Enfermo, Cristo te llama y está a tu lado
Nadie quiere enfermar. Nadie quiere sufrir. Nadie quiere ver como sus seres queridos enferman y sufren. Pero la enfermedad es compañera de camino en nuestras vidas. Antes o después nos encontraremos con ella, tanto sufriéndola en nuestras propias carnes como en la de aquellos a los que más amamos.
No sé bien como pueden enfrentarse a la enfermedad aquellos que no tienen fe. Y como no lo sé, no tiene sentido que hable por ellos. Si acaso, espero que este post les sirva para comprender un poco mejor como un cristiano afronta esa dificultad.
El cristiano sabe que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8,28). Eso significa que incluso una enfermedad puede ser instrumento para el bien de su alma -que es lo que verdaderamente cuenta- y de los que le rodean. Por ejemplo, si ofrecemos al Señor nuestros dolores y nuestros sufrimientos, formamos parte de su misión redentora. Es imposible que se me olvide las veces que oí a mi madre -que sufrió mucho en los últimos años de su vida- decir que ofrecía sus dolores a Dios “para que haga lo que crea oportuno. Él sabrá". No creo que sea casual que al mes y pico de su muerte, mi esposa y yo regresáramos a la Iglesia Católica. Veo en ello la intercesión de mi madre tanto en su vida terrena como en la vida eterna -murió en gracia de Dios-. Su enfermedad fue la que me hizo llevarla antes de morir a Lourdes, donde Cristo me entregó a su Madre.
Aparte de mi madre, he visto, y por tanto co-padecido, la enfermedad en otras personas de mi familia muy queridas. Siempre he dicho que prefiero enfermar yo que ver enfermar a quienes más quiero. En la enfermedad el amor florece, crece, se ensancha, se fortalece, alcanza su más alta cota. Lo saben todos, pero especialmente los padres que tienen hijos enfermos. Se les quiere más. Se les cuida más. Se les da todo.
Por supuesto, se plantean dificultades, sobre todo en los casos donde el enfermo requiere una atención y un cuidado que dificulta mucho la actividad normal de los que le rodean. Pero es ahí donde el cristiano tiene una oportunidad magnífica de crecer en santidad. Somos llamados a ser como el samaritano que ayudó a quien ni siquiera conocía. Tanto más nosotros debemos cuidar de nuestros enfermos si son cercanos a nuestros afectos. No hay mejor termómetro para discenir el estado de tu alma que ver la manera en que cuidas de tus enfermos.
El que padece directamente la enfermedad, si se deja abrazar por la gracia de Dios, es a su vez receptor y donante de amor. Lo recibe en el cuidado de los que le atienden. Lo dona mostrando gratitud y ofreciendo al Señor sus penas y dificultades. Muchos grandes santos han sufrido espantosas enfermedades. Y muchos han logrado alcanzar la santidad por medio del sufrimiento. El mundo no lo puede entender. Nosotros no buscamos sufrir. No buscamos enfermar. Tenemos el deber de cuidar nuestra salud. Pero cuando llega el quebranto de la misma, Cristo nos capacita para sacar todo el bien posible de ese mal.
Precisamente Cristo dedicó gran parte de su misión evangélica a sanar enfermos. Nadie tan cercano como Él a aquellos que sufren. No hay medicina ni tratamiento alguno que pueda suplir la presencia del Cristo doliente al lado del que vive postrado en una cama, en una silla de ruedas o en pie pero esperando una muerte cercana y dolorosa. En Cristo a veces encontramos la curación, si en verdad es pertinente que se produzca para dar gloria a Dios, y siempre el consuelo. Él lloró por la muerte de Lázaro, a pesar de que le iba a resucitar en breve. Quiso llorar públicamente para mostrar que su humanidad y su divinidad están a nuestro lado cuando lloramos por nuestros enfermos y nuestro moribundos.
¿Y qué no diremos de la pléyade de hermanos que desde el cielo interceden por nosotros en nuestras enfermedades? La comunión de los santos, con la Madre del Señor al frente, se hace especialmente luminosa cuando les rogamos que lleven nuestras necesidades a los pies del Padre, al que adoran constantemente junto a los ángeles.
Os ruego a todos, enfermos o familiares, cristianos o no, que leáis el mensaje que acaba de publicarse de Benedicto XVI con motivo de la próxima Jornada Mundial del Enfermo. Veréis en sus palabras el cariño de la Iglesia, verdadera Madre que nos acompaña en el dolor.
Luis Fernando Pérez Bustamante
19 comentarios
Me pareció que en la foto el Papa aparece con un niño. Supongo que él no se enteró tampoco de que su sufrimiento tiene sentido. Seguro Su Santidad le dijo que pida morfina en abundancia, que hay que vivir la vida ligera y no enterarse del dolor, que es cosa mu mala.
Ah, qué monjas éstas, que pretenden adelantarse al mensaje del Papa, diciendo las mismas cosas en la catequesis. Habrá que sancionarlas, digo yo. O tal vez darles un premio, no sé.
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LF:
De todas formas hay maneras y maneras de decir las cosas. Sobre todo a unos niños.
Con esto no digo que esas monjas lo hagan mal. Más me creo que a los padres les ha dejado fuera de sitio que a sus nenes les enseñen doctrina católica genuina.
Ya se que este tipo de aclaraciones no son el propósito de los comentarios pero, posiblemente por mi edad, en mi educación religiosa nunca se me habló de esta manera de la enfermedad.
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LF:
Cito de la Carta Apostólica Salvici Doloris, del beato Juan Pablo II:
El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo.
Recomiendo la lectura de toda la carta apostólica.
Y luego tenemos lo que escribió San Pablo inspirado por el Espíritu Santo:
Colosenses 1, 24
Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia.
Porque sólo el cristiano ¡dichosa fe! tiene el sublime priviliegio de "suplir en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia" (Col. 1,24), esto es, unir su dolor a Cristo crucificado, y ofrecer ese dolor, hecho uno en Cristo, para la salvación del mundo. Y tener certeza como cristianos -por la fe- que el dolor que nos consume verdaderamente salva porque verdaderamente logramos unirnos a quien "en sus heridas nos ha salvado".
Y sólo el cristiano, que cuida a alguien que está sufriendo, tiene la certeza de que Cristo, al final, recompensará su caridad, porque Él lo prometió (Mt. 25,44), y porque "El amor cubre multitud de pecados" (1 Ped. 4,8)
Recomiento una bellísima colección de textos del beato Juan Pablo II sobre el sentido cristiano del dolor titulada "El Evangelio del sufrimiento y la vida" (Ediciones Crónica).
Y lleno de Verdad. Los que lo hemos pasado lo sabemos.
Iba a proponerte que vuelvas a tratar el tema, que seguro que ya lo has tratado alguna vez, pero bueno, ya decidirá Dios que lo entienda cuando lo considere.
Por lo demás, sí que es verdad que el post te ha quedado muy bonito y muy humano. Ya lo releeré con calma.
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LF:
Bueno, pide gracia a Dios para que lo entiendas.
Salmantino y Carlos , Luis Fernando os da buenos ejemplos de nuestra fe al respecto. Consideradlo, reflexionadlo y guardadlo, no despreciéis tal regalo. No tengáis miedo.
Os recomiendo un artículo de él Sobre María Corredentora. Por supuesto escándalo para protestantes he aquí con permiso el artículo:
http://infocatolica.com/blog/coradcor.php/1103271111-sobre-maria-corredentora
Todo empieza con la premisa "el salario del pecado es la muerte" (Romanos 6,23).
Dado que desde Adán todos pecamos, todos debemos morir. Matemáticamente, una muerte por un pecado (1/1=1). Si pecamos cien veces, debemos morir cien veces, una aquí y otras 99 en el Purgatorio, si Dios nos da esa gracia. Si morimos en pecado mortal, estamos condenados a la muerte infinita, el infierno.
Cristo murió sin pecado (1/0=infinito): a través de su muerte pagó el pecado de todos, y resucitó, porque no merecía esa muerte. La Santísima Virgen llegó al fin de su vida terrenal sin pecado, por eso fue asunta al cielo sin conocer la muerte.
El dolor es una "pequeña muerte", una consecuencia del mal que hemos hecho. Cristo ofrece Su dolor infinito a cambio de los muchos pequeños males que hacemos. La Santísima Virgen hace lo mismo con su inmenso dolor. Los santos suman sus sacrificios a ese enorme depósito de redención y lo ponen a disposición de todos.
El enfermo tiene tres opciones: Rechazar su dolor, negarlo y seguir afrontando las consecuencias (no curarse), aceptar su dolor por sí mismo (curarse) y ofrecerlo como rendención por los pequeños males de otros ("prefiero que me duela a mí y no a ti").
Todo padre, y en especial las madres, entienden muy bien este concepto. Cuando al niño le duele algo, la madre haría lo imposible porque ese dolor fuera suyo y no de ellos. Cuando el niño es amenazado, el padre arriesga su vida por salvarlo. Nosotros no podemos hacer esa "transferencia" de dolor y muerte, pero Cristo sí puede.
Por supuesto que el dolor de nosotros, pecadores, es una miseria comparado con el de Cristo. Todos nosotros merecemos ese dolor. Al ofrecerlo por la salvación de otros sumamos ese miserable dolor al infinito sacrificio de Cristo y nos hacemos uno con Él. Ya no somos huérfanos sufriendo, sino hijos redimidos. Aunque el dolor siga existiendo, ya no es inútil castigo por nuestras faltas, sino meritoria redención por las faltas del mundo.
Es un misterio, que se siente aunque no se entiende; tú lo dices muy bien, Carlos: ya decidirá Dios que lo entiendas a su debido momento. Si te sirve, Dios ha "refinado" a sus elegidos sometiéndoles a esta prueba. Y cuando estás dentro de ella -puede ser física o moral- el saber que Jesucristo pasó por ello sin culpa alguna propia, es de gran alivio.
Hoy es difícil entender la dimensión redentora del sufrimiento porque ni siquiera se entiende que haya sufrimiento en el mundo. Se intenta huir y dar la espalda al dolor y la muerte, como si eso fuera posible. Pero en este mundo es imposible no sufrir porque así lo construimos nosotros todos los días.
Entiendo a los que dicen que les es difícil creer que exista un Dios que permita tanto sufrimiento, pero siempre les digo que más difícil es concebir que Dios bajara a este mundo a sufrir con nosotros, y es lo que hizo hasta morir en el más absoluto desamparo.
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LF:
Ah, ya. Bueno, es que, como todo el mundo sabe, los católicos no vamos al médico cuando enfermamos. Y claro, me interesaba saber lo que hacéis los que no lo sois.
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LF:
Pido a Dios que te conceda estar a solar con ese familiar siquiera sean cinco minutos para que puedas ser instrumento de su salvación.
Así puede ser un desafío, de que lo que lo enferma, no enferme todo su ser.
(Fuí ateo, y repaso mi mentalidad de otros tiempos)
Que se le diga que lo que lo basurea, pueda ser un tesoro, le resultará escándalo, broma burda o mistificación de lo inútil.
Más para muchos, la enfermedad ha sido camino de conversión.
Dios os bendiga.
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LF:
Le cuento que yo no me acordaba de este artículo. Su comentario me ha hecho volver a leerlo. Y justo en el momento más necesario para mí.
Bendiciones.
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