(40) La Autoridad apostólica debilitada –I
–En 1959, hace justamente medio siglo, dirigió François Truffaut una película de gran éxito, Les quatre cents coups, Los cuatrocientos golpes. Y en esto que digo, por favor, no vea alusión alguna a su blog.
–Si los cuatrocientos golpes que puedan darse en este blog afirman cuatrocientas verdades católicas, muchas de ellas silenciadas, bendeciré al Señor de todo corazón, por mucho que usted rezongue.
Nunca la Iglesia ha tenido tantas luces de verdad, y nunca ha sufrido una invasión de herejías semejante. Las dos afirmaciones son verdaderas, aunque parezcan contradictorias entre sí.
Nunca la Iglesia docente ha tenido tanta luz como ahora, nunca ha tenido un cuerpo doctrinal tan amplio, coherente y perfecto sobre cuestiones bíblicas, dogmáticas, morales, litúrgicas, sociales, sobre sacerdocio, laicado, vida religiosa, sobre tantas cuestiones diversas. Ésa es la verdad.
Pensemos, por ejemplo, en la doctrina actual de la Iglesia sobre el sacerdocio, dada en tantas encíclicas, en documentos del Vaticano II… Hasta hace cien años en la Iglesia solo había sobre el sacerdocio una serie de cánones disciplinares formulados en Concilios regionales o ecuménicos, los Seis libros del sacerdocio de San Juan Crisóstomo, la Regula pastoralis de San Gregorio Magno, algunas obras espirituales modernas y, al menos al alcance de los sacerdotes, no mucho más. No nos damos cuenta quizá de la inmensa luminosidad de la Iglesia actual. Realmente «el Espíritu de la verdad nos guía hacia la verdad plena» (cf. Jn 16,13). Y sin embargo…
No se conoce ninguna época de la Iglesia en que los errores y las dudas en la fe hayan proliferado en el pueblo católico de forma tan generalizada como hoy, sobre todo en las Iglesias de los países ricos de Occidente. Ya cité una declaración de Juan Pablo II: «los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrarias a la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral» (6-2-1981).
Primera cuestión: ¿cómo ha podido suceder esto? Si hay campos en la Iglesia en los que la cizaña de los errores abunda más que el trigo de la fe católica verdadera, debe surgir entre nosotros –debe– aquella pregunta de los apóstoles: «“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” Él les contestó: “un enemigo ha hecho esto”» (Mt 13,28). Ese Enemigo es el diablo, el Padre de la mentira, por medio de hombres e instituciones más o menos sujetos a su influjo. Pero ¿cómo ha podido suceder esto? Esa pregunta, en cierto modo, tiene una respuesta única:
Nunca la Autoridad apostólica ha tolerado en la Iglesia tantos errores doctrinales y tantos abusos disciplinares y litúrgicos. Si abunda la cizaña en el campo de trigo del Señor, eso es debido a los sembradores malos, colaboradores del diablo, y a los vigilantes negligentes, que no solo de noche, «mientras dormían» (Mt 13,25), sino también de día, les permitieron actuar durante varios decenios. No puede darse otra explicación. Es obvio que herejías, cismas y sacrilegios se han dado y se darán siempre en la Iglesia, pero sólamente duran dentro de ella en la medida en que son tolerados por los Pastores sagrados, es decir, en la medida en que quedan impunes. Habrá que afirmar, por tanto, que si durante el último medio siglo han podido «esparcirse a manos llenas verdaderas herejías», haciendo que «los cristianos de hoy, en gran parte, se sientan extraviados, confusos, perplejos», esto es debido a la acción de herejes, cismáticos y sacrílegos, y a la omisión de un ejercicio suficiente de la Autoridad apostólica.
La génesis histórica de la debilitación de la Autoridad apostólica en tantos sagrados Pastores católicos exigiría un estudio que aquí es imposible y del que no sería yo capaz. Pero, aunque sea un atrevimiento, señalaré ciertos datos importantes; solo dos.
–El concilio Vaticano II reafirma con toda fuerza la autoridad apostólica, ejercitada en el triplex munus o tria munera –enseñanza de la doctrina, santificación sacramental y gobierno pastoral–. Esa apostólica autoridad sagrada la ha comunicado Cristo por el Orden sacerdotal al Papa, a los Obispos y a los sacerdotes y diáconos (cf. por ejemplo, LG 24-27; CD 4,11-16; PO 1-5). Esto queda afirmado en el Vaticano II con absoluta firmeza y claridad. Hay, sin embargo, en el Concilio alguna expresión –lo que es inevitable en toda palabra humana–, que considerada sin relación a otros textos conciliares fundamentales, podría devaluar la Autoridad apostólica, es decir, podría ser mal entendida, en un sentido contrario al Vaticano II.
Por ejemplo, si el principio de que «la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas» (DH 1), se entendiera en el sentido de que la Autoridad apostólica no debe ser ejercitada en cuanto tal al enseñar las verdades católicas, ni al rechazar los errores que las niegan, tal principio sería inconciliable con la enseñanza y el ejemplo de Cristo, de los Apóstoles y de la Iglesia, y con la misma enseñanza del Vaticano II. Es evidente que Cristo, afirmando verdades y negando errores, «hablaba con autoridad» (Lc 4,32), no como los letrados. Y la Iglesia habla al mundo con la misma autoridad de Cristo, lo que el mundo no aguanta (cf. posts 25 y 26 sobre el lenguaje de Cristo y de San Pablo). Es decir, ese principio es mal entendido, cuando se opone a la doctrina católica. Y de hecho, durante los decenios postconciliares, son muchos quienes lo han malentendido, tolerando así que en tantos ambientes católicos predominaran los errores sobre la verdad.
–En el pontificado de Pablo VI (1963-1978), en los primeros años postconciliares, a partir sobre todo de la Humanæ vitæ, 1968, parece debilitarse el gobierno pastoral de la Autoridad apostólica suprema. Y esa debilitación se difunde en alguna medida, lógicamente, a toda la Iglesia: Obispos, sacerdotes, teólogos, superiores religiosos, padres de familia, catequistas, etc. El mismo Papa Pablo VI, de santa memoria, que en la enseñanza de la verdad y en la refutación de los errores afirma, en ocasiones con testimonio heroico y martirial, su Autoridad apostólica docente (Mysterium fidei, Sacerdotalis coelibatus, Humanæ vitæ, Credo del Pueblo de Dios, etc.), cohibe en buena parte, por el contrario, su autoridad suprema de gobierno pastoral, a la hora de atajar a los heréticos y cismáticos que actúan abiertamente dentro de la Iglesia. En palabras de Juan Pablo II: «se han propalado verdaderas herejías en el campo dogmático y moral, dejando a muchos cristianos de hoy extraviados, confusos, perplejos». En otras palabras: innumerables lobos sueltos han hecho y hacen estragos en el rebaño de Cristo. Y esto durante muchos años, no en una incursión breve.
Siempre Pablo VI persevera en la norma de 1.-enseñar la verdad, 2.-y reprobar los errores, pero 3.-no sancionar a quienes dentro de la Iglesia mantienen actitudes disidentes y rebeldes, fuera de casos absolutamente excepcionales. Sólo Dios sabe si aplicar esa norma era lo más prudente en aquellos agitados años. Quizá esperaba el Papa que en años más serenos, pasadas las crisis postconciliares –hasta cierto punto normales, después de un gran Concilio–, se darían circunstancias favorables para ejercitar con más fuerza la potestad apostólica de corregir y sancionar.
Algunos de sus biógrafos atribuyen en parte esta actitud a su carácter personal. Y el mismo Pablo VI parece reconocerlo. Después de las grandes tormentas de la Humanæ vitaæ y del Catecismo Holandés, expresaba en confidencia al Colegio de Cardenales: «quizá el Señor me ha llamado a este servicio no porque yo tenga aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia en las presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia, y aparezca claro que es Él, y no otros, quien la guía y la salva» (22-VI-1972).
Sucede, en todo caso, que en el servicio de Cristo un Pastor apostólico ha de sufrir siempre; sufre si gobierna, porque gobierna; y sufre si no gobierna, porque impera el desgobierno. Y éste es un sufrimiento bastante mayor; y más amargo.
Segunda cuestión. ¿Y por qué se ha producido esa debilitación del ejercicio de la Autoridad pastoral? He respondido antes a la primera pregunta. Pero ahora es obligado que nos hagamos esta segunda pregunta, que a mi entender halla su respuesta principalmente en cuatro causas: 1.-horror a la cruz. 2.- influjo protestante. 3.-influjo del liberalismo. 4.-incumplimiento de las leyes canónicas.
1.– El horror a la cruz inhibe el ejercicio de la Autoridad apostólica. El munus docendi, al menos cuando se evita afirmar ciertas verdades ingratas o rechazar determinados errores, y el munus sanctificandi no traen consigo, de suyo, para Obispos y sacerdotes grandes cruces. Todo trabajo, todo lo bueno que ellos hagan implica su cruz, pero en principio se puede decir que piadosas predicaciones, visitas a enfermos, solemnes actus litúrgicos, peregrinaciones, visitas a una comunidad religiosa que celebra su centenario, reuniones pastorales, etc., son actividades que pueden ser realizadas sin especiales sufrimientos, incluso hallando en ellas no pocas gratificaciones sensibles.
Es el munus regendi el que suele implicar más cruz, y por eso tantas veces se omite, sobre todo en ciertas cuestiones. Concretamente, es imposible que sin cruz un Obispo pueda obedecer aquello del Apóstol: «oportuna e importunamente, corrige, reprende, exhorta, con toda paciencia y doctrina… Cumple tu ministerio» (cf. IITim 4,1-5). Aquellos Obispos que, aunque tengan báculo, no toman la cruz, son completamente impotentes.
La Autoridad apostólica, sin «perder la propia vida», es impotente para retirar del Seminario a un profesor prestigioso, que lleva años enseñando barbaridades y que se obstina en sus errores; es incapaz de suspender a divinis a un párroco que con pertinacia realiza en la liturgia más sacrilegios que sacramentos; etc. Esas acciones de la Autoridad pastoral llevan consigo cruces muy grandes, y es fácil caer en la tentación de evitarlas. Por el contrario, celebrar un magno «evento» diocesano, p. ej., glorificador de la familia cristiana no ofrece especiales dificultades: siempre habrá un centenar o unas docenas de matrimonios que asistan sin falta, y seguramente la celebración será un éxito. Vengan los fotógrafos. Pero otra cosa mucho más ardua –y mucho más necesaria– es, p. ej., que el Obispo se empeñe a fondo en enderezar unos cursillos prematrimoniales heréticos, que durante decenios legitiman, e incluso aconsejan, la anticoncepción. Eso no puede hacerse sin gran cruz. Y eso es justamente lo que tantas veces se omite, y no se intenta siquiera. La Autoridad apostólica debilitada…
Continuará, con el favor de Dios.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
22 comentarios
es siempre un lujo y un placer leer sus artículos, con los que siempre coincido.
En su exposición histórica de la incomprensible (en términos humanos) posición adoptada en los últimos decenios por la Iglesia sobre el error, con una tremenda desistencia de la autoridad, yo me remontaría hasta Juan XXIII, cuyo discurso de apertura del Concilio ya apunta en esa dirección. En ese discurso hay un párrafo revelador: "La Iglesia se opuso siempre a estos errores y a menudo incluso los condenó con gran severidad. En nuestro tiempo, la Iglesia de Cristo prefiere emplear la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad. Ella cree que, en vez de condenar, hay que responder a las necesidades actuales explicando mejor la fuerza de su doctrina. No es que hoy falten doctrinas y opiniones falsas y peligros que hay que prevenir y apartar. Sin embargo, todo esto está muy claramente contra los rectos principios de la honradez y ha producido frutos muy funestos. Por eso parece que los hombres de hoy comienzan ellos mismos a condenar, sobre todo, aquellas formas de vida que no tienen en cuenta a Dios y sus leyes, la excesiva confianza en los progresos de la técnica o un progreso basado únicamente en el bienestar". Desgraciadamente, no parece que el último análisis del querido Juan XXIII estuviera en absoluto acertado.
Espero con gran interés sus entregas posteriores.
Recemos por todos ellos.
Cada que entro en infocatôlica estoy a la expectativa de que a publicado, la verdad nos ayuda mucho.
Estoy recomendando su blog y estoy haciendo una recopilaciôn de sus artîculos para hacerlos llegar a Obispos y Sacerdotes, creo que necesitan leer REFORMA O APOSTASIA urgentemente.
La paz de Nuestro SeNor jesucristo Vencedor de la Muerte le acompaNe y le siga dando de su espiritu para cargar la cruz que le toca, pues escribir como usted escribe (o sea la verdad) debe traer consigo muchas cruces, pero descansando en el seNor: El yugo es suave y la carga ligera.
Bendiciones
Adónde acudo, Padre, para comprender mejor la implicaciones del munus regendi, sanctificandi y el munus docendi? Los vi por encima el otro día en el Directorio para los Obispos, me gustaría aprender más sobre ellos.
Por otro lado, usted ha mencionado:
1.-horror a la cruz.
2.-influjo protestante.
3.-influjo del liberalismo.
4.-incumplimiento de las leyes canónicas.
Todo esto ha de tener un denominador común, que sin más me atrevo a adelantar que es el pecado, pero de dónde es que nos hemos atrevido a convivir con el pecado tan naturalmente? Es que ya no necesitamos ser santos?
Disculpe, Padre, estoy llena de preguntas.
Efectivamente, los pastores no quieren ejercer su autoridad, y en esto se les ve que no siguen a Cristo, quien hablaba con autoridad y actuaba con autoridad.
Podrá discutirse cuál pueda ser la causa remota de esta falta de autoridad, y Ud. da certeras pistas, pero que la causa inmediata de la crisis de la Iglesia es que no se quiere ejercer la autoridad apostólica, eso es más que evidente.
Y la añadidura es grave también, pues esa actitud se ha contagiado a los laicos, y ya no hay quien ejerza la necesaria autoridad, ni en las familias, ni en los gobiernos, ni en las instituciones intermedias. Entonces, el caos avanza a pasos agigantados y con diversos nombres : inseguridad, corrupción, contestación, violencia.
Saludos en Jesús y María.
Esto mismo es lo que esperamos de nuestros pastores: que si nos portamos mal nos comprendan y nos reprendan, que sepan conjugar la misericordia y la justicia y fortaleza.
Prefiero que el médico me haga algo de daño y me salve la vida que no que me deje feliz y moribunda.
Es difícil ser pastor en la Iglesia, pero nadie ha dicho que sea fácil ser buen cristiano en ningún ámbito, pues también los seglares deben ser sacrificados, bien en su vida matrimonial, o en la castidad total si son solteros...
La salvación. para todos, pasa siempre por la Santa Cruz
Por otro lado, me atrevería a afirmar que los laicos no rezamos suficientemente por nuestra Jerarquía. Nos hemos también acostumbrado a criticar su negligencia, y me pregunto cuántos sacrificios, ayunos, vigilias realizamos no sólo por los sacerdotes, sino muy especialmente, por la fidelidad de nuestros obispos (de quienes depende también la fidelidad de muchos sacerdotes)?...Así como existe el hermoso voto de ánimas (ofreciendo todos los méritos pasados, presentes y futuros, en pro de las almas del Purgatorio), alguna vez me ha parecido que sería maravilloso proponer a los fieles una suerte de "voto" privado por la santificación de nuestros obispos...Dejo la idea e inquietud.
Gracias P.Iraburu.
creo que el P.Iraburu dice todo lo que muchos ya pensábamos. Es triste lo que dice pero es una gran verdad.
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Bueno, ya se entiende lo que quiere decir, pero mejor precisarlo un poco más.
Si lo que digo yo es verdad, no es triste lo que digo, sino las realidades que describo y que trato de examinar a la luz de la fe. Estas realidades son tristes. Y quienes colaboran a la tristeza que pueda haber en la Iglesia son quienes no se enteran o callan, o niegan la realidad: ésos son los que entristecen al pueblo de Dios y colaboran a la oscuridad lúgubre de ciertos ambientes cristianos.
Pero si alguno dice la verdad, sus palabras necesariamente alegran: la verdad siempre es iluminadora, pacificadora, confortante, esperanzadora, medicinal, liberadora: solo "la verdad os hará libres" (Jn 8).
Me figuro que Ud. lo ve también así.
Bendición + JMI
Gracias, Dios le bendiga.
Dios mío, cuántos obispos reconocemos detrás de estas palabras, en estos mismos escenarios. Acordémonos de la malaventuranza del Señor: ¡Ay de vosotros cuando todos hablen bien de vosotros! Del mismo modo trataron sus padres a los falsos profetas. (Luc. 6,26)
Creo que nos encontramos ante un fenómeno más profundo de crisis de autoridad en general. No sólo de autoridad dentro de la Iglesia.
En el post (41), en el nº 3, al hablar del liberalismo, señalo que todas las modalidades de la autoridad (familiar, escolar, militar, cívica, religiosa, etc.) todas pierden su dignidad y su fuerza operativa cuando no se reconoce que Dios es el Señor, Auctor del cielo y de la tierra, y que de Él procede toda autoridad (auctoritas) en la tierra. "Toda autoridad viene de Dios" (S. Pedro, S. Pablo, toda la Biblia). Cuando esto se niega, se desvirtúan todos los modos de la autoridad, hasta en un jardín de infancia.
vivimos en medio de una cultura que aborrece al padre. seria interesante profundizar mas en esta observacion.
Mucho de esto tiene que ver con la confusión moral y el desorden creado en el contenido de las virtudes, sustituidas por esa amalgama de "valores". Una caricatura barata de lo que es la "caridad" se ha impuesto en todos los espíritus, al mismo tiempo que se ha pensado que el atributo divino de la Justicia - dar a cada uno lo que le corresponde- sencillamente ha dejado de existir...
Tenemos montones de encíclicas y exhortaciones que nos hablan de la Caridad, la Misericordia, las dignidades inacabables..etc, pero falta la gran y clara encíclica que nos hable de la Justicia y del sano Temor de Dios.
Que nos recuerden lo bello y saludable que es castigar al malvado, al desobediente, etc por la sencilla razón que, de entrada, es lo que se merece por sus maldades. Luego, ya vendrá la Misericordia...
Proverbios 17
11 El rebelde no busca sino el mal,
Y mensajero cruel será enviado contra él.
15 El que justifica al impío, y el que condena al justo,
Ambos son igualmente abominación a Jehová.
Estoy leyendo sobre el Concilio Vaticano II en la página oficial del vaticano http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm y me encontré con el texto sobre el ecumenismo que copio a continuación y que me dejó perpleja. No quise seguir leyendo hasta que alguien me confirme si este documento es verdadero y en caso afirmativo quisiera saber qué interpretación se le puede dar.
Aquí va el texto:
NOSTRA AETATE
SOBRE LAS RELACIONES DE LA IGLESIA
CON LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
Proemio
1. En nuestra época, en la que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su relación con /////(AQUÍ MARIA INÉS COPIA-PEGA ¡¡EL DOCUMENTO ENTERO!!) /////////// Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.
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JMI.-El documento que Ud. transcribe es auténtico.
Y perdóneme que no le haga un comentario del mismo, pues dice muchas, tantas cosas.
Acabó de entrar en este Blog ; " Reforma o Apostasía" ,y me parece algo extraordinariamente excelente.
He empezado por este artículo ,y es muy revelador las causas por las cuales se ha debilitado la autoridad apostólica en la Iglesia ; pienso que se han invertido los valores ,porque en realidad estamos llamando bueno a lo que es malo y malo a lo que es intrínsecamente bueno.
Ya lo dijo San Josemaria Escrivá de Balaguer: " No me gusta tanto eufemismo : A la cobardía la llamáis prudencia. Y vuestra prudencia es ocasión de que los enemigos de Dios,vacío de ideas el cerebro ,se den tono de sabios y escalen puestos que nunca debieran escalar".( Camino ).
No se están promocionando en la Iglesia a los mejores ,precisamente; sino más bien a los no tan buenos, o a los peores .
!!!Cómo se nota ,que el Diablo ha sido soltado de su prisión ,después del Milenio Cristiano.!!!
Voy a reenviar este Blog a todo el que pueda. Excelente !!!
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