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17.08.15

Cómo se pasa la vida

“Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando", decía Jorge Manrique, recogiendo, eso creo, una experiencia universal: la vida, la vida terrena al menos, se escurre entre los dedos como si se tratase de agua que quisiésemos retener.

Cuando veo a mis padres pienso, a veces, que los conocí, a ellos, con menos edad de la que yo tengo hoy. Yo no pensaba, entonces, que dejarían de ser jóvenes, que se multiplicarían las visitas al médico… Nada eso pensaba, in illo tempore.

Estoy, no diré que en la mitad de la vida, sino, más bien, en la segunda etapa. Que se extenderá más o menos en el tiempo, pero que es ya, claramente, la segunda etapa, la última. Ya no es la mitad, es menos de la mitad, porque ya tengo 48 años.

Me habían dicho que a los 40 se sufría una crisis. Yo no recuerdo haber padecido ninguna a esa edad. Ya no sé si pensaré lo mismo cuando cumpla 50, si llego a cumplirlos.

Lo que más nos sitúa ante la realidad de nosotros mismos es encontrarnos con compañeros de la infancia y de la adolescencia. Al hacerlo, tras muchos años sin verlos, se comprueba cómo han cambiado. Y supongo que ellos tendrán la misma impresión sobre nosotros, sobre mí, que nosotros (o yo) tenemos (tengo) sobre ellos.

Este proceso de envejecimiento es, digámoslo claramente, una aproximación a la muerte. Que sí, que puede sobrevenir al cualquier edad, pero que, mayormente, sobreviene a ciertas edades. A las que ya, peligrosamente, uno se acerca, aunque sea un poco de lejos de momento.

Pero esta evocación del paso del tiempo, de la brevedad de la vida, se hace más dolorosa si uno piensa que, quizá, su vida ha sido leve hasta ahora. No se trata de revivir el pasado que, para bien o para mal, pasado está. Se trata, más bien, de aprovechar mejor el presente, en una especie de carpe diem no hedonista, sino fructífero.

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