Anscombre: cuando la lógica le da la razón a la Humanae Vitae
Los escritos de Elizabeth Anscombe (1919-2001) en torno a la Humanae Vitae son certeros, brillantes, clarificadores, un rayo de luz que iluminan y profundizan en la valiente verdad que Pablo VI osó, para escándalo de tantos, proclamar al mundo.
Tras leer Una profecía para nuestro tiempo surge una pregunta: ¿cómo es que nadie me había hablado aún de Anscombe? Y a continuación aparece otra reacción: ir a explicárselo a nuestros seres más queridos y, tras la lectura en voz alta de un par de pasajes de entre aquellos que habíamos subrayado, concluir con aquello tan típico de: «te lo tienes que leer».
Y es que en un ámbito tan dado a la cháchara sin fundamento, Anscombe se toma en serio la encíclica y sus consecuencias y aplica su mente y toda su lógica a explicarnos por qué estamos ante un texto esencial, definitivo, que acierta de pleno. Tras leer a Anscombe entendemos mucho mejor qué es el acto conyugal, por qué los métodos naturales son radicalmente diferentes de la contracepción (aquí sus precisiones acerca de la intención de los actos, tema sobre el que es autora de un libro sobre el asunto, son de gran ayuda) o en qué consiste la castidad, virtud que también se debe vivir en el seno del matrimonio. Y también tomamos conciencia de la importancia que la moral sexual tiene en el edificio que el cristianismo construyó en oposición al mundo pagano; en brillante juego de palabras escribe Anscombe que «el cristianismo enseñó que los hombres deberían ser tan castos como los paganos pensaban que deberían selo las mujeres honestas; la mentalidad anticonceptiva enseña que las mujeres necesitan ser tan poco castas como los paganos pensaban que los hombres necesitaban serlo».
Anscombe, lo decíamos, lleva la lógica hasta el final y no tiene respetos humanos a la hora de afirmar, sin adornos pero sin disimulos, las conclusiones que se derivan, como cuando afirma que «si defiendes la anticoncepción habrás rechazado la tradición cristiana».
Dos rasgos llaman también poderosamente la atención en los razonamientos de Anscombe. Primero, su realismo: sabe lo que es el matrimonio (casada, fue madre de siete hijos), sabe que no se limita a una afectividad de tipo romántico y, por ejemplo, entiende que lejos de necesitar buscar una motivación especial, «las relaciones sexuales normalmente se realizan sin ningún otro propósito distinto que el de tenerlas, como tal parte de la vida matrimonial». El segundo rasgo notable es su visión profética: ¿cómo pudo ver en los 70 que la revolución sexual llevaba lógicamente a destruir el matrimonio por la vía de la unión entre personas del mismo sexo?
El libro es breve en páginas pero muy rico en enseñanzas. Y además tiene dos escritos introductorios que, y no es habitual, son de sumo interés. El de Kampowski contextualiza los escritos y el de David Albert Jones nos introduce en la fascinante vida de Elizabeth Anscombe. ¡Menudo personaje! No les adelanto ninguna de las anécdotas que recoge, pero sí les anuncio que tras leerlo uno no puede dejar de pensar lo interesante que habría sido conocerla
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