InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: 2014

26.04.14

La incredulidad provechosa

II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

El Señor Resucitado se aparece a los suyos al anochecer del “día primero de la semana” y, de nuevo, “a los ocho días” (cf Jn 20,19-31). El día primero de la semana, el primer día después del sábado, pasó a llamarse “domingo”, “día del Señor”, porque en ese día tuvo lugar la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.

San Agustín comenta que “el Señor imprimió también su sello a su día, que es el tercero después de la pasión. Este, sin embargo, en el ciclo semanal es el octavo después del séptimo, es decir, después del sábado hebraico y el primer día de la semana”.

El Señor, con su resurrección, inaugura la nueva creación y la nueva alianza y abre asimismo el día que no tendrá ocaso; es decir, la vida eterna. El domingo, primer día de la semana, recuerda el primer día de la creación, cuando Dios dijo: “Exista la luz” (Gén 1,3). Pero el domingo, como día octavo, ya que sigue al sábado, simboliza “el día verdaderamente único que seguirá al tiempo actual, el día sin término que no conocerá ni tarde ni mañana, el siglo imperecedero que no podrá envejecer; el domingo es el preanuncio incesante de la vida sin fin que reanima la esperanza de los cristianos y los alienta en su camino” (Juan Pablo II, Dies Domini 26).

Jesucristo vivo se hace presente en medio de los discípulos, que estaban ocultos y encerrados, dominados por el miedo. Sólo la presencia del Señor puede infundirles la paz y la alegría, eliminando el temor y la incertidumbre. Jesús, mostrando sus manos y el costado, se da a conocer mediante los signos de su amor y su victoria: las señales de la cruz, de su amor hasta el extremo. Con este gesto es como si dijese: “Soy yo, no tengáis miedo” (Jn 6,20).

Leer más... »

20.04.14

Domingo de Pascua: La conversión y la fe

Homilía para el Domingo de Pascua (Ciclo A)

El Salmo 118 es, en la liturgia cristiana, el salmo pascual por excelencia: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”.

La piedra desechada por los arquitectos es Cristo, que sufre la Pasión. Él, desechado por los suyos, se convierte, no obstante, en piedra angular por su resurrección de entre los muertos. Sobre esta piedra, que constituye el fundamento de todo el edificio, se levanta la Iglesia. Por su misterio pascual, Cristo “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida”. “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia”, enseña el Concilio Vaticano II en la constitución “Sacrosanctum Concilium”, 5.

El solemne anuncio de la resurrección, el “kerigma”, consiste precisamente en la proclamación de que a Jesucristo “lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección”, dice San Pedro (cf Hch 10,34.37-43).

Escuchar este anuncio no puede dejarnos indiferentes. Estamos llamados a convertirnos y a creer. La predicación del misterio pascual nos invita a la conversión y a la fe, contemplando al “verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo”. Convertirse equivale a pasar de las tinieblas a la luz, del sometimiento al poder de Satanás a la entrega en las manos de Dios, del estado de ira al estado de gracia.

Leer más... »

18.04.14

La virginidad y el sepulcro

Homilía para la Solemne Vigilia Pascual

En la aurora del domingo, las dos mujeres que acuden al sepulcro – María Magdalena y otra María - son destinatarias de una revelación divina, realizada por medio del ángel, y de un encuentro con el Señor vivo. En la aceptación de la palabra que Dios les dirige a través de su mensajero y, sobre todo, en el encuentro con el Resucitado, se fundamenta la fe en la Resurrección. Como confirmación, se señala que el sepulcro está vacío.

Todos los elementos que destaca San Mateo en este relato pascual (cf Mt 28,1-10) describen una teofanía, una manifestación de Dios: un gran terremoto sacude la tierra, un ángel del Señor baja del cielo y muestra, con su conducta, haciendo rodar la piedra del sepulcro y sentándose encima, que el sepulcro de Jesús está definitivamente abierto; es decir, que Dios ha triunfado permanentemente sobre la muerte. Se comprende, ante esta irrupción de lo divino, el temor que experimentan los guardias y también las mujeres.

El mensaje del ángel es muy claro: “No está aquí, pues ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28,6). El Señor había anunciado su pasión, su muerte y su resurrección y ese anuncio se ha cumplido. El Crucificado está vivo. Ya no está en el sepulcro: “Aquél a quien la virginidad cerrada había traído a esta vida, un sepulcro cerrado lo devolvía a la vida eterna. Es un prodigio de la divinidad el haber dejado íntegra la virginidad después del parto y haber salido del sepulcro cerrado con su propio cuerpo”, comenta San Pedro Crisólogo.

El ángel, además de esa noticia, les da un mandato a las mujeres: “Id a prisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis’”. Pero el Señor se adelanta y les sale al encuentro.

Aquellas mujeres, movidas por una fe unida al amor, lo reconocen enseguida. Abrazan sus pies, que no son los pies de un fantasma, de un espectro que pertenezca aún al reino de la muerte, sino que son los pies de quien ha nacido para nunca más morir. Y lo adoran, postrándose ante Él, como habían hecho los Magos en Belén.

El mandato del ángel de ir a Galilea es planteado también por el mismo
Jesús: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.

Leer más... »

15.04.14

El fulcro del Año litúrgico

El “fulcro” es el punto de apoyo de la palanca. Pues en el Año litúrgico – que conmemora el misterio de Cristo – ese punto de apoyo es el Triduo Pascual: el Viernes Santo, el Sábado Santo y el Domingo de Pascua.

La imagen del “fulcro” es de Benedicto XVI, en una Audiencia General (8 de Abril de 2009). Yo no sé si los católicos, y – más en concreto – los sacerdotes, aprovechamos bien ese inmenso patrimonio de doctrina, pedagógicamente expuesta, que nos ofrecen las Audiencias de los Papas.

Una encíclica, o una exhortación apostólica, toca, por lo general, muchos temas. Una “Audiencia” toca solo un tema, y brevemente. Ya sé, ya lo sé, que el peso magisterial, formalmente considerado, no es el mismo. Pero los textos de esas audiencias, quizá con menos autoridad formal, no dejan de tener una enorme autoridad moral. No es bueno, por otra parte, que caigamos en el formalismo.

El Papa no es un oráculo, pero el Papa es maestro. Y suele enseñar bien. Entre otras razones, porque sus textos suelen estar muy bien preparados.

El Triduo Pascual – o Triduo Sacro – centra nuestra atención en la salvación que nos llega por el sacrificio de Cristo. La forma divina se ocultó, en Cristo, bajo la forma humana. Y se ocultó hasta las últimas consecuencias: hasta la muerte. Y no una muerte cualquiera, sino una muerte de cruz.

Leer más... »

14.04.14

La Cruz de Cristo y la seriedad de la Redención

En su primera Audiencia General, el papa Francisco explicó, el 27 de marzo de 2013, el significado de la Semana Santa. Decía el Papa: “Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es ante todo aquella del dolor y de la muerte, sino la del amor y del don de sí que trae vida”.

La “lógica de Dios” es el pensamiento divino, su modo de razonar, por decirlo de algún modo. Y esta lógica no siempre coincide con la de los hombres. A Pedro, que muy humanamente rehuía la posibilidad de la Pasión del Señor, Jesús le contesta de una manera tajante: “¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc 8, 33).

A los hombres nos repugna el dolor, nos aflige el dolor, nos asusta la Cruz. ¿Por qué nuestro rescate, nuestra redención, pasó de hecho por la Cruz? Porque el abismo del que teníamos que ser rescatados era demasiado profundo. No parece “posible”, coherentemente, un rescate más simple.

Si hay un naufragio, un incendio o cualquier otra catástrofe, el salvamento de los afectados no es sencillo. Si el mal es muy grande, el rescate de ese mal entraña un riesgo literalmente de muerte.

Quizá tendemos a minimizar el pecado, a no darle demasiada importancia. Pero esta reducción del peso y de la trascendencia del pecado contradice la observación del mundo. Banalizar el pecado equivale a mofarse de las víctimas del mismo.

El lastre del mal, del pecado, es evidente; se impone con una patencia absolutamente indiscutible. Basta abrir los ojos para constatar, como lo hizo Pascal en uno de sus “Pensamientos”, que “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo”. El mal, el pecado, no es una magnitud puramente “metafísica”, de segundo nivel, alcanzable casi solamente mediante una reflexión abstractiva.

No. El mal, el pecado, y las consecuencias del pecado cuestan sangre y dolor y sufrimiento. Niños matados antes de nacer. Niños privados de la inocencia. Niños asesinados. Y jóvenes y adultos y ancianos. Un periódico es todo un tratado sobre el hilo de sangre que dejan, como secuela, el mal y el pecado.

Leer más... »