Comunión eclesial o "totum revolutum"
La hora de los laicos (12)
El testimonio de una comunión firme y convencida en filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el obispo «principio y fundamento visible de unidad» en la Iglesia particular, y en la «mutua estima entre todas las formas de apostolado de la Iglesia» (C.L. 30), exige el tercer «criterio de eclesialidad», para el reconocimiento canónico de los movimientos y asociaciones apostólicas, con sus carismas, reglas y métodos.
Aunque ya traté el tema de la comunión eclesial en esta misma serie, es necesario puntualizar algunos aspectos más.
La comunión, de acuerdo a la Christifideles laici implica: la acogida de las enseñanzas doctrinales y orientaciones pastorales; el reconocimiento de la pluralidad de formas de asociaciones laicales en la Iglesia, y, la disponibilidad a cooperar.
Sin el ministerio de los pastores los carismas flotarían sin orden en la Iglesia. Pero sin los otros carismas, ¡el ministerio eclesiástico sería tan pobre y tan estéril! (Cardenal Suenens, en el Vaticano II).
A partir del Concilio Vaticano II, la noción de comunión es, muy significativa para la evangelización (DT, 50º Congreso Eucarístico Internacional). La realidad de la Iglesia-Comunión es entonces parte integrante, más aún, representa el contenido central del «misterio» o sea del designio divino de salvación de la humanidad (C.L., 19).
Común-unión de los cristianos entre sí que nace de la comunión con el Señor.
La Iglesia universal se presenta como un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y está en el enraizamiento de los bautizados en la obra trinitaria de unificación de la Iglesia: pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. Está antes que todo la adhesión a la única fe en la proclamación de la palabra de Dios que representa la raíz de la comunión eclesial (San Cipriano, Dei Verbum).
La comunión entre muchos carismas, funciones, servicios, grupos y movimientos dentro de la Iglesia está asegurada por el santo misterio de la Eucaristía (Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas, no 27), por lo que dicha comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir edifica, la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia (cf. 1 Co 10, 16 s.) (C.L. 19). San Pablo enseña:
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el Pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque uno solo es el Pan, aun siendo muchos, un solo Cuerpo somos, pues todos participamos de un mismo Pan (1 Cor 10, 16s).
La encíclica Ecclesia de Eucharistia, reafirma la enseñanza de san Pablo, que la Eucaristía no puede realizarse con asambleas eucarísticas divididas, y si éstas persisten, pierde eficacia, porque las divisiones están en contraste con el espíritu de comunión fraterna (1 Cor 11, 17-34).
Es que, en muchas Iglesias, la expresión eclesiología de comunión, ha pasado a ser un término engañoso, que para algunos significa un simple estar de acuerdo, o lo que es peor, el sacramento eucarístico queda como una fuerza contrarrestada por otra, por la idea de la comunión de los hombres entre ellos, erróneamente considerada como verdadera comunión en el Cristo-Espíritu-Social, que no edifica la comunidad de los hermanos, sino azuza el mitin de los camaradas.
«¿Todos los caminos llevan a Roma?»
«Ande cada uno según el Señor le dio y según le llamó» (1Cor 7, 17). La fe es una singladura, ni duda cabe, y todo camino es una andadura con tramos, etapas, pasos, que llevan a una meta. Camino es aquel recorrido que lleva a un destino. La andadura sin término, no es camino, es un laberinto que no conduce a ninguna parte.
Recorrer un camino cierto, con etapas y punto de llegada es lo que llamamos «itinerario». No todos los caminos de la fe son entonces itinerarios, ya que algunos no conducen a nada. En este orden, los criterios de eclesialidad vienen a ser por lo tanto preciosos indicadores del camino para las asociaciones y movimientos.
Actuó con mucha sabiduría el fundador de la Legión de María, el seglar Frank Duff, Auditor seglar del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II, cuando, durante el cual, muchos obispos destacados, querían mencionar en uno de los decretos expresamente a la Legión de María.
Esto se sopesó –dijo Duff- pero luego fue descartado por razones de peso: en primer lugar, porque provocaría celos contra la Legión que no la beneficiarían, en segundo lugar, suponiendo que por designios de la Divina Providencia, la Legión desapareciera, y la Providencia suscita la creación de otra cosa mejor que la Legión, bueno, pues esa asociación no aparecería en ningún Decreto y la asociación desaparecida sí (Frank Duff, al servicio de María por la evangelización del mundo, Germán Mazuelo-Leytón).
Se da sin embargo, que
con mucha frecuencia, cada uno estima que su propio camino es el más adecuado y mira con recelo, cuando no con alguna hostilidad, el camino de los otros.
Esto lo podemos comprobar, de parte de laicos, como de religiosos, sacerdotes y obispos, en su trato con las asociaciones de fieles laicos:
el sobre-aprecio que cada uno suele tener por su grupo, su asociación, su camino, su propia fórmula de vida, y el menos-precio por el que ve, normalmente con no poca incomprensión, otras obras y otras síntesis de espiritualidad, aunque estén aprobadas, bendecidas y recomendadas por la Iglesia (Evangelio y utopía, José María Iraburu).
Por eso lo remarca la Christifideles laici: reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al mismo tiempo, disponibilidad a la recíproca colaboración.