InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Categoría: Teología dogmática

10.12.10

¿Sola Escritura? (4)

4. La Eucaristía

Acerca del sacramento de la Eucaristía, Martín Lutero rechazó el dogma católico de la transubstanciación y enseñó la doctrina de la consubstanciación. No obstante, la mayoría de los protestantes actuales niega la presencia real de Cristo en la Eucaristía, contradiciendo la enseñanza explícita de la Biblia.

Veamos qué sucedió cuando el pastor Scott Hahn estudió a fondo el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sobre el pan de vida:

“me habían contratado como formador a tiempo parcial en el seminario presbiteriano local. El tema de mi primera clase era el Evangelio de San Juan, sobre el cual estaba predicando también una serie de sermones en la iglesia. […] Cuando llegué al capítulo sexto en mi preparación tuve que dedicar semanas de cuidadosa investigación a los siguientes versículos (Jn 6,52-68):[…]

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9.12.10

¿Sola Escritura? (3)

3. “Sola fe”

Tiempo después, Scott Hahn realizó otro importante descubrimiento:

“descubrí que en ningún lugar enseñó San Pablo que nos salvamos sólo por la fe. El “por la sola fe” (sola fide) no estaba en la Escritura. […]

Para muchos, este hecho no parecería capaz de provocar una gran crisis, pero para alguien empapado de protestantismo y convencido de que el cristianismo dependía de la doctrina de sólo por la fe (sola fide), esto significaba que el mundo se venía abajo.

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3.12.10

Tres vertientes para una vida (Josef Pieper)

La vida sobrenatural del hombre discurre por tres vertientes: la fe pone ante sus ojos la realidad de Dios, que se destaca sobre todo conocimiento natural (“no sólo del hombre, sino también de los ángeles”). La caridad afirma –por Dios mismo– el Sumo Bien ya vislumbrado en la fe. La esperanza es el aguardar confiadamente suficiente de la dicha eterna, lograda en la suprema participación contemplativa de la triple vida de Dios; la esperanza espera la vida eterna, que es Dios mismo, como don de la propia mano divina: sperat Deum a Deo.

En el terreno existencial, las mutuas relaciones entre esas tres virtudes –fe, esperanza y caridad– pueden resumirse en tres enunciados:

1º. Fe, esperanza y caridad han sido inculcadas en la naturaleza humana como inclinaciones (habitus) sobrenaturales del ser, todas ellas a un tiempo y juntamente con la gracia, fundamento íntimo, con ellas mismas, de toda vida sobrenatural.

2º. En el orden del desenvolvimiento factual de esas “posturas del ser”, la fe es anterior a la esperanza y la caridad, y ésta viene después de la esperanza. Y al revés: en el desorden resultante de la culpa, factor de descomposición, se pierde primero la caridad, luego la esperanza y por último la fe.

3º. En la escala jerárquica de la perfección, la caridad ocupa el primer puesto y la fe el último, situándose en medio la esperanza.

(Josef Pieper, Antología, Editorial Herder, Barcelona 1984, pp. 21-22).

30.11.10

Creo en la Iglesia católica

1. La Iglesia católica es necesaria para la salvación

La fe cristiana no es solamente fe en Dios y en Jesucristo; es también fe en la Iglesia católica. El Dios que se nos reveló y nos salvó en Jesucristo no quiere que lo adoremos en forma individualista sino en comunidad, en asamblea. La palabra “iglesia” proviene de una palabra griega que significa literalmente “asamblea".

El Concilio Vaticano II nos enseña que la Iglesia peregrina es necesaria para la salvación, porque sólo ella es el Cuerpo de Cristo, único Salvador (cf. Constitución dogmática Lumen Gentium, n. 14). Así como el Padre envió a su Hijo Jesucristo para la salvación de todos los hombres, Cristo fundó y envió a la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, para continuar su misión de salvación. La Iglesia de Cristo y de los Apóstoles es la misma Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él (cf. Lumen Gentium, n. 8).

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29.10.10

Utopía y promesa (Card. Joseph Ratzinger)

Si la fe cristiana no conoce utopías intrahistóricas, sí conoce una promesa: la resurrección de los muertos, el juicio y el Reino de Dios. Es verdad que todo esto le suena al hombre actual como algo mitológico, pero es mucho más razonable que la mezcla de política y escatología que se produce en una utopía intrahistórica. Es más lógica y apropiada una separación entre las dos dimensiones en una tarea histórica; esta tarea, por su parte, asume, a la luz de la fe, nuevas dimensiones y posibilidades en orden a un mundo nuevo que será obra del mismo Dios. Ninguna revolución puede crear un hombre nuevo; el intentarlo supone violencia y coacción. Dios es quien lo puede crear partiendo de la propia interioridad humana. La esperanza de ese futuro confiere al comportamiento intrahistórico una nueva esperanza.

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