Reformas como la del Abad Cisneros

Reproduzco un interesantísimo artículo de D. Luis Fernando Figari aparecido en la web oracioncatólica.info sobre el espíritu reformador del que fuera abad de Montserrat Dom Cisneros. Espíritu de un auténtico hombre de Iglesia que marcó con auténtica grandeza la historia de nuestra renovación cristiana.

Cuando desde Germinans a menudo abogamos por una Reforma radical de la Iglesia en Cataluña y por antonomasia en Barcelona, lo hacemos convencidos de que la endogamia que se crea en nuestras diócesis con el nombramiento y gobierno pastoral de obispos con demasiadas “relaciones peligrosas” in situ, establecidas ya desde el pasado y que por una parte los mantiene maniatados y por otra les condiciona su examen de la realidad, en una palabra les priva de perspectiva y de libertad. Uno de los grandes problemas del Cardenal Martínez Sistach cara a una renovación de la Iglesia en esta Archidiócesis es justo ese: que es demasiado de aquí y que tiene demasiadas amistades a las que servir.

El que se convertiría más tarde en el Abad Cisneros, amén de ser una persona de una formación intelectual y una talla espiritual extraordinaria, hacia gala de un profundo anhelo de santidad en la tan necesaria reforma de la Iglesia de su tiempo. Le casta le venía al galgo, pues su tío el cardenal Cisneros pasará a la historia como uno de los más grandes y válidos reformadores de todos los tiempos.

Espero que una lectura atenta de este artículo llegue a perfilar a nuestros lectores el boceto de Reforma por el que también suspiramos nosotros en nuestros días. Triste e inevitablemente cuando marche Sistach. Y el nuncio Monteiro y el cardenal Re también.

“Un maestro de oración, García Giménez Cisneros”, por Luis Fernando Figari

Hacia 1493 una docena de monjes, cansados del largo camino desde Valladolid, ascendía trabajosamente hacia el santuario de Nuestra Señora, en Montserrat. Entre ellos iba quien sería elegido prior, y más tarde abad del monasterio de Montserrat, García Giménez. Poco tiempo antes, los Reyes Católicos habían logrado que el Papa Alejandro VI anexionase Montserrat al monasterio de San Benito el Real de Valladolid.

Nacido en la villa de Cisneros, del antiguo Reino de León, en 1455, García o Garsías será conocido como de Cisneros. Hacia el inicio de la década de los 70 ingresó al monasterio benedictino San Benito, de Valladolid, en el que llegó a ocupar el cargo de segundo prior. San Benito era ya entonces centro de lo que se ha dado en llamar la reforma vallisoletana. Fundado en 1390 por auspicio real fue desde un principio destinado a convertirse en un centro de restauración de la estricta observancia.

Ya desde tiempos de su noviciado, García es un entusiasta lector del Salterio, acompañándolo por los comentarios de San Agustín. Como buen aprendiz de monje se fue familiarizando con la vida y dichos de los Padres, así como con obras de San Agustín, de San Gregorio, y otros, cuyas doctrinas son sólido alimento para el espíritu. Por ese entonces estaba en su apogeo la reforma exterior e interior, la austeridad y la observancia en Valladolid. A mediados de la década del 70, unos diecisiete monasterios reconocían la dirección de la abadía de Valladolid. Sin embargo, más que un centro intelectual, que ciertamente no era, San Benito el Real era un centro de espiritualidad, en el cual los monjes se dedicaban a “vacar al estudio de la conciencia". Por entonces, hacia fines del siglo XIV, bajo influjos nórdicos de la “Devotio moderna", los monjes se aficionaron a la oración metódica.
Reforma y observancia

En pleno período de los Reyes Católicos, o de las reformas y observancias, que ellos auspiciarían activamente desde 1485, llegaba el joven monje para hacerse cargo de la reforma de Montserrat. Como bien ha señalado un estudioso del siglo XVI español, eran tiempos signados por la unidad. Unidad de Aragón y Castilla (1479). Unidad geográfica de dimensiones planetarias, esta vez simbolizada por el descubrimiento del Nuevo Mundo (1492). Uno de sus “predecesores", superior de los eremitas de Montserrat hacia 1482, antiguo secretario de Fernando el Católico, Bernardo Boil, acompañó a Cristóbal Colón en 1493, justamente por los tiempos en que García llegaba a Montserrat. Habría que ver en ello todo un símbolo del rol al que estaba invitado a desempeñar el monasterio de Montserrat en la reforma religiosa que con carácter nacional, antes que Trento o las manifestaciones protestantes, impulsaban Isabel y Fernando.

La situación ante la cual reaccionaba la reforma se ve descrita en el documento en que los Reyes la ordenan: «… porque en nuestros reinos hay muchos monasterios e casas de religión, así de hombres como de mujeres, muy disolutos y desordenados en su vivir e en la administración de las mismas casas e bienes espirituales e temporales, de lo cual nacen muchos escándalos e inconvenientes e cosas de mal ejemplo… de que nuestro Señor es muy deservido, e a nos se podría imputar e dar asaz cargo». Fueron esos mismos Reyes Católicos, quienes en una visita realizada al monasterio de Montserrat, en 1492, tomaron consciencia de la necesidad de su reforma, y obtuvieron que la congregación de Valladolid se hiciera responsable del proceso.

El 3 de julio de 1493, García se hacía cargo del priorato de Montserrat, que dependía por entonces de Valladolid. Muy pronto se entrega a la reforma, tanto en los aspectos materiales y exteriores del convento, como en lo relativo a la disciplina comunitaria y la vida interior de los monjes.

Según se especula, al realizar una gestión de paz ante Carlos VIII, rey de Francia, en 1496, tuvo ocasión de tratar con Juan Mombaer (1460-1503), quien por entonces radicaba en el monasterio de Livry, cerca de París. Mombaer o Mauburnus es uno de los propagadores de la “Devotio moderna", autor de una recopilación de textos de la espiritualidad de Windesheim, conocida como el `Rosetum’ (`Rosetum exercitiorum spiritualium’). Sea el que fuere el alcance de este viaje, a su regreso, el prior se entrega con renovados brios a la reforma de lo que en realidad era un cenobio —santuario— eremitorio. La situación de Montserrat en poco se parecía a la de Valladolid. Centenares de peregrinos acudían diariamente, no pocos recibían alimentos de los monjes, y los enfermos era fraternalmente atendidos, los sacerdotes ejercían sus responsabilidades espirituales confesando, dando orientación espiritual, instruyendo a los peregrinos, y celebrando las solemnes ceremonias litúrgicas.

García de Cisneros se vio desde un principio con el reto de aplicar una reforma conventual y estrecha a la realidad sumamente activa de Montserrat. De ánimo emprendedor y combativo, no sucumbió por el sendero fácil. Procuró preservar todas las características singulares de Montserrat, entre las que destacaban la oración mental —diversa de Valladolid, quizá introducida por el abad Juan de Peralta según la inspiración del método de Luis Barbo (c. 1382-1443), o confirmada según práctica anterior— y las solemnidades en la liturgia, lo que causó más de un problema con el monasterio principal de Valladolid. En el Capítulo General de 1500, García logró que sus proyectos fueran reconocidos. Ya con un nuevo estatuto, Montserrat estrena nuevas Constituciones en 1501, impresas en su propia imprenta, inaugurada pocos años antes. En ellas se establecía que los monjes de Montserrat seguían la Regla de San Benito, pero “en otras cosas, algunas diferentes de nuestra congregación (Valladolid), nos conformásemos con las loables costumbres de este monasterio, por conservar la devoción de los peregrinos".

En 1502, las constituciones de la reforma de Montserrat alcanzarían condición de norma fundamental del monasterio catalán. Reunidos todos los monjes en la sala capitular, el 18 de agosto, no sólo ratificaron las constituciones, sino que determinaron que ningún abad tomaría el cargo sin antes jurar que las respetaría y las haría respetar. Los “spirituales exercicios” núcleo de la reforma cisneriana, quedaban así reconocidos como recto camino de perfección y vida religiosa.

La obra de reforma

Demasiado largo sería ingresar a los detalles de la reforma de Montserrat. Baste dar una breve noticia de la misma exponiendo algo sobre la “ratio studiorum” de García de Cisneros. Montserrat es convertido por el abad García en una escuela de formación espiritual.

Tres serán los cursos básicos en los que se habrán de formar los monjes. La oración mental metódica, según el `Ejercitatorio de vida espiritual’, a cuyo estudio deberían entregarse antes de ingresar a la práctica. Este estudio se iniciaba en el noviciado, profundizándose con la Regla de San Benito (c. 480-547), el `Beatus vir’ o `Trapado de la ascensión espiritual’ de Gerardo Zerbolt de Zutphen (m. 1398), y el `Directorio de las horas canónicas’. Luego procedían al estudio de los salmos y el Oficio Divino, así como a los comentarios de los salmos de San Agustín. El tercer curso versaba sobre la teología moral y la predicación, para cuyo estudio estaba sugerida la `Suma Teológica Moral’ del dominico San Antonino de Florencia (1389-1459) y el Preceptorio de las leyes divinas, según exposición del Decálogo del también dominico Juan Nider (m. 1438). Los monjes debían estudiar y el maestro tomarles la lección. El tiempo de estudio estaba también regulado: “Después de Prima, váyanse con sumo silencio a sus celdas, de las cuales ningún monje salga hasta el signo primero de Tercia… En el cual tiempo tenga cada uno lección diputada, según que el prelado se la asignare, en la cual sólo se ocupe y no en otra".

El rigor en la etapa de formación en relación a la selección de obras de texto a ser estudiadas, era seguido posteriormente, luego de la “graduación", por una gran liberalidad en la elección personal de los libros de la muy bien provista biblioteca del monasterio.

Como su primero, el cardenal fray Francisco Giménez de Cisneros, estrecho colaborador, desde 1493, del movimiento reformador de los Reyes Católicos, García era un convencido de la utilidad de la imprenta en el impulso evangelizador de la reforma. Antes de fin de siglo ya editaba Montserrat un primer “Enchiridion Benedictinum", que incluía la Regla de San Benito, obras de San Buenaventura (1221-1274), el `Tratado de ascensión espiritual’ de Gerardo de Zupthen, entre otras obras. Muy pronto fue seguido por la elección de misales, breviarios, procesionales y los ejemplares del `Directorio de las Horas Canónicas’, las `Constituciones de los Monjes’, así como otras obras atribuidas al ilustre Abad, entre ellas: “Ejercitatorio de la vida espiritual", terminada el 13 de noviembre de 1500, editada simultáneamente en latín y en español. La escuela de formación de Montserrat contaba así, ante todo, con una buena provisión de libros para sus propios estudiantes y monjes, así como para irradiar a otros monasterios y conventos, al igual que a los laicos, la espiritualidad de la reforma vivida en el monasterio de Nuestra Señora bajo la dirección del abad García.

El Ejercitatorio

Guiado por el celo de la reforma, y convencido de las virtudes de la oración mental metódica, García Giménez concibió un pequeño manual que empleando material de maestros consagrados sirviera para introducir a los novicios a la oración mental, y guiara su avance por las sendas de la ascensión espiritual. “Compilación de los Ejercicios Espirituales", la llama su autor, reconociendo cual habrá de ser su metodología para la composición de un tratado sobre “cómo el ejercitador y varón devoto se ha de ejercitar según las tres vías que son llamadas Purgativa, Iluminativa y Unitiva".

Ciertamente una lectura atenta de la obra mostrará que no se trata de una simple compilación, sino de una selección de textos sumamente valiosos, bastante bien trabados entre sí, sobre todo antes de la cuarta parte, y con un meritorio logro en la presentación antológica de la doctrina que quiere comunicar. Consta la obra de 69 capítulos. Hasta el capítulo 30 expone las tres vías, y luego recopila textos teóricos sobre la contemplación, o desarrolla puntos para meditar. Se trata de un manual para estudios, como ya sabemos, eso explica quizás la impresión de yuxtaposición de materiales que ofrece en la cuarta parte.

Sus fuentes son muchas, y el autor no pretende ocultarlas, pero se pueden determinar algunas más fácilmente que otras. Gerardo de Zutphen, cuya obra “De spiritualibus ascensionibus” fue impresa en el mismo Montserrat por indicación de García, es recogido generosamente. `El alfabeto del Divino Amor’ del cartujo de Gemmitz Nicolás Kempf (m. 1497) sirve para la redacción de unos cuatro capítulos. Juan Gerson (1363-1429), San Buenaventura. Juan Mombaer o Mauburnus (1460-1501), el célebre cartujo Hugo de Balma (m.c. 1303) a quien por un error bastante común llama de Palma, Tomás Hemerken de Kempis (c. 1380-1471), y otros muchos cuya selección manifiesta la gran erudicción del abad.

Influencias

Para el momento de su muerte, el 27 de noviembre de 1510, la escuela de oración de García Giménez de Cisneros está bien asentada. Cuando en 1512 es elegido abad Pedro de Burgos, discípulo predilecto de García, el impulso reformista cisneriano estaba definitivamente asegurado. A los pocos años se empieza a difundir la obra. Hay ediciones en diversos lugares de España, en París en Francia, Venecia en Italia, Cracovia en Polonia, y así en adelante. Además, una versión, más sencilla, del `Ejercitatorio’ preparada por Pedro de Burgos con el título de `Compendio de Ejercicios Espirituales’ ve multiplicarse sus ediciones, difundiendo aún más la orientación espiritual del abad García.

Los `Ejercicios Espirituales’ de San Ignacio de Loyola portan en su núcleo la influencia de la escuela de García Giménez de Cisneros. No pocos peregrinos acudían a Montserrat para aprender a ejercitarse en la oración mental que ahí se practicaba. A la Montaña Santa concurrió también San Ignacio para venerar a Nuestra Señora, la Moreneta. Ignacio confesará sus pecados y pasará tres días repasando la doctrina cristiana. Quizá imitando algún personaje del “Flos Sanctorum” o a los ermitaños que por ahí habitaban, se refugió en una de las cuevas de la montaña, y luego por cerca de un año en la zona de Manresa que mira a Montserrat. En esas andanzas toma contacto con el benedictino Juan Chanones, quien según antiguos testimonios inició al peregrino en los ejercicios espirituales del abad García.

Patianus

Germinans germinabit