¿Acoso y derribo?
Lo que está pasando con el obispo electo de San Sebastián, D. José Ignacio Munilla, parece una maniobra de acoso y derribo, una persecución sin tregua, un intento de demolición.
Ya no es sólo un manifiesto, inoportuno en el fondo y en la forma, sino también el recurso a lo que tiene todos los visos de difamación o, peor aún, de calumnia. Difamar es desacreditar, de palabra o por escrito, atacando la buena fama de alguien. Y todos tenemos derecho a la buena fama. Y todo hombre de bien tiene la obligación de no hacer público lo que no lo es, cuando el asunto en cuestión puede comprometer el honor de un tercero; eso sí, siempre con límites, ya que no cabe encubrir delitos.
La calumnia es todavía peor. Calumniar, atribuir falsa y maliciosamente a alguien palabras, actos o intenciones deshonrosas es un pecado gravísimo, amén de un retrato del calumniador: el que calumnia se define a sí mismo como mala persona, como un ser propenso al juego sucio. Y es juego sucio el consabido “calumnia, que algo queda”.