Serie Mandamientos de la Ley de Dios - 3º.- Santificarás las fiestas
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RAZÓN DE LA SERIE:
Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).
Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.”
Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.
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3º.- Santificaras las fiestas
Tanto el Éxodo (20, 8-11) “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Dios el cielo y la tierra, el mar y cuanto contiene, y el séptimo descansó, por eso bendijo Yahveh el día sábado y lo hizo sagrado” como el Deuteronomio (5, 12-15) “Guardarás el día sábado para santificarlo, como te lo ha mandado el Señor tu Dios… No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar…” dicen mucho acerca de lo que supone santificar el día del Señor.
También recoge el Éxodo (35, 1-2) que “Esto es lo que Yahvéh ha mandado hacer. Durante seis días se trabajará, pero el día séptimo será sagrado para vosotros, día de descanso completo en honor de Yahvéh” o el Levítico (19,3) cuando dice Dios “Guardad mis sábados”; después, en 19, 30 insiste el Creador diciendo “Guardad mis sábados y respetad mi santuario. Yo, Yahvéh”. Y, algo después (23.3) “Seis días se trabajará, pero el séptimo día será de descanso completo, reunión sagrada en que no haréis trabajo alguno. Será descanso de Yahvéh dondequiera que habitéis”.
Pero con la Nueva Alianza (Dios-Jesús-hombre) se produce un cambio muy notable. A tal respecto dice San Ignacio de Antioquia (Magn. 9, 1) que “Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por su muerte”. Y que, por eso mismo, escribe San Mateo (28, 1) que ”Pasado el Sábado, al alborear el primer día de la semana…” pues ya habían tomado conciencia que aquel día, el domingo, había pasado a ser el más importante de la semana al verificar, poco después, la resurrección de Jesucristo.
Por lo tanto, el domingo, día del Señor, cabe tratarlo de una forma especial en merecimiento de Quien tal actitud de parte del creyente merece. Lo demuestra esto el número 2176 del Catecismo de la Iglesia católica cuando dice que “La celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de ‘dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres’ (S. Tomás de A., s. th. 2-2, 122, 4). El culto dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza, cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su pueblo”.
Claro está que, como nadie está libre de pecado (por acción o por omisión) también al respecto del tercer Mandamiento de la Ley de Dios, convendría hacer un examen de conciencia al respecto de lo que sigue:
¿Has perdido la Misa por tu culpa en domingo o día de fiesta?
Dice “por tu culpa” porque es evidente que puede haber circunstancias, no imputables a quien no asiste, que impidan asistir a la Santa Misa.
¿Has llegado a ella después del Credo o te has marchado antes de la Comunión?
Porque la Santa Misa requiere, mejor exige, que se cumpla en su totalidad porque, de no hacerlo así, se pierde el sentido completo de la misma.
¿Te has distraído en Misa voluntariamente y has distraído también a los demás?
Pues es más que posible que asuntos ajenos al culto merecido por Dios nos hagan por caminos distintos al que estamos recorriendo asistiendo a la Santa Misa.
¿Has impedido a otros oír Misa?
Porque se ha de considerar, también, grave incitar a otros hermanos en la fe a no acudir a la Santa Misa apartándoles del recto camino que les lleva al definitivo Reino de Dios.
¿Gastas todo el día de fiesta en diversiones?
Pues es ciertamente posible distraerse con aquello que no respeta el Día del Señor y que se puede considerar como distracción pecaminosa.
¿Rezas mal, de prisa y por rutina?
Porque si nos dirigimos a Dios de forma que, en el fondo de nuestro corazón, no sea amorosa o gozosa, nos estamos produciendo daño a nosotros mismos.
¿Has trabajado en día de fiesta, en trabajos serviles más de dos o tres horas, sin necesidad?
Apunta la pregunta al caso de haberlo hecho “sin necesidad” porque queda explicado, aquí mismo, que la necesidad no rompe el precepto.
¿Has hecho trabajar a otros?
Hacer lo que no está bien no es correcto pero aún lo es menos hacer que otros incurran en el mismo pecado. Es algo similar a incitar a no acudir a la Santa Misa.
Como puede verse este mandato del Creador es, esencialmente o, mejor, muestra, lo que ha de ser la vida de un hijo de Dios que así se considera, en lo que respecta al día del Señor y demás fiestas a santificar.
Dice Jorge Loring, SI, en su “Para Salvarte” (65.1) que “Santificar las fiestas es oír Misa entera y no trabajar sin verdadera necesidad”. Y abunda en este sentido de considerar el hecho que refiere el tercer Mandamiento de la Ley de Dios dice la Constitución Sacrosanctum Concilium (Sobre la Sagrada Liturgia) del Concilio Vaticano II, que
“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón ‘día del Señor’ o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Petr 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean, de veras, de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (SC 106).
Así, resulta de vital importancia para no violentar la letra y el espíritu de este Mandamiento cumplir con lo que el mismo dice y supone porque, por ejemplo, al respecto de la “necesidad” que impele a trabajar en día tan señalado ya había dicho algo el Señor aquello de que el sábado había sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado (cf. Mc 2, 27; Mt 12, 8) y, como ejemplo de eso, el episodio según el cual cuando, en una ocasión, sus discípulos, en sábado, pasaban por unos sembrados y sintieron hambre arrancaron espigas y se las comieron (Mt 12,1). Y esto para recordar que es más importante la misericordia que el sacrificio (Mt 12, 7) y, por tanto, para hacer entender a sus discípulos que incluso el hecho de santificar las fiestas cede cuando algo, verdaderamente crucial y necesario, impide que se lleve a efecto.
Importa, por lo tanto, santificar el domingo porque, de no hacerlo, se peca contra el Tercer Mandamiento de la Ley de Dios de una forma demasiado evidente.
Así, por ejemplo, a tenor de lo que indica el número 2181 del Catecismo de la Iglesia católica “los que deliberadamente faltan a esta obligación (asistir a la Santa Misa) cometen un pecado grave” que sólo es excusable si concurre causa justa que pueda aportarse para justificar una dispensa de tal tipo. Y aunque esto pueda parecer cosa de personas exacerbadas y en exceso ortodoxas, lo bien cierto es que no puede caber duda alguna al respecto de lo importante que es respetar y cumplir el precepto de santificar las fiestas.
En apoyo de esta doctrina, el Beato Juan Pablo II, en su encíclica Ecclesia de Eucaristía la repite, al resumir su magisterio anterior, cuando dice (EdE 41) que
“Sobre la importancia de la Misa dominical y sobre las razones por las que es fundamental para la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles, me he ocupado en la Carta Apostólica sobre la santificación del domingo Dies Domini, recordando, además, que participar en la Misa es una obligación para los fieles, a menos que tengan un impedimento grave, lo que impone a los Pastores el correspondiente deber de ofrecer a todos la posibilidad efectiva de cumplir este precepto.
Más recientemente, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, al trazar el camino pastoral de la Iglesia a comienzos del tercer milenio, he querido dar un relieve particular a la Eucaristía dominical, subrayando su eficacia creadora de comunión. Ella –decía- es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística, el Día del Señor se concierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad”.
Pero el tema del descanso dominical tampoco es de poca importante. Al respecto del mismo dice el número 2185 del Catecismo de la Iglesia católica que “Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo. Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la salud”. Y abunda en el tema diciendo que “El amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad del amor cultiva el justo trabajo. [S. Agustín, civ. 19, 19)”.
Ahora bien, descansar no ha de querer decir no hacer nada porque es fácil deslizarse por la pendiente de la pereza porque tal forma de actuar, para un cristiano, aquí católico, ni está bien ni puede permitirse el lujo de incurrir en tal tipo de proceder.
Así, por ejemplo, llevar a cabo actividades bien deportivas, bien recreativas o culturales en familia facilitará el descanso corporal e, incluso, espiritual y será más provechoso que, por ejemplo, perder una mañana entera ante la televisión. Y esto porque, como sabemos, llevar a cabo una vida ociosa en exceso es el germen de cualquier otro vicio que pueda ser peor y, además, porque, el Maligno siempre busca oportunidades de apartarnos de Dios.
Y, sin embargo, hay que dar un paso más porque tenemos la obligación de santificar toda nuestra vida y toda nuestra existencia porque, de otra manera, si santificamos las fiestas pero no hacemos lo propio con el resto de días, estamos haciendo un flaco favor a nuestra fe además de pretender engañar a Dios con una actitud que sería, en tal caso, más que falsa pues se nos pide santificar todo lo que hagamos (cf. Jn 4, 21-24).
Por lo tanto, infringimos el tercer Mandamiento de la Ley de Dios si no asistimos a la Santa Misa o si no tomamos tal día de santificación de tal manera que no evitemos trabajos que nos alejen del culto que merece el Creador, Padre Nuestro.
Leer Primer Mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.
Leer Segundo Mandamiento: No tomárás el nombre de Dios en vano.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Para leer Fe y Obras.
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