Es un error eliminar la enseñanza de la Religión en la escuela

Orillar a Dios, confinar en los márgenes de la vida pública la esfera de lo religioso, es un grave error. Dios tiene que ver con todo – de hecho – y es absurdo pretender que, de derecho (positivo), no cuente para nada. No hay cultura sin referencia a Dios – bien sea a favor o en contra -, ni hay sociedad humana sin bases religiosas – y allí donde se han erigido sociedades ateas son, en el fondo, idolátricas - . Tampoco la economía y la política pueden desligarse de Dios si no pretenden ser inhumanas.

San Juan Pablo II reivindicaba con vigor – él, que conoció el totalitarismo nazi y el totalitarismo comunista - , la “carta de ciudadanía” de la religión cristiana. Y lo hacía evocando la “Rerum novarum” de León XIII. Muchos se preguntaban, entonces y hoy, a cuenta de qué el Papa  León XIII se atrevía a pronunciarse sobre las realidades sociales. Para unos, este mundo y esta vida deberían permanecer extraños a la fe. Para otros, la Iglesia había de ocuparse exclusivamente de la salvación ultraterrena, sin decir nada sobre los avatares de la existencia en esta tierra (cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 5).

Pero sabemos que no es así. La salvación que Dios ofrece al hombre no separa este mundo y el otro. Ni la religión, al menos la cristiana, aliena o enajena al hombre de sus compromisos en este mundo.

Ha habido intentos, y los sigue habiendo, de impedir que la religión inspire la vida pública. Pero esos intentos no llevan a nada bueno. Benedicto XVI, tan lúcido siempre, lo indicó con claridad: “La exclusión de la religión del ámbito público, así como el fundamentalismo religioso, por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad” (Caritas in veritate, 56).

Es decir, hay dos amenazas que penden sobre nosotros: el laicismo y el fundamentalismo. El laicismo recorta las posibilidades de la razón y reduce al hombre a lo mundano. Para el laicismo, la religión es una especie de excrecencia que hay que evitar a toda costa. Se le puede tolerar, como quien tolera el mal, pero jamás se le podrá reconocer como algo digno de presentarse en sociedad.

El fundamentalismo, en el ámbito de lo religioso, aunque yo creo que abunda más en el ámbito de lo laico, equivale a la apuesta en favor de unas bases de lo religioso que prescinden completamente de la relación con la razón. Cualquier cosa que pretenda iluminar los fundamentos de la creencia, como la razón humana, es vista con absoluta sospecha. Merece la pena reivindicar a Melchor Cano que señaló, entre los lugares teológicos, el papel de la razón humana.

Si la política cede al laicismo se empobrecen las motivaciones para buscar el bien común y se da un paso hacia la opresión agresiva. El que manda cree, porque manda, que puede dictar las normas inapelables de lo verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo. Sin ningún freno, sin tener que respetar el sagrario de las conciencias, el que manda, manda. E impone y castiga, si no le hacen caso.

El fundamentalismo religioso, que no es la única especie posible del fundamentalismo, crea monstruos como el mal llamado Estado Islámico. Todo está revelado. Nada hay que añadir: o te conviertes o te mato. Dicho sea simplificando.

La salida está en el diálogo entre la fe y la razón. Un diálogo que, como ha dicho también Benedicto XVI en Ratisbona, hará posible el diálogo entre las culturas. En definitiva: “La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano”. “La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad” (Caritas in veritate, 56).

Los políticos emergentes, y los menos emergentes; es decir, los políticos de siempre, deberían aprender algo de Napoleón y hasta de Maquiavelo. En mi modo de pensar, cuando menos espacio invada el Estado, mejor. En el modo de pensar de estos políticos, no. Pues, si no son tontos, que no dejen todo el espacio de la educación religiosa a iglesias, sinagogas y mezquitas – aunque poco tendrán que temer de algunos de estos centros religiosos  -  .

Si, por laicistas, relegan la enseñanza de la religión a algo completamente apartado de la enseñanza en general, allá ellos. Luego, que no se quejen. Confinarán, sin motivo serio, lo religioso a la esfera de lo irracional. Y eso es irresponsable. Basta contemplar el mundo para ver que no estamos para bromas.

 

Guillermo Juan Morado.

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