InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Iglesia en el mundo

7.03.24

Crónica de una confesión (en el tribunal de la impenitencia)

Traigo hoy al blog la colaboración de un autor invitado, D. Federico María, que nos ofrece el divertido diálogo de una confesión imaginada, según los presupuestos de la “nueva moral” que propone el flamante Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández.

Aunque el formato sea algo incómodo, no dejen de leer las notas del final cuando vayan apareciendo en el texto, porque en ellas se muestra que la comedia del diálogo, por disparatada que parezca, no es más que la aplicación seria y literal de las indicaciones del cardenal Tucho Fernández. Vivimos en tiempos tragicómicos, en que lo surrealista y absurdo es el pan nuestro de cada día.

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29.02.24

¿El último dogma que queda?

Me ha entristecido leer la noticia de que se ha suspendido a un sacerdote español por haber defendido públicamente que el Papa dice herejías y que, por lo tanto, su nombramiento como papa fue nulo. No es el primer caso y, en otros lugares como Italia o Hispanoamérica, varios sacerdotes han sido disciplinados por motivos similares.

Conviene indicar desde el principio que la causa de esta tristeza no es que yo esté de acuerdo con el pobre sacerdote, porque su postura es insostenible. Como todos los sedevacantistas, piensa que quien dice cosas contrarias a la fe no puede ser papa y, puesto que Francisco ha dicho en varias ocasiones cosas contrarias a la fe y la moral de la Iglesia, la conclusión inevitable es que no es el verdadero papa y su nombramiento fue nulo. El problema es que la premisa inicial no pertenece a la fe de la Iglesia, sino que se apoya en sentimientos y creencias particulares.

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19.02.24

El pontificado de la posverdad

Vivimos en una época posmoderna, que mejor habría que llamar poscristiana, caracterizada por muchas cosas, pero sobre todo por ser el tiempo de la posverdad. No se trata tanto de los errores más extendidos, que son muchos y muy graves, sino más bien de la desesperanza generalizada en cuanto a la posibilidad de alcanzar la verdad, que es algo mucho peor. Para nuestro mundo, la verdad no existe o no se puede conocer o es perpetuamente cambiante, de modo que, en la práctica, no tiene ninguna importancia y debe sustituirse por otros criterios de actuación, como el interés, las pasiones, la ideología política o las modas del momento.

No hace falta dar ejemplos de todo esto, porque son legión y sobradamente conocidos y lo que nos interesa ante todo es el efecto que esa epidemia de desesperanza del intelecto ha tenido en la Iglesia. Desgraciadamente, ya sea por la necedad humana o por planes con olor a azufre, la Iglesia ha elegido precisamente este momento para “abrir las ventanas” y acercarse ingenuamente y sin reservas al mundo. El resultado, inevitablemente, ha sido la propagación del virus dentro de la Iglesia, primero entre los clérigos y después también entre los fieles.

Tampoco nos vamos a detener en ofrecer ejemplos de ese contagio en todas las estructuras de la Iglesia y en una infinidad de religiosos, sacerdotes y obispos, que todos hemos experimentado y sufrido hasta la náusea, sino que vamos a centrarnos en una cuestión concreta que a mucha gente le cuesta más aceptar: antes o después, teníamos que tener un pontificado de la posverdad y así ha sucedido.

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13.02.24

Simón... ¿duermes?

Texto de D. Antonio Izquierdo Sebastianes, presbítero

Quedan pocas semanas para que escuchemos estas palabras de Jesús al primer Papa (cf. Mc 14, 37), cuando en todas nuestras iglesias resuene la lectura de la Pasión el próximo domingo de ramos. El que había sido elegido para confirmar en la fe —y por eso denominado como “Roca” (Pedro)—, se quedó frito en Getsemaní, justo en el momento en que Satanás había solicitado cribar a los discípulos como trigo (cf. Lc 22, 31-34). Muy probablemente soñaba con que las palabras de Jesús fueran pedagógicamente metafóricas, y le gustaba pensar que el infierno estuviera vacío o que nadie pudiera acabar traicionando y negando al Maestro.

El Papa dormía, y con él Santiago y Juan, y probablemente también, a una cierta distancia, aquellos otros apóstoles a cuyos sucesores llamamos obispos. Todo, porque —según Jesús les había advertido— para seguir a Quien va a la cruz no bastan la buena intención, la pacífica sinodalidad, ni el haber pasado años escuchando las palabras del Señor o contemplando sus milagros. Cuando Dios ha dado permiso a Satanás para cribar a la Iglesia y a sus pastores con la noche más oscura de la fe, es imprescindible velar y orar para no caer, porque “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mc 14, 38) y no aguanta.

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7.02.24

Veinte años de la archidiócesis de Bostón

Hay cosas que ya no me sorprenden y no se me ocurre nada más triste. He leído un interesante artículo del Boston Globe en el que se hace balance de las últimas dos décadas, durante las cuales el cardenal O’Malley ha estado al frente de la archidiócesis de Boston. En el artículo se describen esos veinte años como muy positivos e incluso, en palabras de un profesor de la universidad jesuita Boston College, se dice que “el cardenal O’Malley ha sido un regalo de Dios”.

Para el autor del artículo, el balance positivo se debe sobre todo al tratamiento por el cardenal del tema de los abusos que se habían dado anteriormente en la archidiócesis, una labor que aparentemente justificará que O’Malley sea “recordado” en el futuro y que le valió entrar a formar parte del pequeño grupo de cardenales que aconseja al Papa Francisco. No conozco ese tema, así que no voy a meterme en él, más que para señalar que, como ya es habitual, los 170 millones de dólares (probablemente muchos más) que oficialmente ha pagado la archidiócesis en diversas indemnizaciones no salieron del bolsillo del cardenal ni tampoco de los curas abusadores, sino de los donativos de los fieles. Es decir, una vez más pagaron justos por pecadores.

Sea como fuere, creo que es más conveniente que nos fijemos en otra cuestión que también se trata en el artículo y me parece más importante aún: en los veinte años del cardenal al frente de la diócesis, la asistencia de católicos a Misa en Boston se ha reducido a menos de la mitad. En 2003, unos 316.000 católicos participaban semanalmente en la Misa, mientras que en 2022 esa cifra no llegaba a los 127.000. Supongo que es posible que este año pasado haya subido un poco el número, una vez que se han dejado completamente atrás los efectos de la pandemia, pero aunque hubiera subido un diez o incluso un increíble veinte por ciento, aún no se alcanzaría la mitad de los católicos que asistían a Misa cuando el cardenal llegó a la archidiócesis.

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