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22.08.15

Carta de un hombre oprimido

Pues resulta que me pasa una cosa que quería compartir con vosotros. Desde un tiempo a esta parte tengo en mí sentimientos encontrados. A pesar de tener cuarenta años, mi interior me dice que tengo más de sesenta y cinco. Ya sé que mi DNI, mi partida de nacimiento, el sentido común y mi cuerpo (bien conservado y sano, por cierto), dicen lo contrario, pero es que yo creo que no es así, que algo en mi interior me hace sentir como un señor maduro de sesenta y cinco añazos.

De paso, sólo de paso, siento que ya no quiero trabajar más. Según mis sentimientos ya he llegado a la edad de jubilación y es hora de dejar atrás la fatiga, los agobios y los madrugones propios de la edad laboral. Eso sí, quiero cobrar mi pensión puntualmente, tener tiempo libre perpetuo, dar paseítos, leerme el periódico entero, tomar café a media mañana con tranquilidad, irme bien barato de vacaciones con el Imserso y supervisar las obras municipales. Mi interior me pide esto, me exige esto, quiere sacarlo de mí, manifestarlo al mundo. ¡Que se me oiga bien alto!

Ya he ido a la Seguridad Social, al Ministerio de Trabajo, a la Consejería y hasta al Ayuntamiento, pero me han dicho que me vaya a paseo. Desde luego son unos intolerantes, unos fascistas y unos talibanes. No dejan a uno que tenga derecho a vivir lo que siente en su corazón. También algunos amigos y familiares me han dicho que esto que siento no es normal, que me lo haga mirar, pero yo ni caso. Pienso luchar por lo que siento y creo,  a pesar de que es una irracionalidad absoluta y de que el mundo entero me dice que esto no tiene ni pies ni cabeza. Mi sentimiento es lo primero, oiga. La razón, dejémosla a un lado. Sólo la usaré para apuntalar y justificar mis argumentos, a pesar de que ni la historia, ni la sociología, ni la teología, ni ninguna ciencia me dé la razón.

Por suerte he encontrado otros en mi misma situación. Algunos tienen buena posición, otros tienen dinero, otros manejan algunos medios de comunicación y otros están metidos en el mundo empresarial o político. Juntos hemos formado una asociación para defender nuestros derechos ante el mundo. Seguro que nada se nos opone. Ya hemos comenzado a influir en la sociedad, a lanzar nuestras ideas, a ir concienciando a la gente que nuestro derecho a cobrar la pensión con cuarenta años es justo y legítimo. A cualquiera que nos argumenta en contra le llamamos intolerante, fascista, retrógrado, conservador, talibán, neocon o clerical. Es fácil: nos hacemos las víctimas, lanzamos algún mensaje con sentimiento (es lo que importa, ¿no?) y vamos, poco a poco, ganándonos a la opinión pública. Sólo somos el 0.1 % de la población, pero diremos que somos más para que todo cambie y se nos reconozca.

También la Iglesia se ha opuesto a lo que sentimos. Nos argumentan con numerosas citas de la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Tradición, la Teología moral, el Catecismo,… No nos importa. Nos pasamos todo ello por el arco del triunfo. Jesús quería que todos fuésemos felices, ¿no? Cambiaremos la Sagrada Escritura si es preciso para que ésta nos dé la razón. Estos curas, ¿qué se habrán creído? ¿Que son nuestros pastores?

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