¿Y si volviéramos a las primeras comuniones individuales?

Nuestra época está obsesionada con el absurdo dogma de que lo nuevo siempre es mejor y eso dificulta mucho que se corrijan sus errores, tanto los más graves como los más pequeños. Muchas de las cosas que hoy nos destruyen o simplemente nos irritan, desde el “matrimonio” del mismo sexo hasta los taponcitos atados a las botellas de plástico, se originaron como la “brillante” idea que tuvo alguien de cambiar alguna cosa u otra porque sí, porque tocaba hacer algo nuevo.
Aunque en muchos casos pronto se hizo evidente que las supuestas ideas brillantes eran despropósitos absolutos con consecuencias nefastas, nadie se atrevió a volver a la situación anterior, porque, si lo nuevo es siempre mejor que lo antiguo, volver atrás resulta inconcebible por mucho que la realidad lo pida a gritos.
Veamos un ejemplo sencillo y sin grandes complejidades: la primera comunión de los niños. Antiguamente, era frecuente que la primera comunión se realizara de forma individual. Cada niño se preparaba para recibir su primera comunión siendo instruido en el Catecismo, instrucción que era más bien corta, porque se entendía que el niño ya había sido educado como cristiano en su familia y lo seguiría siendo después.







