la Misa dominical, la clave del encuentro con el Salvador en esta vida, se mundaniza en sus pensamientos y costumbres, hace suya la vida de los paganos, da culto al cuerpo y a las riquezas, se endurece su corazón hacia los pobres, se acaban las vocaciones sacerdotales y religiosas, se detiene el impulso apostólico y misionero, entra en el matrimonio la peste del divorcio, del adulterio, de la anticoncepción, que disocia habitualmente amor y procreación; la guerra, la injusticia, la droga, la corrupción de los poderosos, invade el mundo cristiano, llevándolo a la apostasía práctica, o incluso teórica; y al abandonarse la fe, se pierde el uso de la razón, y la cultura cae en una degradación profunda. Pero todo estos males, que son tan grandes en la vida presente, apenas son nada comparados con una condenación eterna. Por eso Jesús en su predicación advierte tantas veces que en esta vida temporal los hombres se están mereciendo una vida eterna de felicidad o de condenación.
Es preciso reconocer que niega el Evangelio aquel sacerdote que destina al cielo en los funerales a todos los difuntos: «nuestro hermano goza ya de Dios en el cielo». Niega, concretamente, la existencia del purgatorio, que es una verdad de fe (Catecismo 1031). Y consigue de paso que los pecadores no se conviertan, sino que perseveren en su pecado hasta la muerte. La salvación, según él, es universal, necesaria y automática, porque Dios es infinitamente misericordioso. Por tanto, aunque sea conveniente, no es necesaria la conversión de una vida de pecado. «Nuestro hermano [haya sido como fuera su vida en este mundo] goza ya de Dios en el cielo»… En tantas parroquias… Qué miseria.
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–Los Apóstoles predican el mismo Evangelio de Cristo, prolongan la misma predicación del Maestro, en fondo y forma, sin desfigurarla ni modificarla en nada. Ellos creen en el pecado original, y ven a la humanidad como un pueblo inmenso de pecadores: «todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Todos necesitan la salvación de Cristo, una salvación obtenida por gracia, ganada por la sangre del Salvador. Ningún hombre sin la gracia de Cristo, puede salvarse a sí mismo. Todo el que se salva, dentro de las fronteras sociales visibles de la Iglesia o fuera de ellas (esto se ha sabido siempre: Hch 10,34-35), se salva por la gracia del único «Salvador del mundo» (1Jn 4,14).
Y Jesús salva por el don de su gracia: enseñando la verdad, mandando cumplirla, y asistiendo con su auxilio divino para poder vivirla. Él manda, por ejemplo, en referencia al matrimonio que «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre» (Mt 19,6). Y dice: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15); y «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (15,10); por eso «vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (15,14). Por tanto, en la relación que tenemos con nuestro Salvador y Señor, amor y obediencia son inseparables. Si un cristiano, por ejemplo, desobedece a Jesús, el Hijo de Dios nacido de María para salvarnos, si se divorcia, separando lo que Dios ha unido, si incurre además en adulterio, y en él permanece, no puede unirse al Señor en la comunión eucarística.
San Pablo: «Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal… Tú, con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras. A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable» (Rm 2,2.4-8).
Ésta es la predicación de la Iglesia en toda su historia, mantenida siempre viva en sus Padres y Concilios, lo mismo que en sus santos y doctores: Crisóstomo, Agustín, Bernardo, Francisco, Domingo, Ignacio, Javier, Montfort, Claret, Cura de Ars, Padre Pío (Catecismo 1020-1060). Es el Evangelio que, llevando a los hombres al conocimiento y al amor del Salvador, les da la conversión, un corazón y un alma nueva, por la que pasan del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.
San Pablo: «Vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo al espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, bajo el espíritu (diablo) que actúa en los hijos rebeldes… siguiendo los deseos de nuestra carne, cumpliendo su voluntad y sus depravados deseos, siendo por nuestra conducta hijos de ira, como los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dió vida por Cristo: por gracia habéis sido salvados» (Ef 2,1-5). Mundo, demonio y carne. El Salvador nos salva de las tres cautividades, que son una sola.
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Unas cuantas preguntas, llegados a esto punto. ¿Consigue hoy la Iglesia que los hombres se enteren de que en la vida presente se están ganando una vida eterna de felicidad o de condenación? ¿Es posible omitir sistemáticamente en la predicación, en la catequesis, en la teología, toda alusión a la dimensión soteriológica del cristianismo sin falsificar profundamente el Evangelio y sin privarlo de su fuerza transformadora de hombres y sociedades? ¿Esa omisión tan grave es hoy frecuente en no pocos ámbitos de la Iglesia? Y en caso afirmativo: ¿puede haber otras causas que expliquen mejor la fuerte tendencia de algunas Iglesias locales hacia su extinción?… El diagnóstico verdadero es muy simple. Si el Evangelio es falsificado cuando se silencia sistemáticamente el tema salvación o condenación, eso significa que hoy el Evangelio se predica muy poco.
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–Los pecadores están en un error mortal: piensan que pueden hacer de su vida lo que les dé la gana, sin que pase nada, es decir, sin sufrir castigos ni en ésta ni en la otra vida. Cuando el diablo tienta a Adán y Eva a comer del fruto prohibido por Dios, les asegura: «no, no moriréis» por desobedecer a Dios, no os pasará nada malo; es más, saldréis ganando: «seréis como dioses», y vosotros mismos decidiréis «el bien y el mal» (Gén 3,4-5). Los pecadores, bajo este influjo diabólico, con una ceguera espiritual insolente, llena de soberbia, creen, pues, que impunemente pueden gobernarse por sí mismos, sin sujeción alguna al Señor Creador. Piensan que, teniendo en cuenta todas las circunstancias, hacer su propia voluntad es mejor que realizar la voluntad de Dios. Trae más cuenta.
Estiman que pueden legalizar el aborto, declarando que es un «derecho»; reconocen como matrimonios las uniones de homosexuales; declaran lícito o ilícito esto y lo otro según lo que les venga en gana, sin sujetarse a la ley de Cristo ni a la ley de la naturaleza. Creen igualmente que pueden autorizarse a vivir en el lujo, matando a otros hombres que, sin su ayuda, mueren de hambre y enfermedad. Piensan que en esta vida es perfectamente lícito no dedicarse a hacer el bien, sino a pasarlo bien. No temen, en fin, que su conducta les acarree penalidades tremendas en este mundo y eternas en el otro.
Ignoran que la maldad del hombre pecador es diabólica, en su origen y en su persistencia: es una cautividad del Maligno. Y no saben que «la maldad da muerte al malvado» (Sal 33,22). Por eso, porque el Padre de la Mentira les mantiene engañados, por eso siguen pecando. Tranquilamente.
Les dice Cristo: «vosotros sois de vuestro Padre, el diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro Padre. Éste es homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y Padre de la Mentira. Pero a mí, porque os digo la verdad, no me creéis» (Jn 8,44).
Piensan los pecadores –o sienten, al menos– que, una de dos, o no hay otra vida tras la muerte, o si la hay, ha de ser necesariamente feliz y no desgraciada. Se niegan a creer que sus obras del tiempo presente –tan pequeñas, condicionadas, efímeras, aunque sean innumerables– puedan tener una repercusión eterna de premio o de castigo. Nadie sabe nada cierto –ni filosofías ni religiones– sobre lo que pueda haber después de la muerte. En el caso de que haya una pervivencia, los pecadores aceptan sin dificultad la fe en un cielo posible. Pero se niegan en absoluto a creer en el infierno, pues ello les obligaría a cambiar totalmente su vida: su modo de pensar y su modo de obrar.
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–Jesucristo salva a los hombres diciéndoles la verdad por el Evangelio. –Si el diablo, por la mentira, introduce a los pecadores por la «puerta ancha y el camino espacioso» que lleva a una perdición temporal y eterna (Mt 7,13), –es el Salvador, predicando la verdad en el Evangelio, el único camino que puede llevarles a la vida verdadera y a la salvación eterna. Por eso, Dios misericordioso, compadecido de la suerte temporal y eterna de la humanidad, envía como Salvador a su Hijo: «tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). Él ha venido al mundo «para dar testimonio de la verdad» (18,37), sabiendo que solo ella puede hacernos libres (8,32), libres del Diablo, del mundo y de nosotros mismos. Él es «el Salvador del mundo» (1Jn 4,14): del matrimonio, de la sociedad, de todas las realidades humanas temporales.
–Predica Jesús una verdad que para los hombres será vida, y para Él muerte. Es el amor a los hombres lo que mueve a Cristo a decirles que no sigan pecando, porque ese camino les lleva derechamente a su perdición temporal y eterna. Él ha venido a buscar a los pecadores (Lc 5,32), Él se ha hecho hombre para salvar a sus hermanos de los terribles males que los aplastan en esta vida y los amenazan después en la vida eterna. Por eso les habla «con frecuencia» del infierno, como dice el Catecismo de la Iglesia (n.1034).
Cristo es rechazado hoy, como hace veinte siglos, porque amenaza con el infierno a los pecadores, llamándolos a conversión. Si Cristo en vez de mandatos salvíficos hubiera dado únicamente consejos; si hubiera desdramatizado la oferta de su Evangelio, presentándolo como una orientación solamente «positiva» –amor de Dios y a los hombres, justicia, solidaridad y paz, vida digna y noble–; en fin, si hubiera silenciado cautelosamente toda alusión trágica a las consecuencias infinitamente graves que necesariamente vendrán del rechazo de la Verdad, los hombres lo habrían recibido, o al menos lo hubieran dejado a un lado, pero no se hubieran obstinado en matarlo, como lo hicieron entonces y lo siguen haciendo ahora.
Rechaza a Cristo Salvador el hombre que afirma no necesita ser salvado. El hombre pecador quiere mantenerse firme en su convicción de que puede hacer de su vida lo que le dé la gana, sin tener que responder ante Nadie. O al menos sin que por eso pase nada catastrófico. No necesita ser salvado de nada. No necesita un Salvador, que introduzca en la humanidad la gracia, una fuerza divina, nueva, sobrehumana, celestial, que le haga posible cambiar completamente su mente, su corazón y su vida.
A Cristo lo matan por avisar del peligro del infierno con insistencia. No entienden los pecadores que el Evangelio de Cristo es siempre una «epifanía del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4), tanto cuando les declara el amor inmenso que Dios les tiene, y les manda amar a Dios con todas las fuerzas del alma, o como cuando les ordena temer «a quien tiene poder para destruir alma y cuerpo en la gehena» (Mt 10,28).
Los predicadores del Evangelio, que temen el rechazo de los hombres y buscan su aprecio, eliminan cuidadosamente la soteriología en su predicación, son infieles a su misión de predicarlo íntegro, y colaboran así a la perdición de los hombres y de las naciones. No piensan como el Apóstol, «ay de mí, si no evangelizara» (1Cor 9,16).
–La existencia y la posibilidad del infierno ha sido afirmada por el Magisterio apostólico en repetidas ocasiones, también recientemente en el concilio Vaticano II (LG 48d). Y el Catecismo de la Iglesia Católica (1992 y 1997), recogiendo las enseñanzas bíblicas y magisteriales, no se avergüenza de la palabra de Cristo, y dice así:
«Morir en pecado mortal, sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”» (n.1033). «Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48), reservado a los que hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10,28). Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles, que recogerán a todos los autores de iniquidad… y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación: “¡alejaos de mí, malditos, al fuego eterno!”» (Mt 25,41) (n.1034).
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Reforma o apostasía. No nos engañemos. Sin declarar la posibilidad de una salvación o de una condenación eternas, es absolutamente imposible evangelizar a los hombres, que seguirán pecando sin temor a nada. Y concretamente, el mejoramiento de los matrimonios y familias, sin revelar a los hombres esa verdad, es absolutamente imposible. No hay palabras, no hay acompañamientos, acogidas y reconocimientos, que puedan salvarlos de los grandes males que sufren hoy. Si se diera a los hombres de nuestro tiempo un Evangelio despojado de su genuina dimensión soteriológica, se les predicaría un Evangelio sin poder de salvación, por no ser el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Se les privaría de la verdad que puede salvarlos del engaño y de la cautividad del Padre de la Mentira (Jn 8,45). Y la Iglesia dejaría de ser «sacramento universal de salvación», para transformarse en una gran Obra universal de beneficencia.
José María Iraburu, sacerdote
45 comentarios
La Iglesia ha de empezar de nuevo en su predicación. No dar nada por sabido. Parece que el mensaje de Cristo ha sido borrado de la faz de la tierra.
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán sin haber oído? ¿Y cómo oirán si nadie les predica?
(Romanos 10,14)
Y este es el pago para quienes ni predican, ni amonestan al pecador de las consecuencias del pecado:
Si yo digo al malvado: “¡Vas a morir!” y tú no le amonestares y no le hablares para retraer al malvado de sus perversos caminos para que viva él, el malvado morirá en su iniquidad, pero te demandaré a ti su sangre.
Mas si, habiendo tú amonestado al malvado, no se convierte él de su maldad y de sus perversos caminos, él morirá en su iniquidad, pero tú habrás salvado tu alma. Y si se apartare el justo de su justicia, cometiendo maldad, y pusiere yo una trampa delante de él, él morirá. Por no haberle tú amonestado, morirá en su pecado, y no se recordarán las obras buenas que hubiere hecho, pero yo te demandaré a ti su sangre.
Pero, si tú amonestaste al justo para que no pecara y dejare de pecar, vivirá él, porque fue amonestado, y tú habrás salvado tu alma.
(Eze 3,18-21)
Mucha sangre va a demandar el Señor a esta generación adúltera de falsos predicadores que esconden la gravedad del pecado y sus consecuencias, y que además se permiten la blasfemia de adornar su necedad bajo el disfraz de una falsa misericordia divina.
A lo mejor se hace porque se ha olvidado fundamental como es que después de esta vida, que terminará, viene otra que no acabará nunca y que la misma puede ser para bien (vida eterna) o para mal (muerte eterna).
A lo mejor en el sínodo no les ha parecido "adecuado" tratar de esto en el mismo. Sin embargo, no parece adecuado que, por ejemplo, se evite decir que si se fomentan modos de vida pecaminosos en cuanto a la familia el resultado puede ser muy malo para quien incurra en ellos. Aunque, a lo mejor se ha dicho y yo, claro, no lo sé pero no parece que vaya por ahí la cosa. Es decir que el más allá tiene, también, mucho que ver con la familia y con los modos de entender la misma.
En fin, quiera Dios que quienes tiene la obligación de poner sobre la mesa las cartas hacia arriba para que se vean y se sepan a qué estamos jugando, no sigan por el camino de despropósitos que están siguiendo pues los más perjudicados son los fieles, los sencillos en la fe, que acaban por no saber lo único que les debería importar: acumular para la vida futura y no para ésta, pues aquí existen la polilla que todo lo corroe y los ladrones que todo lo roban...
Corríjame si me equivoco, padre Iraburu, pero creo que fue Pablo VI quien, además de advertir del humo de Satanás, dijo también que se estaba infiltrando en la Iglesia un pensamiento no católico, y que si ese pensamiento se difundía y prevalecía, la Iglesia ya no sería la de Cristo.
Es tiempo de muchísima oración, por el Papa y todos los pastores de la Iglesia, para que nunca se dejen engañar por las trampas del Maligno.
Es Cristo mismo quien dijo que oraba por Pedro, siempre atacado por el diablo. Nunca perderé la esperanza, aunque no dejo de estar preocupada, porque no veo cómo nos libraremos de una muy dolorosa y necesaria purificación.
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JMI.-Las fuerzas diabólicas no prevalecerán sobre la Iglesia,
sostenido como Esposa por su Esposo enamorado y omnipotente.
No mencionó el padre directamente al Sínodo (creo que muchos no se animan a hacerlo), pero me pareció cristalino como el agua que ésa era su verdadera motivación, y no es casual que lo haya ligado a nuestro destino eterno. En perfecta sintonía con su artículo! Dios quiera que más y más sacerdotes vuelvan a la sana práctica de predicar sobre este tema. Gracias por su profundo artículo.
Quizá muchos sacerdotes y laicos sigamos esperando palabras de Vida eterna que hablen del Evangelio de forma completa.
El Santo Cura de Ars habla fuerte y alto sobre estas verdades. Y sí que asusta, pero gracias a ello, dí un paso más en mi conversión.
Desde que hice mi Primera Comunión he sabido que hay infierno, pero muy por encima. Me impactó mucho más cuando lo leí de las Memorias de Lucía; es cierto, tristemente de ningún sacerdote lo he oído hasta ahora; todo lo debo a que en el internet, puedo encontrar material sobre ello, sino estaría ciega sobre esta realidad. Sería bueno que nuestros pastores nos predicarán sobre ello, (¡hay tanto que la gente católica no sabe!) porque como dicen los santos, si no regresan por amor a Dios, al menos que el miedo los haga retornar.
Dios le bendiga, Padre Iraburu.
P.D. Intenté ir al enlace que dió (Salvación o condenación), pero no funciona.
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JMI.-Ya está arreglado el enlace.
Gracias por el aviso.
Sé que el término "conocer" tiene varias acepciones. El hecho de que el árbol prohibido se denomine "de la ciencia del bien y del mal" parece apuntar a las dos primeras acepciones:
1. tr. Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas.
2. tr. Entender, advertir, saber, echar de ver.
En cambio, dado que vd interpreta ese "conocer" en el sentido de "decidir", parece señalar a la novena acepción:
9. intr. Der. Actuar en un asunto con facultad legítima para ello. El juez conoce DEL pleito.
Entiendo perfectamente su argumento, pero debo reconocer que me descoloca un poco el cambio de término.
PD: el propio relato del Génesis abunda en el sentido de las dos primeras acepciones, ya que tras comer del árbol, Adán y Eva pasaron a ser conscientes de su desnudez, en lugar de creerse con la capacidad de decidir si la desnudez era buena o mala.
Un saludo.
Aunque la verdad es que el Sínodo ha dado para declaraciones bastante estupefacientes (que le dejan a uno estupefacto, vamos). Como cuando el eminente P. Adolfo Nicolás, Prepósito General de la Compañía de Jesús nada menos, dijo en una entrevista a un conocido portal de noticias católico después de una sesión del Sínodo (y juro que es literal, se puede comprobar): "qué sabemos nosotros de la Trinidad..."
En fin, como dice usted habitualmente después de sus escritos: oremos, oremos, oremos.
Primeramente se ha introducido una antropología pelagiana en el pueblo cristiano, con devastadores efectos para la fe en los novísimos. Hablar del infierno es cosa de "profetas de calamidades", y de gente que pensase que "el fin del mundo es inminente". Nada de eso, el progreso o el porvenir, en manos de un hombre liberado y responsable, es esplendoroso, porque el hombre, por sí mismo, es capaz de condenar "aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley". Y el cristianismo debe adaptarse a ello, y tirar por la borda conceptos tétricos como juicio o condenación.
¿Negaremos que este es el paradigma cristiano de nuestro tiempo, si así ha sido proclamado solemnemente en la apertura del último Concilio Ecuménico de la Iglesia?
Pero, paradójicamente, se ha producido también una protestantización del catolicismo en el sentido de que para la gran mayoría de los católicos no es necesario remover la tranquilidad de sus vidas (crucificar al hombre viejo, en palabras paulinas) y convertirse radicalmente, sino que pueden vivir perfectamente en la esquizofrenia de creer teóricamente en Cristo, ser mundanos, y no cumplir sus mandamientos. Y por supuesto ser salvados porque sí, por derecho, porque todos somos en el fondo buenos y porque Dios no es tan cruel como para enviarnos al infierno.
La sana doctrina -entre medio de esas dos aberraciones- ha desaparecido de hecho. No es extraño, porque el propio Pablo así lo profetiza para los últimos tiempos, tiempos no excesivamente lejanos para algunos profetas de calamidades, anatematizados por pastores llenos de optimismo: "Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias" (2 Tim. 4,3)
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JMI.-Bien, bien, pero se le va la tecla con expresiones excesivas, que tomadas al pie de la letra, son falsas: "el paradigma cristiano de nuestro tiempo... discurso de apertura del Vat.II", etc. ¿Y qué me dice Ud. de Gaudium et spes 13 y 37, donde se dice que en la historia humana, desde su inicio hasta que termine cuando vuelva Cristo hay una batalla incesante entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas?... "La sana doctrina ha desaparecido"...
¡Freneeeeeeee! Que se le va el carro.
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JMI.-En el Año Litúrgico está todo, se encuentra todo, activa todos los misterios de la fe, con perfecta proporción y armonía... Es la maravilla maravillosa de la Iglesia.
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JMI.-Disculpado, cómo no.
No tenemos el corazón de corcho, para no indignarnos ante ciertos males.
Ahora bien, volcar las mesas de los cambistas del Templo y darles latigazos está bien en Cristo, que a los judíos les habla con palabras y gestos semíticos, los que eran elocuentes para ellos. Pero estaría mal que hic et nunc (aquí y ahora) le imitáramos nosotros tal cual.
Cuando refieres al final del texto del catecismo lo de «Morir en pecado mortal, sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección", incluye también el juicio particular nada más morir?
Me gustaría que pudiera aclarar este punto porque es importante . Tengo entendido que antes de la exclusión o envío definitivo al infierno existe el juicio particular, algo así como "última oportunidad de arrepentimiento", una vez muertos aunque todavía sin conocer la esencia de Dios. Lo digo porque si es así, cambia la percepción del morir en pecado mortal.
Si lo pudiera aclarar lo agradecería Padre,
Gracias
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JMI.-Esto dice el Catecismo de la Iglesia:
1022. "Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular", por el que va al purgatorio, al cielo o al infierno. Después de morir, al morir. El juicio final se da al final de los siglos, en la Parusía, en la segunda venida de Cristo, en la resurrección de todos los muertos, justos y pecadores (1038).
No hay una "última oportunidad de arrepentimiento" en los hombres una vez muertos. El Catecismo le explica todo esto muy claramente, con citas de Escritura y de Concilios (120-141).
vamos a suponer que estoy en pecado mortal por un aborto provocado pongamos por caso, o varios pecados, acción, omisión, los que conozco y desconozco...
En mi interior se que no he obrado del todo correcto, pero la ley me ampara y actualmente las conciencias están bastante anestesiadas, de modo que justifico mi pecado-el aborto-, es decir, no tengo conciencia real de haberlo cometido, aunque no las tengo todas conmigo...
Esa noche tengo un accidente y muero. Hay posibilidad de purgatorio?e cielo? Cómo sería el juicio misericordioso tras la muerte?
Gracias y disculpe la insistencia, pero somos muchos fieles los que estamos un poco liados. Tal vez, se nos ha predicado durante muchos años sin la plena verdad, lo que constituye una herejía.
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JMI.-Tendrá que conformarse con lo que le he indicado que enseña el Catecismo, es decir, la Iglesia. Los "casos de moral" tendría que consultarlos con un especialista en estos temas (y mucho cuidado habría de poner al elegirlo). En lo que Ud. indica puede darse "una ignorancia invencible", que elimina o disminuye la responsabilidad. Y en todo caso, no es pensable a la luz de la misericordia de Dios que por un pecado mortal, digamos, accidental, sucedido poco antes de morir, reciba un cristiano fiel en el conjunto de su vida una condenación eterna. Es un supuesto ridículo.
Jesús mismo le dice " Quiero explicarte lo que es y en que consiste el Purgatorio...." y le da la explicación terminando con ..El tormento de los purgantes es el amor y la certeza de haber ofendido al Amor....
Me atrevo a añadir que el Cielo y el Infierno empiezan aquí, basta reflexionar sobre nuestra vida y mirar en nuestro entorno .Como se cumple la Palabra de Dios´, si la seguimos el alma se nos llena de la paz que sólo Dios nos puede dar, si le fallamos la angustia la desesperación no invade y sentimos el infierno en nosotros.
Cómo no creer que El nos creo para compartir su Reino , para gozar con El eternamente?
Gracias Padre por recordarnos nuestro origen y destino.
Dios lo bendiga.
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Por cierto que otro blogger se ha quejado de que alguno digamos que no oímos hablar de los Novísimos en las homilías porque no es posible. Pues lo siento pero es que es así, y no lo digo por ser un "quejica" ni porque no tenga los "oídos abiertos". Es que cuando lo comento con otros amigos católicos les pasa lo mismo.
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JMI.-Dios se lo pague.
Bendición +
Pensar que el que caiga en el infierno jamás podrá ver a Dios ni conocer plenamente la verdad ni acerca de Dios ni tampoco acerca de las cosas creadas, y además atormentado por toda la eternidad con la horripilante visión de los demonios, el fuego eterno y otros castigos físicos.
Al final las pasajeras alegrías del pecado se pagarán con las tristezas y tomentos eernos, de no arrepentirnos antes de morir.
De haberme dado Dios vocación sacerdotal, por lo menos una vez al mes hubiese asustado a los feligreses con una prédica terrible sobre el infierno. Ahora se predica sobre ello más bien poco.
Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás, dijo algún sabio.Al final de la jornada, aquel que se salva del infierno es el que verdaderamente sabe, y el que no no sabe nada. Gracias Pater Iraburu por su conferencia sobre el Infierno.
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JMI.-No, no es verdad que "el sacerdote también destina al cielo a todos los difuntos cuando en la Misa se refiere a ellos".
Una cosa es pedir a Dios por los difuntos,
y otra muy distinta asegurar "nuestro hermano goza ya de Dios en el cielo".
Agregaría yo una tercera posibilidad bastante común: la presunción. Es decir, que sí hay vida tras la muerte, que puede ser feliz o desgraciada, pero que uno puede arreglárselas con Dios en el último momento. O una variante de esta misma: que uno no es tan malo y que al final Dios perdonará.
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JMI.-"Han partido a la casa del Padre" quiere decir que se han salvado, y que ya están en el cielo o que están en el purgatorio, en el vestíbulo, esperando a entrar en la casa del Padre, cumplida su purificación última. Por ellos reza la liturgia de la Iglesia.
Como Ud. comprenderá, no puede la Iglesia pedir al Señor por aquellos que "no han partido a la casa del Padre", sino que se han condenado en el infierno.
Al común de los mortales creyentes le anima el Paraíso y le pone en alerta la condenación. Sinceramente, puedo contar con los dedos de la mano los sermones que en los últimos cinco años nos lo han recordado a los fieles habituales en mi parroquia.
De todas maneras en estos temas reconozco desde hace un tiempo, como diría, no escepticismo, pero sí bastante perplejidad que me deja algo frío.
Vamos a ver, llevamos más de 20 siglos esperando la Parusía, es verdad que nadie sabe el tiempo y lugar, pero ¿cuanto más hay que esperar?, llega un momento en que vas perdiendo la tensión por este tema, que lo olvidas porque en el fondo nadie se cree que va a llegar pronto y tampoco nadie habla mucho de ello.
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JMI.-Hay que predicar el Evangelio prolongando la misma predicación de Cristo, insistiendo más en lo que Él más insiste.
Ciertamente Jesús predicaba "con frecuencia" sobre salvación / condenación, inculcando en sus oyentes que la vida presente tenía una repercusión eterna de premio o de castigo.
También predicaba acerca de su segunda venida, la Parusía, en gloria y majestad. En la Liturgia de la Misa diariamente recordamos "mientras esperamos la venida gloriosa de NSr Jesucristo". No sabemos cuánto más hay que esperar a que llegue porque no nos ha sido revelado. Simplemente. En el Apocalipsis dice el Señor varias veces: "Vengo pronto".
Las familias cristianas tenemos que decir "¡basta¡" y exigir a nuestros pastores que hablen menos del diálogo y más de la salvación eterna de las almas a ellos confiadas. Tenían que ver el ejemplo del Papa Francisco que con frecuencia habla de la oración y de la realidad del infierno. Y es verdad. Estamos devaluando la fe, y haciendo un catolicismo acomodaticio y facilón. De esto también ha hablado el Papa, al hablar de cristianos de dulcería. Y así, no. Tenemos que volver a la oración constante al Señor y pedirle que Él sea el centro de nuestras familias. Sin familias santas no podemos tener santos sacerdotes y religiosos. Ese es el problema, a mi modesto entender.
Sobre la idea de trascendencia, otro tanto. Hay silencios que claman al cielo. Desgraciadamente en la última reforma litúrgica se suprimieron oraciones que no estaban de más como la oración de San Miguel, las llamadas imprecaciones leoninas. O la polémica sobre el pro multis en el canon, que ahora traducen como "por todos", que no es lo mismo. O antes de la comunicación, la oración actual que habla de sanación y no de salvar mi alma como antes.... Poco a poco se está extendiendo en el pueblo fiel la idea de que la salvación alcanza a todos, y este es un grave error. Esta es la realidad. Había que pedir a nuestros pastores una cuidada catequesis sobre esta realidad: la salvación eterna de nuestra alma. De hacerlo, ganaríamos todos, pues trataríamos de no ofender al buen Dios. En mi época se decía que todo consistía en "Dar gloria y alabanza a Dios, y con esto salvar mi alma"... Creo que esto sigue en plena vigencia. Al menos, lo es para mí. Suyo en Cristo y María
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JMI.-Lamento mucho que no tenga Ud. la fe católica, ya que rechaza lo que enseñan Cristo y la Iglesia sobre el infierno (Catecismo 1033-1037).
Oremos para que el Señor le conceda la fe.
Quiero destacar el numero de comentarios que hablan de lo poco que en sus parroquias se habla de este asunto.Por desgracia son demasiados los que asi lo dicen.
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JMI.-El Papa Francisco habla con bastante frecuencia del demonio.
Y antes de ser Papa también. Cuando era Arzobispo de BAires y se discutía lo que sería ley del matrimonio homosexual, dijo que aquello no era sólo un trabajo malo de políticos malos, sino más aún era "una movida del diablo", empeñado en destrozar y falsificar la creación, el orden natural establecido por el Creador.
Creo que el sínodo de la familia, es como un termómetro espiritual marco el estado en el que se encuentra la Iglesia de Cristo.
Si Jesús se admiro de la astucia de unos los hijos de las tinieblas, cuanto alabara hoy al Hijo de la luz que se ha dejado empapar por el Espíritu Santo, el que ha dejado al descubierto, a que ejercito pertenecemos.
Señor, tu no quieres que se arranque la cizaña, porque los ángeles se ocuparan de esa tarea, que no tarden, hay muchas almas atrapadas que caen al precipicio sin poder salvarse.
Tu dijiste sin Mi nada pueden hacer, que gran Verdad, esta a la vista.
Cuantas almas liberadas puede haber con solo reconocer la astucia que tiene el demonio para hacer pasar por bueno lo que es malo y lo demás vendrá por añadidura.
Un saludo cordial.
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