Venid a comer mi pan y a beber el vino

XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Sabiduría construye su casa y prepara el banquete: “Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado”, nos dice el libro de los Proverbios. Dios se comunica con el hombre mediante el signo del banquete, de la comida, de la comunión. Si el inexperto y falto de juicio quiere compartir la sabiduría de Dios, ha de acudir a ese banquete, para seguir el camino de la prudencia.

Podemos ver esa Sabiduría como una anticipación de Jesucristo. Él es, en persona, la Sabiduría de Dios, que resplandece en la paradoja de la Cruz (cf 1 Cor 1,24-25). Él ha venido a su casa, ha acampado entre nosotros (cf Jn 1,11.14), para prepararnos el banquete de la vida.

Lo recuerda San Pablo en la primera carta a los Corintios: “el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan, y pronunciando la acción de Gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía’ ” (1 Cor 11,23-25).

La Eucaristía no es un puro símbolo de la entrega de Jesucristo; es mucho más, es el memorial de su vida, de su muerte, de su resurrección, de su intercesión ante el Padre (cf Catecismo 1341). Participar en su banquete es permitir que Él siga siendo para nosotros el Pan de la vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55).

Difícilmente se podría exagerar el realismo de estas palabras, en las que el Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle, a acrecentar nuestra unión con Él, la Palabra encarnada, la Sabiduría que tiene cuerpo y sangre, rostro crucificado y glorificado.


La lógica del cristianismo gira en torno a la Eucaristía, “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (Lumen gentium 11): la comunión con Dios, la unidad de los hermanos, la alabanza, la santificación, la redención, la peregrinación de la tierra y la gloria del cielo. En verdad, como escribía San Ireneo, “nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (Adversus haereses 4, 18).

Nosotros hemos de ser como esos criados que la Sabiduría ha despachado para anunciar en los puntos que dominan la ciudad: “Venid a comer mi pan y a beber mi vino”; venid a celebrar “constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todo, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”; venid a gustar y a ver la bondad de nuestro Dios, a adquirir la prudencia, a encontrar la vida.

Guillermo Juan Morado.