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21.06.17

Obispos: una inaudita e informe división de pareceres

Sobre la historia de la mujer que siguió a su marido hasta el Polo Norte, quisiera mencionar lo que me pareció el más brutal suceso en su aventura que está relacionado con la mujer esquimal que tomó la decisión de acompañarla durante la noche invernal.

La noche en el Artico consiste en que se pierde todo rastro del sol durante cuatro meses. Hasta entonces, de ella, no existía registro de sobrevivientes. Poseyendo este conocimiento, la mujer esquimal quien, además, estaba esperando un hijo del marido de la protagonista, no tuvo reparo en exponer la vida quedándose a su lado.

Ambas sufrieron lo indecible hasta el día en que, para socorrerla, llegó un trineo lo suficientemente pequeño como para trasladar al conductor y tan solo un pasajero; lo cual fue excusa suficiente como para abandonar a la mujer esquimal a sabiendas de que, por permanecer a su lado, había perdido al hijo de sus entrañas.  

La mujer de la historia, bien pudo sacrificarse pero prefirió alejarse, tal como si al hacerlo se borrara el espanto que provocó su egoísmo.  

Bien sabemos que sin Dios nos volvemos seres irracionales, tal como sucedió con la mujer de la historia. Sin tan siquiera un poco de colaboración con la gracia, damos al traste con cualquier mínimo bien que nuestro Creador espera de nuestra libertad. Nos volvemos malos, definitivamente, malos. Irrecuperables, de no ser por intervención divina.

Siendo así, es fácil notar la ausencia o la presencia de Dios en las acciones que las personas realizan.

Claro ejemplo de ello es el nivel de discordancia o armonía en las acciones de muchos obispos, tal como los de Estados Unidos quienes, en conferencia de prensa, no quisieron o no pudieron responder a la pregunta sobre si los divorciados en nueva unión pueden o no recibir la Santa Comunión.

Estoy segura que, de hacérsele la pregunta a muchas otras conferencias episcopales, la falta de respuesta sería la misma: una inaudita e informe división de pareceres. 

A todo esto, me figuro que algo así debe ser el infierno, en donde -por no existir la verdad- no existe forma de ser convocados alrededor suyo.  

Pues, bien, sin poner en duda que entre ellos existen muy buenos obispos, sin embargo, en conjunto se me figuran a Adán y Eva ante el Creador cuando les preguntó sobre si habían comido o no del árbol prohibido.

Respuestas a medias o ninguna respuesta añadió méritos para su salida de Edén.

Sin embargo, elijo pensar que los obispos del mundo no son tan ajenos a la realidad, ni tan ingenuos o interesados como para no reconocer que el resto de los miembros del Cuerpo de Cristo los observa mudo de asombro y padece el resultado de sus acciones.

Prefiero pensar que detectan la gravedad de la situación y que, como nosotros, se debaten tratando de resolver la cuestión dentro del ámbito personal, primero y, segundo, en llegar a una conclusión que no debería tardar en ser expresada dentro del ámbito de la Conferencia Episcopal ante la cual esperaría se enfrentaran sin temor a sufrir censura de ningún tipo.

Aunque, me parece que estoy esperando demasiado ya que, al punto en que el secularismo ha invadido al Cuerpo de Cristo, no deben existir tantos obispos que funden sus decisiones recurriendo a los Padres de la Iglesia, al Magisterio, la Doctrina o la Tradición en general; de tal forma que, una clara y determinante respuesta de las conferencias episcopales, podría hacerse esperar.

Cuyas acciones vendrían a ser semejantes a las de la mujer de la historia cuando al subirse al trineo decretó la muerte de la mujer esquimal.  

Es por eso que he llegado a la conclusión de que no vale la pena aferrarse a los pocos que podrían, con auxilio divino, erradicar el error y restablecer el orden si, para -dentro de unos años, quienes ocupen los mismos puestos, actuarán al modo de la protagonista.

Aferrarse al Señor para que sea todo lo nuestro es lo que vale la pena para que -por Gracia- nos capacite para continuar obrando el bien ya que será el único equipaje necesario.   

Contemos con que, desde ahora, necesitamos ir conformando sólidas comunidades con sacerdote incluido, que nos acompañe a pasar por la cruda noche invernal en la que, ni en sueños, se dejara a ninguno abandonado.