La esencia de Dinamarca

Acabo de volver de un viaje por Dinamarca, antigua tierra de vikingos, de godos y de alanos, tierra de marinos, exploradores y conquistadores. Un país precioso para visitar.

También, por la gracia de Dios, es tierra de santos, como Asgario o Canuto. Quizá sea uno de los mayores orgullos de nuestra Europa que su Historia esté jalonada por las vidas de amigos de Dios. Dinamarca abandonó a Thor y a Odín y fue cristianizada hace ya diez siglos, en buena parte por obra del obispo San Asgario (Asgar). El primer rey cristiano de los daneses fue Harald Diente Azul (Bluetooth en inglés, de donde proviene el nombre de la tecnología con ese nombre). San Canuto (Knud), rey de Dinamarca, fue uno de los descendientes de Harald y antecesor de la actual reina Margarita.

Como ya sabrán los lectores, el país es oficialmente luterano, desde la Reforma del s. XVI, que, en el caso de Dinamarca, fue producto de una guerra entre los partidarios de Lutero y los católicos, perdida por estos últimos. Sin embargo, la asistencia regular a los oficios religiosos luteranos está por debajo del 5 %.

Esa cifra muestra la terrible realidad: de hecho, el país está prácticamente descristianizado. Los daneses han ido abandonando a Cristo poco a poco. No han vuelto a Thor y a Odín, sino a los dioses modernos del bienestar económico, la seguridad, la ecología o una solidaridad agnóstica y relativista. Quizá no es extraño que el país tenga una alta tasa de suicidios y que aproximadamente la mitad de los matrimonios terminen en divorcio (tres veces más que en España).

Sin embargo, quiero compartir con los lectores algunos detalles que me gustaron desde el punto de vista religioso en Dinamarca y que, para mí, han sido signos de esperanza. Sin duda, habrá muchos otros signos invisibles del trabajo que el Espíritu Santo esté haciendo en el corazón de los daneses, pero yo sólo puedo hablar de lo que he visto.

En primer lugar, me encantó ver que, en el albergue juvenil en el que me alojé en Copenhague, entre los folletos turísticos, había un folleto, muy bien hecho, que detallaba todas las iglesias católicas y las misas del país.

Actualmente, hay 55 iglesias católicas en Dinamarca, lo cual no está nada mal, teniendo en cuenta que durante siglos hubo pena de muerte para cualquier sacerdote católico que se atreviese a aparecer por aquellos lares.

Sin embargo, lo que más me gustó fue el propio hecho de que alguien hubiese tenido la iniciativa, verdaderamente apostólica, de colocar esos folletos entre los múltiples panfletos turísticos que se ofrecían en el albergue. Estoy convencido de que Dios aprovecha esas pequeñas cosas, ignoradas por todos, para llegar al corazón de personas concretas.

También me he alegrado de saber que en Dinamarca, en Copenhague hay un seminario misionero Redemptoris Mater, del Camino Neocatecumenal. La esperanza para Dinamarca, como para otros muchos países europeos (si no todos), sólo puede venir de la misión. Hemos vuelto, en gran parte, a los tiempos de San Pablo y todo cristiano debería decir hoy: Ay de mí si no evangelizase.

Finalmente, buscando en Internet, he encontrado las palabras que pronunció Juan Pablo II en un viaje que hizo a Dinamarca. Ya en el aeropuerto, afirmó: He venido a Dinamarca como el Obispo de Roma, como un ministro del Evangelio de Cristo. No son las palabras de un Jefe de Estado que visita otro país, sino las de un misionero en el nombre de Jesucristo.

También, refiriéndose al Dannebrog, la bandera de Dinamarca, el Papa les dijo: El mismo símbolo de vuestra existencia como pueblo, el Dannebrog, está marcado con el signo de la Cruz. Tanto Dinamarca como España o los demás países europeos se han construido con cimientos cristianos y, al perder esos cimientos, el edificio se tambalea. Si Dinamarca quiere durar otros mil años como nación, de alguna forma tendrá que redescubrir que su esencia está en el signo de la Cruz.