21.01.13

Aranceles y nueva evangelización

En la misa de conclusión del Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana Benedicto XVI ha subrayado que los verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible para todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad.

La nueva evangelización supone una llamada incesante a la conversión. Antes que nada, la nueva evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia, pero la condición es que se rehaga la trabazón cristiana de las mismas comunidades eclesiales (Motu Proprio, Ubicumque et Semper, Benedicto XVI).

La vieja historia sobre las riquezas de la Iglesia dice que los curas ganan mucho y con poco esfuerzo, slogan que proviene a veces de la calumnia y de campañas antirreligiosas bien orquestadas por los cristofóbicos de siempre.

Las reacciones frente a los ingresos materiales de la Iglesia siempre dependerán de dos condiciones: 1) saber a dónde va ese dinero, y 2) cómo se lo va a emplear.

Los fieles aportan generosamente a las necesidades de la Iglesia, cuando ven que sus oblaciones son empleadas en necesidades reales, entre muchas, por ejemplo el sostenimiento de hogares de niños, de ancianos, hospitales, escuelas, comedores para pobres, difusión de la prensa católica.

Por instinto hay una reacción de sospecha contra el sacerdote que lo organiza todo por sí mismo o por medio de alguna persona amiga. La organización de actividades destinadas a la recolección de fondos de los que después no se informa, genera la sensación que va a enriquecer a los sacerdotes a expensas de los fieles, y muchos despachos parroquiales parecen una tienda donde le dicen a uno: Vale tanto. Debe tanto, consecuentemente la gente emplea casi siempre fórmulas comerciales, como ¿cuánto debo?, ¿cuánto cuesta?, porque sencillamente no sabe emplear otras fórmulas.

La normativa eclesial establece como obligatoria la conformación de un consejo de asuntos económicos parroquial. Sin menoscabo de la antigua y piadosa tradición de los fieles de contribuir al sostenimiento de la Iglesia, las normas que lo regulan, buscan

crear en la sociedad eclesial un orden tal que, asignando la parte principal al amor, a la gracia y a los carismas, haga a la vez más fácil el crecimiento ordenado de los mismos en la vida tanto de la sociedad eclesial como también de cada una de las personas que pertenecen a ella (Constitución Apostólica Sacrae disciplinae leges, Juan Pablo II).

Antiguamente la aportación material de los fieles consistía, ante todo, en dones naturales; actualmente las oblaciones son ofrecidas casi exclusivamente en dinero. El canon 848 prohíbe pedir más de las ofrendas establecidas por la autoridad competente y ha de procurar siempre que los necesitados no queden privados de la ayuda de los sacramentos por razón de su pobreza.

Hay un aspecto que parece vital ante los desafíos de la nueva evangelización, es el tema de las misas llamadas colectivas. El Decreto de la Congregación para el clero sobre las misas llamadas colectivas señala que es lícito

unir las diversas ofertas para celebrar el número de santas misas que corresponde a las estipendios vigentes, empero los argumentos en favor de esta nueva práctica son engañosas y constituyen un pretexto, cuando no reflejan una eclesiología equivocada, por lo que la Congregación para el clero, tras un examen atento

estableció con aprobación expresa del Papa Juan Pablo II, el 22 de enero de 1991, entre otros aspectos que al celebrante sólo le será lícito conservar el estipendio fijado en la diócesis, debiendo entregar al respectivo Obispado la suma que exceda a dicho arancel establecido por el Ordinario del lugar. Lo cual significa que aunque la misa tenga un valor infinito la cantidad de las ofertas no puede ser infinita, lo contrario sería prácticamente una acción simoníaca.

La simonía consiste en la compra o venta de cosas sagradas, así como exigir un pago a cambio de oraciones. Es comprensible la falta de sacerdotes y la demanda de celebraciones, pero eso no justifica de ninguna manera que la pastoral se mueva por motivos económicos. Hay quienes se dedican casi completamente a la administración de sacramentos como tiroteo de metralletas.

Quien celebra o recibe un sacramento con simonía, debe ser castigado con entredicho o suspensión (Can. 1380), y quien obtiene ilegítimamente un lucro con el estipendio de la Misa, debe ser castigado con una censura o con otra pena justa (Can. 1385).

Es contraproducente, por decir lo menos, participar del Santo Sacrificio de la misa en la que la lectura de las intenciones resulte inacabable, con 200 ó 300 intenciones.

Sobre todo en los santuarios y los lugares de peregrinaciones, a los que llegan diariamente numerosas ofertas para la celebración de misas, los rectores tienen el deber en conciencia de vigilar con suma atención a fin de que se apliquen cuidadosamente las normas de la ley universal en esta materia (cf. principalmente los cánones 954-956) y las del señalado decreto.

Se trata de celebrar los sacramentos sin que la economía de la Iglesia dependa de éstos. Si no se puede prescindir del sistema de estipendios, es capital purificar el modo de hacerlo y sobre todo evitar los abusos.Un signo grandioso de nueva evangelización.

17.01.13

La hora de los laicos (5) - El laico insustituible eslabón

A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”

LA FAMILIA DE DIOS

El laico no es una hoja seca que baja sola, y queda única: es un sarmiento vivo de una viva cepa que es Jesús. Es un elemento activo de la Iglesia-Comunión (C.L., 18). Es un eslabón necesario en la cadena que teje la Iglesia-servicio (koinonía). Porque vive la incorporación  de los cristianos a la vida de Cristo, y la circulación de una idéntica cari­dad en todos los fieles, en este y en el otro mundo. Unión a Cristo y en Cristo: y unión entre los cristianos dentro de la Iglesia (C.L., 19).

Que no es una isla. Es un miembro vital de un Cuerpo espiritual. Es un ciudadano que se ha de salvar y ha de salvar como pueblo, por­que Dios anhela salvar a toda la humanidad. Forma con los demás una comunión, más que sociológica y psicológica, con Cristo por ca­beza, el amor por ley, en unidad de vida, de caridad y de verdad; enla­zados no con vínculos de sangre sino del espíritu. Cuyas partes gozan de diversidad y de complementariedad, por lo que se halla cada ser relacionado con todo el cuerpo y a él ofrece su propia aportación.

Y el Espíritu es el principio dinámico de la variedad y de la uni­dad de la Iglesia, de esta familia de Dios a la que pertenece (C.L., 20). En el laicado está también el espíritu de la verdad (Jn 16, 13), y por eso es también locus theologicus.

Es interesante cómo el cardenal Newman en 1832, en Los arrianos del siglo IV, explana la concepción orgánica de la Iglesia como Cuerpo de Cristo:

El  cuerpo  de  los  fieles  es  uno  de  los  testigos  del  hecho  de  la tradición de una doctrina revelada, y su consensus a lo largo de la cristiandad es la voz de la Iglesia  infalible… Consenso que debe  considerarse  como  un  testimonio  del  hecho  del  dogma apostólico, como una especie de instinto… profundamente enraizado en el Cuerpo Místico de Cristo, como una orientación dada por el Espíritu Santo, como una respuesta a la plegaria  de  los  fieles,  como  un  recelo  del  error,  que  el  pueblo  experimenta  inmediatamente como  objeto  de  escándalo.

También en 1859 escribió  su trascendental artículo Sobre  la  consulta  a  los  fieles  en  materia doctrinal, en el que desarrolla la doctrina eclesiológica del Cuerpo  Místico, expone lo que más tarde se llamará el sensus  fidelium. Fundamenta asertivamente en el ejemplo  histórico de la herejía arriana  del  siglo  IV,  cuando el dogma de la  divinidad  de  Jesucristo

fue  proclamada  y sostenida  mucho  más  por  los  fieles  que  por  el  episcopado,  y  (humanamente  hablando)  fue conservada mucho más por la “Ecclesia docta” que por la “Ecclesia docens”; el cuerpo del episcopado  fue  infiel  a  su  responsabilidad  mientras  el  cuerpo  del  laicado  fue  fiel  a  su bautismo. 

Posteriormente Newman  dejó absolutamente claro  que  no tuvo la intención de

negar  que  el  gran  conjunto  de  los  obispos fueran  ortodoxos…ni  que  hubiera  numeroso  clero  que  apoyaba  a  los  laicos,  y  actuaba sirviéndoles de punto de referencia y de guía, ni que el laicado recibiera realmente su fe en primera instancia de los obispos y el clero, ni que una parte de los laicos fueran ignorantes y otra parte a la larga corrompidos por los maestros arrianos. Por  supuesto,  el  don  de  discernir, distinguir,  definir,  promulgar  y  hacer  cumplir  cualquier  aspecto  de  la  Tradición  reside solamente en la “Ecclesia docens”.

Fundamentalmente el foco está en que

aunque el laicado no sea más que el reflejo o el eco del clero en materia de fe, no deja de haber algo en la “pastorum et fidelium conspiratio” que no se encuentra  en  los  pastores  solos.  Conspiratio:  las  dos,  la  Iglesia  que enseña  y  la  Iglesia  enseñada,  se  ponen  juntas  como  un  doble  testimonio,  iluminándose mutuamente, y siempre inseparables.

Cabeza y Cuerpo se necesitan mutuamente. Hay una interdependencia: el apostolado es inherente a la vida del laico, como el apostolado de los seglares le es necesario al sacerdote.

Empero, no es compatible con la presencia activa del Espíritu Santo en la Iglesia entera, cuando algunos miembros afirman tener ellos solos al Espíritu Santo y que sólo ellos son poseedores de la verdad, mucho menos cuando ésta va en sentido contrario a la tradición y a la doctrina de la Iglesia. En Holanda, Alemania, Austria, Suiza, Estados Unidos, y otros países, los laicos tratan de alcanzar un status no propio de su vocación y misión, afirmando erróneamente posturas distorsionadas de lo que Newman propició, es decir, una auténtica comunión orgánica de los bautizados y no primariamente constituida de clérigos y laicos,  que era, y es, un modo de entender que lleva inexorablemente al clericalismo o al laicismo.

FACULTADES PROPIAS

Es rama, es miembro, es parte de un organismo. Y Juan Pablo II le recuerda: El fiel laico no debe jamás cerrarse sobre sí mismo, ais­lándose espiritualmente de la comunidad: sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraterni­dad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructifi­car, junto con los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia. El Es­píritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples carismas; le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le re­cuerda, como también a los demás en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio (C.L., 20).

Es una pieza singular, in­substituible, en el engranaje; ya que es compleja la familia, muchas las labores diversas a realizar, y los carismas se regalan a cada uno para que los empleen en la construcción, desarrollo y vitalidad de la Iglesia.

14.01.13

Catequesis por los suelos

Alguien ha dicho que el catecismo actual es la televisión, debido a que los padres por comodidad, o porque no tienen tiempo, o porque se avergüenzan, o ciertamente porque carecen de la suficiente formación doctrinal, no enseñan catecismo en sus hogares.

Los niños se han convertido en la primera víctima de un influjo negativo, deseado y ejecutado. La llamada psicología del New Age ha invadido el mundo entero con innumerable literatura infantil y películas para niños, de tal forma que el momento decisivo de la formación de la conciencia moral, se verifica hoy en día, para incontables niños prácticamente delante del televisor, estimulados a un desarrollo precoz y expuestos a todo tipo de pecados, a esa edad el alma del niño es tierna como la cera que cede a toda presión (Obispo Keller).

Los escasos sacerdotes, ocupados en múltiples actividades, no hallan tiempo para congregar a sus fieles y darles una instrucción sólida y gradual sobre la doctrina de la Iglesia. Los maestros no aceptan el catecismo en sus aulas, porque no figura como asignatura oficial. Los laicos comprometidos realizan labores dentro de la Iglesia, pero muy pocos de ellos estiman la importancia de enseñar las bases de nuestra fe católica a niños y adultos, con el consiguiente resultado de una espantosa ignorancia de la religión.

Uno puede darse cuenta de la gravedad de esto, cuando constata que muchísimos niños y adolescentes, alumnos de establecimientos católicos, no saben por ejemplo las principales oraciones de un cristiano, y ni qué se diga de otros, así, a falta de una catequesis sólida, ordenada y permanente, la situación de amplios sectores de la Iglesia parece no solamente ser grave, sino gravísima.

Es verdad que hay planes llamativos de pastoral, estupendos programas de formación, cronogramas de personalización, pero de catecismo nada, la sequía es espantosa, ya que ignorando las enseñanzas de Jesús, las nuevas generaciones están creciendo como auténticos paganos.

La Iglesia, en cuanto casa espiritual, está arruinada: en sus parroquias y estructuras diocesanas apenas ofrece albergue suficiente para vivir. En tal situación, o bien los cristianos se procuran la casa de alguna agrupación cristiana, o sobreviven solos como pueden, o se dispersan y dejan de ser cristianos (Evangelio y utopía, José María Iraburu).

Jesús dijo que su Iglesia es la luz del mundo, una ciudad colocada sobre el monte, la cual no puede ocultarse (Mateo 5, 14). Consecuentemente

es necesario que, lo que la Iglesia es en sí misma, lo sea también en sus miembros. Lo que es para nosotros, es preciso que lo sea también por nosotros. Es preciso que, por nosotros, continúe siendo anunciado Jesucristo, que, a través de nosotros, continúe Él transparentándose. Esto es algo más que una obligación. Es, podríamos decir, una necesidad orgánica (Meditation sur l´Eglise, cardenal de Lubac).

Señalaba el cardenal Danneels:

Nos faltan los retiros escolares, las misiones parroquiales, las grandes misiones rurales de los siglos pasados que suscitaban auténticas conversiones y frecuentes regresos a la práctica. Ninguno de estos medios ha sido reemplazado en nuestra época por algo que lo sustituya.

Y hace falta rehacer el entramado auténtico de la catequesis, que padece de un lenguaje secularista, con todo su contenido de planteamientos y orientaciones, para conectar mucho mejor con el pueblo, pero que no produce frutos duraderos sino efímeros y superficiales, una catequesis falsificada que soslaya la fidelidad a la verdad de Cristo, una anti-catequesis.

La tarea fundamental de la Iglesia es la catequesis… en el campo de esta obra de la fe cada vez más consciente, que se introduce siempre de nuevo en la vida de cada generación, sabemos cuánto depende del esfuerzo común de los padres, de la familia, de la parroquia, de los sacerdotes pastores de almas, de los catequistas y de las catequistas, del ambiente, de los medios de comunicación social, de las costumbres. De hecho, los muros, los campanarios de las iglesias, las cruces en las encrucijadas, las imágenes santas en las paredes de las casas y de las habitaciones, todo esto catequiza de algún modo. Y de esta gran síntesis de la catequesis de la vida, del pasado y del presente, depende la fe de las generaciones futuras” (Papa Juan Pablo Magno, Polonia, 3-6-1979).

El Catecismo de la Iglesia Católica, ya desde sus primeras páginas subraya que

La catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana (5).

Año de la Fe y nueva Evangelización: los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis (Catecismo, 8).

10.01.13

La hora de los laicos (4) - Mezclarse pero sin confundirse

A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”

Dignidad esencial del bautizado

Hay una idiosincrasia sobrenatural propia, que no se opone ni supera al sacerdocio o a la consagración religiosa, sino que es peculiar, única, en el laico. Es su índole secular:

son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profe­sionales, culturales; de tal modo que el “mundo” se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, ya que han sido llama­dos por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santifi­cación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas (Christifideles laici, 15).

Están llamados a la santidad, aunque en diverso ambiente del altar o de la clausura, santidad que hunde sus raíces en el bautismo que recibieron para pretender el seguimiento y la imitación de Jesucristo.

La vocación de los laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades tempo­rales y en su participación en las actividades terrenas (C.L,17).

Hay que plantar la viña en medio de la sociedad, y que sus frutos sean estimados y apeteci­dos por los indiferentes o los perseguidores mismos; tarea de viñadores que deben actuar allá mismo. Viven, ríen, lloran, laboran, triunfan, fracasan, se multiplican, aman, con los demás, pero no como los demás, porque los lai­cos fieles han de cumplir todo como exigencia de su amor a Dios y con go­zosa sumisión a los mandamientos divinos. Fructifican sus almas, atraen a su vida mística a sus vecinos, con su conducta orientan según el Evangelio en toda oportunidad social, participan con su esfuerzo en la creación de una gran familia.

Cuando Teodosia la hermana de Santo Tomás el Aquinate le preguntó ¿qué debo hacer para ser santa?, el gran genio respondió contundentemente con una sola palabra: desearlo. Ahí está el quid del asunto. Sólo se consigue aquello que se persigue. Nadie ama lo que es malo, nosotros amamos lo que es bueno, por eso el padre de la mentira disfraza el pecado hasta hacerlo parecer como oro del Paraíso.

Así como el cristianismo naciente tuvo que distanciarse de la moral ambiente de la época, los cristianos de hoy, y más aún los de mañana, tendrán que asumir su responsabilidad en fidelidad a su doble deber para con Dios y para con el hombre, a la luz de Dios.

La crisis de la evangelización no está motivada, de manera prioritaria, por una falta de catequistas o de docentes (profesores de religión o de teología). Se debe al hecho de que no hay suficientes cristianos que estén dispuestos a transmitir la fe a sus prójimos. Es decir,

que el fermento se mezcle con la masa, pero sin confundirse con ella. La luz irradie pero sin dejarse invadir por las tinieblas. Las disipe casi sin tocarlas. Que el fermento permanezca oculto, desaparezca haciendo hacer a otros.

Los cristianos no son del mundo, como Yo no soy del mundo (Jn 17, 14-16). El mundo amaría a los cristianos si los considerase suyos; pero como ve que Cristo les ha sacado del mundo, por eso los odia, como le odia a Él (15, 19). No los ha retirado físicamente del mundo (17, 15), pero los ha sacado de él espiritualmente, de modo que han vencido al mundo (1Jn 4, 4; 5, 4).

Así, como en los primeros siglos del Cristianismo

negándose los cristianos a dar culto al emperador y a otras manifestaciones de la religiosidad oficial romana, se hacen infractores habituales del derecho común, y vienen a incurrir en crimen de lesa majestad (José María Iraburu, De Cristo o del mundo),

la Verdadera Fe es actualmente atacada como no hay precedentes en la historia. Los medios de comunicación y los grupos ateos, pretextando la separación de la Iglesia y el Estado, legislan leyes para erradicar la Cruz de las aulas, la oración de las clases. La pornografía circula libremente, el aborto es promovido y legalizado. Es tan perverso el ataque contra los valores morales del Cristianismo que los jueces secularistas encarcelan e imponen sentencias injustas a quienes abogan por el movimiento pro-vida. El anti-Reino glorifica a los salvadores de ballenas y manda a la cárcel a los salvadores del niño en el vientre de la madre.

Sí, el bautizado no es como todo el mundo,

si quisiese ser como todo el mundo (sin darse cuenta de que entonces sería un disfrazado), perdería toda su fuerza, y esa eficacia tan inútilmente buscada muchas veces en nuestros días. Lo que el hombre espera de él es, precisamente, que no sea como todo el mundo (J. Maritain, La Iglesia de Cristo).

Ahí está la meta:

hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada Jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor: humildes y grandes artífices —por la potencia de Dios— del crecimiento del Reino de Dios en la historia (C.L., 17).

Es la hora de los laicos.

7.01.13

Niños privados de Cristo

En la Navidad de 2011 mi sobrina Florencia de 7 años hizo su Primera Comunión. Pocas semanas después, durante la Santa Misa, mientras estábamos de rodillas en el momento de la consagración, me dijo en voz baja: ¿Tío es la transubstanciación no?

Muchas veces se infravalora la capacidad de los niños y jóvenes de asimilar los misterios de la fe.

Se afirma que la fe es un regalo de Dios, no la consecuencia de acciones humanas, pero Dios la regala a través de medios humanos para que podamos recibirla: nuestros padres, los maestros y predicadores, el mismo ambiente social, pueden ser los instrumentos de Dios para que llegue a nosotros la buena noticia de la salvación.

No se recibe la fe con la misma facilidad y lógica en un grupo ignoto que en el seno de una familia practicante de su fe. Lo malo es que una vez recibida la fe, hartos cristianos no la fecundan, no la multiplican.

Así, mientras la pureza y la inocencia de nuestros niños, se encuentran hoy por hoy en medio de innumerables y crecientes peligros; mientras la anti Iglesia y el anti Evangelio buscan por todos los medios, desenraizar toda noción o vivencia cristiana de los niños y jóvenes con la implementación de currículos escolares ideologizados, ateos y alienantes, con el expreso fin de apartarlos de la vida espiritual; mientras poderosas organizaciones imponen los dictados de la reingeniería social antinatural y anticristiana con la promoción y promulgación de inicuas leyes sexistas, denominadas de derechos sexuales, dirigidas a dar a los niños desde los 10 años autonomía sexual, despojando a los padres de familia de su patria potestad, con una soterrada agenda intrínsecamente perversa; mientras el maligno plan avanza, multitud de iglesias particulares y parroquias ignoran un aspecto capital de la fe, que es la edad de la Primera Comunión de los niños

Parecería que algunas Conferencias Episcopales han olvidado que todo lo primero queda eternamente, y determinaron que la edad de la Primera Comunión de los niños debe ser sobre los 10 años, cuando los más acreditados estudios de psicología, psiquiatría y pedagogía muestran que los niños están alcanzando la edad de discreción cada vez más rápido, a los 5 - 6 años.

Desde un principio, la Iglesia consideró bueno dar a los más pequeños la Sagrada Comunión. En 1215, el Concilio de Letrán determinó que cada fiel que llega a la edad del discernimiento, se confiese y al menos en la Pascua de Resurrección reciba la santa Comunión, es decir que, cuando el niño ha alcanzado el uso de razón, comienza su obligación de cumplir el doble mandamiento de la Confesión y la Comunión Eucarística.

El Papa San Pío X, por el Decreto Quam Singulari estableció que los niños fueran admitidos a la Primera Comunión a la edad de siete años. Al respecto el Siervo de Dios cardenal Rafael Merry del Val, dio el siguiente testimonio:

Muy a menudo (San Pío X) me hablaba de la necesidad de hacer hacer la Primera Comunión a los niños muy pronto con el fin de que el Señor tomara posesión de sus almas antes de que entrara en ellas el pecado. Por esta razón tuvo algunas oposiciones que surgían de antiguos prejuicios, pero él mantuvo, y con felices resultados, las disposiciones tomadas.

El Beato Juan Pablo Magno escribió sobre aquella decisión de San Pío X con palabras de admiración:

Un testimonio conmovedor de amor pastoral por los niños la dio mi predecesor san Pío X con su decisión sobre la Primera Comunión.  No solamente redujo la edad necesaria para acercarse a la Mesa del Señor, de lo que yo mismo me aproveché en mayo de 1929, sino que dio la posibilidad de recibir la comunión incluso antes de haber cumplido los siete años si el niño muestra tener suficiente discernimiento. La Sagrada Comunión anticipada fue una decisión pastoral que merece ser recordada y alabada.  Ha producido muchos frutos de santidad y de apostolado entre los niños, favoreciendo que surgieran vocaciones sacerdotales (Juan Pablo II  ¡Levantaos! ¡Vamos!  p. 97).

La responsabilidad primera está en los progenitores, los cuales pueden libremente llevar a sus niños a la Comunión temprana, claramente dicha en el Código de Derecho Canónico:

Los padres, en primer lugar, y quienes hacen sus veces, así como también el párroco, tienen la obligación de procurar que los niños que han llegado al uso de razón se preparen convenientemente y se nutran cuanto antes, previa Confesión sacramental, con este alimento divino” (canon 914).