16.06.08

Tenemos derecho a que se oiga nuestra voz en las Cortes

A nadie se le escapa que tanto en el Congreso como en el Senado no hay un solo partido político que, en asuntos tan fundamentales como la familia y la dignidad de la vida humana, cumpla los mínimos que los católicos fieles al magisterio de la Iglesia consideramos irrenunciables. Como dije antes de las pasadas elecciones generales, los centenares de miles de católicos que se congregaron en la plaza madrileña de Colón en torno a sus obispos el pasado 30 de diciembre, no estaban ni están representados por un solo diputado o senador. Aunque algunos políticos pueden sostener un ideal más o menos parecido al de los allá presentes, su tibieza unidad a la disciplina imperante en la partitocracia que tenemos por sistema político hace impensable que alguno de ellos ose ir por libre en contra de las consignas de sus dirigentes.

Sin embargo, en las dos últimas elecciones importantes celebradas en este país, las autonómicas de Cataluña y las generales de marzo, hemos visto la aparición de dos opciones políticas nuevas, Ciutadans y UPyD, que han demostrado que se puede empezar a arañar, siquiera superficialmente, el omnipotente poder de los partidos mayoritarios tanto a nivel autonómico como estatal. Ha bastado con que recibieran un apoyo más o menos importante por parte de medios de comunicación muy concretos (sobre todo Cope, para qué nos vamos a engañar), para que hayan asomado su cabeza en el parlamento catalán y el español. Pero ambos partidos, por muy interesantes que sean en sus propuestas sobre asuntos muy importantes como la unidad de España, el derecho a ser escolarizado en la lengua materna, el cambio de la ley electoral, etc, etc, son laicistas y nada o muy poco opositores a la labor de ingeniería social del zapaterismo.

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14.06.08

Aquellos escolapios....

Cuando en el post de ayer recordé al padre Villar con un bate de beisbol en la mano, vigilando que los piquetes “informativos” no nos molestaran, mi memoria no quiso quedarse en su figura. Dicen que este tipo de recuerdos se quedan ahí para toda la vida, pero a mí me da la sensación de que pueden desaparecer en cualquier momento en la nebulosa del tiempo. Por ejemplo, recuerdo pocos nombres de profesores y compañeros de clase. Entre estos últimos apenas me acuerdo de Fernando Peinado Sánchez, mejor estudiante que yo pero una nulidad completa con un balón entre los pies; Leandro del Peral Aguilar, uno de los mejores estudiantes en todos los cursos en los que coincidimos, y que además era muy bueno jugando al baloncesto; Pérez Vidal, de cuyo nombre de pila no me acuerdo, que era más bien chiquitajo pero muy buena gente; Pimentel, mulato probablemente de origen cubano, con quien no sé bien porqué me pegué en cierta ocasión, cosa rara en mí porque yo era un crío más bien pacífico y no me di de tortas más allá de 3 ó 4 veces en toda mi vida escolar. Por supuesto también me acuerdo de mi primo Amando, un año mayor que yo, pero eso no tiene ningún mérito ya que, siendo como soy hijo único, él es lo más cercano a un hermano que he tenido nunca.

Entre los profesores no sacerdotes recuerdo muy especialmente a don Luis Díaz, que entre ataques de tos nos enseñaba matemáticas de tal forma que hasta los de bajo coeficiente intelectual eran capaces de entenderlas. De él no se me olvidará el día en que, tras uno de dichos ataques, tiró por la ventana su paquete de Chesterfield sin boquilla y nos imploró, casi entre lágrimas, que no fuéramos tan necios como para vivir esclavizados al tabaco. Aquello me impresionó de tal manera que creo que a él le debo en gran medida el no ser fumador. Excepto del nombre, también me acuerdo del profesor de inglés. Creo que su único mérito para ser profesor de ese idioma era el estar casado con una norteamericana, pero sólo espero que su mujer supiera más castellano que él inglés, porque de lo contrario es imposible que se entendieran en casa. El tipo no tenía ni repajolera idea pero, eso sí, se lo pasaba en grande tomándonos el pelo a toda la clase, en especial a los más “trastos". Creo que en cierta ocasión nos pusimos todos de acuerdo para protestar al “prefecto” de nuestro ciclo escolar ( 5º a 8º de EGB ) por la actitud de aquel tipo. A Dios gracias mis padres tuvieron la gran idea de enviarme un par de años a dar clases particulares de inglés con un buen profesor. En esos dos años aprendí más que en toda mi vida escolar y es gracias a eso que hoy me defiendo bastante bien en la lengua de Shakespeare.

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12.06.08

La huelga y el cura del bate de beisbol

La huelga del sector minoritario de transportistas a la que estamos asistiendo nos retrotrae a tiempos que creíamos pasados en este país. Todavía recuerdo una escena “peculiar” en mis tiempos de alumno en el colegio que los Escolapios tienen en Getafe. Debido al cierre de Kelvinator los sindicatos habían convocado un paro general en toda la ciudad. Siendo Getafe una parte importantísima del cinturón rojo al sur de Madrid (hoy menos cinturón y menos rojo), el poder de movilización de los sindicatos era considerable. El caso es que también quisieron que parasen los colegios, pero la dirección del mío decidió que “naranjas de la China” y que permanecería abierto. Los padres que quisieran enviar a sus hijos a clase, lo podrían hacer…. al menos en teoría.

Por supuesto, aparecieron los piquetes “informativos". Pero hete aquí que a la puerta del colegio se encontraron con un cura más bien canijo, pero con una mala leche poco común, que además tenía entre sus manos un bate de beisbol. Era el padre Villar, al que yo tenía por profesor de Física en 6º de EGB. Por más años que pasen, y si el Señor no permite que enferme de Alzheimer o algo similar, no se me olvidará la imagen del cura con el bate de beisbol en la puerta de entrada al colegio. Obviamente ningún piquete se acercó a menos de 100 metros para convencer a los críos de que no debían de entrar, pero no quiero pensar lo que habría ocurrido si algunos exaltados hubieran optado por ir a por “el cura del bate".

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9.06.08

El niño que no quiso morir

Finley parecía destinado a morir antes de poder ver la luz del sol. Su delito, ser candidato a padecer una enfermedad congénita en sus riñones. Un hermano suyo falleció al poco de nacer debido a ese mal. Otro hermano, de veinte meses de edad, sobrevive con un solo riñón. Su madre no estaba dispuesta a pasar otra vez por lo mismo y decidió que los médicos no dieran la oportunidad de vivir a su nuevo hijo. A las ocho semanas de embarazo se puso en manos de esos sujetos con bata blanca que se dedican a acabar con la vida humana dentro del seno materno. Pero algo salió “mal”. En realidad, deberíamos decir que algo salió “bien”. No se sabe bien porqué, el aborto fue fallido. Quizás Finley supo esconderse bien, quizás el galeno asesino tuvo el día tonto. El caso es que el niño siguió dentro de una madre que ya le creía muerto.

Cuando pasaron otras diez semanas, la madre de Finley se dio cuenta de que algo se movía dentro de su vientre. El niño se había hecho mayor y ya daba patadas a quien pensaba que él había acabado cual desecho orgánico en un contenedor de basura. Esta vez la madre decidió salvarle. Todavía podría haberle matado, porque una ley infame así lo permite, pero se ve que no es tan fácil matar a aquel que ya sientes vivo en tu interior.

Finley nació y aunque tiene la enfermedad de sus hermanos los médicos creen que podrá vivir sin demasiadas complicaciones. La medicina que quiso matarle puede ayudarle a vivir. La madre que quiso librarse de él para no tener que pasar por un proceso duro y complicado, hoy dice que no le cambiaría por nada en el mundo. Ella ha tenido suerte. Se le dio una segunda oportunidad y eligió la vida. Pero son millones las mujeres, y los hombres de su entorno, que eligen la muerte. Finley es una bofetada en la cara de todos ellos. Finley es un ejemplo de que merece la pena darle una oportunidad a la vida. Finley es el testimonio vivo de la miseria moral en la que vive una sociedad que no merece la pena sobrevivir, como no sobrevivieron las civilizaciones que sacrificaban sus hijos ante dioses paganos. Finley es la excepción, pero son millones los Finleys a los que no se ha permitido nacer.

Aquellos que creemos que Dios juzga a los pueblos y las naciones, sabemos que antes o después Occidente recibirá el pago a su ignominia. Matamos a nuestros hijos antes de que puedan nacer. Queremos matar a nuestros abuelos cuando ya son molestos. No merecemos sobrevivir y no sobreviviremos a menos que, aunque quizás sea ya tarde, desechemos la cultura de la muerte. Al fin y al cabo ninguna de nuestras naciones tiene un pacto con Dios que le garantice, como a Israel, su supervivencia tras el castigo.

Luis Fernando Pérez Bustamante

6.06.08

De zorras y burras

“¡Serpientes, razas de víboras, sepulcros blanqueados, insensatos, animales irracionales, inmundicias, hijos de maldición, zorra!”

Esa lista de improperios no la he sacado de los programas de la Cope ni de otra cadena de radio o periódico. Tampoco del debate acalorado en ningún parlamento nacional o autonómico. Ni de ningún programa basuriento televisivo. No, señores, esos “¿insultos?” salieron de la boca de el mayor profeta de todos los tiempos, de los apóstoles y del mismísimo Señor Jesucristo. Y en el caso de Cristo, el uso del término “zorra” –o zorro- estaba dirigido a un gobernante que quería retirarle de la circulación:

En aquel mismo momento se acercaron algunos fariseos, y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte.» Y él les dijo: «Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios….

Es decir, aunque es bueno y apropiado el procurar ser moderado en las formas, el uso de un lenguaje contundente, agresivo, mordaz e incluso ofensivo puede tener justificación cuando nos encontramos ante situaciones dignas de ser denunciadas. De hecho, a veces es necesario y oportuno. No podemos confundir la caridad cristiana con el buenismo irresponsable de los que tienen pavor a llamar a las cosas por su nombre.

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