(188) Fin de la Cristiandad. San Ignacio de Loyola
(188) De Cristo o del mundo -XXX. Fin de la Cristiandad. 3 -San Ignacio de Loyola
–Perdone, ¿y qué tiene que ver San Ignacio con el final de la Cristiandad?
–Calle y lea.
Durante la época moderna (XVI-XVII) sigue Europa siendo cristiana. Es cierto que ya no puede hablarse de ella como de una Cristiandad, pues tanto ciertas tendencias paganizantes del Renacimiento, como más aún la herejía y el cisma del Protestantismo, han puesto fin, como ya vimos, a esa precedente unidad cultural de las naciones cristianas. Sin embargo, persiste vigorosa en Europa la savia vivificante de la tradición católica antigua y medieval. La espiritualidad católica sigue floreciendo, hasta llegar en numerosos santos a muy altas cumbres.
Se acentúa en este tiempo la confrontación con el mundo, pues ya las realidades temporales no están de hecho presididas por Cristo, como lo estaban en los siglos de Cristiandad. –En los primeros siglos los cristianos habían de resistir al mundo perseguidor y a su capitán, el diablo, llegando cuando era preciso al martirio: «estad alerta y vigilantes, pues vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar; resistidle firmes en la fe» (1Pe 5,8-9). –En el milenio de la Cristiandad la fuerza cultural y social de los cristianos domina al mundo –sólo hasta cierto punto, por supuesto–, pues ha sido evangelizado en sus instituciones y costumbres. –Ahora, en los siglos XVI-XVII cambia la situación notablemente, y se acentúa la confrontación entre la Iglesia y el mundo secular. Los mejores cristianos, sobre todo, experimentan la necesidad de combatir el mundo, en cuanto enemigo del Reino de Dios, y conquistarlo para Cristo. Lo comprobaremos en algunos santos.
San Ignacio de Loyola (1491-1556), que «hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo» (Autobiografía 1), pasa totalmente del mundo al Reino, y llega a ser, con su Compañía, un gran Capitán al servicio de la bandera de Cristo. En lo que sigue traeré algunas ideas y textos que, al menos en parte, ya expuse sobre San Ignacio en este blog (30-31)
–Conquistar el mundo para Cristo es una de las fórmulas que expresan la vocación de Ignacio y de su Compañía militante. «Es preciso que Cristo reine» sobre las naciones (1Cor 15,25). «Es preciso que Él reine, hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies… para que sea Dios todo en todas las cosas» (15,25.28). Ésta ha sido y es siempre la misión de la Iglesia. Pero al final del tiempo de Cristiandad se capta con renovada convicción. San Ignacio se dedica a esa misión con toda su alma. Entiende que el principio y fundamento de todo está en que el hombre ha sido puesto en la tierrapara amar y servir a su Creador. Y que, en consecuencia, ha de mantenerse indiferente a todos los bienes mundanos, tomándolos o dejándolos tanto en cuanto le ayuden para amar y servir a Cristo (Ejercicios 23).
La misión de Cristo Rey y de su Iglesia, y concretamente de la Compañía ignaciana, es ésta: «Mi voluntad es conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, para que siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria» (95). El cristiano, por tanto, poniéndose bajo la bandera del Reino de Cristo, ha de pretender con todas sus fuerzas, inmensamente potenciadas por la gracia divina, conquistar el mundo para Dios. «Adveniat Regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in coelo, et in terra».
–Ser totalmente libres del mundo, de «sus pensamientos y caminos» (Is 55,8), será, pues, una de las condiciones principales que San Ignacio exija y promueva en los miembros de la Compañía de Jesús. No pueden conquistar para Dios el mundo aquellos que lo temen o que están seducidos por él.
«Los que entran en la Compañía han de considerar delante de nuestro Creador y Señor lo que sigue: en cuánto grado aprovecha para la vida espiritual aborrecer en todo y no en parte cuanto el mundo ama y abraza. Admitir y y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Y como los mundanos aman y buscan con tanta diligencia honras, fama, etc., así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor aman y desean intensamente lo contrario. Y vístense de la misma vestidura y librea de su Señor, por su divino amor y reverencia. De modo que, donde a su divina Majestad no le fuese ofensa, ni al prójimo imputado a pecado, deben desear pasar injurias, falsos testimonios y ser tenidos por locos, no dando ellos ocasión de ello, para desear padecer e imitar en alguna manera a nuestro Creador y Señor Jesucristo, pues de ello nos ha dado ejemplo en sí, y hecho vía que nos lleva a la verdad y vida» (Regla 23; cf. Const.101; 288).
–Esa libertad del mundo debe ser inequívocamente manifiesta en todos los miembros de la Compañía de Jesús, y por supuesto, en todos los cristianos, que ya en el bautismo «renunciaron al mundo». Tanto importa esto a los ojos de Ignacio, que el que quiera ingresar en la Compañía debe demostrar, con signos bien ciertos, su menosprecio del mundo. Y entiéndase bien que en el lenguaje cristiano tradicional el menos-precio del mundo no es des-precio, sino un aprecio inferior al que se debe a Dios. El aspirante a la Compañía de Jesús realmente ha de «dejarlo todo» –todo, también a sí mismo– para «seguir» libremente a Jesús y servirle. Concretamente, ha de distribuir todos sus bienes en forma irrevocable, «apartando de sí toda confianza de poder haber en tiempo alguno los tales bienes» (Const. 53). Más aún, el que entra en la Compañía «haga cuenta de dejar el padre y la madre, hermanos y hermanas, y cuanto tenía en el mundo, y así debe procurar perder toda la afición carnal, y convertirla en espiritual con los deudos» (61; cf. Regla 7-8). Conquistar el mundo para Cristo –lo que pretende Ignacio– exige transformarlo; pero solamente pueden transformar el mundo aquellos que no están cautivos de él por la seducción o el temor.
Esta perfecta libertad del mundo debe ser forjada, probada y ejercitada, pues de otro modo el religioso jesuita no podrá servir a Cristo Rey, con amor y obediencia, con libertad y abnegación, con fidelidad y perseverancia. Por eso, en el tiempo de su probación, pase un mes o lo que convenga sirviendo en hospitales, peregrinando sin dinero, ejercitándose en oficios bajos y humillantes, enseñando el catecismo a niños y gente ruda, etc. Y todo eso han de hacer los jesuitas, «por más se abajar y humillar, dando entera señal de sí, que de todo el siglo y sus pompas y vanidades se apartan, para servir en todo a su Creador y Señor, crucificado por ellos» (Const. 66). Estos nuevos caballeros de Cristo viven en el mundo sin caballo, sin armas, sin atuendos vistosos, sin siervos y escuderos… como pobres de Cristo. Y ese espíritu han de vivirlo también «en los vestidos para la mortificación y abnegación de sí mismos, y poner debajo de los pies el mundo y sus vanidades» (297).
–Hay que mirar al cielo, para entender el mundo presente. «Contemplativo en la acción», Ignacio de Loyola, hombre de pocos libros (non multa, sed multum), siempre tuvo a mano la Imitación de Cristo. Y para él, «la mayor consolación que recibía era mirar el cielo y las estrellas, lo cual hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sentía en sí un muy grande esfuerzo para servir a nuestro Señor» (Autobiografía 11). Precisamente por esto, porque Ignacio tenía el mundo y sus vanidades bien debajo de sus pies, y mantenía los ojos puestos en lo invisible, hacia arriba, donde está Cristo a la derecha de Dios (2Cor 4,18; Col 3,1-2), precisamente por eso, muestra tan admirable sentido práctico para actuar en el mundo y tanta fuerza para transformarlo y sujetarlo al influjo benéfico del Reino: misiones, colegios, asociaciones, universidades. Precisamente por eso tenía tanta fuerza para conseguir que la voluntad de Dios se hiciera en la tierra como se hace en el cielo.
Estiman algunos que cuanto más se piensa y habla del cielo, menos se entiende el mundo presente y menor es la capacidad para actuar en él y transformarlo. La verdad es exactamente la contraria. Cuanto más atenta al fin está la mirada del alma, más eficaces son los medios que pone para conseguirlo. La lucidez y la fuerza que Ignacio y los suyos consiguen en el ora es lo que justamente los hace lúcidos y fuertes en el labora, obrando en el mundo y transformándolo con la gracia de Dios. Así fue Ignacio y así fueron sus benditos hermanos, que antes de su muerte ya en la Compañía eran tres mil.
–Cristo y su Iglesia libran en la historia una enorme batalla contra el diablo y los suyos. Ya traté del tema en este blog (19). En los Ejercicios espirituales de San Ignacio, la meditación de las dos banderas, que muestra la vida cristiana en el mundo en su condición militante,tiene una gran importancia. Y en ella no está pensando Ignacio solamente en sus hermanos de la Compañía, sino en todo el pueblo cristiano. Él conoce perfectamente cómo está el mundo de su tiempo, y sabe bien los estragos que está sufriendo la Iglesia a causa sobre todo de Lutero y de sus afines. Y así lo expone a todos en los Ejercicios:
«Para considerar estados», esto es, para conocer y seguir la propia vocación, «el primer preámbulo es la historia: cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su bandera, y Lucifer, al contrario, bajo la suya». Los dos campos que se enfrentan son Jerusalén y Babilonia. El tercer preámbulo es «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle». El jefe de los enemigos «hace llamamiento de innumerables demonios y los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular». Contra él y contra ellos, «el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todo los estados y condiciones de personas» (Ejercicios 137-145). Es el permanente combate entre la luz y las tinieblas, que se inició al principio del mundo y durará hasta su final, hasta la total victoria de Cristo (Vaticano II, Gaudium et spes 13b y 37b).
–Los cristianos han de adiestrarse para el combate con el mundo y contra el diablo, el Príncipe de este mundo. Desde niños, han de revestirse progresivamente de «la armadura de Dios» (Ef 6,10-18). Ya jóvenes y adultos, han de empuñar «la palabra de Dios, que es como una espada de doble filo» (Heb 4,12). Es evidente que si el diablo es «el padre de la mentira» (Jn 8,44), será preciso combatirlo ante todo, como Cristo en el Apocalipsis, con «la espada que sale de su boca», que es la verdad (Ap 1,16; 2,12.16; 6,4.8; 19,15.21). La verdad, que se adquiere en la oración y el estudio, es el arma más potente contra el poder del Maligno, que por la mentira mantiene cautivo al mundo. El apostolado actualmente es tan débil porque el entusiasmo, las emociones y los eventos no pueden suplir ni de lejos la fuerza apostólica de la oración y de la buena formación doctrinal e histórica, tantas veces mala o ausente.
Por eso en las Constituciones de la Compañía, en su IV parte, cuando describe San Ignacio al detalle cómo deben formarse espiritual y doctrinalmente los que se alistan para combatir bajo las banderas de Cristo, insiste en que los jesuitas han de apreciar extremadamente el estudio: «tengan deliberación firme de ser muy de veras estudiantes, persuadiéndose no poder hacer cosa más grata a Dios nuestro Señor en los Colegios, que estudiar con la intención dicha; y que cuando nunca llegasen a ejercitar lo estudiado, el mismo trabajo de estudiar, tomado por caridad y obediencia, como debe tomarse, sea obra muy meritoria ante la divina y suma Majestad». «La doctrina que en cada facultad deben seguir sea la más segura y aprobada». Tal como están los tiempos, éste es un punto esencial. «Aquellos libros se leerán que en cada facultad se tuvieren por de más sólida y segura doctrina, sin entrar en algunos que sean sospechosos ellos o sus autores». «Quítense también los impedimentos que distraen del estudio, así de devociones y mortificaciones demasiadas o sin orden debida, como de cuidados y ocupaciones exteriores en los oficios de la casa, y fuera de ella conversaciones». En el artículo que ya he citado (30) trato del tema con más amplitud. Es una idea central de San Ignacio, que la expone también con fuerza en las Constituciones de los Colegios.
Un ejército pronto para «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12). Ésa es la Compañía de Jesús que forman San Ignacio y sus primeros compañeros. En la historia comprobamos tantas veces que la Reforma de la Iglesia, la que en un tiempo concreto necesita, viene realizada por Dios a través del Papa, de los Obispos, de Concilios de reforma, pero también por medio de hombres y de institutos santos. Toda Reforma católica ha de iniciarse muy especialmente procurando para los aspirantes al sacerdocio secular y a la vida religiosa activa una buena formación doctrinal y espiritual, en la que se unan armoniosamente los estudios de humanidades, filosofía, Escritura, Tradición de padres y de santos, teología escolástica y positiva, historia, liturgia, cánones y Concilios, lenguas clásicas y modernas. Y en este sentido, el sistema ignaciano de formación eclesiástica vino a ser, bajo el influjo reformador del Concilio de Trento, modelo para toda la Iglesia, tanto en los Seminarios diocesanos como en los Centros religiosos de formación.
Para combatir y vencer al mundo y a la mundanización de la Iglesia es preciso conocer bien los errores y las culpas de la época. En tiempos de San Ignacio, Roma estaba muy mal. Siete Papas residieron en Aviñón en el siglo XIV, y dos antiPapas. En ese tiempo de Aviñón, y posteriormente en Roma, la Sede Apostólica se ve afectada frecuentemente por intrigas, ambiciones, inmoralidades, nepotismos, cohechos, al mismo tiempo que se negocian en ella innumerables nombramientos y dispensas, y se tolera el absentismo de Obispos, la acumulación de cargos y rentas, la sustitución en beneficios… El padre Domingo de Soto (1494-1570), profesor dominico de teología en Salamanca y confesor de Carlos I, calificaba la situación de la Iglesia como subversio ordinis.
–El «buenismo oficialista» es a veces solamente una ingenuidad ignorante, pero no pocas veces, sobre todo en cristianos ilustrados, es oportunismo culpable y calculado, adulación y ambición. Por el contrario, San Ignacio de Loyola es perfectamente consciente de los graves males del mundo y de la Iglesia de su tiempo. Está, pues, muy lejos de ese buenismo, que aplaude automáticamente todo cuanto directa o indirectamente provenga del Papa, de la Santa Sede y de los Obispos, sea lo que sea, pensando erróneamente que con eso agrada a Dios y ama a la Iglesia. No es posible agradar a Dios y amar a la Iglesia sin permitirle al Espíritu Santo que nos abra del todo los ojos del alma para conocer y reconocer la verdad de la realidad. Pocos santos, quizá, hayan amado tanto a la Iglesia como Santa Catalina de Siena, por ejemplo, y pocos, quizá, hayan conocido tanto los males de la Iglesia de su tiempo y los hayan denunciado con tanta fuerza.
Hace poco vimos cómo Santo Tomás advertía que «muchos obispos y religiosos [a pesar de ser Obispos y religiosos] viven en pecado mortal» (De perfectione 27). De modo semejante, en una carta de San Ignacio a Diego de Gouvea (23-11-1538), principal del Colegio parisino de Santa Bárbara, le confiesa:«no faltan tampoco en Roma muchos a quienes es odiosa la luz eclesiástica de verdad y de vida». Dicen muchos. Y San Ignacio atribuye estos errores a la mala vida: «de temer es que la causa principal de los errores de doctrina, provengan de errores de vida; y si éstos no son corregidos, no se quitarán aquellos de en medio».
Actualmente, un buen católico oficialista –sobre todo si es de los católicos oficiales que viven económicamente de la Iglesia– jamás dirá frases como ésas de Santo Tomás y de San Ignacio. No está dispuesto a combatir los buenos combates de la fe contra los males del mundo y de la Iglesia. Teme perder la propia vida por amor a la verdad, a Cristo y a la Iglesia. Calla, no actúa. Se guarda.
San Ignacio y la Compañía de Jesús guardan a la Sede Apostólica la más perfecta fidelidad. La guardan por convicción profunda de fe, de obediencia y de caridad eclesial. Pero también porque saben que la peste protestante que está devastando la Iglesia en Europa es una herejía cuyo mismo centro es precisamente el cisma, el rechazo de la Iglesia como Madre y Maestra. El libre examen luterano arrasa y se lleva por delante los Sucesores de los Apóstoles, los sacramentos, los Padres, los santos, los Concilios y la misma Sagrada Escritura, que de ser revelación de Dios viene a reducirse al pensamiento interpretador de hombres. De ahí ese énfasis ignaciano por la adhesión a la Iglesia, ya expresado en los Ejercicios (353-370).
–Es muy fuerte el combate ignaciano contra el mundo y contra la parte mundanizada de la misma Iglesia, es decir,contra los herejes y cismáticos que, como caballo de Troya, hay dentro (sociológicamente) de ella. San Ignacio sabe, es decir, cree de verdad, que entre la fe verdadera y la herejía está en juego la salvación temporal y eterna de los hombres y de los pueblos. Por eso dice que entre «las cosas más fructuosas y útiles para nuestro instituto» están las «controversias con heréticos» (Constituciones Colegios 67). Los jesuitas han de estar, por su buena formación doctrinal, totalmente vacunados contra todos los errores vigentes en su tiempo. Han de conocerlos exactamente, sin deformaciones o exageraciones. Y deben estar preparados para vencerlos con la fuerza de la verdad católica, es decir, con la fuerza de Cristo y de su Iglesia.
Así lo procura Ignacio, por ejemplo, en una Instrucción enviada al P. Juan Pelletier, superior en Ferrara (13-6-1551): «Téngase especial advertencia sobre las herejías, y estén armados contra las tales, teniendo en la memoria las materias controvertidas con los herejes, y procurando estar atentos en esto a descubrir las llagas y curarlas; y, si tanto no se puede, a impugnar su mala doctrina» (II p., 6).
Ignacio establece la estrategia del combate por la fe con todo cuidado. Podemos comprobarlo, por ejemplo, en la carta al P. Pedro Canisio (13-8-1554), en la que busca la conquista de Alemania para Cristo y su Iglesia.
La Iglesia católica debe tomar decisiones que aseguren la victoria del «combate por la fe», y sin las cuales, ciertamente, esa lucha estaría destinada al fracaso. Los profesores públicos de Universidad o de colegios privados inficcionados de herejía deben ser «desposeídos de sus cargos»… «No deberían tolerarse curas o confesores que estén tildados de herejía, y a los convencidos de ella habríase de despojar de todas las rentas eclesiásticas; que más vale estar la grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo»… «Quien no se guardase de llamar a los herejes “evangélicos” convendría pagase alguna multa… a los herejes se los ha de llamar por su nombre, para que dé horror hasta nombrar a los que son tales, y cubren el veneno mortal con el velo de un nombre de salud»… Haya «buenos predicadores y curas y confesores en detestar abiertamente y sacar a luz los errores de los herejes, con tal que los pueblos crean las cosas necesarias para salvarse, y profesen la fe católica».
Exhorta también San Ignacio a fundar colegios y centros teológicos, elaborar catecismos, componer algún libro «para los curas y pastores menos doctos, pero de buena intención», y alguna buena «suma de teología escolástica que sea tal, que no la miren con desdén los eruditos de esta era, o que ellos a sí mismos se tienen por tales»… Todas estas intenciones, todas, fueron cumplidas por la Compañía del modo más perfecto.
¿Qué pensaría hoy San Ignacio de Loyola si viera dentro de la misma Iglesia tantos centros difusores del error, en seminarios, facultades de teología, universidades y colegios, parroquias y catequesis, congregaciones religiosas, editoriales y librerías, a veces diocesanas? ¿Que diría? y ¿qué haría?
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
21 comentarios
El hombre ha sido Creado para Alabar, hacer Reverencia, y Servir a DIOS Nuestro Señor.
Al a Mayor Gloria de DIOS!!
Danos TU Amor y Gracia y que Esta nos baste.
San Ignacio de Loyola
Bueno, San Ignacio se caería para atrás del pasmo al ver la situación actual. Y más viendo lo que dicen algunos de su propia orden, por ejemplo el P. Masiá.
Por otro lado, muy inspirador este artículo, me ha gustado muchísimo.
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Con el favor de Dios, llegaré en su momento a tratar de esos temas.
En fin padre, no se ha enteredo que con el señor E.O aqui mismo en Infocatólica se está negociando su venida para la Patagonía Chilena, para que junto con los pingüinos empecemos a formar la "Santa Alianza Rebelde" contra el mundo apóstata del momento histórico que vivimos?. Pues usted es el ideólogo principal. Los que estén interesados en formar parte de esta alianza que se inscriban.
Como ve algo haremos por la Santa Madre Iglesia y por seguir el combate contra el diablo, a ejemplo de San Ignacio de Loyola y los santos.
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JMI.-Bueno, Emiliana, será cosa de pensarlo y ver si está de Dios.
Bendición +
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JMI.-Bendición +
Los méritos de San Ignacio y San Francisco Javier son tan grandes en el cielo que hasta la beata Emmerick se refiere a España como la tierra de ambas, y en sus visiones nuestra patria es salvada por los méritos de ellos.
San Ignacio, intercede por tu Compañía !
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JMI.-El primer párrafo expresa una suposición ciertamente errónea. El que nos enseñó a fiarnos totalmente de la Iglesia, Mater et Magistra, viendo negro o blanco cuando Ella etc., hoy aceptaría la enseñanza de la Iglesia acerca del derecho a la libertad religiosa con absoluta fidelidad, entendiéndola en continuidad con las enseñanzas anteriores delMagisterio, como la entiende el Papa y todos los catholicos que estamos en plena comunión con él.
No lo dude. Es un dato cierto.
(Tampoco dude en absoluto Pater que muchos que creen saber lo que la Iglesia enseña hoy y ayer... tampoco lo saben o entienden. Es un dato ciertísimo.)
A eso me refería Pater. Y se me olvidó darle las gracias por tan bellísimo texto.
Ps: Cosa aparte es si ayudaría clarificar algunos textos, pero no es el tema del post, es que al leer me hace gracia ver como se expresaban con toda claridad los grandes santos de siempre..y claro, venía al pelo con determinadas discusiones y una avalancha curiosa de portadas :-)
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JMI.-Suponer que S. Ignacio habría pensado como los lefebvrianos acerca del derecho civil a la libertad religiosa 1) es ignorar cuál era la actitud de S. Ignacio ante las enseñanzas del Papa o de los Concilios; y 2) no viene a cuento con el tema del artículo sobre S. Ignacio y su servicio a la Iglesia al final de la situación de Cristiandad.
Para Emiliana: Eso de la Patagonia y Santa Alianza pinta bien.
Dios tenga misericordia de nosotros.
Soy ruso ortodoxo y estudio el siglo XVI espaNol en el formato de la ciencia politica. Muchas gracias por Su articulo, ya que la figura de Ignacio de Loyola es una de las mAs principales para entender este siglo y, quizAs, toda Espana.
Entretanto, quisiera saber, si lo es posible, cOmo podemos definir a Ignacio Loyola en las definiciones de la ciencia politica moderna: tradicionalista, conservador, liberal?; o a la manera espaNola: renovador o innovador?
La ciencia politica siempre trata de modernizar la historia lejana. Y es muy interesante, quE piensa de estes asuntos el seNor como Usted?
Con todo respeto.
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JMI.-Los calificativos que Ud. pone por ejemplo son los más usuales, pero ya comprende Ud. que son de significación muy ambigua. No aplicaría yo ninguno de ellos a San Ignacio.
Fue un hombre, como prácticamente todos los santos de vida activa, tradicional y renovador al mismo tiempo.
Dios le bendiga +
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JMI.-No estoy hablando del Papa actual y de cómo dirige la barca de Pedro, ni de los otros temas que Ud. señala. El artículo examina el fin de la situación de Cristiandad visto en la figura santa de Ignacio de Loyola, que quiere conquistar, es decir, re-conquistar el mundo para Cristo.
S. Ignacio es realmente una de las grandes glorias de España y de la Iglesia. Es increible que algunos hijos suyos anden bebiendo en fuentes ajenas, que además no son limpias.
Al mismo tiempo, ha entrado usted en su recorrido por la historia, en el siglo XVI que es apasionante en sí mismo y por el enorme paralelismo que tiene con la época actual. Un simple recorrido de los santos de ese siglo uno por uno, sus análisis de la sociedad, sus denuncias, su hablar con claridad y su amor a Dios y por Dios a la Iglesia y a la humanidad les hace realmente modelos para estos tiempos oscuros.
Ojalá a nosotros nos espoleara como a ellos aquella frase de S. Pablo: "Ay de mi si no evangelizare!"
Las estadístican señalan que luego de la fundación de la Compañía de Jesús, las guerras de religión era cosa de todos los días, y los muertos se contaban en millones.
La guerra de los 30 años, entre católicos y protestantes en Europa Central, dejó un saldo de alrrededor de 4 millones de muertos, y la población de lo que es actualmente Alemania reducida a la casi un tercio de la cifra antes de la guerra.
Es una infeliz coincidencia, ¿?, que una vez establecida la Compañía, Europa se envuelva en intrigas, guerras y revoluciones...
La historia no le hace mucho favor a la Compañía fundada por San Ignacio... incluso hoy.
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JMI.-Me temo que las estadísticas a las que Ud. alude estarán publicadas por protestantes. ¿Algún historiador católico lo afirma? Me gustaría saber su nombre y su obra.
Lutero y sus afines protestantes son los principales causantes de las guerras de su tiempo, al partir la unidad anterior espiritual de Europa. San Ignacio y la Compañía lucharon en "combates espirituales", a los que llama Ignacio bajo la bandera de Cristo: catecismos, misiones, ejercicios espirituales, colegios, etc.
La historia de la Compañía es gloriosa, con sus lados deficientes, como toda obra humana, especialmente en los últimos tiempos.
Sugerir que hay un nexo entre la fundación de la Compañía y las guerras en Europa ¿es una ideica suya o puede confirmarla con la enseñanza de historiadores católicaos? En mi opinión es una gran calumnia. Una gran falsedad histórica.
Nota.- Permítame una pregunta, por su firma e-mail. ¿Es Ud. pastor protestante?
Un jesuíta en misión.
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JMI.-Oremos, oremos, oremos.
Respecto a las estimaciones estadísticas del número de muertes por las guerras de religión (en particular, la guerra de los 30 años entre 1618 y 1648, además de las guerras de religión en Francia de 1559 a 1598) las puede encontrar facilmente en internet, y dudo que importe la confesión religiosa para escribir la historia, en cuanto se refiera al menos a datos históricos.
En el siguiente enlace podrá ver algo de información sobre el número de víctimas de las guerras de religión 7.5 millones de personas...
http://necrometrics.com/pre1700a.htm
El nexo entre la fundación de la Compañía y las guerras en Europa, es sólo una hipótesis personal estimado padre, pero bastante verosimil, tanto que hasta el Papa Clemente XIV dijo en Breve de supresión de la Compañía:
...Casi en la cuna, la Sociedad vio nacer en su seno gérmenes de discordias y de celos, que desgarraron sus miembros y los condujeron a levantarse contra las otras órdenes religiosas, contra el clero secular, academias, universidades, colegios y escuelas públicas, y hasta contra los soberanos que las admitieron en sus Estados....
...Aumentaron los clamores y quejas contra la Compañía, produjéronse disensiones, sediciones peligrosísimas y escandalosas, destruyendo el lazo de la caridad cristiana, y encendiendo en el corazón de los fieles el espíritu de partido, odios y enemistades...
...Reconociendo que la Compañía de Jesús no podía producir los frutos abundantes, y considerables ventajas para que fue creada, y que era poco menos que imposible que la Iglesia gozara de paz verdadera y sólida, en tanto que esta Orden subsistiera... después de maduro examen, a ciencia cierta y en la plenitud de nuestro poder apostólico, suprimimos y abolimos la Compañía de Jesús....
Y hoy, los ejemplos contrarios al Magisterio, sobran.
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JMI.-Sigo pensando que atribuir (o sugerir) una especial culpabilidad a la Compañía de Jesús por las "guerras de religión", habidas después de su fundación, es una grave calumnia, que no halla apoyo en los historiadores católicos, aunque sí los tendrá en protestantes o/y masónicos. La causa principal de las guerras de religión a las que Ud. alude, tan terribles, ha de atribuirse principalmente a Lutero y otros dirigentes protestantes, que rompieron la unidad católica de Europa con sus herejías y cismas.
La supresión de la Compañía de Jesús a fines del XVIII fue pretendida con todas sus fuerzas por los gobiernos ilustrados de Europa en el XVIII, pletóricos de regalismo, y por la masonería, los jansenistas y los filósofos anticristianos del "Siglo de las Luces" (Voltaire, +1778, Diderot, +1784), etc. La procuraron fundamentalmene por su fidelidad al Papa, su poderío intelectual apologético, el influjo de sus colegios, universidades y misiones, y también por el interés de hacerse con sus bienes económicos. El Papa Clemente XIII resistió a estas presiones, pero su sucesor Clemente XIV claudicó por el bien de la paz, y promulgó el breve Dominus ac Redemptor (1773), en el que disolvía la Compañía. Unos años más tarde, el papa Pío VII, en la bula Solicitudo omnium Ecclesiarum (1814), restauró la Compañía de Jesús, que había sobrevivido providencialmente en Rusia y Prusia.
Es significativo que Ud., para justificar su tesis, cite precisamente ese documento pontificio de Clemente XIV, producido en situaciones tan trágicas. Pero se podrían alegar innumerables cartas, alocuciones, breves, etc. de los Papas en los que elogian, a lo largo de la historia, los inmensos servicios prestados a Cristo y a su Iglesia por la Compañía fundada por San Ignacio.
Y añado dos cosas.
1. Celebro saber, por lo que me dice, que Ud. es católico, no protestante.
2. Su comentario se sale del tema de mi artículo, situado en ss. XVI-XVII. Y mira negativamente la historia de los jesuitas, alegando su supresión pontificia en 1773. Cierro, pues, ya mi Sala de Comentarios a este tema.
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JMI.-Bendición +
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JMI.-Bendición +
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JMI.-Hombre, Damián, haber subjectos de la primera especie, haberlos haylos.
Que el ESanto no está de vacaciones en nuestro tiempo.
La mal llamada Refoma protestante arrancó pueblos y naciones enteras de los brazos de la Iglesia, pero la fe, gracias a estos santos y a Trento, se mantuvo casi intacta allá donde el protestantismo no triunfó. La crisis actual es de peor naturaleza y por tanto mucho más peligrosa, porque roba el alma católica a quienes creen seguir siendo católicos y ya no lo son. No porque lleven una vida de pecado -que también-, sino porque desconocen los más elementales rudimentos de la fe, de la doctrina, de la moral, de la gracia que capacita para ponerse en el camino hacia la santidad.
Queda una tarea ingente por hacer. Y no sobra tiempo.
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JMI.-Reforma o apostasía.
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