“Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio”
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.” (Marcos 16,15-16).
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,18-20).
“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (Hechos de los Apóstoles 1,8).
Recuerdo que una noche, hacia 1980, discutí largamente sobre temas religiosos y políticos en la vereda de mi casa con uno de mis compañeros de la Coordinadora Juvenil de la Zona 8 de la Arquidiócesis de Montevideo. Comenzaba la etapa final de la dictadura militar y los jóvenes uruguayos estábamos muy interesados en la política. Este compañero, uno de los líderes de la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis, seguía una línea muy izquierdista. Sostenía que la misión de la Iglesia consistía en luchar por la justicia social y que su objetivo último era la eliminación de la pobreza. En determinado momento le planteé una objeción decisiva: “Si fuera así, entonces, cuando todo el mundo sea como ahora es Suecia, donde prácticamente no existe la pobreza, la Iglesia perdería su razón de ser.” Para mi gran sorpresa, este compañero, en lugar de reconocer su error, contestó que eso era efectivamente correcto. A pesar de su alto cargo pastoral, él había perdido de vista completamente la verdadera naturaleza de la Iglesia, la índole trascendente de su misión de salvación, y se había sumergido en una visión inmanentista.