Qué diferencia
La celebración de hoy, día de Todos los Difuntos, me ha traído a la memoria el pequeño pueblo de Turre, en la provincia de Almería, por el que pasé este verano con mi familia. Otro día contaré algunas otras cosas que me gustaron de este pueblo, pero hoy me voy a limitar a un pequeño detalle.
Mientras mi mujer y mi hijo dormían la siesta, mi hija Cecilia y yo dimos una vuelta y entramos en el cementerio del pueblo. Allí, después de refrescarnos con el agua de una fuente, nos llamó la atención una sencilla placa, junto a una de las tumbas. Se trataba de un panteón pequeño, familiar, y quienquiera que lo construyera había escrito en la puerta: “Dichosos los que oran por los difuntos, tienen el oficio de los ángeles del cielo”. Me gustó mucho la frase. Especialmente por su contraste con la mayoría de las tumbas, que se limitaban a proclamar al mundo: “Propiedad de X.”.
Verdaderamente somos dichosos los que podemos rezar por nuestros difuntos. Los que sabemos que nuestros abuelos, nuestros antepasados, nuestros familiares y amigos que ya han muerto siguen vivos, por la misericordia de Dios. Los que ya no tenemos que temer a la muerte, porque ha sido vencida por Nuestro Señor. Los que, por la Resurrección de Cristo, no hemos quedado separados para siempre de los difuntos, sino que sabemos que un día podremos reunirnos con ellos, si Dios quiere, en el Reino de los cielos. Los que podemos seguir demostrando nuestro cariño a los que han muerto, rezando por ellos, pidiendo sus oraciones y ofreciendo por ellos la Eucaristía.
Pocas cosas hay más tristes que alguien que no quiere ni oír hablar de la muerte ni de los difuntos porque cree que con esta vida se acaba todo. Desgraciadamente, ésa es la opinión más frecuente hoy en día en nuestro país y en muchos otros. Como mucho, algunos se limitan a decir “algo habrá”, mostrando el deseo innato de todos los hombres de una vida que no se acabe. Por eso la muerte es un tabú y no se habla de ella en la oficina, ni en la familia, ni en la televisión. También por eso a los niños se les esconde la muerte como si fuera algo vergonzoso, que no deben conocer. Es más, estoy seguro de que más de un lector se habrá escandalizado al leer que pasé, con mi hija, por un cementerio, como si hubiera contado que la llevé a un local de striptease o a un fumadero de opio, en vez de a un camposanto, al dormitorio donde los cuerpos de los fieles a Cristo esperan la resurrección de los muertos. Allí rezamos, juntos mi hija y yo, por los difuntos de ese pueblo a los que no conocemos, pero que fueron y siguen siendo hermanos nuestros en la fe.
La forma de ver la muerte y a los difuntos es, sin duda alguna, una de las cosas que distinguen a los cristianos del resto de este mundo. Quizá una de las más claras, porque, ante la muerte, la única respuesta válida es la de Cristo y las demás se limitan, de una forma u otra, al silencio. Un silencio triste que sufre sin esperanza. Qué alegría poder cantar hoy, en cambio, con San Pablo: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?…nosotros vencemos en Cristo resucitado.
6 comentarios
Creo en la resurrección y la muerte es algo asumido, por mí, como la vida. Forma parte de nuestra realidad humana, nadie se escapa y todos pasaremos por ello. El cómo lo afrontemos es lo que nos distingue.
Y sin embargo, no soy visitadora del cementerio, sólo de vez en cuando, aunque cuando pasas ante las lápidas, te sirve de recordatorio de los que ya no están.
El posmoderno siempre observante, cientifista y aterrorizado frente a la muerte, que retorna al paganismo, en el que se enterraban los cadáveres en las necrópolis (ciudades de los muertos) sin consuelo por lo tanto, frente a los verdaderos cristianos (pues existen cristianos posmodernos) conscientes de su fe y de adorar al que No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven (Lucas 20, 27-38). Una fe tan real, tan patente que nuestros antepasados, ya como poseídos de una maravillosa locura, dieron en llamar a los lugares de enterramiento, cementerios (dormitorios ,en griego antiguo) locura (el cristianismo) que hoy parece querer olvidarse por algunos hombres, mientras otros recordamos esperanzados y sabedores, que la palabra de Dios no tiene fecha de caducidad. Saludos y Bendiciones.
Esos, que no sé que santo decía que estarían "ardiendo en el corazón de Cristo" y que tradicionalmente situamos en el Purgatorio, necesitan aún nuestro recuerdo, nuestra oración y nuestro sacrificio (sacrificio=hacer sagrado algo), para irse transformando en lo que serán: miembros del Dios vivo.
Murieron con unos kilos de más para pasar por la puerta estrecha, con unos centímetros de más para ser como niños y con una contractura que no les deja inclinarse. En nuestras manos está aplicarles amorosamente el ungüento que les permitirá agacharse para entrar, ya pequeños, en el Reino que les está destinado.
Y si nos sirve de acicate, pensemos en que cualquiera de nosotros puede encontrarse, quizá mañana, en esa situación en que se está totalmente necesitado, totalmente inerme y ni siquiera puedes gritar pidiendo ayuda, sólo esperar que la misericordia de Dios, y la compasión de los hermanos te purifiquen.
Sin duda, lo importante no es visitar o no el cementerio, sino rezar por los difuntos y la fe en la Resurrección.
Yo no tengo la costumbre de ir el día 2 de noviembre (ni el uno de noviembre al cementerio), la verdad. Pero sí que acostumbro a rezar ante la tumba de mis abuelos y otros antepasados difuntos cuando voy a su pueblo. La tumba es un buen recordatorio de ello, además de ser un poderoso signo de que sus cuerpos están esperando la resurrección de la carne, como dice el credo.
Un saludo.
La actitud frente a la muerte de la mayoría de la gente es una clara muestra, creo yo, de que nuestra sociedad ya no es cristiana en las cuestiones fundamentales.
Precisamente por eso, me he dado cuenta de que, para la gente, es una sorpresa el anuncio del Evangelio, porque ya ni siquiera lo conocen. Lo ven como una "locura", como en tiempos del Imperio Romano, pero se dan cuenta de que es algo especial y totalmente distinto de lo que ofrece el mundo. Recuerdo haber pasado por uno de los tanatorios de Madrid, rezando con los distintos grupos de gente y prácticamente a todos se les cambiaba la cara al oír anunciar a Cristo resucitado.
Un saludo.
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