InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

19.04.10

Cinco años con Benedicto XVI

Reproduzco aquí un artículo mío de 2005. Tal día como hoy estaba en la Plaza de San Pedro aguardando con ilusión la “fumata blanca". Recuerdo la enorme alegría de todos los allí convocados al escuchar el anuncio de un nuevo Papa, el Cardenal Ratzinger:

El Papa, guía de la fe
De lo visible a lo invisible, de los signos al significado, de los símbolos al Misterio


El Papa, guía de la fe

La providencia de Dios me ha permitido estar presente en la Plaza de San Pedro, el domingo 24 de Abril de 2005, para participar en la Santa Misa de Inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma Benedicto XVI. Ministerio “petrino” porque el Papa es el Sucesor de Pedro, que ha recibido de Cristo la misión de apacentar a su grey. En toda la celebración, y de modo muy destacable en la predicación, el nuevo Papa se ha revelado como un auténtico “mistagogo”. Benedicto XVI nos ha tomado de la mano a cada uno de los fieles allí presentes para conducirnos a contemplar la belleza de la salvación de Dios realizada en Cristo.

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17.04.10

Confía sus ovejas al que confiesa su amor

Homilía del Domingo III de Pascua (Ciclo C)

El Señor Resucitado “se apareció otra vez a sus discípulos”. Es Él quien siempre toma la iniciativa para dejarse ver por los suyos, para salir a su encuentro. Frente a la imagen de los discípulos faenando de noche en el mar, ocupados en una pesca que resulta infructuosa, resalta la presencia de Jesús, en la orilla, cuando ya estaba amaneciendo. La inestabilidad y la fatiga de la vida temporal contrasta con la firmeza y el descanso de la vida eterna: “La mar significa el siglo presente, que se combate a sí mismo por el choque de las tumultuosas olas de esta vida corruptible, al paso que la tierra firme de la playa significa la estabilidad del eterno descanso. Y como los discípulos luchaban todavía con las olas de esta vida mortal, se fatigaban en el mar, mientras nuestro Redentor, después de su resurrección, habiendo sacudido la corrupción de la carne, permanecía firme en la playa”, comenta San Gregorio.

Por mandato del Señor, echaron de nuevo la red y encontraron una multitud de peces. El simbolismo de la barca y de la pesca nos hace pensar en la misión de la Iglesia, que recoge a los peces prendidos en las redes del nombre cristiano para llevarlos al descanso de la playa, de la vida eterna. La tarea de la Iglesia no equivale a una actividad meramente humana, a una simple pesca de noche en el mar de la historia. La Iglesia es, a la vez, visible y espiritual. En ella lo humano está subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos, nos recuerda el ConcilioVaticano II (SC 2). En obediencia a Cristo, la Iglesia debe recoger a los hombres en la red de la fe, de la esperanza y del amor para que puedan entrar, para siempre, en la comunión con Dios. Toda estructura y toda planificación han de estar orientadas no al éxito mundano, que resultaría imposible, sino a un único fin: la santidad, la unión con Dios por “la caridad que no pasará jamás” (1 Co 13,8).

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16.04.10

La paciencia

La capacidad de padecer, de soportar, de empeñarse en una tarea pesada, de esperar… no es una cualidad de segunda fila, sino muy meritoria y de primera necesidad.

Dios es paciente, nos dice la Escritura (cf 2 P 3,9). Y porque es paciente, aguarda nuestra salvación. Si nosotros fuésemos “dioses” quizá estaríamos aniquilando, día sí y día también, a quienes estimásemos incorregibles. Pero, afortunadamente, no somos dioses, sino hombres.

La caridad, el amor, lo que constituye más propiamente el ser de Dios, se caracteriza asimismo por la paciencia: “Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”, dice San Pablo. Nuestro amor, cuanto más inmaduro es, más impaciente se muestra. Tendemos a desear que las personas amadas respondan a nuestro amor marcándoles, por así decir, el ritmo. “Si me quisiera de verdad, si de verdad fuese mi amigo, si… haría lo que yo creo que debería hacer”, es el silogismo de los amores impacientes, de los amores egoístas, de los amores que no llegan a ser auténtico amor.

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14.04.10

San Pablo, inmune al veneno de las serpientes

San Pablo, en su traslado de Cesarea a Roma, padece un naufragio en las costas de la isla de Malta. Malta, “Melite” en púnico, significa “refugio”. La isla, bajo control de Roma, era administrada por un delegado del pretor de Sicilia.

Los Hechos de los Apóstoles recuerdan dos gestos taumatúrgicos protagonizados por San Pablo en Malta (cf Hch 28). Inmediatamente después del naufragio, comienza a llover y los supervivientes se sienten ateridos por el frío. Algunos nativos de la isla se prestan a socorrerlos. Con su ayuda, se enciende un fuego para calentarse y secarse. San Pablo colabora con los demás a traer leña.

Pero, cuando va a echar al fuego unas ramas, una víbora, reanimada por el calor, se enrosca en su brazo y le pica en la mano. Los nativos quedan impresionados. Interpretan ese suceso como una señal de que San Pablo estaba siendo perseguido por la justicia divina: se había librado del naufragio pero había encontrado su castigo en la picadura de la víbora.

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9.04.10

La fuente de todo perdón

Homilía II Domingo de Pascua de la Divina Misericordia (ciclo C )

El Señor Resucitado se encuentra con los suyos y les comunica el Espíritu Santo para que puedan cumplir la misión de perdonar los pecados, siendo instrumentos de la misericordia de Dios: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,22).

El Concilio de Trento enseña que “por este hecho tan insigne y por tan claras palabras, el común sentir de todos los Padres entendió siempre que fue comunicada a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados para reconciliar a los fieles caídos en pecado después del Bautismo”.

La fuente de todo perdón es el Padre de la misericordia, que “realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia” (Catecismo 1449).

La misericordia es el amor del Padre; un amor paciente y benigno; un amor fiel y más poderoso que el pecado y que la muerte. Juan Pablo II decía que “precisamente porque existe el pecado en el mundo (…), Dios que «es amor» no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia”; es decir, como amor que perdona, que mantiene la fidelidad a pesar de las infidelidades de los hombres. Y Benedicto XVI nos ayuda a comprender el alcance infinito de esta fuerza divina al comentar: “Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor”.

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