(111) Católicos y política –XVI. ¿Qué debemos hacer?. 3

–O sea que lo principal que en política debemos hacer los cristianos es ofrecer Misas y rosarios, novenas y rogativas.
–Lo ha entendido usted muy bien, gracias a que yo lo expliqué muy bien en el artículo anterior. Pero insisto en ello.

La oración ha de potenciar siempre la acción política, la oración del pueblo cristiano y la de los mismos políticos. La actividad política cristiana trata de hacer prevalecer la luz de Cristo sobre las tinieblas del mundo, trabaja por «lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (Vat.II, GS 43). Pero esto implica una gran batalla contra «los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal» (Ef 6,12), una gran guerra que comenzó en el inicio de la historia humana y durará hasta su final, hasta la segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo (GS 13; 36).

Los políticos cristianos son, pues, como los caballeros que toman las armas para librar esta batalla. Y es imposible que alcancen la victoria, o siquiera ciertas victorias parciales, si ellos mismos y todo el pueblo cristiano no potencian con la oración, es decir, con la fuerza de Cristo Rey, sus acciones. Ésta fue siempre la convicción de Israel y de la Iglesia: «la victoria en el combate no depende de la cantidad de las tropas, sino de la fuerza que viene del Cielo» (1Mac 3,19). Recuerdo algunos ejemplos de la Historia de la salvación, para que en ellos comprobemos que Israel y la Iglesia vencen al Maligno y a los suyos cuando por la oración insistente hacen suya la fuerza salvadora de Dios; y experimentan una derrota tras otra cuando, apoyándose en las propias fuerzas o en la coalición con otras fuerzas humanas, decaen en la oración.

Israel se libra de la esclavitud de Egipto gracias a la oración de súplica. Observen que la intervención salvadora de Dios tiene, sin duda, en profundo sentido religioso, como lo tendrá el Éxodo; pero estamos también ante la liberación de una situación política de opresión y esclavitud, conseguida principalmente por la oración:

«Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos liberó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Y nos introdujo en este lugar, nos dió esta tierra, una tierra que mana leche y miel» (Deut 26,6-9).

Durante el Éxodo, Israel resiste el ataque de los amalecitas y los vence. Es Josué quien dirige el ejército de Israel. «Aarón y Jur subieron a la cima del monte con Moisés. Y mientras Moisés tenía alzadas las manos [en oración de súplica] llevaba Israel la ventaja, pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. Moisés estaba cansado y sus manos le pesaban. Tomando, pues, una piedra, se la pusieron debajo de él para que se sentara, y al mismo tiempo Aarón y Jur sostenían sus manos, uno de un lado y otro del otro, y así no se le cansaron las manos hasta la puesta del sol. Y Josué derrotó a Amalec al filo de la espada» (Ex 17,10-13).

Israel se ve asediado por los asirios en Betulia, «y todos a una clamaron al Dios de Israel, pidiéndole con ardor que no entregase al saqueo a sus hijos, ni diese sus mujeres en botín, ni las ciudades de su heredad a la destrucción, ni el Templo a la profanación y el oprobio, regocijando a los gentiles» (Jdt 4,9-12). Pero no todos persistían en la oración y la esperanza; algunos proponían: «será mejor que nos entreguemos a ellos, porque siquiera, siendo siervos suyos, viviremos» (7,27). Ocías accede: «si en cinco días no nos viniera ningún auxilio, yo haré lo que pedís» (7,30-31). Se alza entonces indignada la viuda Judith:

«No irritéis al Señor, Dios nuestro. No protendáis forzar los designios del Señor, Dios nuestro, que no es Dios como un hombre, que se mueve con amenazas, ni como un hijo del hombre que se rinde. Por tanto, esperando la salvación, clamemos a Él que nos socorra. Y si fuese su beneplácito, oirá nuestra voz» (8,14-17). Alza primero Judit una oración maravillosa al Señor (9), que le ilumina y fortalece, y en seguida se muestra valiente y prudente en la acción: entra en el campamento enemigo, y corta la cabeza de Holofernes, liberando así a Israel.

La Iglesia primera, en las persecuciones que sufre del mundo, tiene en la oración el arma principal de «la armadura de Dios» (Ef 6,101-8). Bien consciente de que los discípulos están en el mundo «como ovejas entre lobos» (Mt 10,26), obedeciendo a Cristo, viven continuamente confortados por la oración: «es preciso orar en todo tiempo para no desfallecer» (Lc 18,1). Cuando Pedro es encerrado en la cárcel, «la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él», y fué liberado por un ángel (Hch 12,5). Y superado un aprieto, en seguida venía otro, quizá peor, de tal modo que los discípulos de Cristo, padeciendo grandes injusticias, sólo podían vivir en el mundo en una continua oración suplicante, firmes en la esperanza: «¿no hará justicia Dios a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aun cuando los haga esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente» (Lc 18,7-8).

La Iglesia que San Juan describe en el Apocalipsis alza continuamente ante la Trinidad divina el incienso de sus alabanzas y acciones de gracias (Ap 8,4). Pero clama también desde su dolor pidiendo la acción del Misericodioso omnipotente: «clamaban a grandes voces: “¿hasta cuándo, Señor santo y verdadero, tardarás en hacer justicia y en vengar la sangre en los que habitan la tierra?”». Y «se les dijo que esperaran todavía un poco más, hasta que se completara el número de sus compañeros de servicio y hermanos, que iban a sufrir la misma muerte» (Ap 6,9-11).

La oración por los gobernantes y políticos, desde los Apóstoles, ha sido siempre en la liturgia de la Iglesia una práctica continua, concretamente en la Eucaristía. Sigue así la Iglesia una norma secular de Israel (1Esd 6,10;Bar 1,10-12; 1Mac 7,33). Y también, por supuesto, la Iglesia ora durante los tres primeros siglos por los gobernantes perseguidores. Por tanto, la victoria final de la Iglesia sobre el Imperio romano debe atribuirse no a revueltas de protesta o a manifestaciones reivindicativas –que nunca se dieron, y que por otra parte no eran posibles–, sino principalmente a las oraciones de los cristianos, que, fieles al mandato del Salvador, oraron siempre por sus enemigos y perseguidores (Mt 5,44; Lc 6,27-28).

«Te ruego ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los emperadores y por todos los constituídos en dignidad, a fin de que gocemos de vida tranquila y quieta, con toda piedad y honestidad. Esto es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,1-4; cf. Rm 13,1-7; Tit 3,1).

San Clemente Romano, tercer Obispo de Roma después de San Pedro (88-97), en su carta a los corintios, expresa también esta fisonomía orante y suplicante de la primera Iglesia, precisamente durante la gran persecución de Domiciano:

«Te pedimos, Señor, que sean nuestro auxilio y protector… Que todos los pueblos conozcan que Tú eres el único Dios, que Jesucristo es tu Siervo y que nosotros somos “tu pueblo y ovejas de tu rebaño” (Sal 78,13). Misericordioso y compasivo, perdónanos nuestras culpas, faltas, pecados y errores… Sí, Señor, muestra tu rostro sobre nosotros para concedernos los bienes de la paz, para que seamos protegidos por tu mano poderosa, para que tu excelso brazo nos libre de todo pecado, y para que nos protejas de todos los que nos odian injustamente… Que seamos obedientes a tu omnipotente y santo Nombre y a nuestros príncipes y jefes de la tierra. Tú, Señor, les diste el poder del reino por tu magnífica e indescriptible fuerza… Dales, Señor, salud, paz, concordia, firmeza para que atiendan sin falta al gobierno que les has dado… Tú, Señor, endereza su voluntad hacia lo bueno y grato a tu presencia, para que alcancen de Ti misericordia» (Corintios 59-61).

San Cipriano (210-258), Obispo de Cartago, durante las devastadoras persecuciones de Decio y de Valeriano, escribió preciosas cartas para la confortación de los cristianos. Insistía mucho en el escudo de la oración, «para poder resistir en el día malo» (Ef 6,13), y también en el reconocimiento humilde de los pecados: «nos merecemos estas persecuciones; nos las hemos ganado».

Ya sé «que el temor de Dios os induce a aplicaros a continuas oraciones e insistentes súplicas, pero os amonesto también a que aplaquéis a Dios no sólo de palabra, sino también a que afligiéndoos con ayunos y toda clase de penitencias, logréis de Él con ruegos que reduzca su cólera» (la de la persecución que su Providencia permite). «Hay que comprender y reconocer que tormenta tan devastadora como la presente persecución, que ha desolado nuestro rebaño en tan gran parte y que aún sigue desolándolo, es efecto de nuestros pecados, porque no seguimos los caminos del Señor, ni observamos los mandamientos que nos dió para nuestra salvación. El Señor cumplió la voluntad del Padre, pero nosotros no hemos cumplido la voluntad de Dios, y nos hemos entregado al lucro de los bienes temporales, marchando por los caminos de la soberbia. Renunciamos de palabra, pero no de obra, al mundo, muy indulgente cada uno consigo mismo y severo con los demás. Por eso recibimos ahora los azotes que merecemos…

«Imploremos desde lo más profundo de nuestro corazón la misericordia de Dios, porque Él también dijo: “no les retiraré mi favor” (Sal 88,34). No cesemos, pues, en manera alguna de pedir y de esperar recibir con fe, y supliquemos al Señor con sinceridad y en unánime concordia, con gemidos y lágrimas a la vez, como conviene implorar a los que se encuentran entre los males de los que lloran y el resto de los que temen, entre la multitud de enfermos que yacen por el suelo [los lapsi, los que cedieron en la persecución] y los muy pocos que quedan en pie. Pidamos que retorne pronto la paz, que se cumpla lo que el Señor se digna anunciar a sus siervos: la reintegración de la Iglesia, la seguridad de nuestra salud, los piadosos auxilios de su amor de Padre, las conocidas maravillas de su poder divino para embotar las blasfemias de los perseguidores» (Carta 11, extractos).

La oratio fidelium es una de las formas más antiguas en la oración de la Iglesia suplicante, y con frecuencia pide al Señor no sólamente la salud espiritual del pueblo, sino también una convivencia política digna de Dios y del hombre: la bondad, la justicia y la paz de la sociedad civil. Es bien consciente la Iglesia de que la acción de los políticos, gobernantes y ciudadanos, sin la ayuda de la gracia divina, es radicalmente insuficiente para conseguir el bien común del pueblo, y fácilmente se pervierte en la injusticia y la violencia.

La oración de los fieles, ya desde antiguo, forma parte de la Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia, y consiste en una serie de súplicas e intercesiones que el diácono va guiando, y que el obispo o el presbítero concluyen. En las muy antiguas y venerables Constituciones de los apóstoles, un documento del año 380, que recoge textos más antiguos, como ya vimos (90), tenemos una descripción muy detallada de su forma de celebración. Terminadas las lecturas y la homilía, el diácono manda salir a oyentes (audientes) e infieles, y todos en pie, bajo su guía, rezan las preces, respondiendo unánimes Kyrie, eleison! a las intenciones proclamadas por el diácono (Constituciones VIII,2ss). El Obispo o el presbítero concluye la oración de los fieles, reuniendo en una oración collecta todas las súplicas precedentes:

«Oh Defensor poderoso, que sostienes a este pueblo tuyo, al que has redimido con tu preciosa sangre, sé su abogado, su ayuda y su promotor, su muralla fortísima, su trinchera y firme castillo, para que ninguno pueda perderse de tu mano, ya que no hay Dios alguno como tú, y en ti hemos puesto nuestra esperanza».

Adelantada la Eucaristía, después de la consagración y la epíclesis, otra vez el Obispo alza su voz y sus manos en favor de la Iglesia peregrina, sujeta a tantos peligros y persecuciones del Maligno y de sus siervos, pero siempre guiada y protegida por Dios providente:

«También te pedimos, Señor, por el rey, por cuantos tienen autoridad y por todo el ejército, para que nuestra vida perdure en la paz, y transcurriendo en la quietud y la concordia todo el tiempo de nuestra vida, te demos gloria a Ti por Jesucristo, nuestra esperanza». Sigue pidiendo por todos los santos, vivos y difuntos, por los enfermos, «por aquellos que están en esclavitud, por los exilados y por los proscritos, también por cuantos nos odian y nos persiguen a causa de tu nombre, para que Tú les conduzcas al bien y aplaques su furor».

Las Constituciones aludidas consignan también una oratio fidelium semejante para la oración litúrgica de la tarde (VIII,35) y de la mañana (VIII,37). De este modo la Iglesia primera persevera en la oración suplicante de los fieles: pide siempre a Dios que los cristianos vivan dentro del mundo pecador «libres de pecado y protegidos de toda perturbación». En nuestro tiempo, la Liturgia postconciliar renovada ha recuperado felizmente estas preces fidelium en la Misa, en Laudes y en Vísperas esta tradición suplicante.

Pocos años más tarde, en 391, el emperador Teodosio I declara al cristianismo religión oficial del Imperio y prohibe los cultos paganos. Sin embargo, las invasiones bárbaras del siglo V acaban por extinguir el Imperio Romano de Occidente en el 476, y nuevas persecuciones y violencias suscitarán en la Iglesia, junto a la oratio fidelium, otras formas de oraciones comunitarias en favor de la paz social, que recordaré en el próximo artículo.

La Bestia liberal de nuestro tiempo persigue más a los cristianos que la Bestia romana, porque no intenta atacar su cuerpos, sino pervertir sus almas (103). Por eso mismo, en el combate actual entre el Reino de Cristo y el mundo pecador es más necesaria que nunca la oración suplicante, y ésta ha de integrarse mucho más en los esfuerzos políticos de los cristianos en favor del bien común. Esas oraciones han de conseguir de Dios providente que los cristianos, libres del mundo, «resistan firmes en la fe» al diablo, que les ronda, aliado al mundo y a la carne, buscando a quién devorar (1Pe 5,8). Y han de lograr también que la acción política del Pueblo santo convierta a quienes persiguen a Cristo y a su Iglesia, elimine sus leyes criminales, silencie sus blasfemias habituales, y en fin, purifique plenamente al mundo secular, tan podrido de lujuria y avaricia, de injusticias y violencias, introduciendo en él a Cristo Salvador, el Nuevo Adán, el único que puede renovar la faz de la tierra: «he aquí que hago nuevas todas las cosas» (Apoc 21,5).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

21 comentarios

  
Alfredo
Francamente,padre;yo en cuanto que aparece el nombre de Israel,me mosqueo.

Todo bien,¿ pero que pinta Israel aqui ?.

Que pinta Israel,con los catolicos ?.

Yo,soy catolico,y los considero mis enemigos, a los israelitas,a los judios.

Y nunca los aceptare,como judios.
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JMI.- La Historia de la Salvación es única, se inició con la elección y la formación de Israel, con sus profetas y sus escrituras divinamente inspiradas -que la Iglesia sigue leyendo todos los días en su liturgia-, y se consumó en la Iglesia, el nuevo Israel, fundado sobre Jesucristo, María, los doce Apóstoles, todos ellos judíos, y las Escrituras nuevas, todas escritas por judíos bajo la inspiración del ESanto. La actitud que usted expresa en cuatro frases es incompatible con la actitud de la Iglesia católica hacia los judíos.
14/10/10 12:12 PM
  
Ignacio
A nosotros,lo que diga el Antiguo Testamento judio,el Pentateuco o Tora,un libro judio,y fantastico en una gran parte,no nos sirve,como catolicos.

A nosotros,como catolicos,unicamente nos sirven : Los Evangelios,el Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia.

Pero esto,que es ?.
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JMI.- Está usted tan equivocado como Alfredo. Los libros del Antiguo Testamento son una revelación inicial de Dios, que la Iglesia lee continuamente en su liturgia, y que llegaron a la plenitud de los escritos del Nuevo Testamente. Pero la continuidad de los dos testamentos es doctrina firma de la Iglesia de siempre.
14/10/10 12:18 PM
  
Miguel Antonio Barriola
Me extraña verdaderamente ese "marcionismo" de dos comentadores seguidos a las explicaciones del P. Iraburu.
¿Cómo comprender el mesianismo de Jesucristo, prescindiendo de las profecías? ¿Se podrá captar la superación, que el mismo Señor nos trae, sin comparar con lo preparatorio e imperfecto de lo que lo precedió?
¿Y ese antisemitismo? ¿Habrán leído alguna vez los capítulos 9 al 11 de Romanos y "Nostra Aetate", N° 4, del Vaticano II?

Por todo lo cual muy caritativas y no menos enérgicas las claras respuestas del P. Iraburu
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JMI- Casi increíbles. Pero ahí están.
14/10/10 1:13 PM
  
lostrego
Excelente Padre...

Durante 10 años Padre en una iglesia de Madrid, un grupo de amigos rezabamos lo que se llamaba el Rosario Vivo por la paz en España. Le aseguro Padre que los testimonios y experiencias que tuve entregando rosarios a politicos, familias e incluso victimas del terrorismo son increibles. Tan increibles que muchos catolicos de misa diaria no se los creerian. No, no sabemos bien lo que es la fuerza de la oracion. Lastima que nuestra religion, tan racionalista, se haya convertido en una ideologia, abandonando su caracter profetico y su confianza en la oracion.

Tambien le podria contar como se gano en Republica Dominicana la batalla del aborto. Dando vueltas al Congreso, rezando la noche antes de la votacion...y cayeron las murallas, como en Jerico. Ese para mi fue el primer y unico Congreso realmente pro-vida al que he asistido, y he asistido a mucho congresos...
14/10/10 1:20 PM
A mi, Padre, la cita que má me gusta sobre este tema, es Jueces 7, 2 y ss. "Yahvé dijo a Gedeón: Los hombres que te acompañan son demasiado numerosos como para que yo entregue Madián en sus manos. A ver si Israel se va a enorgullecer de ello a mi costa diciendo: !Mi propia mano me ha salvado!".
Bueno así se fueron reduciendo los 22.000 hombres de la tropa inicales, hasta quedar en los 300 que el Señor utilizó para vencer a los madianitas.
Pienso yo ahora, cuánto más usará hoy el Señor de un resto para vencer en esta época, en la que tras tanta apostasía de seglares y pastores, presbiteros y epíscopos, será difícil hasta encontrar a los 22.OOO hombres iniciales que entonces miraron desde el monte Gelboé-en términos proporcionales claro- para vencer al mundo y que reine en los corazones y en las naciones Cristo Rey.
Así será sólo su victoria, como siempre. Tanto si ha de restaurarse su Reinado ahora en las naciones, o si para tal fin, haya de volver en su Segunda Venida, para que todo se someta a Cristo.
14/10/10 2:38 PM
  
Mª Pilar
No quiero irme de tema, pero el Magisterio de la Iglesia dice que el Antiguo Testamento se cumple en el Nuevo Testamento y el Nuevo Testamento se anticipa en el antiguo y para interpretar uno, hay que considerar el otro.
Son muy utiles para un catolico esas citas del AT sobre el valor de la oración en su lucha contra el mal, en su propia vida y la vida social.
Si hay catolicos que piensan que como el Sr. Ignacio y sr. Alfredo, muchas veces es por que no han tenido una formación solida, lo cual hoy en día, lamentablemente, es frecuente.
Pero, soy sincera, no me gusta como ambos coiniciden rapidamente tras leer el impresionante escrito del Padre Irarburu, sobre la oración, no en removerse interiormente sino en decir casi al unisono lo mismo.

Pd. Disculpe Padre, omita mi comentario si no es oportuno, pero la mentira me indigna, me parece que ambos Sres son uno solo. Y aun mas, pienso que es un uso burdo de la tan usada tactica de hacer intervenciones para desviar la atención en otra cuestión.
Gracias por su sabiduria y paciencia.

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JMI.- De acuerdo en que hay que estar muy mal formados en la doctrina católica para pensar como Alfredo e Ignacio. Y de acuerdo en que ambos son la misma persona, al menos tienen el mismo I.P.
14/10/10 3:16 PM
  
Raúl
No quiero ser malo, pero me da la impresión de que los dos "comentadores" primeros son en realidad el mismo comentador con diferentes nombres...
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JMI.- Son el mesmo.
14/10/10 4:00 PM
  
Raúl
Por cierto, Ignacio Alfredo o Alfredo Ignacio, o como te llames, si no te sirve el Pentatéuco o el Antiguo Testamento en general, porque los consideras libros judíos, y consideras a estos enemigos tuyos, difícilmente te podrás llamar católico.

No olvides que los Evangelios y el Nuevo Testamento en general fueron escritos por judíos, convertidos a la religión de Cristo, sí, pero judíos al fin y al cabo. Acuérdate sobre todo de Saulo de Tarso...
14/10/10 4:03 PM
  
Martin Ellingham
Cristo dijo que para salvarse hay que cumplir los Mandamientos que Dios reveló en el AT...
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JMI.- Bien recordado está. No, por supuesto, los mandamientos rituales y demás, pero sí los fundamentales perennes.
14/10/10 4:46 PM
  
Ricardo de Argentina
La Bestia liberal de nuestro tiempo persigue más a los cristianos que la Bestia romana, porque no intenta atacar su cuerpos, sino pervertir sus almas.
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Mejor y más claro que como Ud. lo dice, creo que es imposible Padre.

Los primeros cristianos estaban prevenidos contra esa persecución (menos peligrosa que la actual) y actuaban en consecuencia: mucha oración, mucha predicación (a propios y extraños), sigilo, recato y también llegado el caso, valiente testimonio. El "diálogo interreligioso" era nulo y el "ecumenismo" se reducía a anatematizar a los herejes y cismáticos.
¿Me equivoco?

Ahora, con una persecución en ciernes mucho más peligrosa, me parece que sería bueno que al menos tratáramos de imitar y reforzar lo que a los primeros cristianos les dio tantos resultados y les ganó tantísimas gracias.

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JMI.- De acuerdo en todo. Pero ojo con las puntadas contra "el diálogo interreligioso" y "el ecumenismo". En esas dos cuestiones, como en todo, ha de hacerse según lo manda la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana.
14/10/10 5:31 PM
  
Alfredo
Precisamente,soy catolico en oposicion a lo judio;y soy catolico porque soy antijudaismo.

(editado) ////////////////////////////////
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E insisto,soy catolico,y me da rija cada vez que en misa,o en la liturgia,oigo o escucho la palabra Israel.


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JMI.- No insista. Y dígale a Ignacio que tampoco insista.
Si usted no cree en el AT, sino solo en el NT, no es católico.
14/10/10 5:58 PM
  
Ricardo de Argentina
Sí Padre, tiene razón, discúlpeme por las "puntadas".
Sin ir más lejos, yo soy muy amigo de la obra del Verbo Encarnado (IVE), y es gracias al ecumenismo y al diálogo interreligioso que lleva a cabo la Iglesia que ellos han podido expandirse prácticamente por todo el mundo.
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JMI.- Eso está mejor.
Pero de la multa no se libra: tres Avemarías más el IVA.
14/10/10 8:12 PM
  
FZalacaín
Yo tengo una duda de procedimiento.
Hay leyes injustas que hay procurar derogar o (mal menor mediante) reformar, y mientras tanto incumplirlas y ponerles trabas.
Ahora bien, para derogar una ley injusta hay que constituir una mayoría en el parlamento, para eso es preciso que haya más diputados en contra que a favor de la ley injusta. Para ello sólo se me ocurren tres vías: (1) Constituir partidos políticos que defiendan la verdad y que concurran a las elecciones y obtengan representación parlamentaria. (2)Influir en los partidos socialistas actuales para que cada vez haya más responsables y representantes de estos partidos socialistas en favor de la verdad, (y 3) Influir en el pueblo mediante la evangelización y la enseñanza de la fe de la Iglesia para que cada vez más haya más electores dispuestos a votar opciones que defiendan la verdad y haga rentable el cambio de posición de los partidos políticos.
(no tengo en cuenta la vía revolucionaria por no ser una actuación política)
Creo que lo más sensato es potenciar la tercera. Pòr eso estoy convencido que la batalla fundamental hay que darla en la educación. Terreno donde perdemos por goleada sobre todo por los goles en propia meta.
14/10/10 10:00 PM
  
FZalacaín
La foto de Lurdes es sobrecogedora.
14/10/10 10:01 PM
  
cristina
Yo miro a los judíos con mucho cariño. He vivido recientemente dos años en Israel y he convivido con ellos. A veces me daba pena verles anhelar a Aquel que ya ha venido y se ha quedado entre nosotros, pero bueno, tengo entendido que el Apocalipsis revela de alguna manera que, al final de los tiempos, justo antes de la segunda venida de Jesucristo, el pueblo judío se convertirá en masa y nos darán cien vueltas en piedad a todos los cristianos... ¿No, P. Iraburu?
He visto con mis propios ojos que el problema de la solución de la convivencia Israel-Palestina es un problema fundamentalmente religioso, y sólo si los judíos se convierten al cristianismo y creen en Jesús Eucaristía, y por lo tanto presente allá donde haya sacerdotes, dejarán de aferrarse al trocito de muro sobre el que está la explanada de las mezquitas, sagradas para elmusulmán. Tal como es hoy la situación,no hay remedio.
Así como también he visto ( y me lo han confirmado los franciscanos y otras órdenes como las hermanas de Belén, la Asunción de la Virgen y San Bruno) que todo judío practicante que entra en contacto con cristiano practicante y caritativo, acaba cuestionándose si Jesús no será el Mesías que ellos esperan. El Estado lo sabe (los tres grandes rabinos que manejan la situación)y esa es la única razón de su afán por acabar con los católicos en Tierra Santa. Los cátólicos. Con los otros cristianos no se meten tanto, porque se dedican a pelearse entre ellos.
Dios es grande. Se verán maravillas en Tierra Santa, estoy convencida, y alabo al Señor por ello y le doy gracias por anticipado.
Un saludo,
cristina
15/10/10 12:07 AM
Buen juego el de La Católica con la liberal, siga matizando el tapiz, a ver si l@s niñ@s en vez de perder el tiempo se aficionan y se enganchan a este blog.
Todo lo hace nuevo. El Templo ES JesuCristo en la Eucaristía; la Misa es la eternidad en el tiempo, no en un punto que continúa sino en un punto que comienza siempre, un punto de nueva creación, no un punto de llegada sino un relámpago que no hace ni big-bangs ni teorías de cuerdas; no hace teorías.
Felicidades a esas Teresas y Teresitas. (Y al P. JoséMaría Iraburu, y a Martin Ellingham).
15/10/10 4:45 PM
  
Koko
Si nos cargamos al A.T. estaríamos desviándonos de la Historia de la Salvación, asimismo estaríamos eliminando uno de los motivos de credibilidad en Jesucristo, como son las profecías anunciadas ya por los profetas de la Antigua Alianza y cumplidas en su tiempo con la llegada del Redentor. En fin, herejías las hubo en todas las épocas, pero negar el A.T. es como decir que Dios se equivocó en su modo dinámico de revelarse, primero a nuestros primeros padres, Adán y Eva, después Noé, Abraham, Moises,etc, hasta llegar a la plenitud de la revelación en Jesucristo.
En fin, el que suprima esto de la revelación no puede decirse católico, por la fe exige la aceptación de todas las verdades de que la Iglesia propone como tales. Y esta es una de ellas, aunque sea implícitamente.
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JMI.- El que niega el A.T. renuncia a poder rezar con fe el Benedictus y el Magnificat, que son del N.T. No es católico. Evidente.
16/10/10 12:03 AM
  
ricardo
Pues cuando leo en el AT, la historia de Israel, me enternezco y me siento como ellos, uno mas de ellos, pueblo de Dios.
Gracias Señor.
17/10/10 8:37 AM
  
ricardo
No conocia la fundacion Gratis Date, Gracias por ella.
17/10/10 9:15 AM
  
Asclepio
Asclepio: Suprimo textos ajenos al tema. Ha de abreviar mucho más sus comentarios.
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Con todo afecto y respeto, le recomiendo al comentarista Alfredo, el actual Catecismo de la Iglesia Católica (105):

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«La santa madre Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia« (DV 11).

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Respetable comentarista Alfredo:

En el sagrado Catecismo, tienes la explicación a todas tus preguntas y al amor que debemos como decía Juan Pablo II, a " nuestros hermanos mayores en la FE " :

La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

128.- La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf. 1 Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21), y después constantemente en su tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.

129.- Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él (cf. 1 Co 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet (San Agustín, Quaestiones in Heptateuchum 2,73; cf. DV 16).

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Un atento saludo cristiano em Cristo Jesús.

18/10/10 10:36 AM
  
Elisa Estevez P.
Gracias Padre Iraburu,sus palabras me dan la fuerza y animo para seguir luchando por la vida en Cristo contra esta cultura de muerte que usted denomina LA BESTIA LIBERAL que corrompe el verdadero sentido de la existencia del hombre olvidando su esencia.
22/10/10 11:21 PM

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