Los orígenes del Palmar de Troya (y 4)

Concluimos con esta entrega la serie de cuatro artículos del escritor José Jiménez Lozano publicados por el diario El País en 1976, antes de la autoproclamación papal del vidente y fundador de la secta del Palmar de Troya, que tuvo lugar en 1978. Lea los artículos anteriores: primero, segundo y tercero.

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REPORTAJE: El barroco asunto de El Palmar de Troya / y 4

Satanás vencido y el catolicismo restaurado

José Jiménez Lozano, 13/05/1976

«El barroco asunto de El Palmar es mucho más complejo, como he tratado de mostrar…». Así comienza la conclusión definitiva de Jiménez Lozano sobre este barroco asunto que El País ha tratado a lo largo de cuatro capítulos. Queda claro que, al margen de folklorismos o de apresuradas justificaciones ideológicas, el tema de El Palmar aún merecerá por algún tiempo la atención de los periódicos.

A los ojos del catolicismo barroco, la Iglesia es ya el Reino de Dios que sólo necesita ser extendido y defendido. Cualquier transformación o reforma es su ruina y sólo puede estar inspirada por el Diablo con el que esa Iglesia está en lucha en la historia. La teología contrarreformista y barroca, que hace esa equiparación entre Iglesia y Reino de Dios, cala profundamente en el pueblo, no sólo porque asume y amplía hasta la exacerbación la sensibilidad religiosa medieval, el culto de los santos, por ejemplo, y el sentido de fiesta y milagrería, sino también porque es un catolicismo voluntarista y anti-intelectual, un catolicismo de tensión y de lucha entre el bien y el mal, la Ciudad de Dios y la Ciudad de este mundo demoniaco y resuelve ya desde ahora el problema de la salvación, si se pertenece jurídicamente a la primera.

En un catolicismo como el español, el barroco viene a consumar, además, la equiparación de fe y casta hispánica. Conformada por el catolicismo barroco, y en el plano de lo religioso como en otros, este pueblo nuestro resulta impotente para cualquier otro tipo de sensibilidad religiosa, de horizonte y categorías religiosas de pensar y sentir que no sean las de ese catolicismo barroco anti-intelectual y voluntarista, clerical y jurídico, belicoso y seguro, castigo y esencialmente en el sentido de ecuación de la fe con la polis, de simbiosis Iglesia-Estado, religión-nacionalidad: un catolicismo de base y talante popular misoneísta y xenófobo, reluctante a todo cambio y partidario de las «vejeces católicas» y del maravillosismo medieval: supersticioso con frecuencia.

Contrarreforma

El Vaticano II representaba opciones casi simétricamente polares. El Vaticano II ha tratado de clausurar precisamente la era contrarreformista y de asumir todos los logros auténticos del mundo moderno, haciéndose eco, a la vez, de la situación del catolicismo de este tiempo en que las cristiandades han muerto, y ha liquidado como tipo ideal cristiano el tipo del cristiano barroco. Era una opción inevitable y válida, en términos teóricos al menos; una falsilla sobre la que ir escribiendo la evolución del propio catolicismo barroco hispánico. Pero el Vaticano II se recibió, en seguida, entre demasías y «jacquerías», por un lado, de resistencias superortodoxas, por el otro, y no ha tenido en realidad una «recepción» normal por parte del pueblo fiel.

Incluso las transformaciones más jerárquicamente definidas y controladas se han hecho impositivamente y sin ninguna clase de catequesis previa, de explicaciones del gran giro dado. Gran parte de los fieles han quedado, así, a la intemperie desde el punto de vista intelectual v sentimental. Y, si unos han ido a parar a la mayor indiferencia religiosa, otros se han aferrado a las formas y hábitos, que revestía el catolicismo de su infancia y de la tradición nacional profundamente arraigada y han mirado, en seguida, como un apocalipsis el aggiornamento de la lgesia.

El catolicismo popular absolutamente desvalorizado en todos sus aspectos -incluso en los más positivos- ha visto potenciados los más oscuros: la milagrería y la superstición, en un mundo como el de esta civilización tecnológica, ansioso de maravillosismo e irracionalidad al mismo nivel laico en el que se tienen apariciones de platillos volantes misteriosos y en el que la charlatanería esotérica, que debería servir de diversión, es tomada en serio: horóscopos, adivinos, prestidigitadores, etc.

Hay que comprender que Garabandal, Ladeíra o El Palmar de Troya satisfacen ampliamente ese aspecto milagrero del catolicismo popular y que tanto sus mensajes como la forma de su culto totalmente tradicional tienen con ese catolicismo un infinito mayor parentesco que, por ejemplo, una espiritualidad bíblica por seria que sea y por necesaria que se revele. Se ha desbarroquizado muy deprisa y con ateo o mucho de irresponsabilidad el catolicismo popular, unido, por ejemplo, de manera muy fuerte, aunque no siempre de forma pura, al culto de los santos y de las ceremonias brillantes, y no ha habido nada incitante para sustituirlo en la sensibilidad popular.

La misa tridentina, con su latín, sigue siendo extraordinariamente atrayente para ese pueblo y éste siente su nostalgia quizás sólo por alguna razón mágica o de subconsciente recuerdo de su infancia, pero la siente. En el siglo XVI, el doctor Porras y el doctor Martín de Azpilicueta, llevados por los mejores deseos de reforma de unos cultos populares semisupersticiosos y semipaganos quisieron también que las iglesias dejaran de ser el lugar y la ocasión de mil irreverencias, de mil profanaciones y de muchas juergas demasiado humanas, pero la cuestión estaba en que, si dejaban de suceso, se convertirían de hecho en adustas iglesias protestantes, y a la Iglesia española de la época la pareció peor el remedio que la enfermedad.

Y ahora se da una apuesta parecida: el catolicismo barroco es perfectamente anacrónico con la sensibilidad moderna y traiciona o condiciona demasiado en vez de traducir, el mensaje cristiano en múltiples aspectos, pero la cuestión está también en que si no prosigue este catolicismo, no parece que, de momento al menos, pueda evitarse una desbandada. Desbandada hacia la indiferencia, porque nos han cambiado la religión y ya se ve que todo era un cuento o desbandada hacía el catolicismo «íntegro», que la Iglesia ha traicionado y que la Virgen, primero, y luego todos los santos y el mismo Dios han venido a restaurar a El Palmar de Troya. Toda la corte celeste de los viejos devocionarios Y novenas ha acudido aquí a suscribir su protesta contra la Iglesia de Roma, corrompida y en componendas con la herejía.

La revelación de Dios continúa abierta y Dios habla, ahora, precisamente como era necesario hablar contra obispos y cardenales o sacerdotes seducidos por las novedades. En El Palmar se reza el rosario y se habla latín. Se pueden producir milagros y algunas mujeres que, en la Iglesia Oficial sólo podrían ser presidentas de cofradía como mucho quedan ahora elevadas a la categoría de videntes, todas las «vejeces católicas» del vicio catolicismo lucen esplendorosamente y el clima psicológico es apocalíptico, terrible: en El Palmar se anuncia ya una gran guerra purificadora. Las gentes están ansiosas de apocalipsis, como ha ocurrido siempre en todos los movimientos populares: parece como si no tuvieran suficiente con la violencia y el horror de la historia y desean el horror apocalíptico final y la llegada del Paraíso.

La irracionalidad y el horror de los buenos son casos que han estado siempre en la base de todos los movimientos quiliásticos y escatólogicos: desde los milenarismos del medievo o el barroco hasta el anarquismo, el comunismo libertario, el utopismo marxista, el mito nazi de la raza elegida o los diversos regeneracionismos de la patria antigua y eterna, pasando por todos los otros mesianismos del tiempo de Carlos I, por ejemplo, y por toda la serie entera de aberraciones religiosas y fanáticas igualmente mesiánicas y a veces de marcado carácter sexual.

Gentes sencillas

Muchas gentes sencillas reencuentran aquí su Iglesia por la sencilla y simple razón de que, ahora, en su parroquia no encuentran ya a San Roque o a Sán Expedito ni el cepillo de Animas. Ni se las convoca a la lucha última v definitiva contra Satán, ni al sufrimiento reparador del mal de los malos. El católico hispánico se vuelve a sentir favorecido con el Cielo, confirmado en sus seguridades y, en la ecuación de su nacionalidad y su fe, en la ortodoxia-españolidad, alzado sobre todas las naciones que habrán de peregrinar hasta El Palmar a buscar la Luz. Y, desde otro punto de vista, las gentes disgustadas con el giro de la política vaticana o con la falta de amparo en que la Iglesia ha dejado algunos o muchos bolsillos o intereses políticos están más que dispuestas a creer que ésta es la verdadera Iglesia, porque estas apariciones, además, han mostrado ya su simpatía hacia ellas.

Los que dirigen la nueva Iglesia de El Palmar podrían ser unos farsantes, pero no es necesario poner en tela de juicio su buena fe para comprender muy bien que se sientan reformadores y salvadores enviados de Dios. Por el instante, apelan, como es de rigor, al Papa mal informado, o prisionero de la Iglesia, como han apelado hasta ahora todos los mesías y visionarios. Pero si el Papado no les da la razón, como naturalmente no puede dársela, no sería raro que la declararan igualmente agente de Satán. Los señores de la ultraderecha francesa ya lo hicieron con León XIII por la Rerum novarum, y ya hemos escuchado recientemente en este mismo país, acerca de Pablo VI, algunas otras cosas por el estilo con ocasión de los acontecimientos políticos del otoño de 1975.

Lo dramático

Lo verdaderamente dramático de El Palmar es, sin embargo, aparte de un pequeño cisma de no más que de tres al cuarto, como el de Clemente XIV de hace unos años en Francia que cuando se adjudican a la fe cristiana y, para más señas, a la Virgen María y a toda la corte celestial las frustraciones, las pesadillas, los rencores y las decepciones o incluso la falta de entendederas de unos cuantos visionarios, entonces de alguna manera también la Iglesla y la fe pasan en los periódicos en la opinión pública de un tiempo secularizado como el nuestro a la sección de «chistes pasatiempos», y no hace falta ser cristianos para comprender que la seriedad de la fe cristiana y el honor cristiano de la Iglesia quedan resueltamente banalizados hasta la comadrería, la burla y el desprecio. Es algo muy grave a puro nivel cultural y desde luego religioso, y a Voltaire mismo, creo yo que se le helaría un poco la sonrisa en la boca.

Cuestiones al margen

De modo muy deliberado, he dejado al margen de estas notas y reflexiones en torno al asunto de El Palmar dos aspectos que han agitado un poco la opinión pública más superficial: 1) el supuesto embarazo de las religiosas de El Palmar, lanzado como un venablo muy venenoso por cierta prensa muy deseosa de éxito sensacionalista, y 2) las supuestas fantásticas posibilidades económicas de El Palmar o su financiación incluso por parte de la CIA.

Evidentemente, quien esto escribe no ha hecho el test de embarazo a las religiosas de El Palmar y no sabe nada acerca de este hecho, pero siente el máximo respeto por las personas y el honor de las personas cuyas ideas y actitudes no comparte o incluso se ve obligado a criticar. Del mismo modo, tampoco pertenece a la CIA, ni ha controlado las cuentas bancarias de de las gentes de El Palmar, pero le llaman mucho más la atención los medios de otras instituciones incluso religiosas que los de esta Iglesia apocalíptica y en cualquier caso, cree que el barroco asunto de El Palmar es mucho más complejo, como ha tratado de mostrar, que lo que una reducción a esos aspectos podría pretender.

Y a la vez, mucho más sencillo, porque las más menesterosas apariciones de El Palmar quizás no sean, después de todo, menos serias que otros fenómenos de esta piel de toro en el plano político, cultural o incluso religioso. Son una manifestación más de un cierto estado de cosas: llevan un made in Spain que no debe olvidarse. Y un made también en una Iglesia Católica siempre más condescendiente con la superstición popular que con los más intentos o aventuras intelectuales y tecnológicos.

Fin.

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