El Concilio Vaticano II y el diálogo ecuménico: ¿renovación o ruptura? –2
6. Una grave denuncia desatendida
En 1966, cuando aún no había transcurrido un año desde la clausura del Concilio, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe elaboró una Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales sobre los abusos en la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II. Este documento lanzó una seria señal de alerta contra las interpretaciones erróneas del Concilio. En su momento fue enviado en secreto a todos los Obispos del mundo. Fue publicado en el sitio web de la Santa Sede recién en 2012.
El documento, firmado por el Cardenal Alfredo Ottaviani, dice que: “hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del Concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles. (…) a partir de documentos examinados por esta Sagrada Congregación, consta que en no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe.”
El documento señala a modo de ejemplo diez errores doctrinales más o menos frecuentes en el por entonces creciente sector “progresista” de la Iglesia. Los primeros cuatro errores denunciados conforman la base principal de las desviaciones liberales o modernistas en ese sector:
“1. Ante todo está la misma Revelación sagrada: hay algunos que recurren a la Escritura dejando de lado voluntariamente la Tradición, y además reducen el ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia, y no piensan de manera correcta acerca del valor histórico de los textos.
2. Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice que las fórmulas dogmáticas están sometidas a una evolución histórica, hasta el punto de que el sentido objetivo de las mismas sufre un cambio.
3. El Magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable.
4. Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia.”
El décimo y último error señalado se refiere al ecumenismo: “La Sede Apostólica (…) lamenta que algunos (…) se empeñen en una acción ecuménica que, opuesta a la verdad de la fe y a la unidad de la Iglesia, favorece un peligroso irenismo e indiferentismo, que es completamente ajeno a la mente del Concilio.” (5)
A juzgar por los hechos posteriores, parecería que en líneas generales no se prestó suficiente atención a la situación denunciada por este documento. Las doctrinas teológicas heterodoxas siguieron floreciendo y desarrollándose dentro de la Iglesia Católica hasta alcanzar la gran difusión de la que hoy gozan. “Aquellos polvos trajeron estos lodos”…
Uno de los mayores desarrollos doctrinales del Concilio Vaticano II fue su doctrina de la colegialidad episcopal. Pues bien, la colegialidad episcopal, entre otras cosas, implica que los propios Obispos, dentro de sus respectivos territorios, deben no sólo velar por la sana doctrina, sino también condenar los errores doctrinales graves y sancionar a los culpables de difundirlos, sin dejar esas dos tareas poco agradables casi exclusivamente a Roma.
7. La crisis de la Iglesia en el post-concilio
Desgraciadamente, desmintiendo las previsiones más optimistas, en el post-concilio se produjo una grave crisis de la Iglesia. En el análisis de esa crisis me guiaré por unas reflexiones del Pbro. Dr. José María Iraburu, quien a su vez se basó en los diagnósticos de tres Papas (6).
El Papa Pablo VI sufrió mucho al ver difundirse en la Iglesia tantos errores, herejías y abusos en el tiempo posterior al Concilio Vaticano II, por supuesto sin tener a éste como causa. Sus más graves diagnósticos comenzaron a producirse con ocasión de los rechazos, incluso episcopales, de su encíclica Humanae vitae, de 1968. La «revolución del 68» también se produjo, a su modo, en el mundo católico. En los discursos y homilías de Pablo VI hay bastantes referencias a esa crisis de la Iglesia. Cabe destacar las siguientes:
• «La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (7-XII-1968).
• «Por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1972).
• Es lamentable «la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia» (30-VIII-1973).
• «La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia» (23-XI-1973).
En 1981 el Papa Juan Pablo II reforzó ese diagnóstico con las siguientes palabras: “Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos e incluso desilusionados; se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propalado verdaderas y propias herejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones, se ha manipulado incluso la liturgia; inmersos en el “relativismo” intelectual y moral, y por esto, en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva.” (7)
El Cardenal Joseph Ratzinger, en su Informe sobre la fe, de 1984, hizo un diagnóstico muy semejante de las causas principales de la crisis eclesial: «Gran parte de la teología parece haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto, la Iglesia entera. De este olvido del trabajo teológico como servicio eclesial se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común» (p. 80). Así se ha producido un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (p. 114). Entre los errores más graves y frecuentes, en efecto, pueden señalarse temas como el pecado original y sus consecuencias (pp. 87-89, 160-161), la visión arriana de Cristo (p. 85), el eclipse de la teología de la Virgen (p. 113), los errores sobre la Iglesia (pp. 53-54, 60-61), la negación del demonio (pp. 149-158), la devaluación de la redención (p. 89), y tantos otros errores relacionados necesariamente con éstos. (8)
El P. Iraburu añade: “Actualmente dentro del campo de la Iglesia corren otras muchas herejías sobre temas de suma importancia: la divinidad de Jesucristo, la condición sacrificial y expiatoria de su muerte, la historicidad de sus milagros y de su resurrección, la virginidad de María, el purgatorio, los ángeles, el infierno, la Presencia eucarística, la Providencia divina, la necesidad de la gracia, de la Iglesia, de los sacramentos, el matrimonio, la vida religiosa, el Magisterio, etc. Puede decirse que las herejías teológicas actuales han impugnado prácticamente todas las verdades de la fe católica. Y aunque los errores más ruidosos son aquellos referidos a cuestiones morales (aceptación de la anticoncepción, del aborto, de la homosexualidad activa, del nuevo «matrimonio» de los divorciados, etc.), ciertamente los errores más graves son los doctrinales, los que más directamente lesionan la roca de la fe sobre la que se alza la Iglesia.”
8. Dos interpretaciones del Concilio en conflicto
El Papa Benedicto XVI, en un importante discurso a la Curia Romana (22-XII-2005), se preguntó: «¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?» Y, como Papa teólogo, respondió señalando la causa general de los múltiples errores y abusos en la Iglesia de nuestro tiempo: «Existe por una parte una interpretación [del Concilio] que se podría llamar «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura», que con frecuencia ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la «hermenéutica de la reforma», de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado: es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino. La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían la verdadera expresión del espíritu del Concilio. Sería preciso seguir, no los textos del Concilio, sino su espíritu. De ese modo, como es obvio, se deja espacio a cualquier arbitrariedad». (9)
En este punto conviene citar la parte final del discurso del Santo Padre Benedicto XVI del 14 de febrero de 2013 (tres días después del anuncio de su renuncia), durante un encuentro con los párrocos y el clero de Roma. Con estas palabras concluyó una magnífica charla improvisada sobre el Concilio Vaticano II ante los sacerdotes de la Diócesis de Roma.
“Quiero agregar ahora un tercer punto: estuvo el Concilio de los Padres –el verdadero Concilio–, pero estuvo también el Concilio de los media. Era casi un Concilio en sí, y el mundo ha percibido el Concilio a través de éste, a través de los media. Por lo tanto el Concilio inmediatamente eficiente llegado al pueblo fue el de los media, no el de los Padres. Y mientras el Concilio de los Padres se realizaba al interior de la fe, era un Concilio de la fe que busca el intellectus, que busca comprenderse y busca comprender los signos de Dios en aquel momento, que busca responder al desafío de Dios en aquel momento y encontrar en la Palabra de Dios la palabra para hoy y mañana, mientras todo el Concilio –como he dicho– se movía al interior de la fe, como fides quaerens intellectum, el Concilio de los periodistas no se realizó, naturalmente, al interior de la fe, sino al interior de las categorías de los media de hoy, es decir fuera de la fe, con una hermenéutica diversa. Era una hermenéutica política: para los media, el Concilio era una lucha política, una lucha de poder entre diversas corrientes en la Iglesia. Era obvio que los media tomarían posición por aquella parte que a ellos les parecía más congenial con su mundo. Estaban los que buscaban la descentralización de la Iglesia, el poder para los Obispos y después, a través de la expresión “Pueblo de Dios”, el poder del pueblo, de los laicos. Existía esta triple cuestión: el poder del Papa, después transferido al poder de los Obispos y al poder de todos, soberanía popular. Naturalmente, para ellos era ésta la parte a aprobar, promulgar y favorecer. Y así también para la liturgia: no interesaba la liturgia como acto de la fe, sino como algo donde se hacen cosas comprensibles, algo de actividad de la comunidad, algo profano. Y sabemos que había una tendencia que invocaba incluso un fundamento en la historia para decir: La sacralidad es una cosa pagana, eventualmente incluso del Antiguo Testamento. En el Nuevo vale sólo que Cristo ha muerto afuera: o sea fuera de las puertas, o sea en el mundo profano. Por lo tanto hay que acabar con la sacralidad; profanidad incluso del culto: el culto no es culto, sino un acto del conjunto, de la participación común, y así también participación como actividad. Estas traducciones, banalizaciones de la idea del Concilio, fueron virulentas en la praxis de la aplicación de la Reforma litúrgica; nacieron en una visión del Concilio por fuera de su propia clave, la de la fe. Y así, también en la cuestión de la Escritura: la Escritura es un libro, histórico, que ha de tratarse históricamente y nada más, etc.
Sabemos cómo este Concilio de los media fue accesible a todos. Por lo tanto, esto fue lo dominante, lo más eficiente, y creó tantas calamidades, tantos problemas, realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real. Pero la fuerza real del Concilio estaba presente y, poco a poco, se realiza siempre más y se convierte en la verdadera fuerza que después es también verdadera reforma, verdadera renovación de la Iglesia. Me parece que, 50 años después del Concilio, vemos cómo este Concilio virtual se rompe, se pierde, y aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Y es nuestra misión, precisamente en este Año de la fe, comenzando en este Año de la fe, trabajar para que el verdadero Concilio, con su fuerza del Espíritu Santo, se realice y sea realmente renovada la Iglesia. Esperamos que el Señor nos ayude. Yo, retirado con mi oración, estaré siempre con ustedes, y juntos seguiremos adelante con el Señor, en la certeza: ¡El Señor vence! ¡Gracias!” (10)
9. El Concilio y la condena de los errores doctrinales
En su ya citado Discurso inaugural del Concilio Vaticano II, el Papa Juan XXIII dijo que hoy la Iglesia, al combatir los errores, “prefiere usar más el remedio de la misericordia que el de la severidad”. En rigor, esto no implica renunciar a dicha severidad cuando es necesaria, ni mucho menos renunciar a combatir los errores. Sin embargo muchos, sobre todo en el ala “progresista” de la Iglesia, malinterpretaron esta enseñanza papal, tomándola como una renuncia a la condena de los errores doctrinales.
A modo de ejemplo citaré al teólogo italiano Giuseppe Ruggieri, integrante de la “Escuela de Bolonia”. Ruggieri, adhiriéndose a una tesis del historiador John W. O’Malley SJ, dice lo siguiente: “Abandonando el género jurídico-legislativo (…) de los concilios precedentes, que alcanzaban en los cánones de condena su punto álgido, el Concilio Vaticano II renunció a la condena de los errores.” (11)
¿Qué dice realmente el Concilio Vaticano II acerca del tema de la condena de los errores? En primer lugar, subrayo que el Vaticano II, al hablar del respeto y el amor debidos a los adversarios, trató explícitamente ese tema, sosteniendo una tesis contraria a la de O’Malley y Ruggieri: “Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.
Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa.” (12)
En segundo lugar, destaco que el Concilio Vaticano II practicó el criterio general recién expuesto, rechazando explícitamente varios errores particulares. Por ejemplo, la constitución Gaudium et Spes condenó el marxismo (nn. 20-21), el secularismo (n. 36) y el aborto (n. 51); y, como veremos luego más detenidamente, el decreto Unitatis Redintegratio condenó el falso irenismo en el diálogo ecuménico (n. 11).
Me detengo a subrayar con base en uno de estos ejemplos cómo el “progresismo” radical (de corte modernista) y el “tradicionalismo” radical (de corte lefebvrista) suelen coincidir en una especie de “hermenéutica de la ruptura”. Desde ambos extremos del espectro teológico se suele afirmar que el Concilio Vaticano II no condenó el comunismo. Los progresistas radicales se congratulan de esa supuesta omisión, mientras que los tradicionalistas radicales la deploran. Sin embargo, como atestiguan claramente los nn. 20-21 de la Gaudium et Spes, tal omisión no existió.
Por último, destaco que el Concilio Vaticano II se adhirió explícitamente a la doctrina de los Concilios de Trento y Vaticano I, solidarizándose así también, implícitamente, con sus anatemas (cf. Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, n. 1).
En síntesis: es verdad que en el Concilio Vaticano II tuvo lugar un cambio en las formas de expresión de la doctrina católica, pero también lo es que ese cambio no afectó sustancialmente el sentido y el alcance de esa doctrina, que es y permanece inmutable, también en lo que respecta a la condena de los errores graves en materia religiosa y moral. La tesis de que el Concilio Vaticano II renunció a la condena de los errores sólo puede sostenerse apelando a un vago y falso “espíritu del Concilio” y olvidando su letra, en la cual se encarna su verdadero espíritu.
Por lo demás, el magisterio de los Papas post-conciliares siguió practicando con frecuencia el rechazo firme y severo de los errores doctrinales y morales. Enumeraré siete ejemplos, pero esta lista podría prolongarse mucho con suma facilidad:
a) La encíclica Humanae Vitae (Papa Pablo VI, 1968) condenó la anticoncepción.
b) La instrucción Libertatis Nuntius (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1984) condenó varios aspectos de la “Teología de la Liberación”.
c) La instrucción Donum Vitae (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1987) condenó la reproducción humana artificial.
d) La encíclica Centesimus Annus (Papa Juan Pablo II, 1991) renovó la condena del liberalismo y del socialismo.
e) La encíclica Veritatis Splendor (Papa Juan Pablo II, 1993) condenó varios errores en materia de teología moral fundamental.
f) La encíclica Evangelium Vitae (Papa Juan Pablo II, 1995) renovó solemnemente la condena del aborto y de la eutanasia.
g) La declaración Dominus Iesus (Congregación para la Doctrina de la Fe, 2000) condenó varios errores que atentan contra la unicidad y la universalidad salvífica de Cristo y de la Iglesia. (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
Notas
5) Véase el documento completo en:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19660724_epistula_sp.html
6) José María Iraburu, (39) Innumerables herejías actuales, en su blog Reforma o apostasía, http://infocatolica.com/blog/reforma.php/0911061117-39-innumerables-herejias-actu
7) Papa Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Nacional Italiano sobre el tema «Misiones al pueblo para los años 80», 6 de febrero de 1981, n. 2.
8) Joseph Ratzinger-Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1985.
9) El texto completo de ese discurso se encuentra aquí:
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia_sp.html
10) El texto original, en italiano, se encuentra aquí:
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2013/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20130214_clero-roma_it.html. La traducción al español es mía.
11) Giuseppe Ruggieri, Lucha por el Concilio, en: Cuadernos Vianney, Nº 25, Montevideo, Mayo de 2009, p. 41.
12) Concilio Vaticano II, constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, n. 28.
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8 comentarios
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Estas palabras son ambigüas y de hecho, marcaron un punto de inflexión en la disciplina de la Iglesia, porque Paulo VI, su sucesor, colgó definitivamente el látigo vindicador que merecían los heterodoxos.
Porque la práctica secular de la Iglesia y el mandato evangélico siempre aconsejaron la misericordia antes que la severidad a la hora de remediar los entuertos.
Y sólo si la misericordia no era suficiente para "remediar", entonces se apelaba a la severidad.
Porque se suponía que había que "remediar", sí o sí.
Pero ahora se apela a la misericordia y si no da resultado, se deja la cuestión sin remediar, con las nefastas consecuencias que vemos todos los días.
La señal de este cambio copernicano (que representó una efectiva "ruptura" en la tradición canónica), la dió Paulo VI en el emblemático caso de la desautorización expresa que hizo a un obispo yanki el cual, buenamente, había sancionado a sacerdotes suyos que se habían manifestado abiertamente opuestos al contenido de una encíclica papal.
Tremendo.
Y los papas siguientes siguieron (y siguen) esa misma orientación.
¡Señor, ten piedad de nosotros!
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DIG: Difiero en parte con tu evaluación de los pontificados postconciliares. Juan Pablo II y Benedicto XVI sancionaron a unos cuantos teólogos heterodoxos (baste recordar a Hans Küng y Leonardo Boff) y rechazaron los errores de muchos más (Anthony de Mello, Marciano Vidal, Jon Sobrino, etc. etc.). Habría que matizar tu afirmación diciendo que la situación actual requiere un mayor número, una mayor rapidez y una mayor eficacia de ese tipo de sanciones. Pero creo que una tarea así es hasta físicamente imposible que la lleve a cabo sólo la Santa Sede, sin una cooperación de los Obispos bastante mayor que la que se ha dado en las últimas décadas. La colegialidad episcopal se debe manifestar también en esa tarea, desagradable pero necesaria, de corrección fraterna.
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DIG: Todo esto que dices es falso y fantasioso. Pablo VI dio su aprobación a todos los documentos aprobados (por mayorías abrumadoras) por los Padres del Concilio Vaticano II y luego los puso en práctica. Todos los Papas post-conciliares han visto en el Concilio una referencia fundamental para el gobierno de la Iglesia de nuestra época; y han manifestado esto con palabras y actos muy claros.
Las deliberaciones de los Padres del Concilio Vaticano II fueron libérrimas, tanto que rechazaron todos los esquemas (o borradores) de los documentos conciliares elaborados en la Curia Romana por las Comisiones preparatorias del Concilio y recomenzaron el trabajo casi desde cero.
La reconsideración del "servicio petrino" a la luz del "Mensaje" y no al de las necesidades perentorias de poder de las sedes patriarcales sería el primer elemento.
Sigo diciendo que para el cristiano medio moderno todo el cuerpo dogmático, para no contrariar el fundamentalismo dogmático, es aceptado, como un todo y sin más pérdida de tiempo, en un acto mental de confesión de fe. Al fin y al cabo se trata de misterios insondables inspirados por valores que ya no rigen. Otro caso es el de los que quieren embellecer, hacer acorde creencias con realidad, y no les importa ser motejados de herejes.
Me parece que va a mejorar el servicio petrino y se dará más importancia a la acción, la ética que a un cuerpo doctrinal rígido e incomprensible.
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DIG: Los misterios de la fe cristiana son suprarracionales, no irracionales. Su fundamento es la Divina Revelación. Los cristianos creemos las verdades que Dios ha revelado a los hombres (sobre todo en Cristo) y que la Iglesia fundada por Cristo custodia y transmite. Cuando la Iglesia, indefectible en la fe por un don de Dios, proclama un dogma, afirma de modo solemne e infalible que tal o cual verdad está contenida en la Divina Revelación y debe ser creída por todos los cristianos. Ser "dogmático" en ese sentido (el sentido auténtico de esa palabra) no es ser fundamentalista ni fanático, sino simplemente ser cristiano. Es tomar la Palabra de Dios en serio, como luz, fuerza y guía en el camino.
Es cierto que los ortodoxos utilizaron la cuestión del Filioque como una especie de pretexto teológico para el Cisma de Oriente, cuyas causas principales fueron otras; pero eso no significa que sea una cuestión insignificante. Que el Espíritu Santo (la Persona-don o Persona-amor de la Trinidad, según Juan Pablo II) proceda sólo del Padre (postura original de los ortodoxos) o del Padre y del Hijo (el Logos o Palabra de Dios, la Sabiduría y la Verdad de Dios) no es en absoluto una cuestión baladí o "bizantina". En el fondo, como bien dice Romano Amerio, ésa es la cuestión que está en la raíz de la gran crisis teológica de nuestra época: ¿El Amor de Dios es independiente de la Verdad de Dios o procede de Ella? ¿Puede haber amor sin verdad? En suma, el Filioque católico custodia la fundamental convicción cristiana de hoy y de siempre de que la ortodoxia es la condición y la base de la ortopraxis.
Tengo entendido que hoy los ortodoxos están dispuestos a aceptar el Filioque si se lo entiende (como debe ser) sin negar la prioridad del Padre en la Trinidad: el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo (y en ese sentido del Padre y del Hijo).
El verdadero obstáculo para el regreso de los ortodoxos a la Iglesia católica es su comprensión del primado papal como meramente honorífico, en contra de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia (incluso las Iglesias de Oriente) en los primeros diez siglos de la era cristiana.
La función esencial de los Concilio es dirimir cuestiones teológicas o clarificarlas. Se supone que el objetivo del Concilio Vaticano II era explicar las mismas verdades de fe en un lenguaje más comprensible. Pero por los frutos se conoce el árbol. Y hoy, después de 50 años del Concilio, lo único que vemos es confusión y más confusión en las doctrinas de fe. Por lo tanto, el Concilio fracasó en lo propio y esencial.
El Concilio debería haber ayudado a que no se difundiera la errónea teología de la liberación marxista y sin embargo ésta imperó en los años 70 en muchos lugares del mundo. Los Concilios no sólo deben no hacer el mal, sino producir un bien. La gran confusión doctrinal imperante y la reducción de los católicos practicantes de su fe es un elocuente testimonio del fracaso del Concilio.
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DIG: Discrepo con tu análisis, y en eso concuerdo con varios Papas, que llegaron a una conclusión contraria a la tuya. El hecho de que después del Concilio Vaticano II haya venido una gran crisis eclesial no significa que ésta haya sido causada por aquél, ya que en el devenir eclesial intervienen muchos factores, además del Concilio. Como enseñó Benedicto XVI, la crisis fue causada principalmente por una interpretación falsa del Concilio, a la que él llamó "hermenéutica de la discontinuidad o de la ruptura". Ésa no es una opinión privada de Joseph Ratzinger, sino una parte de su Magisterio como Supremo Pastor de la Iglesia universal.
Ahora bien, en lo que toca a la colegialidad entendida como iniciativas episcopales contras las herejías, luego de lo de Paulo VI ni lo sueñes. Hasta que no se de una clara señal en contrario, no creo que ningún obispo se arriesgue a quedar desautorizado abiertamente por la Santa Sede. Antes tanteará el terreno y tratará en lo posible que la sanción venga de Roma. Y ahí puede estar una de las causas de tanta morosidad sancionatoria.
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DIG: El Concilio Vaticano II no fue convocado con el propósito de solucionar la "crisis modernista" sino con el de renovar la Iglesia y la forma de expresión de su doctrina (entre otros fines). La obra del Concilio fue apta para lograr los objetivos propuestos, aunque luego sus documentos fueran mal aplicados en muchos casos. En suma, coincidimos en el punto principal: el Vaticano II no causó la crisis post-conciliar. Pero yo subrayo una enseñanza de Benedicto XVI: para solucionar definitivamente esa crisis, es preciso volver al Concilio auténtico y dejar de lado el Concilio imaginario de los medios y de los progresistas.
http://blogs.periodistadigital.com/enigma.php/2010/03
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DIG: Mantener el celibato sacerdotal fue una decisión muy sabia del Papa Pablo VI.
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