7.12.10

Él viene en persona

Homilía para el Tercer Domingo de Adviento (Ciclo A)

Textos: Is 35,1-6.10; Sal 145; St 5,7-10; Mt 11,2-11.

El anuncio del profeta: “Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará” (cf Is 35,1-6.10), se cumple con la llegada de Jesucristo. Las obras que el Señor realiza testimonian su condición mesiánica: “los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia” (Mt 11,5).

Enviando a sus discípulos a encontrarse con Jesús, Juan Bautista, el Precursor, busca confirmarlos en la fe: “Miró, pues, en esto Juan, no a su propia ignorancia, sino a la de sus discípulos y los envía a ver sus obras y sus milagros, a fin de que comprendan que no era distinto de Aquel a quien él les había predicado y para que la autoridad de sus palabras fuese revelada con las obras de Cristo y para que no esperasen otro Cristo distinto de Aquel de quien dan testimonio sus propias obras” (San Hilario).

La cercanía del Señor, su proximidad inaudita, engendra en el corazón del cristiano la alegría: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca” (Flp 4,4.5). San Pablo, que da este mandato, no careció en su vida de sufrimientos y de tribulaciones. No obstante, vivió y mandó vivir la alegría. Como comenta Benedicto XVI: “Si el amado, el amor, el mayor don de mi vida, está cerca de mí, incluso en las situaciones de tribulación, en lo hondo del corazón reina una alegría que es mayor que todos los sufrimientos” (3-10-2005).

Caminar hacia el encuentro de Cristo que viene equivale a descubrir su presencia cerca de nosotros, en medio de nosotros, para ver “la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios”. Su presencia es oculta, pero real, y sus obras siguen hablando en favor de Él. También hoy los ciegos dejan de serlo cuando descubren la Luz. También hoy los paralizados por el miedo son capaces de andar. También hoy los estigmatizados por el mal quedan limpios y los muertos por el pecado resucitan a la vida de la gracia. También hoy el Evangelio es anunciado a los pobres.

Leer más... »

5.12.10

Adviento (escrito por Koko)

Las lecturas de hoy nos hablan sobre todo de la necesidad de la conversión en nuestras vidas. Y por eso San Juan nos dirá “preparad el camino al Señor”. Estas semanas del Adviento son para todos nosotros como una oportunidad y una llamada a abrirnos a la venida constante de Dios a nuestras vidas.

Podríamos decir que el personaje principal de la liturgia de hoy es San Juan y su mensaje que nos apremia a cambiar de vida. Y esta no es una tarea fácil, ya que convertirse es cambiar de dirección, cambiar de rumbo y orientarse hacia Dios. Y esto supone esfuerzo y paciencia cristiana.

Muchas veces cuando se habla de conversión, parece que el mensaje no está dirigido a nosotros, sino para los demás, para los que no tienen fe. Pero la invitación es para todos sin excepción. Siempre existen cosas en nuestra vida que podemos cambiar, siempre necesitamos convertirnos de algo.

Cuentan que una vez había un venerable monje que a lo largo de las etapas de su vida había modificado a su plegaria, su modo de dirigirse a Dios. Al principio cuando era joven le suplicaba a Dios.

- Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo.

Pero a medida que se fue haciendo adulto, se dio cuenta de que se había pasado media vida sin lograr cambiar una sola persona, entonces cambió su oración y ahora le rogaba a Dios:

- Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entren en contacto conmigo. Aún que sea a mi familia o a mis amigos. Con eso ya me doy por satisfecho.

Pero cuando ya se fue haciendo mayor comprendió que su oración no había dado muchos resultados. Y a partir de entonces decidió dirigirse a Dios con la siguiente oración:

- Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo.

Y en cierto modo esto también nos puede pasar a nosotros. Que queremos cambiar e mejorar el mundo, las situaciones de malestar, de crisis, la pobreza… pero el mundo empieza a cambiar cuando uno mismo es el que cambia. Sólo así podremos llevar el Evangelio a los demás de manera fructuosa.

Leer más... »

4.12.10

Una digna morada

Homilía para la solemnidad de la Inmaculada Concepción

Textos: Gn 3,9-15.20; Sal 97; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38.

Para que el Verbo eterno habitase entre nosotros haciéndose hombre, Dios preparó a su Hijo una digna morada. Esa Morada nueva es la Virgen, la “llena de gracia” (Lc 1,28); es decir, la criatura totalmente amada por Dios, ya que su corazón y su vida están por entero abiertos a Él. La casa de Dios con los hombres queda así inaugurada. María es el Israel santo, que dice “sí” al Señor y, de este modo, se convierte en la primicia de la Iglesia y en el anticipo, aquí en la tierra, de la definitiva morada del cielo. Dios vence, con su amor insistente, la desobediencia de Adán y de Eva, el peso del pecado, el absurdo intento de exiliarlo a Él, a Dios, del mundo de los hombres.

El Señor construye su casa preservando de todo pecado a María, para mostrar que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Se muestra así, en toda su belleza, el proyecto creador de Dios: “El misterio de la concepción de María evoca la primera página de la historia humana, indicándonos que, en el designio divino de la creación, el hombre habría de tener la pureza y la belleza de la Inmaculada”, enseña Benedicto XVI (15.8.2009). No es rebelándose contra Dios como el hombre se encuentra a sí mismo. Por el contrario, es abriéndose a Él, volviendo a Él, donde descubre su dignidad y su vocación original de persona creada a su imagen y semejanza.

En la Carta a los Efesios, San Pablo se hace eco del plan de salvación: Dios nos eligió en Cristo “antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1, 4). En la Virgen, desde el primer instante de su concepción inmaculada, sólo hay aceptación y acogida de esta voluntad divina. En Ella, verdaderamente, todo se hace según la palabra de Dios, sin ningún tipo de obstáculo o interferencia.

Leer más... »

2.12.10

La penitencia y el desierto

Homilía para el II Domingo de Adviento (Ciclo A)

Textos: Is 11,1-10; Sal 71; Rm 15,4-9; Mt 3,1-12.

La figura profética de Juan Bautista se presenta en el desierto de Judea (cf Mt 3,1). El desierto no es la meta definitiva, sino una etapa de tránsito, un territorio que hay que atravesar para vivir en la tierra prometida. Igualmente es un escenario que, por sí mismo, invita a la conversión, a recordar que el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (cf Mt 4,4). Desde esta perspectiva, el desierto es un marco adecuado para escuchar a Dios.

Los afanes de este mundo pueden constituir un obstáculo que nos impida salir al encuentro de Cristo. La ascética persona del Bautista testimonia la necesidad de un distanciamiento interior, de un desapego de lo accidental para concentrarse en lo esencial. San Máximo de Turín comenta que Juan escogió el lugar “donde su predicación no estuviese expuesta a la murmuración de una multitud insolente o a las sonrisas de un público impío, sino donde únicamente pudieran oírle los que buscaban la palabra de Dios por ella misma”.

Alejado de una multitud propicia al descaro y a la burla de lo religioso, Juan alza la voz para predicar la penitencia, la conversión que se traduce en obras, que da frutos. Con su predicación dispone los corazones de los oyentes y, de este modo, allana los senderos que conducen al Señor. Juan es un heraldo de la gracia, pues la posibilidad de hacer penitencia es un don. Es Dios mismo quien nos prepara para poder recibirlo.

Benedicto XVI ha definido la conversión como “la llegada de la gracia que nos transforma” y ha advertido sobre la imposibilidad de silenciar la llamada a hacer penitencia: “Nosotros, los cristianos, también en los últimos tiempos, con frecuencia hemos evitado la palabra penitencia, nos parecía demasiado dura. Ahora, bajo los ataques del mundo que nos hablan de nuestros pecados, vemos que poder hacer penitencia es gracia. Y vemos que es necesario hacer penitencia, es decir, reconocer lo que en nuestra vida hay de equivocado, abrirse al perdón, prepararse al perdón, dejarse transformar” (15.IV.2010).

Leer más... »

1.12.10

Dedicación de la Catedral

Hoy celebramos el 785 aniversario de la dedicación de la catedral de Tui. El obispo Esteban Egea consagró el templo el 30 de noviembre de 1225, festividad de San Andrés. Para respetar la fiesta de este apóstol, el aniversario de la dedicación se fijó, por orden del mismo obispo, el día 1 de diciembre.

Levantada en lo alto de una colina, la catedral tiene el aspecto externo de una fortaleza, flanqueada por torres. En la fachada norte se alza la torre de San Andrés, que en un principio era exenta y, posteriormente, fue unida al resto del edificio. Una de las estancias de esta torre fue, en tiempos, la cárcel del cabildo.

Merece la pena subir al triforio y descubrir la “otra” catedral, la que no se ve si uno se limita a visitar sus naves y capillas. Además de la mencionada torre de San Andrés, muy vinculada a la familia del obispo Juan Fernández de Sotomayor, se puede observar también, en la zona sur del edificio, lo que queda del palacio del obispo Diego de Muros; una buena muestra del gótico civil.

La liturgia del aniversario de la dedicación de la catedral, que en la propia iglesia tiene el rango de solemnidad, alude a la majestad de Dios que, desde el santuario, impone reverencia. Se le pide a Dios que en ese lugar santo se le ofrezca siempre “un servicio digno” para que así los fieles “obtengan los frutos de una plena redención”.

Leer más... »