25.01.10

10 razones a favor de una parroquia virtual

Basándose en el Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, es muy fácil encontrar diez razones, como poco, para cuidar una “parroquia virtual”:

1.Porque el mundo digital ofrece a un sacerdote nuevas posibilidades de servir a la Palabra de Dios.

2.Porque, ante Internet, hay que decir, como San Pablo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”.

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23.01.10

Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él

Jesús se presenta en la sinagoga de Nazaret como el Evangelio de Dios: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21); se cumple la profecía que anunciaba la llegada del Señor para librar al pueblo de sus aflicciones. Jesús es el Ungido por el Espíritu Santo para evangelizar a los pobres, para anunciar la redención, para devolver la vista, para liberar a los oprimidos.

La palabra “evangelio” la empleaban los emperadores romanos, que se consideraban salvadores del mundo. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban “evangelios”, mensajes de salvación que transformaban el mundo hacia el bien. Con Jesús acontece realmente lo que los emperadores, en vano, pretendían. Con Él Dios – el Dios verdadero – se hace presente en el mundo para salvarlo y transformarlo: “No son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios” (Benedicto XVI).

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22.01.10

Una mirada de ira

Lo hemos leído hace poco: “Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación…”, dice el evangelista San Marcos, refiriéndose a Jesús (Mc 3, 5). El Señor se entristece y se indigna por la actitud hipócrita de fariseos y herodianos. Porque ambas cosas, tristeza y enojo, causa esa pasión del alma que llamamos “ira”.

La ira de Jesús es expresión humana de la ira, o de la cólera, de Dios, ya que “todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (Catecismo 468). Que Jesús, perfecto hombre y hombre perfecto, es “apasionado” es indudable. La pasión más fundamental es el amor, que causa el deseo del bien y la esperanza de obtenerlo. En cambio, la aprehensión del mal causa la ira. Somos, todos, razón y pasión, voluntad y afectos, sensibilidad y espíritu.

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20.01.10

Nadie sabe su lengua

He estado, en ese rato de relativa intimidad que sucede al almuerzo, acompañado por el runrún lejano de la televisión - con sus noticias, sus tragedias, sus frivolidades - , repasando un manual de Homilética: Francisco Javier Calvo Guinda, “Homilética” (BAC Manuales 29), Madrid 2006.

Me he dirigido al capítulo IX de ese libro, que trata sobre el lenguaje. Y ahí, apenas empezar, el premio. Una cita de Sertillanges – un dominico ilustre - . Decía el sabio tomista: “El orador cristiano debe conocer su lengua en el grado en que es posible por ser una cosa que huye a medida que se coge y que, además, es variable. Hablando en términos generales, nadie sabe su lengua; pero se la puede ignorar más o menos, y un apóstol debe estar en esta materia a la altura de las gentes elevadas y distinguidas aun entre los oradores y los escritores. Sin esto, rebaja la palabra de Dios y, además, se priva de un elemento esencial de cultura general y, por consiguiente, de un medio de acción y de expresión”.

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18.01.10

Incienso

El incienso es un producto natural de algunos árboles, originarios de Arabia, de la India y de África. Esa especie de resina, al arder, despide buen olor, y por esa razón se quema en las celebraciones religiosas.

Recuerdo que un exorcista de Roma, el P. Amorth, contaba en uno de sus libros – “Relatos de un exorcista”, o un título similar - que los demonios aborrecen el incienso y, añadía, también el agua bendita, la música de órgano y el canto gregoriano. Un amigo mío sintetizaba esas antipatías infernales con una sentencia, a su juicio, inapelable: “Convéncete – aseveraba – los demonios odian lo mismo que odian los progres”. No creo que sea para tanto, pero… lo decía él, no yo.

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