InfoCatólica / Germinans germinabit / Categoría: Signos litúrgicos

19.11.10

Capítulo 11: Los gestos de Conveniencia

Roma: basílica de San Clemente

Reunimos bajo este título una serie de gestos de importancia secundaria, dictados más que por una finalidad espiritual, por un sentido de decoro y de buena educación.

A) El sentarse. — Es la actitud de quien enseña y de quien escucha. El obispo, ordinariamente, hablaba a los fieles sentado en la cátedra; los fieles escuchaban su palabra también sentados. Ego sedens loquor -decía San Agustín- vos stando laboratis (1). El pueblo se sentaba también mientras se hacían las lecturas. San Justino lo supone ya, y San Agustín recomienda al diácono Deogracias que durante la predicación haga sentarse a los fieles, a fin de que no se cansen. Se sentaba también el celebrante con los sacerdotes durante el canto del responsorio gradual. San Jerónimo escribe: In ecclesia Romae presbyteri sedent et stant diaconi, licet… ínter presbyteros, absente episcopo, sedere diaconum viderim (2). Para el pueblo no había escaños a propósito, sino que todos se acomodaban directamente sobre el pavimento o sobre esteras. El uso de los bancos en la iglesia es relativamente reciente. Fue introducido después del siglo XVI siguiendo el ejemplo de las iglesias reformadas que sentían una especial necesidad, dada la importancia preeminente concedida a la predicación.

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4.11.10

Capítulo 9º: Los gestos de reverencia (parte 2ª)

La incensación.

Ab illo benedicaris, in cuius honore cremáberis

Seas bendecido por Aquel en cuyo honor serás quemado.

(Fórmula de la bendición del incienso)

Nuestros antepasados tenían un concepto sumamente simple de Dios. Lo consideraban espíritu por analogía al aire que se respira (para ellos inmaterial). Por eso creyeron que de los sacrificios (que formaban parte de la economía alimentaria), le correspondía al hombre lo que se come, y a Dios lo que se aspira: “olor de suavidad para Dios”. Y por eso también, entendieron nuestros antepasados que una manera gratísima de culto a Dios era ofrecerle el perfume que se desprende de quemar maderas y resinas aromáticas. Entre éstas, cobró merecida fama la resina de los cedros del Líbano, hasta el punto de que en griego al incienso lo llaman sin más “ líbanon ”, con una veintena de derivados.

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29.10.10

Capítulo 8º: Los gestos de reverencia (parte 1ª)

Con los gestos de reverencia, nosotros expresamos el obsequio interior que debemos a Dios en el Sacramento eucarístico o en sus elementos rituales, o a las personas que lo representan en el culto litúrgico. Se reducen a tres:

a ) La inclinación y la genuflexión.

b ) La incensación.

c ) Las luces.

La inclinación y la genuflexión .

La cabeza y las espaldas, que en la inclinación se doblan delante de alguno, indican instintivamente un sentido de respeto y de veneración hacia él; si se trata de Dios, expresa un sentido de adoración. La liturgia las ha usado y las usa todavía profusamente. El I Ordo romano observa que, dicho el Sanctus, todos, “ episcopi, diaconi, subdiaconi et presbyteri in presbyterio permanent inclinati” (1) y permanecen así hasta la conclusión del canon. Este inclinarse estando de pie o también prosternarse, como se hacía por algunos, no era una veneración de la Eucaristía en nuestro concepto actual, sino más bien un compenetrarse de mística reverencia por la bajada del Espíritu Santo y de los ángeles, mientras con humildad se recogía el celebrante ante el solemne misterio que se cumplía sobre el altar. Hasta el siglo XVI , el gesto de la genuflexión, hoy tan difundido, era desconocido para la liturgia; en su lugar se hacía una inclinación más o menos profunda .

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22.10.10

Capítulo 7 º: El Gesto del Saludo y de la Fraternidad: El Beso Litúrgico

San Pablo es el primero que habla de este gesto, hasta entonces extraño al culto, como gesto de saludo y de espiritual fraternidad : Salutate fratres omnes in ósculo sancto (1) No podemos precisar si el Apóstol se refería con estas palabras a un rito litúrgico; pero esto es sumamente probable, porque San Justino, a mitad del siglo II, lo recuerda expresamente como tal.

Nada impide creer que en esta época el beso se diese sobre los labios, como era costumbre en la vida civil, y sin distinción de sexo; tal promiscuidad estaba en vigor todavía en África en tiempo de Tertuliano, el cual no disimula la dificultad para un marido pagano de permitir a la mujer cristiana alicui fratrum ad osculum convenire (2). Pero es fácil comprender que cuando la simplicidad y la pureza de las costumbres primitivas comenzaron a disminuir, un gesto tal podía dar lugar a abusos, los cuales se trató de remediar con varios medios. El principal fue el de limitar el beso a cada uno de los sexos, hombres con hombres, mujeres con mujeres, como prescribe la Traditio. La carta del Pseudo-Clemente (siglos II-III) no sólo atestigua que los hombres se cambiaban solamente entre ellos el beso, viri viris (3), sino que añade el particular curioso de que las mujeres besaban la mano derecha de los hombres, envuelta por ellos en el pliegue del vestido.

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16.10.10

Capítulo 6º: Los gestos de la Penitencia (2ª parte)

Los golpes de pecho .

Los golpes de pecho, es decir, del corazón, son un gesto que quiere expresar el sentimiento interno, la contritio cordis (1) , por una culpa cometida, cuya raíz está precisamente en el corazón. El publicano y el centurión del Evangelio suponen un uso familiar tanto a los hebreos como a los paganos. Adoptado por la piedad cristiana desde los primeros siglos, el gesto debió ir acompañado de alguna fórmula análoga al actual Confíteor con la cual se hacía una confesión genérica de las propias culpas. Esto se deduce por un curioso detalle hecho notar por San Agustín a sus fieles, los cuales, cuando oían pronunciar por el lector la palabra confessio, se golpeaban el pecho. Ubi hoc verbum ( confessio ) lectoris ore sonuerit, continuo strepitus pius pectora tundentium sequitur (2) . Ahora él hace observar a ellos cómo el término confessio (confiteri), no quiere siempre decir acusación de los pecados," sino a veces también "alabanza, glorificación de Dios," como en aquellas palabras: Confíteor tibi, Pater (3) , o en el salmo 117: Confitemini Domino (4).

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