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23.04.16

Ser Cristiano Hoy (I)

En las próximas entradas de este Blog voy a publicar en varias entregas un ensayo sobre la mística que ya se ha publicado en la Revista de la Razón Histórica hace unos años. Será una revisión corregida y actualizada.

Estoy absolutamente seguro de que no se puede ser un verdadero cristiano, un discípulo de Cristo, si uno no es místico. Porque ser cristiano no es seguir una ideología política ni una filosofía ni una determinada moral. Ser cristiano es encontrarse con Cristo, escuchar sus palabras, dejarse transformar por la gracia y tratar de cumplir su voluntad hasta entregar y desgastar la propia vida en ese camino hacia la santidad. Y eso es la mística: vivir unido a Cristo, al Amado; dejarse santificar por Él, cargar con la Cruz, olvidarse de uno mismo y seguirlo hasta las últimas consecuencias. Gran lección nos dan los mártires que entregan su vida y derraman su sangre por el Señor en Oriente Medio, en África, en China, en Corea del Norte. Que ellos intercedan por nosotros para que, siguiendo su ejemplo, seamos dignos discípulos de Cristo, Nuestro Señor.

“Dios no se muda", decía Santa Teresa. Las ideas filosóficas cambian; las ideologías nacen y mueren; las leyes se pueden cambiar. Pero Dios no cambia. El mundo quiere hacerse un dios a su medida, un diosecillo siempre bueno, dulzón y bobalicón. Un dios que nos perdone sin necesidad de que nos convirtamos. Un dios que nos deje pecar a gusto y que bendiga nuestros vicios y nuestras vergüenzas. Queremos un dios que no moleste. Pero ese no es el Dios de Jesucristo. ¿Quieren ustedes encontrarse con Cristo? Les aseguro que ese encuentro les puede complicar la vida. Pero también les puedo garantizar que merece la pena porque sólo Él tiene palabras de vida eterna, sólo Él puede dar sentido a nuestra vida. Arriésguense. 

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9.04.16

26.03.16

23.03.16

11.03.16

Oración

Dame a mí, Señor, el dolor de mis hermanos. Permíteme compartir tu cruz y llénalos a ellos de tu amor. No soy masoquista. Tampoco, un héroe. Yo ya he encontrado el tesoro escondido y todo lo estimo en nada al lado de ti, mi Señor. Y veo mucho sufrimiento, mucho dolor, mucha desesperación. Chicos rotos, familias destrozadas; madres que sufren por sus hijos, por sus matrimonios fracasados, por enfermedades graves. Hay tanto dolor y tanto pecado… Permíteme sufrir a mí sus padecimientos. Únceme al yugo de tu cruz. Déjame, mi Señor, ser molido por el pecado, como Tú lo fuiste, para que los otros vivan y sientan, como yo siento, el desbordante gozo de tu amor.

Que yo enferme para que otros sanen. Que yo sea despreciado para que otros sean amados. Que yo no vea ni oiga ni sienta, para que mis hermanos te vean, te escuchen y te sientan. Que yo sea nada, para que quienes nada tienen, te tengan a Ti. Porque quien a Ti te tiene, ya nada necesita. Que nadie se acuerde de mí, que nadie me estime en nada, para que todos se acuerden de Ti y todos te quieran a ti, Cristo, sobre todas las cosas. Traspasa mis manos, mis pies y mi costado con tus llagas para poder compartir contigo ese dolor que redime y salva.

Porque Tú no eres un Dios lejano, no eres una alteridad transcendente ni una energía cósmica, extraña a nuestro mundo, a nuestro sufrimiento y a nuestro dolor. Eres el Dios Encarnado, hecho hombre. Eres el Dios que ve nuestro sufrimiento, nuestro dolor, nuestra ceguera, nuestros pecados y carga sobre sus espaldas todo ese dolor, todo ese mal, para que nosotros tengamos vida, esperanza y amor. Para redimirnos, para salvarnos. Te dejas triturar y romper para que tu Cuerpo sea el alimento de nuestra salvación. Hazme instrumento de tu redención, Señor. Dame tu amor y tu gracia, que eso me basta. Tú sufres con nuestro sufrimiento, lloras nuestras lágrimas, lavas nuestros pecados con tu sangre derramada. La sangre de tus mártires sigue limpiando nuestro mundo. Déjame ser uno de ellos. Pero que la gloria sea sólo para ti. Que nadie me reconozca ni me ensalce a mí. Que te vean sólo a ti y no a mí. En tus manos pongo, Cristo, Señor mío, mi cuerpo y mi sangre. Soy tuyo. Mi vida es tuya. Hazme instrumento de tu salvación. Deja que me trituren para que pueda colaborar como los santos en la construcción de tu Reino.

No quiero reconocimientos. No quiero alabanzas. No quiero riquezas, ni glorias, ni que todos hablen bien de mí. No quiero poder. Sólo te quiero a Ti, Jesús mío. Sólo quiero acogerme en tu Corazón, llenarme de tu amor para ser caricia para los que me rodean cada día. Que mis manos sean tus manos para bendecir a los niños. Que mis labios sean tuyos para que besen a cuantos necesitan tu ternura. Que mis palabras sirvan para transmitir tu amor, tu esperanza. Que todo lo que soy hable de Ti a quienes no te conocen. Que mi vida sirva para conducir a Ti a cuantos andan a oscuras.

Yo sin Ti no soy nada. Sin Ti, no valgo nada. Soy barro y pecado. Pero Tú derramaste tu sangre para salvarme. Tú me amas desmesuradamente y yo nunca te podré amar como Tú me amas. Pero sabes que - limitado, miserable y frágil - te quiero. Confío ciegamente en Ti. Nada quiero, salvo a Ti. Nada espero, salvo a Ti. Sírvete de mí , Señor para ser cauce de tu amor, para sanar a los que sufren; para que vean los que no te ven; para que te oigan, los que no te conocen; para que vivan los que están muertos (aunque ellos no lo sepan).

Que mi corazón se arrodille siempre ante Ti, frente al Sagrario. Que mi mente no piense en nada más que en Ti. Que mi sabiduría seas Tú. Que mi gloria seas Tú. Que yo muera para que otros vivan. Que yo sufra para que otros gocen. Que yo no sea nada para que Tú lo seas todo para todos. Que mi gloria sea tu Cruz.

Santiago Valle