Meditaciones sobre el Credo – 7.- Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Explicación de la serie
El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.
Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.
El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.
La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.
7.- Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos .
Los discípulos de Cristo estamos en la seguridad de que, cuando sea la voluntad de Dios y llegue el momento establecido para que tal hecho se lleve a cabo, Jesucristo, Hijo del Padre y hermano nuestro, volverá a la tierra. Será su Parusía y, para la humanidad, el día en el que muchas realidades saldrán a la vista de todos.
Dice, al respecto, el número 674 del Catecismo de la Iglesia católica que
“La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11, 31), se vincula al reconocimiento del Mesías por ‘todo Israel’ (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que ‘una parte está endurecida’ (Rm 11, 25) en ‘la incredulidad’ (Rm 11, 20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: ‘Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas’ (Hch 3, 19-21). Y san Pablo le hace eco: ‘si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?’ (Rm 11, 5). La entrada de ‘la plenitud de los judíos’ (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de ‘la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al pueblo de Dios “llegar a la plenitud de Cristo’ (Ef 4, 13) en la cual ‘Dios será todo en nosotros’ (1 Co 15, 28).
No sabemos, eso es cierto, cuándo será el momento de la segunda venida de Cristo. Por eso debemos estar preparados para aquel momento y mantener un alma limpia de pecado y de las dominaciones del mundo y seguir el consejo del que antes se llamaba Saulo cuando, en la Epístola a los Efesios (1, 10), escribió “Haced que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”( Ef 1,10)
No estamos, sin embargo, solos ni podemos considerar que Dios se haya olvidado de nosotros. Para esto tenemos a Cristo reinando mediante la Iglesia de la que es cabeza como dijo San Pablo (Ef 1,22) cuando escribió que
“Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo”.
Nos dice, también, el apóstol de los gentiles (Rm 14, 9) que “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” y, por eso, instituyó la Iglesia poniendo al apóstol que tres veces le negó al frente de la misma pudiendo hacer y deshacer.
Queda, pues, Cristo, en la Iglesia católica que adquirió con “su sangre” (Hch 20,28; 1 Cor 6,20) como testigo de su segunda venida pues, como había prometido “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” como recoge el evangelista San Mateo (28, 20) y, además, como recoge la Gaudium et Spes (Concilio Vaticano II) en su número 45
“El Señor es el fin de la historia humana, el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones.”
Pero, como decimos, Cristo ha de volver. Dice, al respecto, el P. Iraburu (“La victoria final de Cristo: Parusía –y II”, en InfoCatólica, nº 21 del índice de su “Reforma o apostasía”) que
La Parusía, la segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, según nos ha sido revelado,
–vendrá precedida de señales y avisos, que justamente cuando se cumplan revelarán el sentido de lo anunciado. Por eso únicamente los más atentos a la Palabra divina y a la oración podrán sospechar la inminencia de la Parusía: «no hará nada el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profetas» (Amós 3,7):
«habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por el bramido del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes» (Lc 21,25-27).
–vendrá precedida del Anticristo, que difundirá eficazmente
innumerables mentiras y errores, como nunca la Iglesia lo había experimentado en su historia. Dice Castellani:
«El Anticristo reducirá a la Iglesia a su extrema tribulación, al mismo tiempo que fomentará una falsa Iglesia. Matará a los Profetas y tendrá de su lado una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre, hierofantes que proclamarán la plenitud de los tiempos y una felicidad nefanda. Perseguirá sobre todo la predicación y la interpretación del Apokalypsis; y odiará con furor aun la mención de la Parusía. En su tiempo habrá verdaderos monstruos que ocuparán cátedras y sedes, y pasarán por varones píos, religiosos y aun santos, porque el Hombre del Pecado tolerará y aprovechará un Cristianismo adulterado» (El Apokalipsis de San Juan, cuad. III, visión 11).
–será súbita y patente para toda la humanidad: «como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre… Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra [que vivían ajenas al Reino o contra él], y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande» (Mt 24,27-31).
–será inesperada para la mayoría de los hombres, que «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban» (Lc 17,28), y no esperaban para nada la venida de Cristo, sino que «disfrutando del mundo» tranquilamente, no advertían que «pasa la apariencia de este mundo» (1Cor 7,31). Pero vosotros «vigilad, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,42-44). «Vendrá el día del Señor como ladrón» (2Pe 3,10).
El siervo malvado, habiendo partido su señor de viaje, se dice: «mi amo tardará», y se entrega al ocio y al vicio. Pero «vendrá el amo de ese siervo el día que menos lo espera y a la hora que no sabe, y le hará azotar y le echará con los hipócritas; allí habrá llanto y crujir de dientes» (Mt 24,42-50). «Estad atentos, pues, no sea que se emboten vuestros corazones por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente, venga sobre vosotros aquel día, como un lazo; porque vendrá sobre todos los moradores de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre» (Lc 21,34-35). Todos los cristianos hemos de vivir siempre como si la Parusía fuera a ocurrir mañana mismo o pasado mañana.
La Parusía, pues, será el fin establecido por Dios para un mundo como el que conocemos. Y, para eso, juzgará a vivos y muertos.
Los números 678 y 679 del Catecismo de la Iglesia Católica nos muestra, de una forma muy concreta y muy cercana a los discípulos de Cristo, qué significa el juicio al que ha de someter Cristo a los que, entonces, estén vivos y los que, para aquel momento, hayan muerto.
Lo dice así:
678.-Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: ‘Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25, 40).
679.- Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. ‘Adquirió’ este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado ‘todo juicio al Hijo’ (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
Habrá juicio y seremos juzgados según haya sido nuestro comportamiento aquí en esta vida y en este valle, tantas veces, de lágrimas. Contamos con el hecho de que Dios es bueno pero no sin olvidar que también es justo y a cada cual dará según lo suyo. Así lo recoge el Salmo 10 cuando, en un momento determinado, dice que
“el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres”
Y en eso confiamos.
Leer 1.-. Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra
Leer 2.- Creo en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor
Leer 3.- Que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María
Leer 4.- Padeció Bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado
Leer 5.- Descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos
Leer 6.- Ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre
Eleuterio Fernández Guzmán
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