(14) El adulterio –I
–Y ahora del adulterio. Y más de uno. Pues vamos bien…
–El adulterio es hoy cada vez más frecuente y más tolerado por el pueblo cristiano. La palabra adulterio, palabra fuerte propia de la Biblia y de la Tradición cristiana, no se emplea ya casi nunca, sino que se habla de divorciados vueltos a casar, que suena mejor. Comienzo citando dos casos.
El caso Pavarotti, 2007. La grandiosa catedral de Módena, una de las joyas más preciosas del románico en Europa, en el corazón de la Emilia-Romaña, pocas veces durante sus nueve siglos de existencia se ha visto invadida y rodeada por muchedumbres tan numerosas, unas 50.000 personas, como las que acudieron a ella, encabezadas por una turba de políticos, artistas y periodistas, con ocasión de los funerales de Luciano Pavarotti.
Nacido en Módena, en 1935, fue unos de los más prestigiosos tenores de ópera de su tiempo. Casado con Adua Vereni, de la que tuvo tres hijas, se divorció de ella después de treinta y cuatro años, en 2002, y en 2003, a los sesenta y ocho años de edad, se unió en ceremonia civil con Nicoletta Mantovani, treinta años más joven, con la que convivía desde hacía once años y de la que tuvo una hija. Hubo de pagar por el “cambio", según la prensa, cifras enormes de dinero. Murió en el año 2007 y sus funerales, celebrados en la catedral de su ciudad natal por el Arzobispo de Módena y dieciocho sacerdotes, «fueron exequias propias de un rey». La señorita Mantovani ocupaba el lugar propio de la viuda, aunque también, más retirada, estaba presente la señora Vereni. El Coro Rossini, el canto del Ave Maria (soprano Kabaivanska), del Ave verum Corpus (tenor Bocelli), el sobrevuelo de una escuadrilla de la aviación militar, trazando con sus estelas la bandera italiana, fue todo para los asistentes una apoteosis de emociones. Pero quizá el momento más conmovedor fue cuando el señor Arzobispo leyó un mensaje escrito en nombre de Alice, la hija de cuatro años nacida de la Mantovani: «Papá, me has querido tanto», etc.
La abominación de la desolación instalada en el altar. El Código de Derecho Canónico manda que «se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento […] a los pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles» (c. 1184). Es verdad que, tal como están las cosas, muchos de los fieles cristianos, curados ya de espanto, no suelen escandalizarse por nada, tampoco por ceremonias litúrgicas como ésta, tan sumamente escandalosa. Pero es éste un signo muy malo.
El caso Martini, 2008. En sus Coloquios nocturnos en Jerusalén propugna «una Iglesia abierta» (edit. San Pablo, pg. 7, 168) frente a una Iglesia cerrada, obstinada en su enseñanzas y en sus normas. El señor Cardenal Carlo Maria Martini, jesuita, durante muchos años rector de la Universidad Gregoriana y después Arzobispo de Milán, ya jubilado, estima que habría que replantear en la doctrina católica varias cuestiones importantes;
entre ellas: la moral de la vida conyugal, reconociendo que la Humanæ vitæ es «culpable» del alejamiento de muchas personas (141-142); y ya que el Papa no va a retirar la encíclica, convendrá escribir cuanto antes «una nueva e ir en ella más lejos» (146); las relaciones sexuales prematrimoniales: «aquí tenemos que cambiar de mentalidad» (148-151). Éstas y otras, «son cuestiones a las que tendría que enfrentarse el nuevo Papa y a las que tiene que dar nuevas respuestas. Según mi opinión, entre ellas está la relación con la sexualidad y la comunión para los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio» (68). Adviértase que ésos que «vuelven a contraer matrimonio», en realidad «contraen adulterio», para ser más exactos.
Las expresiones del Sr. Cardenal son siempre cautelosas –«ir más lejos», «nuevas respuestas»–, pero es claro que a su juicio la doctrina enseñada por la Humanæ vitæ sobre la moral conyugal, así como la dada por la Iglesia en otras cuestiones, sobre todo las relacionadas con la sexualidad, es una doctrina errónea, que debe ser cambiada cuanto antes. Él «sería partidario de otro concilio», que tendría como uno de los temas importantes «la relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias y, desgraciadamente, el número de las familias implicadas será cada vez mayor. Habrá que afrontarlo con inteligencia y con previsión» (entrevista con Eugenio Scalfari, político y escritor, en La Repubblica: cf. Religión Digital 27-06-09).
Por supuesto, con la opinión del Cardenal coincide dentro de la Iglesia una manga de sabiazos –sigo empleando la expresión de Leonardo Castellani–. Y también nosotros coincidimos con él, aunque solo en un punto, en la necesidad urgente de un Concilio de reforma. Dios iluminará al Papa para convocarlo cuando su providencia lo disponga. Pero es de esperar que en algún momento el Señor nos lo conceda. Reforma o apostasía.
En el pueblo cristiano, actualmente, crece el número de los adulterios en la misma medida en que crece su aceptación moral. Va siendo cada vez más frecuente que no pocos matrimonios cristianos se quiebren, y que los cónyuges, una vez divorciados, se «casen» de nuevo. Y lógicamente a medida que se multiplican estos casos tan escandalosos, van causando en la Iglesia local menos alarma y pena. La inmensa mayoría de los adulterios, ciertamente, no se producen en una forma tan ignominiosa como la de Pavarotti, sino en formas, digamos, mucho más modestas y «aceptables». A veces, los divorciados vueltos a casar, después de una primera unión llena de sufrimientos, logran una segunda unión en paz y felicidad. Y cuando es así, para sus familiares y amigos es muy grande la tentación de justificar la nueva unión, llevados por un falso amor compasivo –«después del calvario que pasó, se merecía la felicidad que ahora tiene»–. De este modo, quienes viven en adulterio ven confortadas sus conciencias por tantas personas de su estima, que en uno u otro grado aprueban una relación que Dios reprueba gravemente: el adulterio.
No pocos sacerdotes de la Iglesia toleran también estos adulterios, los aprueban a veces, e incluso hay casos en que los recomiendan. Cito un caso concreto, que yo conocí.
Hace años, en Chile, un joven casado se vió abandonado por su mujer, que se fue con otro, dejando a su esposo como recuerdo una niña. Era un buen cristiano, muy asiduo a su parroquia, y permaneció durante algunos años solo, con su hijita, fiel a su vínculo conyugal. Hasta que un día el párroco –que por cierto, era centroeuropeo– le dijo: «Eres muy joven, con mucha vida por delante, y así, solo con tu niña, no puedes seguir. Tú tienes derecho e incluso deber de procurar tu felicidad y la de tu hija. Búscate una buena mujer y reconstruye tu vida. Es imposible que Dios te pida seguir viviendo sin mujer quién sabe cuántos años más». El joven, dejándose engañar por el mal sacerdote, es decir, por el diablo, Padre de la mentira, se casó de nuevo, vivió muy feliz y, como decía el párroco, «su matrimonio era uno de los mejores de la parroquia».
Ahí tenemos a un sacerdote que estimula a uno de sus feligreses a quitarse la cruz de encima, desobedeciendo el mandato del Señor… «Es imposible que Dios te pida…» ¡Dios no pide, siempre da! Pide que le recibamos sus dones; pero a eso se le llama dar, directamente. A ese joven el Señor quería darle la gracia inmensa de una fidelidad esponsal heroica, martirial, ejemplar, maravillosa. Ese mal sacerdote fue la causa principal de que no recibiera de Dios esa gracia tan preciosa, y de que la comunidad cristiana, en vez de recibir un ejemplo extraordinario de fidelidad conyugal, se viera herida por un grave escándalo.
Una Iglesia local en penumbra, en la que se apaga poco a poco la luz de la fe, y que va quedándose a obscuras, apenas reacciona ante el horror del adulterio. Se ha acostumbrado a él, porque es muy numeroso en ella. Lo ve con indiferencia, como algo relativamente normal. Es una Iglesia que exhorta, eso sí, a los fieles para que amen, acojan y asistan en todos los modos posibles a los cristianos divorciados y vueltos a casar, de tal modo que no se sientan ajenos a la comunidad eclesial; pero con poca frecuencia olvida exhortar a que les ayuden a convertirse, y a salirse de la trampa mortal del adulterio. Encendamos, pues, la luz de la Palabra divina, la única que puede iluminar y superar esas tinieblas engañosas, emanadas por el Padre de la mentira.
La Ley de Israel, ya desde antiguo, prohibía el adulterio, pero lo permitía en la práctica (Éx 20,14; Dt 5,18; Jer 7,9; Mal 3,5), ya que «por la dureza de los corazones», toleraba el divorcio y la posible unión subsiguiente. «Si uno se casa con una mujer y luego no le agrada, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribirá el acta de divorcio, y poniéndosela en la mano, la mandará a su casa» (Deut 24,1). En tiempos de Jesús esa tolerancia era muy amplia, mayor en unas escuelas rabínicas que en otras. Pero, en todo caso, muchos rabinos autorizaban al marido a repudiar a su esposa por causas mínimas, hasta ridículas, un defecto corporal, un carácter desagradable, una escasa habilidad en las tareas domésticas.
Es Cristo quien restaura la santidad original del matrimonio, condenando tanto el divorcio como el adulterio (Mt 5,27-28. 31-32; 19,3-9; Mc 10,2-12). Es Él, en la plenitud de los tiempos, quien devuelve al matrimonio la suprema dignidad que el Creador quiso darle ya «en el principio». Dios, en efecto, al crear al varón y a la mujer, los unió con un vínculo sagrado e inviolable, que el hombre no debe quebrantar. El vínculo matrimonial es, pues, único e indisoluble, y por eso precisamente es imagen de la Alianza de amor mutuo que une a Cristo con la Iglesia, su esposa. Esta Alianza es tan firme y profunda, que siempre será mantenida por el amor fiel y gratuito del Señor, a pesar de que tantas veces Israel y la Iglesia la traicionen con el adulterio de sus pecados (Os 2,21-22; Is 54,5; Ef 5,22-33).
Es Cristo quien consigue reafirmar en su Iglesia la verdad del matrimonio monógamo y el horror hacia la mentira del divorcio y del adulterio: «no adulterarás» (Rm 13,9). Efectivamente, el Espíritu Santo, difundido como alma de la comunidad cristiana, logra en la Iglesia reducir en gran medida el divorcio, el adulterio, el concubinato, la poligamia, y tantas otras falsificaciones del amor conyugal. Es una formidable novedad maravillosa en la historia de la humanidad. A través de los siglos, innumerables matrimonios cristianos, confortados por el sacramento del orden, se han mantenido unidos toda la vida. Y la Iglesia siempre ha dispuesto que «el matrimonio sea tenido por todos en honor; el lecho conyugal sea sin mancha, porque Dios ha de juzgar a los fornicarios y a los adúlteros» (Heb 13,4).
La Iglesia siempre ha velado por la santidad del matrimonio, suscitando en los fieles el horror a cualquier modo de profanación de vínculo tan santo. «¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los adúlteros… poseerán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10; cf. Gál 5,16-21). «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que el hombre sembrare, eso cosechará. Quien sembrare en su carne, de la carne cosechará la corrupción; pero quien siembre en el espíritu, del espíritu cosechará la vida eterna» (Gál 6,7-8). Éste es el mandato de Cristo: que los esposos guarden fielmente en el amor el vínculo conyugal; y que si llegan a una situación –quizá sin culpa– en que no pueden ya vivir en paz, se separen; pero que no establezcan otro vínculo nuevo, que sería adulterio, y no sería matrimonio, pues éste es único e indisoluble.
El horror de la Iglesia por el adulterio ha sido total en su historia. Así se expresa, ya muy pronto, en los Concilios, como en aquellos cánones acordados en el de Elvira (a. 306, cc. 8-11). Igualmente, apostasía, homicidio y adulterio son siempre considerados en la disciplina penitencial –con algunos otros, como la herejía o el aborto–, los pecados mayores, los más conducentes a una perdición eterna, los que requieren una más grave y prolongada penitencia. Por eso, aquellas Iglesias locales que hoy padecen una tolerancia comprensiva hacia los «cristianos divorciados vueltos a casar», se alejan infinitamente, bajo un disfraz de misericordia y benignidad, de Juan Bautista, de Cristo, de los Apóstoles, de la Iglesia antigua, de la Iglesia de siempre, una, santa, católica y apostólica.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
28 comentarios
Seamos realistas, ¿qué sentido tiene hoy el matrimonio? No tiene beneficio social, en cuanto no ofrece ninguna protección o garantía en cuanto a impuestos, etc. Se posibilita y fomenta el tener hijos fuera de él, mediante las nuevas técnicas reproductivas. Ni siquiera apaga la concupiscencia, ya que la fornicación está extendida en el espacio y en el tiempo (es curioso como ha bajado la edad a la que se comienzan a tener relaciones sexuales, precisamente en una sociedad cada vez más infantilizada). En definitiva, no hay motivos para casarse, fuera de una vida de fe.
Antes las personas estaban menos formadas, pero la vida piadosa era maravillosa; hoy podemos decir que están peor formadas, y la vida piadosa está reducida a la mínima expresión.
Podemos decir, que todo ha cambiado y que somos los católicos los que nos encontramos dentro de los parámetros de la sociedad. Se ha producido la inversión de la moral.
¿Cómo luchar contra esto? ¿Cómo educamos a nuestros hijos, en una ambiente tan disolvente?
Yo creo que lo podríamos hacer de dos formas: una, mediante la oración y los sacramentos; dos, creando nuevas formas de comunidad: esto es a lo que le llevo dando vueltas hace mucho tiempo.
¿Podría informarnos sobre el privilegio paulino?
¿Podría utilizarlo como modelo, la Iglesia, en el futuro, para tener en cuenta situaciones como la del cónyuge inocente en un abandono que cuenta usted más arriba?
¿Tiene poder el Papa para disolver vínculos matrimoniales, aparte de la aplicación del privilegio paulino?
Gracias de antemano.
A ver cómo me apaño para contestar brevemente preguntas tan enormes… y tan interesantes como planteas. Vamos como por círculos concéntricos. Procura vivir la salvación de la gracia de Cristo
+en ti mismo primero de todo: oración, sacramentos, lecturas, re-pensar tu vida, re-hacerla, etc. Pero además
+en tu familia: cada familia cristiana ha de ser un Arca que asegure la salvación a sus miembros, por muy adversas que sean las condiciones tormentosas de su mundo y de su Iglesia local, gracias a la oración, sacramentos, etc. (cf., primer párrafo). Y si el Señor os lo concede
+en una comunidad, en una familia de familias; o bien formada por vosotros con otros cristianos afines, o bien si se ofrece ya al alcance en movimientos, institutos, grupos parroquiales, asociaciones aprobadas por la Iglesia, etc. En una comunidad, claro, que estimule oración, sacramentos, lecturas, re-pensar y re-hacer vida personal y familiar, obras buenas apostólicas, benéficas, etc. En mi libro “Evangelio y utopía” (www.gratisdate.org) se trata más ampliamente este tema.
+++“Sin mí no podéis hacer nada”. Si el Señor os concede este paso tercero, bendito sea. Y si no os lo concede, sea bendito. Viviendo primero y segundo paso, llegas a la Vida eterna. Y acompañado.
Las preguntas que hace, por la gravedad del tema, requieren respuestas muy precisas. Pero exponerlas llevaría un escrito bastante largo. Las puede hallar en el Código de Derecho Canónico, cánones 1141-1150. Es la respuesta más autorizada y más breve sobre las preguntas que hace. En la web puede Ud. encontrar el texto del Código.
http://www.vatican.va/archive/ESL0020/_INDEX.HTM
¡Qué diferente veríamos la vida si en cada sacrificio de cada día, sintiéramos de corazón esa preciosa verdad! Muchas gracias Padre y que Nuestro Señor y su Bendita Madre le bendigan.
Creo que es Vd. ciertamente valiente, y por ello me produce cierto asombro, lo reconozco, que no tenga Vd. ningún empacho en calificar con toda justicia como "mal sacerdote". como agente del diablo y del Padre de la Mentira a un ignoto párroco de una desconocida y, para mí, lejanísima ciudad chilena, mientras que se muestra respetuosamente neutro con el Sr. Arzobispo de Módena o, aún peor, con un Príncipe de la Iglesia, que pertenece nada menos que al supremo rango oficiosamente llamado de los "papables", como es el "cauteloso" Cardenal Martini, conocido en todo el orbe católico y cuyos venenosos escritos se difunden por las librerías de todo el mundo. ¿También es Vd. un poco "cauteloso", P. Iraburu. Se lo pregunto con el mayor aprecio.
Una miaja cauteloso sí que procuro ser al escribir mis post. Pero no por miedo personal, sino procurando el mayor bien de los lectores, y no dañarles, sobre todo a “los pequeños”.
Ya comprende usted que los temas de mi blog son sumamente vidriosos. A un eclesiástico, como el Card. Martini, que pública y gravemente ofende a la Iglesia en sus escritos, alabados por toda la progresía católica, le contra-digo claramente, citando sus palabras, con todas mis fuerzas de argumentación. Pero si el Sr. Arzobispo de Módena, del que no se han oído nunca comportamientos anti-Iglesia como los antes aludidos, se equivoca en algo –a mi entender–, como en los funerales de Pavarotti, señalo la maldad del acto, pero mantengo un respeto por su persona, de la que me cuido incluso de dar el nombre.
En estos discernimientos prudenciales unas veces acertaré y otras no. Pida usted al Señor que me ayude siempre, y a la Virgen, bajo cuyo amparo vivo.
Yo, cada día del aniversario de mi boda, encargo una misa de acción de gracias. Rezo todo lo que puedo para que mi matrimonio salga adelante, me sacrifico por mi cónyuge, procuro darle ejemplo de vida cristiana, intento agradarle en todo lo que puedo... No es para ponerme de ejemplo, claro. Es para ilustrar cómo se "riega " la plantita frágil del amor, con la ayuda de Dios, claro.
Es verdad que hay que seguir adelante, y diciendo las cosas claras. Gracias por hacerlo.
Un saludo en la Paz de Cristo.
También recuerdo lo que leí en un libro sobre el matrimonio, de Antonio Vázquez, el cual decía algo así como que si el matrimonio hoy estaba en crisis era porque la persona estaba en crisis.
Yo creo que cada persona debe dirigirse a Dios con su vida, e incluir en esta dirección todas sus acciones, y decisiones, como la vocación al matrimonio; el matrimonio no se sostiene si está basado en un mero estar a gusto con la otra persona o en un mero sentimiento, no enraizado en una firme voluntad de buscar el mayor bien para el otro cónyuge, dentro de hacer el mayor bien con la propia vida de cara a Dios, y Su Obra Redentora, ayudando al cónyuge a lo mismo.
En muchas ocasiones, el matrimonio no es una fuente de auténtico crecimiento mutuo de cara a Dios, sino que, por el contrario, no se depura el amor, y no se ayuda al otro a ser la mejor persona posible, sino que se le induce a anteponer bienes temporales y materiales a hacer realmente el bien. Además de que esta actitud egoísta pone en peligro el matrimonio, no sólo el mantenimiento de la convivencia, sino también la calidad del amor aún dentro de la convivencia, también pone en peligro la educación de los hijos, que serían, en este caso, educados, sin duda, con el mismo enfoque materialista en la vida. Los padres en muchas ocasiones se quejan de las diferentes manifestaciones que quizá tenga el egoísmo en los hijos, pero no se dan cuenta de que lo que tienen que reparar es el propio ejemplo de vida egoísta, que es lo que más cuesta; un hijo bien educado en el amor generoso, no en una serie de normas miradas desde el interés superficial del hijo, tiene la mayor protección posible frente al ambiente: así, podrá decir que no a ciertas proposiciones dañinas si, ante la propuesta, está pensando en hacer el bien a todos, y no sólo en quedar bien, pasarlo bien, o cualesquier otro interés personal; si el padre le dice por ejemplo que no se drogue pero le obliga, o induce, a conseguir tal o cual ventaja social, le estaría dando dos mensajes contradictorios, como objetivos: el hijo o pone su confianza en actuar bien o la pone en conseguir algo como sea, aún a costa de hacer ciertas concesiones al mal.
Y es que la familia, siendo como es una estructura básica de la sociedad, de importancia fundamental, no tiene el objetivo, al igual que una persona, de vivir para sí misma, para sus propios intereses, sino que debe ser un marco en el que se ayude auténticamente a crecer, en una auténtica vida generosa, a cada uno de sus miembros.
Yo creo que una vez que surge el adulterio, ambos deben replantearse la marcha del matrimonio, ya que será la excepción, y no la regla, el que eso no sea responsabilidad de ambos, ya que si uno ayuda a su cónyuge a ser generoso, eso le sirve de freno para superar las tentaciones; por el contrario, si lo induce a ser un materialista, a vivir prioritariamente para el interés de la familia, llegado el momento, ¿cuál sería realmente el freno ante una determinada tentación? Realmente ninguno en firme, ya que otros “valores”, no bien enraizados, por los que pudiera moverse la persona, tienen un chato límite, y entonces el actuar de tal o cual manera ya pasaría a depender de las circunstancias, o de algunas características personales, lo cual nunca tendría la estabilidad de moverse por auténtico amor.
Está claro que el amor auténtico nunca termina, a diferencia del interés superficial propio que sí lo hace, pero el amor sí puede ser probado; el pensar en el bien de la otra persona, dentro del bien de la familia y de la humanidad, es lo más recomendable ante una situación como esta de adulterio, pero ya sabemos lo que “vale”, mundanamente, hoy, este tipo de comportamientos, por supuesto que actuando uno bien como, por ejemplo, siempre respetando la validez del matrimonio, y del compromiso adquirido durante el mismo.
Sí se le puede ayudar a una persona a ver a dónde le va a llevar su situación personal, así como a ver otras alternativas más seguras, así como más enriquecedoras, humanamente hablando; si existe un marco adecuado para ello, sí es posible, pero, por supuesto, que se trataría de ver su vida en general, no sólo un aspecto, ya que la gravedad del adulterio no se ve en una vida realmente ordenada a lo fundamental. No se llega a lo grave si no es después de mucha infidelidad, en muchos terrenos, ya que la persona es una. Y, por supuesto, si uno quiere decir algo, tiene que vivir la fidelidad a Dios; si no, sólo se puede hablar de puntos de vista egoístas, que no reparan auténticamente una situación.
Además, con respecto a otro aspecto, hay cónyuges que, indebidamente, empiezan a plantearse el que pueden hacer lo que quieren ya que no son correspondidos por quien comete el adulterio. Una vez contraído el matrimonio, el compromiso, aunque es mutuo, es individual, y no existe justificación alguna para no cumplirlo, aunque el otro cónyuge no lo cumpla. El ver si el amor es correspondido formará parte del discernimiento previo al matrimonio, pero no sirve posteriormente para pretender eximirse de las propias promesas contraídas. En las preguntas que le hacen a los contrayentes durante la celebración del sacramento del matrimonio no le hablan de excepciones a sus compromisos, ya que el amor real siempre es incondicional. Y la persona será muy feliz si respeta su matrimonio, e infeliz si no lo respeta, ya que, entre otras cosas, en el último caso, no podrá hablarle de amor real a nadie, si no rectifica.
eduardo
pd. estoy absolutamente de acuerdo con lo que ud. escribe sobre los funerales de pavaroti y lo indigno de poner a la querida al frente y la esposa relegada.
Quería agradecerle desde lo más profundo, pues muchas veces como Católica, que intenta ser fiel a la Santa Doctrina de la Iglesia, he encontrado vacíos respecto a estos temas... especialmente si uno es nuevo en esto, porque gracias al amor infinito de Dios, de ser atea sin rumbo, hace más de 3 años abrió mi corazón para vivir en la verdad, Católica... y sigo aprendiendo...
Por este motivo, en estos años he visto que poca gente o nadie se atreve a mencionarlos directamente, y por la malentendida "tolerancia", el diablo mete su cola y mucho más en nuestras vidas.
Mientras más se apega uno a los Santos lineamientos de la Iglesia y los mandamientos de Cristo, más libre se llega a ser...
Lamentablemente, a los ojos del mundo, somos fanáticos e intolerantes, (he sido llamada por mi mismo padre, quien cometió y comete hasta el día de hoy adulterio, "fanática al puro estilo musulmán").
Siga firme en su maravillosa labor, que gracias a su docilidad frente a Dios y su atenta escucha nos regala más esperanza y claridad en este mundo dominado por tinieblas.
Un abrazo desde Chile en Cristo y nuestra Santa Madre María...
Luego, pasa lo que pasa.
Pobres vejetes que creyéndose "amados" son sólo una remuneración al sacrificio de tener que soportar sus malicias y pecados que les han llevado a tal grado de desmemoria, deslealtdad y desvergüenza.
Este tipo de "personajes" espectáculo, no merecen exequias tales y la ESPOSA, en todo caso, debió presidir la ceremonia, no la adúltera amante.
PAZ
Apreciable padre: he leido con interés las preguntas y comentarios de sus lectores. No veo casos concretos en sus exposicione. Señalo el mío con intención de conocer su opinión al respecto. Cumpli 33 años de matrimonio y procreamos dos hijos, desde los 20 mi esposo ha mantenido relaciones con otra mujer. Hace aproximadamente cuatro él me pido un reencuentro y lo acepté sin preguntas. Pronto me di cuenta que no dejo a la persona y que cada vez era mas evidente de nuevo su adulterio. No tiene el valor de aceptarlo. Nos casamos por la iglesia católica, pero realmente el nunca ha sido practicante. De diversas maneras he tratado de acercarlo, aún más cuando teniamos a los hijos pequeños. El ejemplo dice mas que mil palabras. Nunca lo entendió. Hoy he decidido divorciarme civilmente, sé que no hay divorcio religioso.
Me figuro cuánto cuánto le habrá tocado a usted sufrir en estos años, sufriendo el adulterio de su esposo. Tenga la seguridad de que Dios le tiene bien apuntado en el Libro de la Vida todo lo que ha aguantado con la ayuda de Su gracia: toda la paciencia, humildad, amor fiel, aguante de cruz y capacidad de perdonar, sin caer en el odio ni el tomarse revanchas, que ha tenido con su esposo. Ya puede usted decir como San Pablo, “completo en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”.
“Hoy he decidido divorciarme civilmente”. La cuestión es tan grave que apenas admite ser tratada, como lo estoy haciendo, en un comentario, forzosamente breve. Pero perdóneme que, aunque sea en breve, le dé alguna orientación a la luz de la fe católica.
1.- Consulte. En un tema tan gravísimo no se echa adelante sin consultar alguna persona de buen criterio católico, alguna persona amiga, y si es sacerdote, tanto mejor. No se decida en esto sin consultarlo previamente con alguien que sea realmente de fiar en la doctrina y normativa de la Iglesia. Ni se decida en un pronto: “en tiempos de turbación, no hacer mudanza” (S. Ignacio de Loyola). Y no lo consulte solo con buenas personas de fiar, consúltelo con Dios, con las Personas divinas, que son las más de fiar: pídale luz y fuerza al Señor, y pregúntele en la oración qué quiere hacer con usted, por dónde quiere llevar su vida. Viva desde Su voluntad, no desde la propia. “¿Señor, qué quieres que haga?” (Hechos 22,10). “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, lo que Dios quiera.
2.- Trate de seguir aguantando. Una buena esposa cristiana ha de hacer todo lo que pueda (todo lo que Dios le conceda hacer con su gracia) para salvar la unión conyugal, aunque ésta sea muy precaria, aunque lleve consigo grandes sufrimientos y humillaciones, pensando en que la propia cruz pueda servir para la conversión del cónyuge, mirando también por el bien de los hijos. Si se anima, busque usted por Internet la biografía de la Beata Elisabetha Canori Mora, y verá las terribles ofensas que hubo de sufrir de parte de su marido super-adúltero, cómo nunca ella quiso separarse, aunque sus familiares casi se lo exigían, cómo su hija terminó monja, y escribió su vida, y cómo su marido, ya una vez muerta ella, se convirtió, ciertamente que por la intercesión de su esposa, y se hizo religioso. Impresionante.
http://www.aciprensa.com/madres/isabella.htm
Esta bendita Isabel mantuvo con su fidelidad crucificada la “alianza conyugal”, sin que se rompiera, participando de la misma caridad de Cristo, que mantiene la “alianza esponsal” que le une a la Iglesia, sin romperla, a pesar de tantísimas infidelidades de los que la formamos. El amor de Cristo es tan grande que aguanta a la Iglesia lo que sea, antes de repudiarla: la unión con Ella la paga Él con su sangre.
3.- Separación. Ahora bien, puede darse el caso de que convenga positivamente que usted se separe de su marido, no siga viviendo con él, porque las circunstancias extremas aconsejan ese discernimiento prudente. La Iglesia de siempre reconoce que el adulterio puede ser causa legítima para la separación y la interrupción de la vida matrimonial (canon 1152). Y el Catecismo de la Iglesia afirma que “la separación de los esposos con permanencia del vínculo matrimonial puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canónico” (n.2383; cita Código, cánones 1151-1155).
El vínculo conyugal en cuanto tal permanece, por supuesto, y no es roto por la separación. El derecho de la Iglesia y el derecho civil (no sé cómo estará concretamente en México, donde usted vive) regulan la situación de separación, también en la relación de los cónyuges separados con sus hijos, en sus aspectos económicos, etc.
4.- Divorcio. Si por las razones que fueren la mera separación canónica y/o civil no fuera posible, y no hubiera otra vía que el divorcio civil, enseña el Catecismo en el mismo número ya citado: “Si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral”.
Lourdes, mañana ofreceré la Misa por usted. Y sepa que mucha gente, conociendo su situación, ha de rezar por usted. Va mi bendición + José María Iraburu
está usted bien guardada en la luz de Cristo, luz de vida.
No se salga de ahí, que ése es el camino estrecho que lleva a la vida eterna.
Y que también es el único camino que en la vida presente nos guarda en la paz y también en la alegría, la alegría de saberse en unión con Dios, con Cristo Salvador, "completando en nuestro cuerpo lo que falta a su pasión por su Cuerpo, que es la Iglesia".
Manténgase vigilante y orante. No desfallezca: "estad alerta y vigilad, que el diablo anda como león rugiente buscando a quién devorar: resistidle fuertes en la fe (1 Pedro 5,8-9).
"Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4,13).
Seguro que tiene usted en su favor mi oración y la de quienes le haya leído.
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JMI.-Si es laico divorciado vuelto a casar, y por tanto vive en adulterio, es un pecador público, y no debe desempeñar ministerios públicos en la iglesia.
Moralmente no debe. Legalmente, como puede imaginarse, no hay ninguna ley canónica que prohíba expresamente a los adúlteros lo ministerio públicos en la iglesia o, p.ej., dar clases de religión en un Colegio católico. Pero eso es lo que recomienda el sentido común a la luz de la fe.
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JMI.-Puedo rezar por Ud. y por la personas del caso que refiere. Pero no puedo darle consejo sobre "qué debe hacer en concreto". No tengo bola de cristal.
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