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5.10.14

María, siempre presente por voluntad de Dios

María, la criatura más bella que ha creado Dios, cumple por designio divino un papel fundamental en la historia de nuestra redención. La Escritura nos muestra que recibe del ángel del Anunciación el nombre de “Kejaritomene". Bien sabemos que cuando Dios da un nombre especial a alguien, está marcando su naturaleza y su misión. En el caso de María, dicho nombre indica que la plenitud de la gracia está obrando en ella. Vemos igualmente que una mujer llena del Espíritu Santo, Isabel, proclama que la visita de la Virgen, embarazada, es un reglado para ella. Leemos que una criatura no nacida, San Juan Bautista, salta en el seno materno al oír la voz de María. Y se nos revela, por supuesto, que Cristo es fruto de su vientre.

Es por ello que en el siglo II, tanto San Ireneo de Lyon como San Justino mártir, muestran que ya entonces era parte de la fe de la Iglesia que María es la segunda Eva (abogada de la primera madre) y “causa de nuestra salvación” (causa salutis). Obviamente no aparte de Cristo, sino precisamente por su relación única y especialísima con el Salvador.

En el Nuevo Testamento aprendemos que la Madre está con el Salvador no solo en su nacimiento y niñez, cosa lógica, sino al principio de su ministerio público. Es ella la que obtiene de Él el primer milagro, aun después de recibir una respuesta un tanto ruda. Pero también está con Él al pie de la Cruz, donde Cristo nos la concede como Madre en la persona del único discípulo, San Juan, que estuvo con Él en el Calvario y a ella le concede a la Iglesia como hija en dicho apóstol. Por último, la Madre está con la Iglesia en el momento en que llega el Espíritu Santo en Pentecostés.

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