26.03.11

El agua y la sed

Homilía para el Domingo III de Cuaresma (Ciclo A)

Sin la necesaria aportación de agua nuestro organismo no puede sobrevivir. Pero la sed del hombre va más allá de la necesidad física de evitar la deshidratación. La sed simboliza el deseo profundo de nuestra alma. Aspiramos no solamente a mantenernos con vida, sino que queremos que nuestra vida merezca la pena ser vivida. Tenemos sed de algo más que de agua. Tenemos sed de justicia, de amor y de sentido.

Jesucristo, Dios y hombre verdadero, expresa en su petición a la samaritana: “Dame de beber” (Jn 4, 7), un doble anhelo. El Señor, consustancial con nosotros por su humanidad, experimenta el cansancio y el calor, solidarizándose así con todos los sedientos. También, poco antes de su muerte, dirá desde la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Pero su sed manifiesta, a un nivel más profundo, el deseo que Dios tiene de nuestra fe y de nuestro amor: “La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos (2 Co 8,9)”, comenta Benedicto XVI.

Dios tiene sed de nosotros y suscita en nosotros la sed de Él. Así como el agua no es un lujo, Dios tampoco es para el hombre un complemento superfluo, sino Alguien de “primera necesidad” para nuestras vidas.

A la mujer samaritana no le faltaba el agua. Tenía cerca el pozo, un manantial con el que el patriarca Jacob había asegurado la vida de su pueblo. Pero el agua de ese pozo sólo podía saciar parcialmente su sed. Jesús, en el diálogo con esta mujer, le promete un agua “que salta hasta la vida eterna”, un agua que sacia de modo definitivo la sed.

Esta agua es símbolo del Espíritu Santo, “de la verdadera fuerza vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida plena, que él espera aun sin conocerla”. “¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín” (Benedicto XVI).

Ya no es el pozo de Jacob, sino Cristo mismo el verdadero manantial del que brota la salvación para todos. Con la fuerza del Espíritu Santo, nuestra existencia se hace fecunda, dotada de la capacidad de amar de un modo leal y generoso, de amar como Dios ama, y de este modo se convierte en vida definitiva.

Leer más... »

19.03.11

Una recensión doble.

Mañana me tomaré vacaciones de blog y, probablemente, el resto de la semana, hasta el domingo, también.

Ofrezco ahora una recensión, sobre dos recientes publicaciones mías, que puede interesar a los lectores habituales del blog.

GUILLERMO JUAN MORADO, La humanidad de Dios. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 100 páginas, ISBN 9788415024255, 3.5 euros y GUILLERMO JUAN MORADO, El camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 108 páginas, 3.5 euros.

Dentro de su colección “Enséñanos a orar", la editorial Cobel publica El Camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, de Guillermo Juan Morado, segunda parte del también muy recientemente publicado en esta colección La Humanidad de Dios, de igual subtítulo. Ambos volúmenes forman una unidad; pero si La humanidad de Dios es, sobre todo, un texto centrado en la contemplación de Cristo, este segundo libro mira, sin perder la referencia cristológica, a las características del discipulado cristiano.

Uno y otro se estructuran en torno a las lecturas dominicales. Se trata de una lectura orante en la que el rasgo distintivo aportado por el autor es la oración que, ante todo, brota como actitud de vida, como un modo particular de presentarse ante Jesús, el Señor.

Cada tomo se divide en seis secciones, cuyos títulos ya invitan a la contemplación, la meditación y la incorporación a la vida del orante. Son: “La cercanía de Dios”, “Las palabras y los signos”, “El Siervo doliente”, “Muerte y vida”, “Testigos de su amor” y “Uno de la Trinidad” en el primer volumen; y “La forma del Amor”, “Exigencias del camino”, “Via Crucis”, “Fidelidad y agradecimiento”, “Oración y paciencia” y “La verdadera realeza”, en el segundo.

Leer más... »

La Transfiguración

Homilía para el Domingo II de Cuaresma (Ciclo A)

En el “Mensaje para la Cuaresma” de 2011, Benedicto XVI sintetiza el significado del Evangelio de la Transfiguración: “El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”.

Detengámonos en la contemplación de este pasaje evangélico (cf Mt 17, 1-9), considerando tres aspectos: La Transfiguración como manifestación de la gloria de Cristo, como anuncio de la divinización del hombre y como invitación a sumergirse en la presencia de Dios.

1. La Transfiguración muestra a Jesús en su figura celestial: Su rostro “resplandecía como el sol” y sus vestidos “se volvieron blancos como la luz”. Moisés y Elías, precursores del Mesías, conversaban con Jesús.

La voz que procede de la nube confirma la enseñanza de Jesús: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Es preciso escuchar a Jesús y cumplir así la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz comenta al respecto que sería agraviar a Dios pedir una nueva revelación en lugar de poner los ojos totalmente en Cristo, “sin querer otra cosa alguna o novedad”: “Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aun más de lo que pides y deseas”.

La aparición de la gloria de Cristo está relacionada con su Pasión: “La divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos a Jesús correctamente” (Benedicto XVI).

Leer más... »

18.03.11

El camino del discípulo

Este libro, que ya está disponible, ha sido elaborado a partir de materiales que he ido publicando en el blog. Les resultará familiar, por tanto, a los que frecuentan “La puerta de Damasco".

En la página de la editorial Cobel es posible descargar un archivo que permite leer una muestra del contenido del libro.

Constituye la continuación de “La humanidad de Dios", publicado igualmente por Cobel.

Guillermo Juan Morado.