La falsa libertad de pecar
Planteo hoy a mis lectores un pequeño acertijo, el de unos textos que doy a leer, y a cuyo autor brindo la posibilidad de poner nombre, así como a la obra de la que proceden. No me cabe duda de que alguno de ellos la conocerá sobradamente, pero para otros será desconocida. Baste decir que es un tratado que este año cumple 125, y que su autor fue español. Por cierto que en su tiempo gozó de inequívoca difusión y popularidad, por más que hoy apenas unos pocos conozcan su nombre, y aún menos le hayan leído.
Andamos en estos días en los medios de comunicación de masas oyendo hablar mucho de política. Hablemos nosotros también de política, de la mano de nuestro autor de hoy. Ante todo entendiendo y viendo en qué sistema se halla inserta la gestión de los asuntos públicos; este es el llamado sistema de la democracia liberal, por provenir de la Revolución liberal sus ideas, o parlamentario, por hallarse depositada en una asamblea o parlamento la soberanía de la nación toda. Veamos que dice nuestro autor.
En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan. Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; Estos son los llamados principios liberales en su más crudo radicalismo.
¿Está el sistema político liberal en qué vivimos inspirado por los mismos principios en que los cristianos basamos nuestra fe y nuestra vida personal, familiar y social?
El fondo común de ellos es el racionalismo individual, el racionalismo político y el racionalismo social. Derívanse de ellos la libertad de cultos más o menos restringida; la supremacía del Estado en sus relaciones con la Iglesia; la enseñanza laica o independiente sin ningún lazo con la Religión; el matrimonio legalizado y sancionado por la intervención única del Estado: su última palabra, la que todo lo abarca y sintetiza, es la palabra secularización, es decir, la no intervención de la Religión en acto alguno de la vida pública, verdadero ateísmo social, que es la última consecuencia del Liberalismo.
Pues todo sistema se ha de basar en un orden o jerarquía de valores que lo sustente, ¿sobre qué orden está basado aquel en el qué vivimos?
En el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el conjunto de las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en alguna que otra de sus afirmaciones o negaciones aisladas. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la herejía universal y radical, porque las comprende todas.
En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el principio o regla eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea de moral además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de enfrentamiento o limitación. Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el primero del Decálogo
Pero es mayor todavía cuando el pecado contra la fe no es simplemente carencia culpable de esta virtud y conocimiento, sino que es negación y combate formal contra dogmas expresamente definidos por la revelación divina. Añade al pecado gravísimo contra le fe la terquedad y contumacia en él, y una cierta orgullosa preferencia: la de la razón propia sobre la razón de Dios. De consiguiente (salvo los casos de buena fe, de ignorancia y de indeliberación), ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su justicia infinita.
Son duras palabras las del clérigo decimonónico a los oídos modernos. Tan acostumbrados nos hallamos los católicos a movernos en el ambiente de los principios liberales, que somos como peces en el agua, a la que no echan de ver, de lo acostumbrados que están a respirarla. Solo de vez en cuando, y en pequeño número, nos convertimos en cetáceos que sienten la necesidad angustiante de salir del ambiente y respirar el oxígeno puro de principios inmutables y verdades que trascienden la debilidad humana.
Mas el resto argüirán que, puesto que el sistema liberal permite la enseñanza tanto del error como de la Verdad, que permite movimientos políticos más radicales en su liberalismo y otros más templados y tolerantes, no se le puede enmendar en su totalidad, sino únicamente en aquello más declaradamente peor. Esto es, en sus partidos o movimientos políticos anticatólicos.
Ante todo conviene hacer notar que el Liberalismo es uno, es decir, constituye un organismo de errores perfecta y lógicamente encadenados, motivo por el cual se le llama sistema. En efecto, partiendo en él del principio fundamental de que el hombre y la sociedad son perfectamente autónomos o libres con absoluta independencia de todo otro criterio natural o sobrenatural que no sea el suyo propio, síguese por una perfecta ilación de consecuencias todo lo que en nombre de él proclama la demagogia más avanzada.
La Revolución no tiene de grande sino su inflexible lógica. Hasta los actos más despóticos, que ejecuta en nombre de la libertad, y que a primera vista tachamos todos de monstruosas inconsecuencias, obedecen a una lógica altísima y superior. Porque reconociendo la sociedad por única ley social el criterio de los más, sin otra norma o regulador, ¿cómo puede negarse perfecto derecho al Estado para cometer cualquier atropello contra la Iglesia siempre y cuando, según aquel su único criterio social, sea conveniente cometerlo? Admitido que los más son los que tienen siempre razón, queda admitida por ende como única ley la del más fuerte, y por tanto muy lógicamente se puede llegar hasta la última brutalidad.
¡Pero dentro del sistema hay ateos, agnósticos, católicos templados y católicos coherentes y sinceros!, se oye clamar. En el supermercado de la política liberal podemos elegir la Verdad y tomarnos con tranquilidad de conciencia que otros elijan voluntariamente el error. ¿Acaso no son tan distintos los mensajes de los partidos liberales, las ofensas que incluso unos a otros se lanzan? Neoliberales, social-demócratas, progresistas, socialistas, conservadores, cada uno de ellos en su versión nacionalista… incluso los autodenominados “demócrata-cristianos”
Hay liberales que aceptan los principios, pero rehuyen las consecuencias, a lo menos las más crudas y extremadas. otros aceptan alguna que otra consecuencia o aplicación que les halaga, pero haciéndose los escrupulosos en aceptar radicalmente los principios. Quisieran unos el Liberalismo aplicado tan sólo a la enseñanza; otros a la economía civil; otros tan sólo a las formas políticas. Sólo los más avanzados predican su natural aplicación a todo y para todo. Las atenuaciones y mutilaciones del credo liberal son tantas cuantos son los interesados por su aplicación perjudicados o favorecidos.
De aquí los diferentes partidos liberales que pregonan Liberalismo de tantos o cuantos grados, como expende el tabernero el aguardiente de tantos o cuantos grados, a gusto del consumidor. De aquí que no haya liberal para quien su vecino más avanzado no sea un brutal demagogo, o su vecino menos avanzado un furibundo reaccionario. Es asunto de escala alcohólica y nada más. Pero así los que mojigatamente bautizaron en Cádiz su Liberalismo con la invocación de la Santísima Trinidad, como los que en estos últimos tiempos le han puesto por emblema ¡Guerra a Dios! están dentro de tal escala liberal, y la prueba es que todos aceptan, y en caso apurado invocan, este común denominador. El criterio liberal o independiente es uno en ellos, aunque sean en cada cual más o menos acentuadas las aplicaciones. ¿De qué depende esta mayor o menor acentuación? De los intereses muchas veces; del temperamento no pocas; de ciertos lastres de educación que impiden a unos tomar el paso precipitado que toman otros; de respetos humanos tal vez o de consideraciones de familia; de relaciones y amistades contraídas, etc., etc.
Neguémonos a aceptar las premisas del autor. Todos conocemos los partidos liberal-conservadores. Hay uno importante nacional, y otros menores, de corte regionalista o nacionalista. En ellos hay importantes “sectores católicos”, sus enemigos políticos les acusan de clericales, sus miembros forman parte de movimientos religiosos, asisten a sacramentos y a actos públicos de religiosidad. ¿Podemos decir francamente que esto sea reprobable para un católico?
Sin contar la táctica satánica que a veces aconseja al hombre no extremar una idea para no alarmar, y para lograr hacerla más viable y pasadera; lo cual, sin juicio temerario, se puede afirmar de ciertos liberales conservadores, en los cuales el conservador no suele ser más que la máscara o envoltura del franco demagogo.
De todas las inconsecuencias y antinomias que se encuentran en las gradaciones medias del Liberalismo, la más repugnante de todas y la más odiosa es la que pretende nada menos que la unión del Liberalismo con el Catolicismo, para formar lo que se conoce en la historia de los modernos desvaríos con el nombre de Liberalismo católico o Catolicismo liberal.
Pues, ¿será entonces legítimo fundar mas bien un partido católico dentro del liberalismo, para no romper las amarras con aquello que hemos mamado desde niños como el paradigma de la perfección política?
Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner conciliación y paz entre doctrinas que forzosamente y por su propia esencia son inconciliables enemigas. El Liberalismo es el dogma de la independencia absoluta de la razón individual y social; el Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la razón individual y social a la ley de Dios. ¿Cómo conciliar el sí y el no de tan opuestas doctrinas? A los fundadores del Liberalismo católico pareció cosa fácil. Discurrieron una razón individual ligada a la ley del Evangelio, pero coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda traba en este particular. Dijeron: “El Estado como tal Estado no debe tener Religión, o debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla”. Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse como tal, de la misma manera que si para él no existiese dicha revelación.
No echaron de ver estos esclarecidos sofistas, que si la razón individual venía obligada a someterse a la ley de Dios, no podía declararse exenta de ella la razón pública o social sin caer en un dualismo extravagante, que somete al hombre a la ley de dos criterios opuestos y de dos opuestas conciencias. Así que la distinción del hombre en particular y en ciudadano, obligándole a ser cristiano en el primer concepto, y permitiéndole ser ateo en el segundo, cayó inmediatamente por el suelo bajo la contundente maza de la lógica íntegramente católica.
Parece, según dan razón de la suya los católico liberales, que hacen estribar todo el motivo de su fe, no en la autoridad de Dios infinitamente veraz e infalible, que se ha dignado revelarnos el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza sobrenatural sino en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el magisterio de la Iglesia, como único autorizado por Dios para proponer a los fieles la doctrina revelada y determinar su sentido genuino sino que, haciéndose ellos jueces de la doctrina, admiten de ella lo que bien les parece, reservándose el derecho de creer la contraria, siempre que aparentes razones parezcan probables ser hoy falso lo que ayer creyeron como verdadero.
Por lo demás se llaman católicos, porque creen firmemente que el Catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de Dios; pero se llaman católicos liberales o católicos libres, porque juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre apreciación. De suerte que, sin sentirlo ellos mismos, encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no tiene tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente distinto.
El páter desarrolla aquí el razonamiento que siguen los católicos liberales para sustituir la doctrina católica en política por el libre examen racionalista, de suerte que a la vuelta de cien años, la mayoría del pueblo católico profesa tales ideas en perfecta ingenuidad de creer obrar correctamente. Palabras proféticas pues, ¿acaso no oímos actualmente todas estas cosas en labios de católicos que actúan dentro de movimientos políticos motejados de “católicos”, e incluso en medios de comunicación propiedad de la Iglesia u órdenes religiosas?:
Síguese de ahí que juzgan su inteligencia libre de creer o de no creer, y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la incredulidad, pues, no ven un vicio, o enfermedad, o ceguera voluntaria del entendimiento, y más aún del corazón, sino un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer, como en lo de no admitir creencia alguna. Por lo cual es muy ajustado a este principio el horror a toda presión moral o física que venga por fuera a prevenir la herejía, y de ahí su horror a las legislaciones civiles francamente católicas. De ahí el respeto sumo con que entienden deben ser tratadas siempre las convicciones ajenas, aun las más opuestas a la verdad revelada; pues para ellos son tan sagradas cuando son erróneas como cuando son verdaderas, ya que todas nacen de un mismo sagrado principio de libertad intelectual. Con lo cual se erige en dogma lo que se llama tolerancia.
Siendo esencialmente naturalista el concepto primario de la fe, síguese de eso que ha de ser naturalista todo el desarrollo de ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación de las almas. Del cual falsa concepto aparecen enfermas varias de las apologías católicas que se escriben en la época presente. De suerte que, para los tales, si el Catolicismo por desdicha hubiese sido causa en algún punto de retraso material para los pueblos, ya no sería verdadera ni laudable en buena lógica tal Religión. Este criterio es el que dirige la pluma de la mayor parte de los periódicos liberales, que si lamentan la demolición de un templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación del arte, si abogan por las ordenes religiosas, no hacen más que ponderar los beneficios que prestaron a las letras; si ensalzan a la Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a los humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la guerra; si admiran el culto, no es sino en atención a su brillo exterior y poesía; si en la literatura católica respetan las Sagradas Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De este modo de encarecer las cosas católicas únicamente por su grandeza, belleza, utilidad o material excelencia, síguese en recta lógica que merece iguales encarecimientos el error cuando tales condiciones reuniere, como sin duda las reúne aparentemente en más de una ocasión alguno de los falsos cultos.
Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero Naturalismo, es Racionalismo puro, es Paganismo con lenguaje y formas católicas, si se nos permite la expresión.
Para poder entender la maldad intrínseca de este sistema de pensamiento que aparta a los católicos de su obligación de predicar a Dios en las leyes y la administración tanto como en sus casas o lugares de culto, hemos de entender lo que sigue.
Es el Liberalismo el crepúsculo de la verdad que empieza a obscurecerse en el entendimiento, o de la herejía que no ha llegado aún a tomar completa posesión de el. Observamos, en efecto, que suelen ser católicos liberales los católicos que van dejando de ser firmes católicos, y los liberales crudos que, desengañados en parte de su error, no han acabado en dar todavía de lleno en los dominios de la íntegra verdad.
Enséñase en filosofía y en teología, que hay dos clases de ateísmo: uno doctrinal y especulativo, y otro práctico. Consiste el primero en negar franca y redondamente la existencia de Dios, pretendiendo anular o desconocer las pruebas irrefutables en que se funda. Consiste el segundo en vivir y obrar sin negar la existencia de Dios, pero como si Dios realmente no existiese. los primeros se llaman ateos teóricos o doctrinales; los segundos, ateos prácticos, y son los que abundan más. Lo propio acontece con el Liberalismo y con los liberales. Hay liberales teóricos y liberales prácticos. Los primeros son los dogmatizadores de la secta: filósofos, catedráticos, diputados o periodistas, que enseñan en sus libros, discursos o artículos el Liberalismo; que defienden tal doctrina con argumentos y autoridades y con arreglo a un criterio racionalista, en oposición embozada o manifiesta con el criterio de la divina y sobrenatural revelación de Jesucristo.
Los liberales prácticos son la mayoría del grupo, los borregos de él, que creen a pie juntillas lo que les dicen sus maestros, o que sin creerlo siguen dóciles a quien los lleva, y siempre ajustados a su compás. Nada saben de principios ni de sistemas, y hasta quizá los detestarían si conocieran toda su deformidad; sin embargo, son las manos que obran, así como los teóricos son las cabezas que dirigen. Sin ellos no saldría el Liberalismo del recinto de las academias; ellos son los que le dan vida y movimiento exterior. Pagan el periódico liberal; votan el candidato liberal; apoyan las situaciones liberales, y vitorean a sus personajes y celebran sus fechas y aniversarios. Son la materia prima del Liberalismo, dispuesta a recibir cualquier forma y a servir siempre para cualquier barbaridad. Muchos de ellos iban a Misa y mataron a los frailes; más tarde asistían a novenas y daban carrera eclesiástica a sus hijos, y compraban fincas de la desamortización; hoy día rezan tal vez el Rosario y votan al diputado librecultista. Hanse formado una como cierta ley de vivir con el siglo, y creen (o quieren creer) que se va bien así. ¿Les exime esto de responsabilidad o culpa delante de Dios? No, por cierto.
Sin duda se tratan de desvaríos de un sacerdote reaccionario. ¿Acaso no aprueba la Iglesia el sistema democrático liberal en sus enseñanzas? ¿Cómo reputar tan grandes desvaríos a los que tratan de cambiar el sistema a mejor desde dentro?
Sí; el Liberalismo en todos sus grados y aspectos ha sido formalmente condenado. Así que, además de las razones de malicia intrínseca que le hacen malo y criminal, tiene para todo fiel católico la suprema y definitiva declaración de la Iglesia, que como a tal le ha juzgado y anatematizado. No podía permitirse que error de tal trascendencia dejase de ser incluido en el catálogo de los oficialmentente reprobados, y lo ha sido en distintas ocasiones. Ya al aparecer en Francia, en su primera Revolución, la famosa Declaración de los derechos del hombre, en que estaban contenidos en germen todos los desatinos del moderno liberalismo fue condenada esta Declaración por Pío VI; en lo más recio de la lucha con ocasión de los primeros errores de Lamennais, publicó Gregorio XVI su Encíclica Mirari Vos, condenación explícita del Liberalismo, cual en aquella ocasión se entendía y predicaba y practicaba por los Gobiernos constitucionales.
Mas, avanzando los tiempos y creciendo con ellos la avasalladora corriente de estas ideas funestas, y hasta tomando bajo el influjo de extraviados talentos la máscara de Catolicismo, deparó Dios a su Iglesia el Pontífice Pío IX, el cual con toda razón pasará a la historia con el dictado de azote del Liberalismo. El error Liberal en todas sus fases y matices ha sido desenmascarado por este Papa. Los repetidos Breves y Alocuciones de Pío IX le han mostrado al pueblo cristiano tal cual es, y el Syllabus acabó de poner a su condenación el último sello. La interpretación y comentario más autorizado se lo han dada al Syllabus sus propios impugnadores, los liberales de todos matices, cuando nos lo han presentado siempre como su más odioso enemigo y como el símbolo más completo de lo que llaman clericalismo, ultramontanismo y reacción. Satanás, que es malvado pero no tonto, veía muy claro a dónde iba a parar derechamente golpe tan certero, y le ha puesto a tan grandioso monumento el sello más autorizado de todos después del de Dios: el de su profundo rencor.
Pero ¿acaso no sabemos todos que el liberalismo fue el que acabó con la tiranía de las monarquías absolutas, otorgando a los pueblos la libertad? ¿acaso no sabemos como las monarquías antiguas, sacralizadas por la Iglesia, eran asiento de abusos e injusticias? ¿acaso no es el liberalismo económico la escuela de pensamiento propia de la economía libre y no sujeta a intervención asfixiante del estado? ¿acaso las templadas monarquías liberales no han sido freno de la revolución más desenfrenada?
Liberalismo son para unos las formas políticas de cierta clase; Liberalismo es para otros cierto espíritu de tolerancia y generosidad opuestas al despotismo y tiranía; Liberalismo es para otros la igualdad civil, salva la inmunidad y fuero de la Iglesia; Liberalismo es, en fin, para muchos una cosa vaga e incierta, que pudiera traducirse sencillamente por lo opuesto a toda arbitrariedad gubernamental. Urge, pues, preguntar aquí: ¿qué no es el Liberalismo? En primer lugar; no son ex se Liberalismo las formas políticas de cualquier clase que sean, por democráticas o populares que se las suponga. Cada cosa es lo que es. Las formas son formas, y nada más. Una república unitaria o federal, democrática, aristocrática o mixta; un Gobierno representativo o mixto, con más o menos atribuciones del poder Real, o con el máximun o minimum de rey que se quiera hacer entrar en la mixtura; la monarquía absoluta o templada, hereditaria o electiva, nada de eso tiene que ver ex se (repárase bien este ex se) con el Liberalismo. Tales Gobiernos pueden ser perfecta e íntegramente católicos. Como acepten sobre su propia soberanía la de Dios y reconozcan haberla recibido de El, y se sujeten en su ejercicio al criterio inviolable de la ley cristiana, y den por indiscutible en sus Parlamentos todo lo definido, y reconozcan como base del derecho público la supremacía moral de la Iglesia y el absoluto derecho suyo en todo lo que es de su competencia; tales Gobiernos son verdaderamente católicos. La historia nos ofrece repetidos ejemplos de poderosísimas repúblicas, fervorosísimas católicas. Ahí está la aristocrática de Venecia; ahí la mercantil de Génova y ciertos cantones suizos.
Como ejemplo de monarquías mixtas muy católicas, podemos citar nuestra gloriosísima de Cataluña y Aragón, las más democráticas y a la vez la más católicas del mundo en los siglos medios, la antigua de Castilla hasta la Casa de Austria; la electiva de Polonia hasta la inicua desmembración de este religiosísimo reino. Es una preocupación creer que las monarquías han de ser ex se más religiosas que las repúblicas. Precisamente los más escandalosos ejemplos de persecución al Catolicismo los han dado en los tiempos modernos monarquías como la de Rusia y la de Prusia. Un Gobierno de cualquier forma que sea, es católico si basa su Constitución y legislación y política en principios católicos; es liberal si basa su Constitución, su legislación y su política en principios racionalistas. No en que legisle el rey en la monarquía, o en que legisle el pueblo en la república, o en que legislen ambos en las formas mixtas, está la esencial naturaleza de una legislación o Constitución; sino en que se haga o no se haga todo bajo el sello inmutable de la fe y conforme a lo que manda a los Estados como a los individuos la ley cristiana. Así como lo mismo puede ser católico un rey con su púrpura, un noble con sus blasones o un trabajador con su blusa de algodón; de igual suerte los Estados pueden ser católicos, sea cual fuere la clasificación que se les dé en el cuadro sinóptico de las formas gubernativas.
De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo, con el horror natural que todo hombre debe profesar a la arbitrariedad y tiranía, con el deseo de la igualdad civil entre todos los ciudadanos, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y generosidad, que (en su debida acepción) no son sino virtudes cristianas. Y sin embargo, todo esto en el lenguaje de ciertas gentes, y aun de ciertos periódicos, se llama Liberalismo. He aquí, pues, una cosa, que pareciendo Liberalismo, no lo es en manera alguna.
Suponed un Gobierno de los llamados conservadores de hoy, el más conservador que os sea dable imaginar, y suponed que tal Gobierno conservador tengan establecida su Constitución y basada su legislación, no sobre principios de derecho católico, ni sobre la indiscutibilidad de la fe, no sobre la rigurosa observancia del respeto a los derechos de la Iglesia, sino sobre el principio de la voluntad libre de la mayoría conservadora. Tal Gobierno conservador es perfectamente liberal y anticatólico.
Si los oídos delicados se ofenden, no es tarea nuestra su cuidado, sino proclamar la Verdad de la política contemporánea, y el agravio que inadvertidamente hacen la mayoría de los católicos a la esencia de la enseñanza política del Magisterio al participar sinceramente en nuestro sistema actual. Sin emplear jamás la mentira, hay que hablar con palabras claras, puesto que
Si las palabras no tuviesen importancia alguna, no cuidarían tanto los revolucionarios de disfrazar el Catolicismo con feas palabras; no andarían llamándole a todas horas oscurantismo, fanatismo, teocracia, reacción, sino pura y sencillamente Catolicismo; ni harían ellos por engalanarse a todas horas con los hermosos vocablos de libertad, progreso, espíritu del siglo, derecho nuevo, conquistas de la inteligencia, civilización, luces, etc, sino que se dirían siempre con su propio y verdadero nombre: revolución
Agradezco a los lectores que hayan llegado a leer hasta el cabo este largo artículo. Hemos hablado un poco de política, en estos días en que se acercan unos nuevos sufragios en los que nuestros derechos políticos serán reducidos a un papel de varios nombres (la mayoría desconocidos) que recolectarán en el día fijado, para dar legitimidad a los usos y abusos de los partidos del sistema liberal.
Las palabras claras y duras de este libro merecieron muchos reproches en su momento, y mayores después, por los que le acusaban de tremendista, intolerante, reaccionario… qué irónico ver la claridad con la que el viejo mosén fue capaz de ver lo que había de suceder, y ya sufrimos desde hace mucho tiempo. No fue profeta, sino que empleó con sencillez el razonamiento lógico para inferir las consecuencias funestas de los principios errados.
Tal vez por eso ya nadie hable de él en nuestra Iglesia.
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40 comentarios
Félix Sarda i Salvany
Barcelona
1884
:)
Quien quiera un ejemplar original de la primera edición:
http://www.todocoleccion.net/el-liberalismo-es-pecado-cuestiones-candentes-por-d-felix-sarda-salvany-ano-1884~x24777008
Muchas gracias por traer el el texto de D. Félix Sardá y Salvany, "El liberalismo es pecado", creo que se llama. Es muy interesante, sobre todo hoy en día en que muchos católicos liberales creen que las críticas y condena del Magisterio solo han ido dirigidas al marxismo y movimientos afines. Pues no, el sistema liberal también está condenado por la Iglesia, ya que como el texto señala, se basa en el más férreo individualismo y egoismo, y creo que no hace falta más que mirar alrededor para ver como efectivamente se cumple la ley del más fuerte; para ser sincera, no entiendo que critiquen ciertas cosas que pasan. Es lo normal, teniendo en cuenta cuales son las bases.
Un cordial saludo.
La voluntad libre de los ciudadanos tiene perfectamente cabida en una politica católica, pero siempre y cuando no sea el principio o uno de los principios fundamentales de dicha política, sino que dicha voluntad mayoritaría esté siempre subordinada a la Soberanía de la Voluntad Divina como principio fundamental político, la cual tiene su magisterio infalible en la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y especialmente en el Sumo Pontífice, al que el mismo Cristo hizo su Vicario y lo puso al frente de toda la Iglesia: "Te daré las llaves del Reino de los cielos y lo que atares en la tierra quedará atado en el cielo."
Don Félix me parece un eminente precedente de nuestro querido padre J.M. Iraburu, que no deja de advertirnos por activa y por pasiva a todos (laicos y Pastores) de los grandes olvidos acerca de la vera doctrina católica sobre el tema político, y con ello haber dejado la puerta abierta desde dentro de la misma Iglesia a todas la herejías políticas impulsadas y encarnadas en los propios líderes políticos que son bautizados y católicos, desde los peperos hasta los socialistas. Liberalismo=Anticatolicismo.
Saludos.
Pues no es así en absoluto. Los principios del liberalismo, que tan magistralmente describe don Félix Sardá, calzan a la perfección a cualquiera de sus variantes de izquierda, centro o derecha. En España, por caso, es tan liberal el PSOE como lo es el PP. De ahí su similitud esencial, a duras penas disimulada por el discurso estudiadamente confrontativo y por las diferentes amistades que ambos cultivan. Todo ello "pour la galerie", a fin de que no se note que el bipartidismo a la española es una variante del Partido Único socialista.
El hecho de que los mecenas de Marx fuesen acomodados burgueses ingleses y alemanes, confirma históricamente lo que ideológicamente es más que evidente.
josé bascones
"Don Félix me parece un eminente precedente de nuestro querido padre J.M. Iraburu"
A mí me ha sucedido lo mismo al leer a uno y otro. Aunque con obvias diferencias de estilo narrativo y docente, ambos comparten una claridad expositiva y solidez en argumentación teológica que los aproxima mucho, y los aleja notoriamente de la pusilanimidad de la media de escritores católicos contemporáneos.
Cierto, en España es tan liberal el Psoe como el Pp, pues ambos, desde un punto de vista político-moral, tienen en común el fundamentar la política en la mera soberanía de la voluntad popular sin subordinarla a su vez a la Soberanía de la Voluntad de Dios.
A algunos les puede resultar que liberalismo e izquierda no casan, y tienen parte de razón si consideran las cosas en términos de pura teoría política positiva, según la cual liberal es quien exalta la libertad del individuo mientras que de izquierda es quíen exalta el papel del estado deprimiendo o incluso anulando la libertad individual. Pero, como a su vez, ambos grupos coinciden en fundamentar la política en la mera voluntad humana sin referencia alguna a la voluntad divina, pues resulta que desde el punto de vista político-moral y no meramente político-positivo incurren ambos en el liberalismo, pues éste a juicio de la Iglesia consiste sobre todo en la exaltación de la voluntad humana natural sin referencia alguna a la gracia ni a lo sobrenatural y divino.
Los conceptos políticos cambian un poco o adquieren algún matiz nuevo si se les considera sólo con una perspectiva humanista sin referencia a Dios, lo que es común en la teoria política moderna, que si se consideran a la luz de un humanismo teísta y católico
que permite ver en ellos muchas más cosas que el primer tipo de humanismo meramente antropocéntrico.
En definita, siempre la misma cuestión, Dios o no Dios, el hombre solo a su meras fuerzas naturales, o el hombre con sus fuerzas naturales y también con las de Dios que moviliza lo mejor de las fuerzas naturales humanas.
Luis I. Amorós.
Ciertamente, tanto Don Félix como Don José María se alejan afortunadamente de la pusilanimidad de la media de escritores católicos contemporáneos.
A mí, personalmente, Don José María me ha abierto los ojos a una nueva visión de la política: la política con Dios contra la política sin Dios, humanismo teocéntrico contra humanismo antropocéntrico. Sin Dios el hombre no puede hacer nada a derechas, ni siquiera política, pues como dijo Jesús de Nazaret "Sin mí no podréis hacer nada" y yo me permito apostillar "ni siquiera política, ni siquiera". La historia nos está demostrando la barbarie a la que conduce dicha política sin Dios y basada solamente en el naturalismo de la voluntad humana, ya sea que se exalte la voluntad humana individual (liberalismo positivo) o bien se exalte la voluntad humana colectiva en bloque (totalitarismo estatal). Ambas son algo meramente humano, sin fuerza divina, y por tanto algo condenado al fracaso.
Liberalismo=Anticatolicismo=Anticristo, ya se trate de la Bestia liberal-individualista o de la Bestia liberal colectivista-estatalista. Ambas pretenden que la voluntad humana puede ser libre y eficaz sin el auxilio de Dios.
Sardá y Salvany lo dice clarísimo :
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De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo, con el horror natural que todo hombre debe profesar a la arbitrariedad y tiranía, con el deseo de la igualdad civil entre todos los ciudadanos, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y generosidad, que (en su debida acepción) no son sino virtudes cristianas. Y sin embargo, todo esto en el lenguaje de ciertas gentes, y aun de ciertos periódicos, se llama Liberalismo. He aquí, pues, una cosa, que pareciendo Liberalismo, no lo es en manera alguna.
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¿Porqué mienten los "liberales de derecha"? Bueno, si por ejemplo el PP saliera a decir que la esencia de su pensamienro es "la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad;", diría una grandísima verdad, pero eso sería su ruina. Perdería los numerosos apoyos curialescos cuidadosamente cultivados y también a sus votantes, pues para eso ya tienen al PSOE ("liberales de izquierda"), que lo dice sin tapujos.
Efectivamente, tanto los liberales de izquierda como los de derecha mienten sobre la libertad. Los de izquierda nos dicen que Dios no solo no hace falta para que el hombre sea libre sino que además es el mayor obstáculo para ello, de ahí su persecución muchas veces cruenta hacia la Iglesia.
Los liberales de derecha hay que distinguir entre ellos diversos grupos y familias. Los liberales ilustrados ateístas vienen a coincidir en esto con los de izquierda. Hay también liberales teístas, que aceptan la existencia de Dios, pero que consideran que el hombre en la práctica ha de vivir como si Dios no existiera y especialmente en materia política y económica. Para ellos Dios cuenta en el ámbito doméstico o familiar privado pero no en el ámbito de lo político y público. Estos son capaces de encender una vela a Dios y otra al diablo, debido a esa división entre lo político y lo privado. A su manera, aunque son capaces de financiar a la Iglesia, la tienen encerrada en las suntuosas sacrístías no dejándole libertad para proclamar la acción por la justicia.
Si, estoy de acuerdo contigo en que ambos mienten. Pero el denominador común de todos ellos es que piensan que se puede hacer perfectamente una política sin necesidad de Dios, y que incluso Dios es un estorbo en política porque impide ganar votos ya que no se le puede decir a la gente lo que no le gusta oir. Prefieren ganar votos con que alzarse a un pingüe cargo político que confensar la verdad de la Soberanía de la Voluntad de Dios. Venden a Dios, como Judas, por treinta monedas. Son asalariados que cuando ven venir al lobo huyen. Prefieren la cantidad de los votos a la calidad de la verdad católica.
De todos los liberales, los peores y más peligrosos, por estar disfrazados con piel de oveja (incluso algunos van a la Iglesia, a las procesiones y a recibir la Eucaristía y presumen de católicos) son los liberales teístas y pseudocatólicos: están dentro del propio rebaño y abren la puerta al lobo con sus doctrinas liberales, que niegan en lo político la Soberanía de la Voluntad Divina suplantándola por la soberanía democrática-popular basada en los votos.
No es justo que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible sin daño del bien común y sin injuria de nadie.
León XIII
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LA
Como bien explica Sardá, el liberalismo postula la independencia del hombre frente a Dios y la soberanía de la nación enteramente representada en una asamblea. Que ese dominio del Estado lo ejerza un solo partido o varios, cosa menor es, todo es liberalismo. Es falso que no haya alternativa al dueto neoliberalismo-socialismo. Precisamente la doctrina social y política de la Iglesia es la que concibe al individuo, a sus asociaciones naturales y al estado como subordinadas a una ley superior, la de Dios. Eso es lo que impide la tiranía.
"En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan. Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; Estos son los llamados principios liberales en su más crudo radicalismo."
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Me temo que si no apoya su afirmación en ningún razonamiento, carece de fuerza.
Dice el Padre Iraburu:
"Son muchos los cristianos que ignoran hoy que viven en Babilonia bajo el imperio de Satanás. Olvidando o ignorando las enseñanzas del Salvador, confían en la virtualidad salvífica, al menos relativa, de ciertas leyes, de tales partidos políticos o de algunos Organismos internacionales. Ignoran que todas aquellas fuerzas políticas y culturales que se cierran herméticamente a Cristo, y que lo combaten, están actuando bajo el poder del Príncipe de este mundo. Allanan así el camino a aquellos falsos mesías, que preparan a su vez el pleno advenimiento del Anticristo (Mt 24,4-5.24-25). Hay que repetir hoy la afirmación del apóstol San Juan: os aseguro que ya muchos se han hecho anticristos(Jn,218). Es anticristo quien niega al Padre y al Hijo (Jn 2,22).
Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas (Lc. 22,53).
Estos cristianos engañados no saben que el combate actual por el Reino no es tanto contra hombres de carne, sino contra los demonios que los inspiran y sujetan, y por eso, en su lucha por un mundo mejor, no toman la armadura de Dios (Ef. 6,12-20), sino que emplean con su mejor intención medios buenos, bienintencionados, pero que son en gran medida inútiles, acumulando así derrota tras derrota, retrocediendo siempre ante el poder avasallador del Maligno y de los suyos. Bien está todo lo bueno que se haga, pero hay que praticar esto, sin omitir aquello (Mt. 23,23)"
Naturalmente, este diagnóstico del P. Iraburu no lo compartirán aquellos que han perdido la Fe o que conservandola no la aplican suficientemente a discernir el mundo político que nos rodea.
"DE COMO EN TODA GRAN CUESTION POLITICA VA
ENVUELTA SIEMPRE UNA GRAN CUESTION TEOLOGICA"
"M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas.
Todas ellas estuvieron antes de que fueran, y están después de creadas, en el entendimiento divino; porque si Dios las hizo de la nada, las ajustó a un molde que está en El eternamente. Todas están allí por aquella altísima manera con que están los efectos en sus causas, las consecuencias en sus principios, los reflejos en la luz, las formas en sus eternos ejemplares. En El están juntamente la anchura de la mar, la gala de los campos, las armonías de los globos, las pompas de los mundos, el esplendor de los astros, las magnificencias de los cielos. Allí está la medida, el peso y número de todas las cosas; y todas las cosas salieron de allí con número, peso y medida. Allí están las leyes inviolables y altísimas de todos los seres, y cada cual está bajo el imperio de la suya. Todo lo que vive, encuentra allí las leyes de la vida; todo lo que vegeta, las leyes de la vegetación; todo lo que se mueve, las leyes del movimiento; todo lo que tiene sentido, la ley de las sensaciones; todo lo que tiene inteligencia, la ley de los entendimientos; todo lo que tiene libertad, la ley de las voluntades. De esta manera puede afirmarse, sin caer en el panteísmo, que todas las cosas están en Dios y que Dios está en todas las cosas.
Esto sirve para explicar por qué causa, al compás mismo con que se disminuye la Fe, se disminuyen las verdades en el mundo; y por qué causa la sociedad que vuelve la espalda a Dios ve ennegrecerse de súbito, con aterradora obscuridad, todos sus horizontes. Por esta razón la religión ha sido considerada por todos los hombres, y en todos los tiempos, como el fundamento indestructible de las sociedades humanas: Omnis humanae societatis fundamentum convellit qui religionem convellit, dice Platón en el libro X de sus Leyes. Según Jenofonte: Las ciudades y naciones más piadosas han sido siempre las más duraderas y más sabias. Plutarco afirma "que es cosa más fácil fundar una ciudad en el aire, que constituir una sociedad sin la creencia de los dioses". Rousseau, en el Contrato social (libro IV,cap.VIII) observa "que jamás se fundó estado ninguno sin que la religión le sirviese de fundamento". Voltaire dice (Tratado de la tolerancia, cap. XX) "que allí donde hay una sociedad, la religión es de todo punto necesaria". Todas las legislaciones de los pueblos antiguos descansan en el temor de los dioses. Polibio declara que este santo temor es todavía más necesario que en los otros en los pueblos libres. Numa, para que Roma fuese la ciudad eterna, hizo de ella la ciudad santa.
Entre los pueblos de la antigüedad, el romano fué el más grande, cabalmente porque fué el más religioso. Como César hubiera pronunciado un día en pleno Senado ciertas palabras contra la existencia de los dioses, luego al punto Catón y Cicerón se levantaron de sus sillas para acusar al mozo irreverente de haber pronunciado una palabra funesta a la República. Cuéntase de Fabricio, capitán romano, que como oyese al filósofo Cineas mofarse de la Divinidad en presencia de Pirro, pronunció estas palabras memorables: "Plegue a los dioses que nuestros enemigos sigan esta doctrina cuando estén en guerra con la República."
La disminución de la Fe, que produce la disminución de la verdad, no lleva consigo forzosamente la disminución, sino el extravío de la inteligencia humana. Misericordioso y justo a un tiempo mismo, Dios niega a las inteligencias culpables la verdad, pero no les niega la vida; las condena al error, mas no a la muerte. Por eso todos hemos visto pasar delante de nuestros ojos esos siglos de prodigiosa incredulidad y de altísima cultura, que han dejado en pos de sí un surco, menos luminoso que inflamado, en la prolongación de los tiempos, y que han resplandecido con una luz fosfórica en la Historia. Poned, sin embargo, en ellos vuestros ojos; miradlos una vez y otra vez, y veréis que sus resplandores son incendios, y que no iluminan sino porque relampaguean. Cualquiera diría que su iluminación procede de la explosión súbita de materias de suyo obscuras, pero inflamables, más bien que de las purísimas regiones donde se engendra aquella luz apacible, dilatada suavente en las bóbedas del cielo, con soberano pincel, por un pintor soberano.
Y lo mismo que aquí se dice de las edades, puede decirse de los hombres. Negándoles o concediéndoles la Fe, les niega Dios o les concede la verdad; ni les da ni les quita la inteligencia. La de los incrédulos puede ser altísima, y la de los creyentes humilde: la primera, empero, no es grande sino a la manera del abismo; mientras que la segunda es santa, a la manera de un tabernáculo. En la primera habita el error, en la segunda la verdad. En el abismo está, con el error, la muerte; en el tabernáculo, con la verdad, la vida. Por esta razón, para aquellas sociedades que abandonan el culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio, no hay esperanza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos.
Posee la verdad política el que conoce las leyes a que están sujetos los gobiernos; posee la verdad social el que conoce las leyes a que están sujetas las sociedades humanas; conoce estas leyes es que conoce a Dios; conoce a Dios el que oye lo que El afirma de sí y cree lo mismo que oye. La teología es la ciencia que tiene por objeto esas afirmaciones. De
donde se sigue que toda afirmación relativa a la sociedad o al gobierno, supone una afirmación relativa a Dios, o lo que es lo mismo, que toda verdad política o social se convierte forzosamente en una verdad teológica.
Si todo se explica en Dios y por Dios, y la teología es la ciencia de Dios, en quién y por quién todo se explica, la teología es la ciencia de todo. Si lo es, no hay nada fuera de esa ciencia, que no tiene plural; porque el todo, que es su asunto, no le tiene.
La ciencia política, la ciencia social, no existen sino en calidad de clasificaciones arbitrarias del entendimiento humano. El hombre distingue en su flaqueza lo que está unido en Dios con una unidad simplicísima. De esta manera distingue las afirmaciones políticas de ls afirmaciones sociales y de las afirmaciones religiosas; mientras que en Dios no hay sino una afirmación única, indivisible y soberana. Aquel que cuando habla explícitamente de cualquier cosa ignora que habla implícitamente de Dios, y que cuando habla explícitamente de cualquier ciencia ignora que habla implícitamente de teología, puede estar cierto de que no ha recibido de Dios sino la inteligencia minimamente necesaria para ser hombre.
La teología, pues, considerada en su acepción más general, es el asunto perpetuo de todas las ciencias, así como Dios es el asunto perpetuo de las especulaciones humanas.
Toda palabra que sale de los labios del hombre es una afirmación de la Divinidad, hasta aquella que la maldice o que la niega.
El que revolviéndose contra Dios exclama frenético diciendo: "Te aborrezco, tú no existes", expone un sistema completo de teología, de la misma manera que el que levanta a El el corazón contrito y le dice: "Señor, hiere a tu siervo que te adora". El primero arroja a su rostro una blasfemia; el segundo pone a sus pies una oración; ambos, empero, le afirman, aunque cada cual a su manera, porque ambos pronuncian su nombre incomunicable.
En la manera de pronunciar ese nombre está la solución de los más temerosos enigmas; la vocación de las razas, el encargo providencial de los pueblos, las grandes vicisitudes de la Historia, los levantamientos y las caídas de los imperios más famosos, las conquistas y las guerras, los diversos temperamentos de las gentes, la fisonomía de las naciones, y hasta su varia fortuna."
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Si comparamos esto de Donoso que cita José, con esto otro escrito por Luis Ignacio:
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2 Es falso que no haya alternativa al dueto neoliberalismo-socialismo. Precisamente la doctrina social y política de la Iglesia es la que concibe al individuo, a sus asociaciones naturales y al estado como subordinadas a una ley superior, la de Dios. Eso es lo que impide la tiranía."
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, se pueden sacar jugosas conclusiones, como creo que son las que siguen:
1. Que el dueto "liberalismo/socialismo", es falso. Ambos son esencialmente liberales. Pretende hacer creer que sus diferencias accidentales de método o de doctrina responden a diferencias esenciales en su concepción de la realidad, pero no es así. La concepción esencial de ambos es la "absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad", como dice Sardá más ampliamente en la primera cita de este post.
2. Que el dueto socialismo/liberalismo es un intento de hegemonizar el control de la sociedad para alejarla de Dios.
3. Que el dueto liberalismo/socialismo es un intento tiránico, ya que al rechazar las cortapisas del Derecho Natural, son capaces de hacer lo que les venga en gana. Para ello, sólo deben cumplimentar el trámite de hacerlo pasar por "voluntad popular", mediante alguna votación adecuadamente amañada gracias a los recursos que les proporciona manejar los dineros de la sociedad.
Ahí va:
El Papa Leon XIII -no estoy entre sedevacantistas, ¿verdad?- tiene una encíclica que recomiendo encarecidamente, Libertas, en la que define el liberalismo al que se opone la Iglesia Católica, define, concretamente, 3 tipos de liberalismo anticatólico y da razones de porqué son anticatólicos.
El buen sacerdote que ustedes citan hace una generalización e iguala todos los tipos de liberalismo con liberalismo.
Aunque recomiendo la lectura de la encíclica los elementos que sirven para acreditar el caracter anticatólico del liberalismo son, para Su Santidad, los siguientes:
- Iluminismo racionalista.
- Negación de un orden sobrenatural revelado.
- Reconociendo la existencia de orden sabrenatural revelado el liberalismo que niegue su influencia en la vida de los católicos.
Yo soy católico y liberal y, por tanto, no comulgo con ninguno de esos tres tipos de liberalismo, eso sí tampoco comulgo con quienes sin saber de qué están hablando hacen generalizaciones burdas con el único fin de reinstaurar el cesaropapismo.
Un afectuoso saludo.
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LA
No hay sistema liberal contemporáneo, ni prácticamente partido político liberal alguno (desde luego ninguno con posibilidad de gobernar), que no base su ideología en el iluminismo racionalista, niegue la existencia de un orden sobrenatural revelado, ni excluya la influencia de las creencias particulares de los católicos en ese orden sobrenatural revelado en la vida pública. Por tanto, tenía razón don Feliu que los liberales radicales eran los liberales más coherentes.
Sobre el liberal-catolicismo dedica el autor también algunos capítulos.
El cesaropapismo es el dominio espiritual de un orden temporal sacralizado. Lo fueron los emperadores romanos de oriente y los zares de Rusia. En Occidente, desde san Gregorio el Magno (siglo VI-VII) no existió cesaropapismo, sino precisamente separación estricta de poderes temporal (emperador) y espiritual (papa). Lo más parecido al cesaropapismo actualmente sería la china comunista, donde el partido gobernante se ha inventado una iglesia nacional. En occidente lo fue antaño el monarca británico con la llamada "iglesia de Inglaterra", pero hace tiempo que no lo es en la práctica.
Un afectuoso saludo.
Hasta aquí está claro, no? Pues es simplemente un paso de lógica condenar la actual democracia que padecemos en España y prácticamente todos los países occidentales. La Constitución Española dice claramente que la soberanía reside EN EL PUEBLO, sin hacer mención de la Soberanía absoluta de Jesucristo, por supuesto. Esto, si se entiende como lo entienden TODOS los líderes políticos españoles hoy en día, que no existe ninguna autoridad por encima del pueblo, es simple y llanamente una herejía.
Y pregunto yo: ¿si los "Padres" de la Constitución creían en la autoridad divina, por qué no hicieron mención a ella? Porque la Iglesia misma renunció a esa exigencia en su declaración "Dignitatis Humanae". Se bendijo la Libertad Religiosa, un dogma de los liberales desde la Revolución Francesa. Se dijo claramente que todo hombre tiene DERECHO de profesar su religión (la que sea) en público. Esto es falso. Pero de allí viene todo este desastre.
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LA
En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres.
Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla.
Ahora bien, puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo.
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias.
Se hace, pues, injuria a la persona humana y al orden que Dios ha establecido para los hombres, si, quedando a salvo el justo orden público, se niega al hombre el libre ejercicio de la religión en la sociedad. Por consiguiente, la autoridad civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos; pero excede su competencia si pretende dirigir o impedir los actos religiosos.
Los hombres de nuestro tiempo son presionados de distintas maneras y se encuentran en el pelibro de verse privados de su propia libertad de elección. Por otra parte, son no pocos los que se muestran propensos a rechazar toda subjección bajo pretexto de libertad y a tener en poco la debida obediencia.
Pero no faltan regímenes en los que, si bien su Constitución reconoce la libertad de culto religioso, sin embargo, las mismas autoridades públicas se empeñan en apartar a los ciudadanos de profesar la religión y en hacer extremadamente difícil e insegura la vida de las comunidades religiosas.
Todas estas citas son de la Dignitiatis Humanae, declaración conciliar que gira en torno a dos grandes ejes: la defensa de la libertad religiosa (y es claro que habla de la Iglesia católica y sus diversas realidades) frente a los ataques o intentos de dirección desde los poderes mundanos (fenómeno que obviamente sí sucedía en la década de 1960), y la obviedad de que a ninguna persona se le puede imponer la fe por la fuerza, cosa que ha sido magisterio de la Iglesia desde la primera comunidad apostólica.
En ningún lugar de la declaración se halla una afirmación de que las personas, las sociedades o los estados no deban de regirse por las leyes de Dios, o que sea igual de admisible que lo hagan o no (como es la enseñanza liberal). Precisamente esa interpretación es la que hacen los modernistas dentro de la Iglesia, en lo que coinciden con los lefevbrianos. Contra esa interpretación hay que combatir desde dentro de la Iglesia.
Una lectura situada en su contexto evoca de inmediato la defensa que hace el concilio de la libertad de los cristianos frente a los ataques, en su momento como ahora, de regímenes como por ejemplo los socialistas. La Dignitatis Humanae ni deroga ni contradice nada de lo dicho antes por los papas que cita Sardá y Salvany. Y cualquier ambigüedad que se pueda buscar en ese sentido, ha sido ya suficientemente explicada por papas posteriores, muy particularmente Benedicto XVI.
Un saludo.
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El iluminismo o ilustración es el movimiento filosófico del siglo XVIII, heredero del racionalismo y el empirismo del siglo XVII, que afirmaba el poder ilimitado de la Razón para gobernar el mundo de los hombres y dirigir sus vidas. Fue el origen filosófico y político de la Revolución liberal de Francia, de la que derivan todas las demás del mundo (salvo las anglosajonas).
Los pensadores de la Ilustración sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. Se autodenominaron "era de la Razón", o "Siglo de las Luces"
Se caracterizaba por los siguientes puntos:
1) Rechazo a la noción de revelación divina como fuente de conocimiento, sustituyéndola por una filosofía basada en el axioma y el absolutismo como base para el conocimiento personal, científico y social.
2) Oposición a las formas políticas tradicionales: el monarca como encarnación humana de la soberanía divina, la nobleza y los fueros como encarnadores de privilegios (del latín privis legis "leyes privadas"), la Iglesia como organismo de adoctrinamiento (del latín docere, enseñar) enemigo de la Razón humana.
3) Racionalismo: traslación de los descubrimientos científicos que hallaban la organización de la naturaleza en leyes, al cuerpo social y político, que se pretendía también organizar en base a leyes universales.
4) Existencia de Derechos universales, definidos como "Derechos Humanos", que consideraban como el más irrenunciable el de la "inviolabilidad del individuo", frente a la filosofía previa de inspiración cristiana que consideraba a todos los sujetos como siervos de Dios y sujetos a una serie de deudas y obligaciones en función de la moral cristiana. De este derecho parten los más fundamentales: el derecho de libre expresión, el derecho de imprenta, el derecho de reunión. Se anteponía la libertad de cada uno para expresar su opinión a la veracidad o error de esa opinión.
El iluminismo o ilustración y el racionalismo anteponen la razón humana o la sabiduría sobre la rectitud moral o la fe trascendente.
Todas y cada una de esas premisas son seguidas por todos los regimenes y partidos políticos liberales contemporáneos hasta tal punto que ni se discuten, ni casi se razonan: forman parte del corpus o catecismo liberal aceptado como axioma.
Un saludo.
No comparto su última reflexión en ningún caso, es más entiendo que la defensa de la libertad religiosa por parte de la Iglesia Católica es un acto de coherencia.
Respecto a su primera afirmación yo no lo tengo tan claro. Sin duda la autoridad para un católico, como todo, viene de Dios. Sin duda ninguna. Pero del mismo modo que usted no cree que su fé le ayudará a descubrir los misterios de la mecánica cuántica y se limita a leer el Génesis -es una exageración con el fin de que se entienda lo absurdo de la posición, no con la intención de ridiculizar a nadie, de sentirse usted ofendido acepte mis disculpas-, del mismo modo no se puede entender que la política deba ser derivada entéramente de los Hechos de los Apóstoles, o de la Doctrina Social de la Iglesia, o de panfletos de sacerdotes del siglo XIX que acreditaron no haber leído a ningún contemporáneo liberal.
Voy a abundar un poco más, se deduce necesariamente de las escrituras y del depositum fideis, que lo que aparezca en un texto legal no necesariamente es herético si no empieza con "En el nombre de Dios el misericordioso, el clemente..." Me parece que eso no es propio del Catolicismo.
Un afectuosos saludo.
¿Serías tan amable de explicar qué es lo que tú entiendes por ser "liberal"?
Ya que presumes de saber de lo que hablas, bueno sería que también lo supiésemos nosotros, ¿no te parece?
Yo estoy totalmente de acuerdo en que nadie puede ser coaccionado a confesar ninguna religión, ni siquiera la verdadera. Como usted dice, esta es la postura desde tiempos apostólicos.
Sin embargo la declaración "Dignitatis Humanae" va mucho más lejos en su definición de la Libertad Humana que el Magisterio anterior. Me imagino que sabe que ANTES del Concilio los Papas enseñaba que las falsas religiones sólo se toleraban, si prohibiéndolas por la fuerza suponía peores males que no hacer nada. Lo que estaba claro es que nadie podía tener DERECHO a profesar una falsa religión, y que los gobiernos tenían todo el derecho, si así lo estimaban conveniente, de limitar la práctica de estas religiones en el ámbito público.
La Libertad Religiosa se aplicaba al catolicismo, no a las falsas religiones, ya que no se puede conceder derechos al error y la mentira. Por lo tanto cuando Benedicto XVI pide libertad religiosa para los cristianos de Pakistan, por ejemplo, pide algo en absoluta concordancia con la doctrina tradicional. Sin embargo, cuando alguien pide libertad religiosa para los musulmanes en España, esta petición es CONTRARIA a la doctrina católica. La Libertad Religiosa no vale para todas las religiones, ya que sólo hay una que es digna de proteger, es decir la verdadera. Como ahora está mal visto hablar de religiones falsas, y decir que el catolicismo es la religión verdadera, nos liamos mucho, pero es así.
León XIII escribió en "Libertas Humana" que la Libertad Religiosa aplicada a todas la religiones sin distincción sería "adoptar una línea de acción que termina en el ateísmo - tratar las distintas religiones (así las llaman) de la misma manera, y otorgarles los mismos derechos y privilegios de forma promiscua."
En su encíclica "Quanta Cura" de 1864 Pio IX condenó a los que: "contrario a la enseñanza de la Sagrada Escritura y de los Padres, afirman deliberadamente que la mejor forma de gobierno es la que no reconoce obligación alguna hacía los poderes públicos para castigar, con penas específicas, a los que atentan contra la Religión Católica, excepto hasta donde lo exige la paz social."
Más claro agua.
Ha habido un CAMBIO en la doctrina tradicional sobre Libertad Religiosa, no un DESARROLLO. Si antes se decía una cosa y ahora se dice la contraria, eso es un cambio. Los que no lo quieren ver, será por les dan miedo las implicaciones de este hecho.
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Estimado santodomingo:
En la DH no existe ninguna afirmación de que el término "libertad religiosa" se deba aplicar a todas las religiones sin distinción. Ni se postula ningún "derecho a profesar una falsa religión". En el preámbulo, de hecho, afirma explícitamente que no suprime ni niega toda la enseñanza anterior de la Iglesia:
La libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo.
Por tanto, no contradice la Libertas Humana ni la Quanta Cura.
Tal vez puedan inducir a error la diferencia de estilo con estas encíclicas, totalmente lógica porque cada época tiene sus matices dialécticos, y también una cierta ambigüedad, muy ventajista y golosa de criticar "a toro pasado", por haber visto que algunos se han apoyado en ella para pervertir el mensaje del documento conciliar.
El hecho es que existen corrientes teológicas modernistas dentro de nuestra Iglesia que han hecho una interpretación secularizante de la defensa de la libertad religiosa que establece la DH, haciendo tabla rasa de todas las religiones, en el ámbito social y (consecuentemente) en el ámbito familiar y personal. El beato Juan Pablo II y SS Benedicto XVI han estipulado en diversos documentos que esa interpretación no es la del Magisterio. Por tanto es perfectamente legítimo, es más, obligatorio, que los católicos dentro de la Iglesia, defendamos una interpretación continuista del texto conciliar, como no puede ser menos, para lo cual basta entender el momento histórico en que fue escrito.
Lo que parece poco razonable es que la interpretación secularizante de la DH sea similar entre los modernistas y los lefevbrianos, con la diferencia de aplaudir esa interpretación los primeros, y denostarla (y por ende a todo un concilio ecuménico) los segundos.
María Regina le bendiga.
La interpretación "continuista" de DH -que conozco bastante bien desde hace casi 15 años, en sus autores más representativos y destacados- es aislada y ultraminoritaria, tanto en los ámbitos pastoral (obispos, conferencias episcopales), académico (doctrina social de la Iglesia, Derecho público eclesiástico) y diplomático (concordatos postconciliares).
La "hermenéutica de la continudad" es un "discorso da fare" (Gherardini), pendiente de realización en muchos aspectos. Sirva de ejemplo el "ostracismo" al que fue condenado el buen fraile Victorino Rodríguez, op y su intento hermenéutico de la DH.
Saludos.
Hay una mayoría progresista y un minoría pusilánime y tibia.
Luego, una ultra minoría ortodoxa y finalmente una hiper ultra minoría lefebrista o filo.
Claro que eso no obsta a lo que dice Luis Ignacio, me parece.
Castellani decía que "faltan 1.000 sacerdotes en Buenos Aires, así como sobramos otros 1.000". Y yo calculo que manejó esa cifra porque el censo de ese entonces andaría por los 1.000 curas.
Las interpretaciones de DH que a mi modo de ver son un óbice para una hermenéutica de la continuidad no provienen de progresaurios, ni de los contestatarios sistemáticos del Magisterio.
Saludos.
Supongamos que su interpretación describiera la realidad. El obispo de Roma y yo queremos que la hermeneutica continuista sea la normativa en la pastoral y la enseñanza de la Iglesia. ¿Qué va a hacer usted?
Saludos
Yo también quiero la hermenéutica de la continuidad de DH. Pero no confundo mis deseos con la realidad.
¿Qué proporción del Episcopado mundial considera que la confesionalidad católica del Estado, que la CTC incluye (o incluía) en su programa, es un punto de doctrina católica de valor permanente (que es la tesis, distinta de la hipótesis, para usar términos de Pío XII)?
Saludos.
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LA
No puedo contestar a la pregunta que me hace, por falta de datos. No creo confundir mis deseos con la realidad. Lo que no hago es justificar pasividad o cisma so capa de los clérigos modernistas que puedan existir.
Saludos.
No justifico la pasividad o el cisma, supongo que esa reflexión tendrá otro destinatario.
Otra cosa es negar la realidad.
Saludos.
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LA
La realidad es que el texto de la DH es perfectamente asumible por cualquier católico que acate el Magisterio Tradicional de la Iglesia. La realidad es que las interpretaciones rupturistas de esa constitución han sido explícitamente desaprobadas por los últimos papas. La realidad es que Benedicto XVI ha explicado en varias ocasiones que este texto, como otros del CVII se han de leer en una hermenéutica continuista con la Tradición de la Iglesia. Esa es la realidad que gozosamente constato.
Saludos.
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Martín, quienes sean óbice para la interpretación continuista, son contestatarios. Y aunque no lo sean en otros puntos, en éste si lo son. Creo que es lo que quiere decirte Luis Ignacio.
por otro lado, ¿qué importan los porcentajes? La verdad no obedece a las encuestas.
Haga la denuncia ante la CDF. Y sobre todo, denuncie a uno de sus consultores...
Saludos.
Dice Vd.:
"La realidad es que las interpretaciones rupturistas de esa constitución han sido explícitamente desaprobadas por los últimos papas."
¿Dígame en qué documentos se han reprobado las interpretaciones rupturistas? ¿Y a qué intérpretes rupturistas se ha condenado? ¿Murray, Congar, Pavan, Colombo, Aubert, Lombardía, Soler y un largísimo etc.? Yo no me enteré de que se reprobara a ninguno.
Lo que sí hay es una respuesta de la CDF a unas dubia (1988) y su posterior recepción en algunos puntos del Catecismo (1993).
Pero no han tenido claridad suficiente para que se deje de sostener como nueva doctrina católica la laicidad aconfesional como tesis -incluso por un conocido obispo español, cmf para más señas...- en el ámbito pastoral, académico y diplomático.
Saludos.
Conozco algo, poquitísimo, de los entresijos de la curia vaticana gracias a un amigo que la frecuenta, y no preciso conocer más para darme cuenta que con "denuncias" no arreglamos gran cosa, aunque a veces algunos estén obligados de hacerlo en razón de su cargo o su circunstancia. Yo mismo he hecho la denuncias de un sacerdotes indigno y me la ha respondido el ahora Card. Ranjith.
LA Iglesia no necesita de fiscales inquisidores, los cuales frecuentemente caen en un carroñerismo obceno en su afán de buscar la basura debajo de la alfombra. LA Iglesia necesita de buenos hijos que la traten como se debe, o sea, como a una buena Madre. Los inquisidores cuentapropistas en cambio suelen terminar echando kerosén al fuego del cisma, como bien ha señalado L.I. Y aunque lo hagan sin proponérselo, lo cierto es que lo hacen.
Para ser bien concreto, adhiero al liberalismo (es decir, la organización social de la libertad) que han impulsado:
Jovellanos, Ortega y Gasset, Marañon, Julián Marías, Tocqueville, Royer-Collard, Guizot, Ludwig Erhard y Máximo Etchecopar (recientemente fallecido).
También me encanta el liberal compatriota mío José Enrique Rodó. Me gustaría ver a cristianos, defender a Cristo, como lo hace este agnóstico. Por eso, es recomendable, a quienes están confundidos sobre alugunas cuestiones tratadas aquí, que lean su Liberalismo y Jacobinismo; aseguro que aprenderán mucho.
--------> http://www.archive.org/download/liberalismoyjaco00roduoft/liberalismoyjaco00roduoft.pdf
Me maravilla ese cura liberal, culto e inteligente en serio, Richard John Neuhaus que supo apreciar el liberalismo del beato Juan Pablo II.
-----> http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1994128
Por último, me complace ver la correcta visión del liberalismo auténtico, de nuestro gran Papa Benedicto XVI en carta al senador Marcello Pera.
-------> http://www.ssbenedictoxvi.org/mensaje.php?id=1424
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LA
Estimado solodoctrina: en Francia se dio el nombre de jacobinos a la rama más exaltada de los revolucionarios liberales, atea y centralista, por contraposición a los girondinos, la rama moderada de los revolucionarios liberales, indiferente religiosa y federalista. Desde el principio existió esa dualidad dentro de la Revolución: los liberal-moderados devinieron liberal-conservadores y los liberal-exaltados surgieron los liberal-progresistas. Y con diversos nombres y disfraces, hasta la fecha nos han durado.
De hecho, la Revolución no hubiese triunfado sin esa dualidad, que actúa a modo de guía de carro de caballos, a veces arreando (exaltados) y a veces refrenando un poco (moderados), pero siempre en la misma dirección: la de lograr la apostasía pública de las sociedades antaño cristianas.
Usted es liberal-conservador, corriente dentro de la cual está bien visto tener fe y hasta ser piadoso... siempre que tales atribuciones no se trasladen a la vida pública: allí las leyes deben ser neutrales, los estados exquisitamente aconfesionales, la Verdad y el error respetados por igual medida.
A los tibios los vomitará el Señor de su boca.
Sin los liberales católicos jamás hubiese triunfado la Revolución liberal. No se tome el apelativo como acusación u ofensa; yo también fui liberal-conservador, y empleaba argumentos parecidos a los suyos.
El artículo del reverendo Neuhaus padece de un error de base que ya señalaba Sardá: la de llamar liberalismo a lo que nosotros pensamos (acogiéndose al prestigio supuesto de dicho término), y desechar como no liberalismo lo que no nos gusta. Neuhaus habla pensando en términos yanquis, donde el liberalismo no es exactamente lo mismo que en la dialéctica europea (al menos la continental). Combate contra fantasmas económicos y de totalitarismo estatal socialista, y les pone el mote de "falso liberalismo", mientras se imagina un liberal-conservadurismo católico (inviable en EEUU, por cierto) capaz de profesar una confesionalidad social a la vez que acepta los principios de la declaración de independencia, para lo cual ha de emplear varias páginas en alambicados razonamientos, tomando prestada la Centessimus Annus y lo que haga falta (¡qué diferencia con la síntesis y simplicidad de los argumentos de Sardá, sí sí; no no). Le deseo buena suerte en su empeño, pero lo que postula no tiene que ver con la Declaración Universal de Derechos Humanos y toda la doctrina de ella nacida (él mismo lo reconoce). Y esa es la que ha triunfado y la que vale.
Sobre la referencia a Benedicto XVI nada puedo decir: es un texto muy breve donde (sin ahondar en el tema) agradece a Marcello Pera que le enviara su libro, y le anima a luchar por el cristianismo dentro del liberalismo, para que llegue a ser lo que desde luego el liberalismo no es, o sea una doctrina del bien fundamentada en la revelación cristiana. Pues vale, también le deseo mucha suerte a Pera.
A mí no me parece que un texto cortés se pueda equiparar a varias encíclicas en cuanto a autoridad.
Cuando leo las razones de su admirado José Enrique Rodó en 1908 en defensa del crucifijo en un hospital, aludiendo a la tradición, al sentimiento, a la psicología.. atendiendo a todo tipo de razones puramente humanas (como esa risible comparación del crucifijo con la estatua de cualquier fulano, para explicar porque no ofende su presencia), el recurso tan viejo de ponerse como modelo de "equidistancia" entre los fanatismos de los "intolerantes ultramontanos católicos" y los "jacobinos", me resulta penoso. No puedo decir por más He aquí un liberal-conservador.
Ante tal agravio un católico lo único que tendría que decir es el crucifijo tiene que estar porque Cristo es el Señor del Universo. No hace falta ni media cuartilla.
En el fondo Rodó es fiel siervo del liberalismo, porque para "defender" al crucifijo, antepone la voluntad de la Razón sobre la de Dios. El mismo argumento del ángel caído. Ya se desenmascara esta cháchara en "El liberalismo es pecado":
partiendo en él del principio fundamental de que el hombre y la sociedad son perfectamente autónomos o libres con absoluta independencia de todo otro criterio natural o sobrenatural que no sea el suyo propio
De ahí el apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación de las almas.
Etcétera, etcétera.
Leyendo al bueno de Rodó indignado por la propuesta de retirada de crucifijos hecha por sus compañeros jacobinos (el yin no existe sin el yan), no puedo evitar recordar muchas frases del buen mosen don Feliu, alusivas a los liberal-católicos, tan proféticas. Se podrían emplear para contestar a Rodó con 30 años de adelanto:
Porque reconociendo la sociedad por única ley social el criterio de los más, sin otra norma o regulador, ¿cómo puede negarse perfecto derecho al Estado para cometer cualquier atropello contra la Iglesia siempre y cuando, según aquel su único criterio social, sea conveniente cometerlo?
De aquí los diferentes partidos liberales que pregonan Liberalismo de tantos o cuantos grados, como expende el tabernero el aguardiente de tantos o cuantos grados, a gusto del consumidor. De aquí que no haya liberal para quien su vecino más avanzado no sea un brutal demagogo, o su vecino menos avanzado un furibundo reaccionario. Es asunto de escala alcohólica y nada más.
A los fundadores del Liberalismo católico pareció cosa fácil. Discurrieron una razón individual ligada a la ley del Evangelio, pero coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda traba en este particular. Dijeron: "El Estado como tal Estado no debe tener Religión, o debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla”. Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse como tal, de la misma manera que si para él no existiese dicha revelación.
De suerte que, sin sentirlo ellos mismos, encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no tiene tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente distinto
Por otra parte me maravilla (como a Sardá), que todavía existan liberal-católicos convencidos, teniendo en cuenta como, de forma invariable, la experiencia histórica a lo largo de dos siglos, ya desembozadamente en la actualidad, nos ha enseñado que los regímenes liberales inspirados en la revolución francesa han transformado siempre e invariablemente a las sociedades cristianas en sociedades ateas. Jamás un régimen liberal transformó a una sociedad pagana o indiferente en cristiana. Todos ellos convirtieron naciones católicas en ateas. Nuestro país es un paradigma de ello.
En realidad, los jacobinos, los exaltados, los progresistas, son los más coherentes de todos los liberales. Persuadidos de la veracidad de su error, están dispuestos a ser fieles a él hasta la última consecuencia: la de su condenación y la de toda la sociedad.
Saludos.
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