InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: 2016

22.01.16

“Al enemigo, ni agua”

Eso dice el refrán popular: “Al enemigo, ni agua”. Obviamente, es una máxima que, desde la perspectiva cristiana, no se puede asumir en su literalidad. Un cristiano ha de amar a sus enemigos – también a los que se manifiestan como tales – y ha de rezar por su conversión.

Yo creo que era Camilo José Cela – no lo puedo asegurar – quien decía que jamás mencionaba, en un artículo de réplica, a quien lo había puesto a escurrir. Y hacía muy bien. No tiene sentido que cualquiera, con afán de notoriedad, ataque a otro – más relevante -  para que, el otro, el atacado, en su defensa, haga publicidad a favor de quien le provoca.

En el mundo del “arte”, la provocación es fácil. No todos los artistas son Picasso, ni Leonardo da Vinci, ni Antonello da Messina. Muchos otros, son nada, pero – conscientes de esa inanidad -  quieren, persiguen, la notoriedad. Para ser algo, o alguien, ante los ojos del mundo. Que tampoco es para tanto: unos titulares en la prensa, unas noticias en la televisión y poco más. Así es la vida.

Resulta muy barato, para conseguir el “minuto de gloria”, meterse con la Iglesia, blasfemar y hasta profanar lo más sagrado, como la Eucaristía. Aunque no cabe darle la razón, a priori, al profanador: Él, el profanador, puede decir que es la Eucaristía, pero, yo, al menos, en principio, no me creeré lo que diga. Habría que probarlo ¡Ya solo faltaría que diésemos patente de veracidad a los mayores mentirosos del mundo!

¿Qué hacer si sucede algo así? Pues manifestar toda la repulsa posible. Acudir a los tribunales. Denunciar ese hecho, que es absolutamente intolerable. Pero, pienso yo, no decir el nombre del autor del mal, salvo que sea imprescindible, y solo donde sea imprescindible decir ese nombre.

Es perfectamente normal protestar contra una profanación, pero sin que, con la protesta, hagamos del profanador una celebridad. En vez de mencionar su nombre, podremos optar por escribir: “un pobre hombre”, “un provocador”, “alguien que no respeta nada”, etc.

En los tribunales, sí. Con nombre y apellidos. En los medios, no. No se merece, ese tipo de personas, ser noticia.

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20.01.16

La “X” de Pablo Iglesias

Hoy me he enterado, porque ha sido noticia, de que, en la Declaración de la Renta, Pablo Iglesias ha marcado la “X” a favor de la Iglesia y, también, a favor de otros fines sociales. Ha hecho lo mismo que yo hago cada año. Con la diferencia de que sus ingresos son mucho mayores que los míos; o sea, que ha ayudado económicamente a la Iglesia más de lo que yo podría ayudar nunca – o, al menos, hasta ahora - .

Hay personas que cuestionan el sistema de asignación tributaria, según el cual un pequeño porcentaje de los impuestos que se pagan se destina, si el declarante así lo desea, a la Iglesia y/o a fines sociales. Y estos cuestionamientos proceden tanto del ámbito “laicista” – por entendernos – como del ámbito “católico”. Unos dicen, simplificando, que “el que quiera religión que se la costee”. Otros, que la Iglesia ha de ser libre y que no puede estar pendiente de que Hacienda facilite que los fieles ayuden a su sostenimiento.

Comprendo que hay razones a favor y en contra. Pero yo sí apoyo la asignación tributaria. Y lo hago por varios motivos:

-         Porque es bueno que los ciudadanos – los contribuyentes – puedan decidir, al menos en una mínima parte, a qué se deben dedicar sus impuestos y a qué no. La Iglesia Católica se enfrenta cada año a una especie de referéndum, de la que no sale mal parada: muchos ciudadanos – y la soberanía política reside en los ciudadanos – quieren, voluntariamente, que una parte de lo que pagan vaya a la Iglesia. Sobre otras muchas cosas no se nos deja optar: nos guste o no, el dinero de nuestros impuestos financia partidos políticos, sindicatos y hasta abortos. Nadie nos concede el “derecho a decidir”.

-         Porque creo que el Estado ha de respetar – y facilitar – el derecho a la libertad religiosa de los ciudadanos. Muchos españoles quieren tener cerca una parroquia, una iglesia, un centro de culto. Y, por ello, están de acuerdo con que, a ese fin, se destine un pequeño porcentaje de los impuestos que pagan. Porque los católicos son ciudadanos, y pagan impuestos.

-         Y muchos otros, como Pablo Iglesias, católicos o no, consideran que la Iglesia hace bien a la sociedad. Es una falacia pensar que una cosa es Cáritas y otra la Iglesia. Cáritas tiene una primera célula de atención a las personas en las parroquias. Y el dinero de estas Cáritas parroquiales procede de los donativos que, en la Misa de cada primer domingo de mes, ofrecen los católicos practicantes.

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18.01.16

Sacramento de la Penitencia y misericordia

El Jubileo de la Misericordia, que ha convocado el papa Francisco, nos debe animar a todos a valorar, de nuevo, el sacramento de la Penitencia. Ante todo, a los pastores de la Iglesia, pero, asimismo, a los demás fieles cristianos.

En la bula “Misericordiae vultus”, el Papa dice sobre los confesores:”Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva” (MV 17).

Signos de la misericordia, buscadores de la misericordia, ministros de la misericordia. Eso debemos ser los confesores: “el signo del primado de la misericordia”.

Los sacerdotes no solo debemos “buscar el perdón”, sino también ofrecerlo, de parte de Cristo, dando facilidades para que, nosotros y los demás fieles, podamos confesarnos. Y en esa misión de no poner obstáculos al perdón, entra el ofrecer un horario generoso de confesiones, en lo que sea posible.

Merece la pena “re-visitar” el “Ritual de la Penitencia”. Los “Praenotanda” de la edición típica del ritual romano constituyen un precioso tratadito sobre el sacramento, con una base muy sólida, unida a la Escritura: la Sesión XIV del Concilio de Trento. También se hace eco de la enseñanza del Vaticano II, que incide en la reconciliación del penitente con la Iglesia.

Como en todos los sacramentos, también en el de la Penitencia, es indispensable respetar la verdad del mismo. En la lógica sacramental, que es la de la Encarnación, no tiene cabida jugar a los carnavales. Jesús parece y es el Hijo de Dios hecho hombre. No solo lo parece, sino que lo es.

Lo mismo en la Penitencia: sin arrepentimiento del corazón, no hay Penitencia. Como no hay Bautismo, sin fe. Ni Matrimonio, sin entrega mutua del hombre y de la mujer. Claro, que al resaltar esta coherencia, se debe decir, también, que la primacía la tiene la acción de la gracia. Pero una gracia que asume la naturaleza, sin eliminarla.

Santo Tomás señalaba como “res et sacramentum”, como primer efecto del signo sensible y, a la vez, como signo de una gracia ulterior – el perdón de los pecados - , la contrición del corazón. Este dolor del alma es, según Santo Tomás, un efecto del signo sacramental – de la confesión y de la absolución - , pero a, la vez, es signo del efecto último del sacramento: el perdón de los pecados.

Dios nos hace colaboradores suyos en la obra de nuestra salvación. Él lleva la delantera, pero no nos salva sin nosotros.

Es importante, también, respetar estrictamente la disciplina, y la verdad, sobre el “rito para reconciliar a muchos penitentes con confesión y absolución general”. ¿Es posible aplicar este rito? Sí, pero no a gusto del “consumidor”, sino tal y como la Iglesia lo establece, observando los requisitos objetivos, de los que juzga no el que imparte directamente la absolución, salvo amenaza de peligro de muerte, sino el Obispo diocesano.

Y hay, también, requisitos subjetivos – por parte de quien recibe la absolución - que se deben tener en cuenta; entre ellos, el propósito de confesar individualmente todos los pecados graves que, en circunstancias extraordinarias (las de la absolución general), no haya podido confesar.

En cualquier caso, sigue en pie la certeza de que la confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario con que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia (canon 960).

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16.01.16

Ya no se respeta nada: asalto a pequeñas capillas aisladas

Ayer me comunicaban dos nuevos “robos”, más que “robos”, yo diría “asaltos”. Robar, lo que se dice “robar”, no van a robar nada. Mucha gente parece no saberlo, pero en las iglesias y capillas no hay dinero; podrán encontrar unos pocos euros, en el mejor de los casos. Pero, el dinero, está en otros sitios; no en las iglesias y capillas.

En la Galicia rural, y en otras zonas de España, las pequeñas iglesitas y capillas, que no son la sede de la Parroquia a la que pertenecen, se sostienen casi de milagro. Quizá, a lo largo del año, se celebrará en estos lugares sagrados una novena y la fiesta. Y poco más.

Es absurdo pensar que en estos recintos sagrados, testimonios de la fe de quienes nos han precedido, se puedan encontrar ingentes cantidades de dinero. En realidad, no solo en las capillas, sino también en las iglesias parroquiales, no hay dinero. Es bueno que se sepa: no hay dinero.

Todo lo que se ingresa en una iglesia parroquial se lleva al banco, y no se ingresa mucho. Más bien, mucho menos de lo que algunos creen. Más bien, muy poco. Que en las parroquias se haga lo posible por ayudar a las personas necesitadas, no quiere decir, en modo alguno, que las parroquias cuenten con un fondo inagotable de financiación. No es así, en absoluto.

El ideal proclamado por el Papa Francisco: “Una Iglesia pobre y para los pobres”, no es un ideal. Es una realidad. Las parroquias dan, muchas veces, lo que no tienen. Y, aunque se quisiese, una parroquia no es un cajero automático. Se da lo que se puede, y normalmente, más de lo que se puede. Pero no se puede dar lo que no se tiene.

Las parroquias no nadan en el dinero. Sería emitir un mensaje muy equivocado confundir la capacidad de misericordia con la idea de un pozo sin fondo. Sería un error que los fieles cristianos, tratando de ahorrarse una limosna, remitieran a los que piden a la Parroquia. No. Si no puede usted dar una limosna, no la dé. Pero no remita a la Parroquia, que tampoco puede darla.

Normalmente, en las parroquias, se ayuda con alimentos. Para quienes los necesiten. Pero es una ayuda subsidiaria. No por nada, sino porque no llega para más. La ayuda de las parroquias ni puede, ni pretende, sustituir al Estado, a las Comunidades Autónomas o a los Ayuntamientos.

Damos lo que podemos – y hasta un poco más de lo que podemos - , pero no tenemos una fábrica de dinero. Es muy peligroso, y muy falso, que cualquiera remita a alguien con necesidad – real o ficticia – a la parroquia de turno. Si usted, lector, puede ayudar, ayude, pero no crea que la parroquia es una fuente inagotable.

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14.01.16

Jesús Casás Otero, “Tota pulchra. María, esplendor de la belleza divina”

En esta reseña deseo presentar un libro, escrito por Jesús Casás Otero, dedicado a la Virgen María: “Tota pulchra. María, esplendor de la belleza divina”, Secretariado Trinitario (Colección “Ágape”, 51), Salamanca 2015, ISBN 978-84-96488-74-8, 406 páginas, 21 euros.

Jesús Casás Otero (Cangas do Morrazo, 1934) es coronel capellán del Ejército y canónigo del Cabildo de Tui-Vigo. En su formación y actividad intelectual, confluyen dos pasiones: la Historia del Arte (materia en la que se especializó en la Universidad Complutense de Madrid) y la Teología (es Doctor por la Facultad de Teología de Cataluña).

Son dos pasiones, dos campos de interés, que han fraguado en una síntesis fructífera: el tratamiento de las cuestiones teológicas desde la perspectiva de la belleza, del pulchrum, uno de los trascendentales del ser, olvidado quizá en la historia teológica más reciente – no así en la Patrística o en la Edad Media - , pero que ha ido recobrando espacio, gracias, entre otros, a la teología de H.U. von Balthasar. Esta obra que ahora comento está precedida de otras dos, muy significativas: Estética y culto iconográfico (BAC, Madrid 2003) y Belleza y vida de fe (San Pablo, Madrid 2009).

El prólogo, escrito por el Prof. Gonzalo Tejerina Arias, de la Universidad Pontificia de Salamanca, proporciona unas claves muy oportunas para adentrarse en la lectura de este libro: “el lector halla en estas páginas [nos dice con relación al texto de Jesús Casás] un tratado de mariología completo elaborado sub specie pulchritudinis” (p. 9).

Y eso es, en verdad. María es el esplendor de la belleza de Dios. En Ella, en María, la belleza está íntimamente relacionada con la encarnación y con la salvación; en definitiva, con la Trinidad, con Jesucristo, con la Iglesia y con la humanidad.

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