Fray Leopoldo, el limosnero de Granada
Muchas veces de una manera irreflexiva, tendemos a pensar que los santos fueron seres más espirituales que humanos, casi ángeles, que vivieron en la tierra en perpetua levitación arrobados en misticismo, que tienen poco en común con el resto de los mortales. Nada más erróneo . Por poco que nos adentremos en las vidas de la mayoría de ellos, nos sorprenderá comprobar que fueron gente como tú y como yo, de carne y hueso, con sus necesidades y sus problemas, sus alegrías, tristezas, dudas, pecados y crisis, como cualquier otra persona y que si hicieron algo extraordinario, si se superaron a sí mismos, sólo fue por su fe en Dios , por creerse el inmenso Amor que Dios tuvo con ellos como con cada una de sus creaturas. Sólo eso fue el motor que les hacía ser seres extraordinarios, nada más. Y, naturalmente, también el caso de Fray Leopoldo de Alpandeire.
Conocí a Fray Leopoldo siendo yo muy niño. Por cuestiones del trabajo de mi padre que andaba de traslado frecuentemente, me dejaban largas temporadas en casa de mis abuelos, en Granada capital. Como era el primer nieto, estaban deseando tenerme con ellos esas temporadas y yo encantado de la vida, porque ellos ejercían de abuelos y yo lo pasaba en grande .
Mis abuelos eran gente religiosa, en su casa se rezaba en familia el rosario todas las tardes, la lectura de la biblia alguna noche y la misa todos los días de precepto, sin contar con las novenas que de vez en cuando hacían a los santos de su particular devoción. Creo que por aquel entonces aquella religiosidad era bastante común en Granada, al menos recuerdo que sus vecinos tenían una práctica religiosa parecida.
De vez en cuando, aparecía por casa de mis abuelos un viejecito, y yo, con la particular curiosidad de los niños, le observaba detenidamente sin perder detalle.
Me llamaba poderosamente la atención su atuendo, un hábito que había sido marrón, entonces pardo y descolorido, sus viejas sandalias de tiras de cuero, el cordón que llevaba atado a la cintura con unos nudos, su larga y blanca barba que me recordaba al rey Melchor pero sin el porte del rey… Porque Fray Leopoldo era bajito y muy corriente, nada majestuoso. Pero sobre todo me atraía su cara, redonda y simpática, con su eterna sonrisa. Llevaba siempre en el hombro una gran talega, como un saco con cosas dentro, que me intrigaba porque yo no sabía que podría ser.
Nada más llegar y sin que el fraile pidiera nada, mi abuela lo saludaba y le hacía pasar mientras iba a la despensa a buscar algo de comida, que podía ser cualquier cosa: un paquete de alubias, unas patatas o media hogaza de pan, mi abuela se excusaba por ser tan poca cosa, eran malos tiempos y la escasez era lo común en las casas. Fray Leopoldo agradecía fuera lo que fuere y decía,
- Doña María, a los que no tienen nada, todo les vale.- y metía en el saco lo que le daba la abuela.
Él se daba cuenta de que yo no le quitaba ojo de encima y entonces me acariciaba la cabeza diciéndome:
- Niño, se bueno con tu abuelita y reza a la Virgen.-
Luego mi abuela y él rezaban tres Ave Marías, terminando las cuales casi siempre ella le consultaba algo, le contaba un problema de la familia o de algún conocido y le pedía que rezara por esa intención.
Fray Leopoldo luego continuaba su ruta, de casa en casa recogiendo lo que podía y dando allí donde hacía falta. Lo que el aportaba a las familias no solo era un poco de comida o alguna prenda de ropa, él llevaba mucho más: la oración a la Virgen María, su alegría y la paz que emanaba de él.
Recuerdo a un tío mío, como en broma comentaba a la hora de la comida cuando mi abuela le explicaba que ese día había venido Fray Leopoldo.
- Fray Leopoldo siempre tiene razón, si le consultas cualquier cosa que te preocupa, él siempre tiene la misma contestación “Si Dios quiere que sea así, así será y si no quiere, no, no te preocupes y estate tranquilo“ – decía riendo.
Mi tío no podía comprender que la paz y la felicidad de aquel pobre hombre no era otra cosa que su confianza en el amor de Dios. Fray Leopoldo no era ningún erudito, ni tampoco un teólogo, era un hombre del pueblo, había sido labrador hasta los treinta y cinco años, pero poseía el mayor tesoro que un hombre puede tener .
A pesar de mis cortos años cuando le conocí, nunca he olvidado la sensación que me causaba aquel monje viejecito y de barba blanca y su recuerdo ha permanecido intacto a pesar de los años transcurridos.
José Mudarra
5 comentarios
El Señor nos llama a todos a evangelizar, ya sea con el ejemplo como Fray Leopoldo, ya dando testimonio del paso por nuestra vida de los buenos cristianos.
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