(48) Indigenismo teológico desviado –I. un libro sobre Guadalupe
–Precisamente hoy, el 12 de diciembre, Nuestra Señora de Guadalupe.
–Reina de México, Patrona de América, dulcísima Virgen de Guadalupe, Madre y Señora nuestra.
El indigenismo, el nacionalismo religioso, el pluralismo de religiones, son tendencias relacionadas entre sí, que se han ido acentuando en la Iglesia Católica en los últimos decenios. Los aspectos más negativos de la Teología de la liberación se conectan también con esas tendencias. Suele haber en el transfondo de ellas una exaltación de las religiones naturales y auctóctonas precristianas, que devalúa gravemente a Cristo y a la Iglesia, como «sacramento universal de salvación». Ën ocasiones, la unión sincretista de esas religiosidades naturales –hindúes, budistas, aztecas, incaicas, etc.– con el Evangelio conduce a una falsificación profunda de la fe católica.
Es significativo que entre las intervenciones reprobatorias que la Congregación de la Doctrina de la Fe ha publicado en los últimos años quizá las más numerosas son aquellas que, con una u otra perspectiva, tratan de frenar y superar estos males. Las Notificaciones sobre Anthony De Mello, S. J. (1998), el pluralismo religioso de P. Jacques Dupuis, S. J., las dos Instrucciones de la Congregación sobre la teología de la liberación (1984 y 1986) y la Notificación al P. Ion Sobrino, S. J. (2006; por cierto, doctor honoris causa en 2009 por la Universidad Católica S. J. de Deusto, España), vienen a reprobar ciertas deformaciones de la fe católica, que se presentan, sin embargo, como expresiones legítimas de un pueblo o como exigencias de una religiosidad antigua.
El Magisterio apostólico ha enfrentado siempre en estos años las desviaciones principales que en forma de inculturación exacerbada, de nacionalismos religiosos o de indigenismos desviados, han venido a lesionar la unidad y armonía de la verdad católica.Y en este tema el documento pontificio más valioso ha sido, sin duda, el de la Congregación de la Fe, Dominus Iesus; declaración sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (6-VIII-2000).
Voy a tratar aquí de este amplio y complejo tema, pero limitando mucho mi intento: solo analizaré un libro mexicano muy notable sobre la Virgen de Guadalupe.
El libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego es quizá el estudio más valioso que sobre los diversos aspectos de este tema se ha escrito (Ed. Porrúa, México 2001, ed. 4ª, 608 págs.; la ed. 1ª es de 1999). No tenía yo conocimiento de este gran libro cuando escribí los Hechos de los apóstoles de América (Fundación GRATIS DATE, Pamplona 1992; 2003, ed. 3ª, 557 págs.), obra en la que traté con especial atención la evangelización de México, y dediqué un capítulo a San Juan Diego y Guadalupe.
El origen del libro que analizo ahora es el siguiente. En 1998, la Congregación para las Causas de los Santos, preparando la beatificación y canonización del indio Juan Diego, nombró una comisión de historiadores para que documentaran en cuanto fuera posible la veracidad del Acontecimiento Guadalupano y la santidad del indio vidente. Fue nombrado presidente de la Comisión Histórica el Dr. P. Fidel González Fernández, catedrático de historia eclesiástica en la Urbaniana de Roma y profesor en la Gregoriana. También fueron nombrados otros expertos auxiliares, entre los que destacaban el Dr. P. Eduardo Chávez Sánchez y el Lic. P. José Luis Guerrero Rosado. Son éstos los tres autores que firman el libro que ahora comento. Esta gran obra es un monumento de carácter principalmente histórico, y en esa condición estriba su valor fundamental. Pero también ofrece con bastante frecuencia consideraciones teológicas, muchas veces atinadas, pero en bastantes casos inadmisibles.
Y precisamente porque el libro es muy importante y de gran valor conviene señalar esos errores. Yo lo hice en primera instancia enviando un informe amplio al Arzobispado de México, que lo pasó a la consideración de los tres autores; y en segunda instancia, acudiendo a la Congregación de la Doctrina de la Fe. Estos intentos fueron amablemente recibidos, pero no produjeron resultado alguno. Transcribo, pues, ahora algunos textos entresecados del libro aludido, destacando yo en cursiva algunas frases erróneas más significativas.
Excelsa era la religión azteca, y sublime su Dios único. Con gran frecuencia afirman los tres autores de esta obra que los misioneros que llegaron a México no entendieron en absoluto la religiosidad de los mexicanos. Pensaron de ellos que eran politeístas e idólatras, sujetos al influjo del Diablo. Una visión extremadamente negativa y errónea, que vendría causada por el ambiente doctrinal de la época. No llegaron a conocer los misioneros que el concepto que aquellos indios tenían de Dios «era tan definido, tan depurado y tan rico en su sentido ontológico que podría equipararse –y superar– al pensamiento europeo de su época» (155); es decir, al pensamiento cristiano sobre Dios.
Por otra parte, la religiosidad náhuatl, siguen afirmando, no era propiamente politeísta. Es cierto que daba nombres y cultos diversos a varios dioses, pero con ello solo venía a personalizar atributos diversos de Dios. En realidad creía en un solo Dios y Señor. Y ese monismo integrador de diversos aspectos de la divinidad «contradice tanto y tan poco al principio monoteístico como la Trinidad cristiana» (156).
El nombre que daban aquellos mexicanos a Dios como Tlayocoyani, el que se crea a sí mismo, era un «nombre pasmoso, más rico que nuestra palabra Creador, que demuestra que los tlamatinime [los antiguos sabios religiosos] alcanzaron las máximas alturas a que ha podido llegar la mente humana en su reflexión sobre Dios» (159). Más aún, «su idea de Dios era tan o más cristiana que la de sus evangelizadores» (518).
«Tan sublime altura de pensamiento no va, de cierto, muy de acuerdo con el estereotipo de una religión embrutecida y embrutecedera que los españoles acusaron a los indios de profesar, y más sorprendente aún es comprobar que eso [ese pensamiento altísimo de Dios] no era patrimonio de unos pocos, sino que, con sus más y sus menos, así lo entendían todos» (159).
Los sacrificios humanos eran graves errores, pero también eran expresiones sublimes de la religiosidad azteca. El indio mexicano, nos explican, según sus ideas religiosas míticas, era perfectamente consciente de que ni él, ni la vida, ni el orden cósmico podían subsistir sin los sacrificios sangrientos humanos.
«La sangre, por tanto, el “Agua Divina”, era una necesidad tan imprescindible como el alimento y el aire, y debía procurarla a los dioses por un doble motivo», el agradecimiento y la propia conveniencia (522). «Detrás de esos mitos había una lógica impecable […] Era lógico, pues, que no viesen el sacrificio como un asesinato, sino como un privilegio: un favor de parte de quien lo ejecutaba, que venía siendo por ello un bienhechor insigne, y una gracia para quien lo recibía» (523).
En cierta ocasión, pidieron al Tlatoani de Culhuacán que les entregase a su hija «para convertirla en diosa de la guerra. El Tlatoani accedió, sin imaginarse cuan literal era el designio de los aztecas, quienes, con fiel apego a lo declarado, la sacrificaron, convirtiéndola así en diosa, y no contentos con eso, trajeron a su padre para que viniera a adorar al sacerdote que se había revestido de su piel desollada» (74). En este caso se trata de un sacrificio individual. Pero en realidad, como veremos más adelante, eran muchos miles los sacrificios humanos que anualmente habían de ser ofrecidos a los dioses, y más numerosos aún habían de ser en cada acontecimiento extraordinario.
La humanidad y el cosmos tenían, según la excelsa religiosidad azteca, una necesidad absoluta de la sangre humana sacrificada a los dioses. Según nuestros tres autores, esto obligaba a los aztecas a guerrear incansablemente con los pueblos vecinos, con el fin de capturar prisioneros, que serían luego ofrecidos a los dioses en sacrificios. Y por eso, «en la sociedad mexicana, por su continuo guerrear, había muchas más mujeres que hombres» (206). Los aztecas, en efecto, vivían «en una sociedad poligámica porque las continuas guerras diezmaban su población masculina provocando que hubiese mucho más mujeres que varones, y que las ausencias de estos fuesen no solo largas y sistemáticas, sino con desoladora frecuencia definitivas» (534).
Se nos asegura, pues, que en la visión religiosa mexicana, «ni el Politeísmo era tal, ni los sacrificios humanos un culto diabólico incompatible con la rectitud moral. Uno y otros eran expresiones, todo lo erradas que se quiera, pero coherentes y válidas en su buena fe, de su incondicional entrega a Dios, que fue eso: absoluta, incondicional, desbordante, quizá el caso más completo que conoce la historia de un pueblo todo entero que se entrega tan por entero al servicio de Dios» (523).
Alguna rara vez, no obstante, los tres autores señalan en su libro ciertos errores graves de la religiosidad azteca, pero lo hacen sin dejar por eso de considerarla absolutamente excelsa y sublime. Así, por ejemplo, cuando escriben: …«por más que admiremos el excelso concepto que motivaba los sacrificios humanos, éstos eran un innegable atentado contra la propia especie, que ya tenían a esa nobilísima religiosidad mística en un tris de desbocarse en un incontrolable fanatismo patológico y ciego que hubiese terminado devorándose a sí mismo» (215).
La buena fe de los aztecas era total, y en modo alguno estaban bajo el influjo del Diablo. Los misioneros, se nos dice en esta obra, veían en la religiosidad de los aztecas una idolatría cruel que, bajo el poder del Diablo, les llevaba a reiterar y añadir, en frase de fray Gerónimo Mendieta, «pecados a pecados». Pero para aquellos indios, arguyen nuestros autores, en su historia precristiana, «no había, ni podía haber, añadiduras de “pecados a pecados” por la irrebatible razón moral de que no puede pecar quien actúa de buena fe. Todo esto era y es obvio, pero Mendieta no lo podía ver entonces, ni lo pudo ver jamás; ni hasta antes del Vaticano II lo pudimos ver nosotros» (518).
Ninguno de aquellos misioneros, siguen diciendo, «ni aún Las Casas, podía aceptar que fuera “inculpable” el desconocimiento de algo tan elemental como el derecho a la vida» (123). Misioneros y cronistas –Motolinía, Mendieta, Sepúlveda, Sahagún, Durán, López de Gómara–, todos pensaban más o menos lo mismo (524-525): que detrás de tales aberraciones colectivas tenía que estar la acción de Satanás, padre de la mentira, que tenía engañados a aquellos indios. Y así, por ejemplo, a mediados del siglo XVI, fray Francisco de Aguilar, en su Relación breve de la Conquista de la Nueva España, decía que habiendo estudiado los ritos de antiguas religiones de distintos países, «en ninguna de estas he leído ni visto tan abominable modo y manera de servicio y adoración como era la que estos hacían al demonio, y para mí tengo que no hubo reino en el mundo donde Dios nuestro Señor fuese tan deservido, y a donde más se le ofendiese que en esta tierra, y adonde el demonio fuese más reverenciado y honrado» (123).
La ceguera de los misioneros, que veían por todas partes influjos diabólicos en la religión mexicana, es denunciada una y otra vez por nuestros tres autores. Aquellos frailes sufrían inevitablemente el error de la Iglesia de su tiempo, un error que no sería superado hasta llegar al concilio Vaticano II (cf. 162). Todos los misioneros de entonces, todos, incurrían en esta ceguera. Ni «el mismo comprensivo y tolerante P. Acosta, S. J.», en su Historia natural y moral de las Indias, escapa a esa visión, y en el capítulo 11 expone: «De cómo el demonio ha procurado asemejarse a Dios en el modo de sacrificios y religión y sacramentos»… «Y ante esto [el P. Acosta] considera no que Dios viera con paternal complacencia esa entrega en total buena fe, sino que, efectivamente, el Demonio conseguía subyugar a maravilla a sus víctimas» (137).
La evangelización, en estos planteamientos de los misioneros, se presentaba, pues, a juicio de estos tres autores, como una misión imposible, «pues se trataba de dos pueblos [el de los cristianos europeos y el de los mexicanos] totalmente en buena fe y decididos a ser fieles a sus principios hasta la muerte; sin embargo, ese problema no era el peor; el peor era que los mexicanos estaban, si cabe, aun más convencidos de su verdad que los españoles de la suya»… (526).
Con el favor de Dios, continuaré.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
35 comentarios
Desde luego, vamos de sorpresa en sorpresa con cada uno de sus escritos, padre.
Esta es la prueba feaciente de que la Iglesia es obra de Dios Nuestro Señor y está sostenida por Él. Si fuera una invención humana, hace tiempo que se habría cerrado el "quiosco".
Gracias por contarnos lo que sucede en el seno de nuestra Madre la Iglesia. Es doloroso, pero lo primero para atajar un problema es saber que existe. Ánimo. Rezamos por usted.
Pues esperen, esperen un poco, y no me extrañaría que en algún comentario dijeran: "Pues yo veo bien lo que dicen esos autores, elogiando la religión azteca, realmente sublime".
Por favor Padre, cuando se entere de alguna notabilísima junta de notabilísimos catedráticos que descubra que la religión de Baal era más verdadera que la de Yavé, por favor no deje de anoticiarnos. Y de paso, anotice también al Estado de Israel y a los Rabinatos...
Hablando en serio, Padre, pienso que lo peor no es el libro en sí, ni tan siquiera la circunstancia de la canonización de Juan Diego, que agrava el caso, puesto que extraviados ha habido y los habrá, dentro y fuera de la Iglesia. A mi juicio lo más patético, lo más trágico, lo más enervante, son estas escuetas palabras suyas:
"Estos intentos fueron amablemente recibidos, pero no produjeron resultado alguno."
Señal preocupante de que la crisis de la Iglesia todavía cabalga muy campante.
"El excelso concepto que motivaba los sacrificios humanos". Alucino. Alucino de nuevo y no dejo de alucinar. Ya había oído a algún progre decir que los sacrificios humanos "se hacían por una razón". Pero esto es demasiado.
P. Iraburu, esperaremos en la octava de la fiesta de la Virgen de Guadalupe la continuación de su "deconstrucción del indigenismo". Me permito recordarle el discurso -que aun siendo no tan fuerte a los indigenistas y liberacionistas les hizo mucha pupa- del papa Benedicto XVI en la Inauguración del Celam en Aparecida hace 2 años. Y los malabarismos que tuvieron que darse para sacar, a fin de cuentas, un documento sin concesiones... pero sin capacidad por sí para terminar con esas desviaciones doctrinales y prácticas. Son demasiados los gobernantes actuales que han mamado esa ideología anti-Dios tal vez en sus comunidades de base o en sus colegios mayores, presuntamente cristianos todos ellos. Una pena.
Lo de Benedicto XVI:
"La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.
Donde Dios está ausente —el Dios del rostro humano de Jesucristo— estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.
Antes de regresar a Roma, quiero dejar a la V Conferencia general del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe un recuerdo que la acompañe y la inspire. Se trata de este hermoso tríptico que proviene del arte cuzqueño del Perú. En él se representa al Señor poco antes de ascender a los cielos, dando a quienes lo seguían la misión de hacer discípulos a todos los pueblos. Las imágenes evocan la estrecha relación de Jesucristo con sus discípulos y misioneros para la vida del mundo. El último cuadro representa a san Juan Diego evangelizando con la imagen de la Virgen María en su tilma y con la Biblia en la mano. La historia de la Iglesia nos enseña que la verdad del Evangelio, cuando se asume su belleza con nuestros ojos y es acogida con fe por la inteligencia y el corazón, nos ayuda a contemplar las dimensiones de misterio que provocan nuestro asombro y nuestra adhesión"
www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20070513_conference-aparecida_sp.html
Según esto se entiende que haya católicos que vean la necesidad del aborto y que consideren retrógrados a los que lo ven un asesinato e intolerantes a los que ven una herejía en las cristologías que hay por ahí.
muchas gracias por la contribución de su comentario, citando lo del Papa en Aparecida.
Yo me limitaba a comentar el libro citado sobre GUADALUPE, y no me atrevía a meterme más a fondo con el tema de la inculturación, que cuando está mal entendida y mal realizada, conduce ciertamente a la apostasía.
Pero me alegra que ud. haya apuntado ese importante complemento de Magisterio.
Los textos que menciona de esos autores son poco comprensibles, pareciera que hablan sin el menor esfuerzo de dar contenido cognositivo a sus frases, las cuales parecen más textos de ciencia ficción o poesía de mal gusto.
El asunto creo es simple. La historia en esto es contundente, América es hija de la Fe, y Nuestra Señora no dudó en hacerlo saber al mundo y las generaciones venideras cuando se apareció a Juan Diego.
El Cristianismo tiene una distintiva característica y ésta es su determinación a favor de la vida. Es esta característica que dio el soporte sustancial al descubrimiento de América, que empujó a España a unificar sus reinos y a la expulsar a los moros. Miles de hijos de España y de otros países encontraron en América no una segunda casa sino un nuevo hogar, y esto es, aunque no les guste a los indigenistas, "progresistas", teólogos de la liberación, etc, un reflejo fiel de la opción a favor de la Vida, ya sea formando familias en España o dando origen a las mismas en nuevas tierras lejanas, en donde construirán nuevos pueblos, y más tarde nuevas naciones.
No hay pueblo en América cuya arquitectura de la plaza central no posea una templo cristiano. Los nuevos pueblos, reflejo del ímpetu a favor de la vida, se fundan y conforman alrededor de un templo, parroquia o capilla.
Esta opción firme a favor de la vida, es lo que hace incomparable a las religiones nativas de América con el Cristianismo. Dudo que en los pueblos donde prevalezca una inclinación irracional hacia la muerte, Dios esté presente...pueblos así simplemente dejan de existir. Le pasó a los Aztecas, y hoy Europa al parecer va por el mismo camino.
Valiente disparate. La religión azteca se fundamentaba en la reiteración obsesiva de sacrificios humanos, con lo cual, el dios cuyo concepto era "tan depurado y tan rico en su sentido ontológico" sin duda era Satanás. En efecto, ese pueblo pagano llegó a un concepto ontológicamentre perfecto de Satán, el repulsivo Moloc de la Biblia al sólo se le satisfacía -como en el Méjico anterior a la conquista- con sacrificios humanos.
¿No es más oprobioso ¡mucho más! matar a un bebé, haciendo del seno materno un calvario, que matar enemigos y doncellas en un templo y por idolatría?
¿No es más terrible que hombres con una instrucción media elevadísima -la más alta que los siglos han visto- hagan estos tributos de sangre al Dios Progreso, que lo hagan a sus primitivos ídolos aquéllos indígenas que no llegaron a conocer ni la rueda ni el caballo?
Y finalmente me pregunto: ¿No es sintomático que en la "civilización" de estos asesinos, nos encontremos con quienes justifican a aquéllos asesinos?
Su comentario me resulta y resultará de gran utilidad en estas tierras (Argentina) donde una fiebre indigenista toma cuerpo día a día, que ríase Ud. del "dengue".
Lo que más lamento es comprobar una vez más que la frase del querido San Agustin nunca perderá vigencia, a tanto no obre el Buen Dios en consecuencia; decía el Doctor; "quien vive en el desorden, camina en tinieblas".
Podrá estar Ud. seguro que en su Juicio Particular por este tema de la defensa de la Única y Verdadera fe no se le imputará el mote de "perro mudo".
No se favorece a los puelos indígenas alabando sus monstruosos desvíos. Pero, desgraciadamente, es la "apologética" en boga de muchos en la actualidad: congraciarse con el enemigo o el "diferente" y , para más, denigrando a los propios hermanos en la fe. Porque... la culpa de las pérdidas indígenas la tuvieron siempre e invariablemente los misioneros.
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JMIraburu.- ¿Y quién será ese P. Uriburu?
Le confieso que no tengo ni idea de lo que quiere decirme. Y la culpa ha de ser mía, por no ser suficientente claro, así que lo intentaré de nuevo:
A mí me parece que son peores moralmente los crímenes "civilizados" de los abortistas contemporáneso, ofrendados al dios Progreso, que las atrocidades paganas que los bárbaros aztecas ofrendaban a sus ídolos.
Éso es lo que quería decir. Yo ni al descuido mencioné a "quienes evangelizaron Europa primero y América después", por eso no entiendo a qué se refiere Ud.
Hoy ni los indígenas creen estas historias paganas que tratan de justificar las abominaciones que cometían.
Agradezcamosle a la Ssma Virgen con un hermoso fragmento del Akathistos que le proclama:´´Tú nos salvaste de bárbaros ritos´´
Me he quedado perplejo, pues esos comentarios en un no cristiano indigena que quisisera volver a los idolos de sus padres lo comprenderia pero nunca en un cristiano.
Un saludo.
Se trata de un libro decididamente AUDAZ, que entre otras cosas dice -en su Prólogo- lo siguiente sobre el CVII y su famoso "espíritu" (denominado en la obra como el "espíritu anti"):
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"De frente al espíritu "anti", no se levantó la fortaleza de la verdad revelada; se abandonó el cuadro de las certezas indiscutibles y se abrió el abanico de lo discutible. A quien lo proponía como quintaesencia del mensaje cristiano no se le respondió con la debida firmeza; las pocas veces que se intentó hacerlo (pienso en los casos de Schillebeeckx, Küng, Segundo, Boff y de otros pocos), no faltó la intimidación de algún eminentísimo protector o las palabras, tardíamente pronunciadas, parecieron tener miedo de ellas mismas. El mal se arraigó todavía más veloz y profundamente de cuanto fuese previsible y la razón parecía caída en cataplexia ("apoplejía"), no por efecto de una perversa voluntad enfermiza que encontrase satisfacciones luciferinas en minar el tesoro de las verdades reveladas, sino por la ligereza con la cual se cuidó el terreno minado, se cerraron los ojos delante de lo indiscutible, abriéndolos a lo plural, múltiple, distinto, contradictorio, como si se tratase de enriquecimientos providenciales. La operación, en acto ya desde hacía varios años, encontró plena acogida en el aula conciliar. Y desde allí se desbordó en años sucesivos."
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Padre, o yo me equivoco por mucho, o la "Reforma" que Ud. pregona como única opción a la apostasía, está cada día más cerca.
Por lo menos, ya está a la mano del Papa, lo cual no es poco.
No puede uno juzgar un libro que no ha leído, y yo no he leído el de Mons. Gherardini.
Dios quiera que, efectivamente, diga muchas verdades, con audacia, con "parresía".
Pero la última frase de la cita que Ud. reproduce me parece que dice una falsedad, que afirma algo que estimo completamente inadmisible: "La operación, en acto ya desde hacía varios años, encontró plena acogida en el aula conciliar. Y desde allí se desbordó en años sucesivos."
Decir que los intentos perversos, etc. etc. encontraron "plena acogida" en el Concilio y en años sucesivos me parece una barbaridad. Es mentira. Es una enorme calumnia contra el sagrado Concilio ecuménico Vaticano II de la Santa Madre Iglesia Católica.
Parece mentira que quienes militan en América en los movimientos indigenistas, no se den cuenta de que las teorías políticas indigenistas provienen de Europa, ya sea que los promovieron Partidos Comunistas, o Logias masónicas.
Más "indigenista" que Santa María, Madre "del Dios por quién se vive", y que dice al indio Juan Diego "¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?, repito más "indigenista" que Ella nadie. Pues tomando lo aceptable de aquellos indígenas, llevaba a los indígenas a un plano de santidad muy superior.
Ella aceptando en la Cruz, la maternidad que su Hijo y Dios nuestro le encomendaba sobre quienes le habíamos llevado al Sacrificio de la Cruz, vuelve a mostrarse Madre en el Tepeyac, para llevar el mensaje del Amor divino que, renovado en la Eucaristía, empequeñece, y hace tan horrorosos los sacrificios humanos.
Pues si es cierto que los aztecas llegaron a pensar: ¿qué hay más grande en la naturaleza que hombres para ofrecer a los dioses? Y así en sus sacrificios humanos podría haber algún resto de verdad religiosa, lo cierto es que eso comparado con el ofrecimiento sacrificial a Dios de Sí mismo, por popia y libre voluntad, y renovado incruentamente en cada Misa, es de tal sublimidad y trascendencia que ni por asomo pudieron imaginarlo los aztecas. (Por supuesto que tampoco ninguna otra cultura privada de la Revelación).
Y finalmente, en las apariciones a Juan Diego, está clarísimo que había de ser a través de la autoridad de la Iglesia -el Obispo Fray Juan de Zumárraga- por donde debía encauzarse el fervor de los indígenas y los no indígenas, superando el reduccionismo mental y vital de los "ismos" hacia la vocación a la unidad del género humano.
Ha tenido Ud. la amabilidad de ampliar la cita de Mons. Gherardini, con una cita excesivamente larga como para ser reproducida como un "comentario" al post mío que trata del "indigenismo" etc.
Pero aparte de esta razón, la excesiva longitud de su texto, no quiero dar difusión en mi blog a un texto como el que me envía, de Mons. Gherardini, que a mi entender no guarda el debido respeto a un sagrado Concilio ecuménico de la Santa Iglesia, el Concilio Vaticano II.
Ya me disculpará.
En él se decía, entre otras cosas, que el humo del demonio había entrado en la Iglesia "durante el Concilio Vaticano II". Sepan los estimados visitantes de este blog que eliminaré todos los comentarios que ataquen al sagrado Concilio ecuménico del Vaticano II, y que manifiesten actitudes semejantes.
Yo tengo una veneración absoluta por todos los sagrados Concilios Ecuménicos celebrados en veinte siglos por la santa Iglesia Católica. Son veintiuno. El Concilio Vaticano II es el XXI.
Y basta con el tema.
Si alguno quiere comentar mi post sobre el "Indigenismo teológico desviado", para él estará abierta la puerta de esta Sala de Comentarios.
He sido profesor de Historia de la Iglesia en una Facultad de Teología de una Universidad Católica por cerca de 30 años. Su libro "Hechos de los Apóstoles de América" me ha sido muy útil. Debo decir que tenía en gran estima al P. Fidel González Fernandez por varias de sus obras de gran valor histórico y eclesial, poreso me ha sorprendido mucho lo que usted señala. Ese indigenismo acrítico es cada día más grave, de hecho engloba afirmaciones tales como que los indígenas no tuvieron pecado original, o que sus ritos "ancestrales" pueden ser usados sin discriminación como sacramentales. Y pongo comillas porque varios de esos ritos son inventos de hace menos de 40 años, al menos en mi país, Ecuador. En última instancia ese nuevo indigenismo, en la mejor tradición protestante y masónica de origen anglosajón o iluminista, tiende a eliminar la presencia de la Iglesia en el mundo campesino por medio de calumnias y de omisiones graves en la narración de la primera evangelización. En Ecuador el gran escándalo del siglo XX ha sido la apostasía de las masas indígenas, a veces llevadas de la mano por sus mismos sacerdotes católicos, como se deberá reconocer tarde o temprano. Con respecto a los aztecas, es sabido, por innumerables fuentes, que sus crueles acciones no solo llevaron a otras etnias indígenas a colaborar con los conquistadores, sino a conversiones masivas por ver en el catolicismo una religión de amor, a pesar del antitestimonio de muchos de esos conquistadores.
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JMI.- Muchas gracias por su precioso testimonio.
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JMI.- Lo malo es que ya estoy un poco mayor para ponerme a estudiar y salir del pozo de mi ignorancia.
"Y precisamente porque el libro es muy importante y de gran valor conviene señalar esos errores. Yo lo hice en primera instancia enviando un informe amplio al Arzobispado de México, que lo pasó a la consideración de los tres autores; y en segunda instancia, acudiendo a la Congregación de la Doctrina de la Fe. Estos intentos fueron amablemente recibidos, pero no produjeron resultado alguno".
Eso sí que es grave.
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JMI.- Pues sí, efectivamente: eso es lo más grave.
Tiene ud. toda la razón.
1.-Tomaré muy en serio su consejo de ponerme a estudiar: nunca es tarde, efectivamente.
2.-También es completamente verdadero que el libro que comento NO ES una apología católica, y que por el contrario es una apología de la religiosidad azteca, la más alta que ha conocido la historia de la humanidad.
Acuerdo, pues, total.
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