(Gaudium Press) En la entrevista, el Teniente Coronel Christoph Graf habla sobre su decisión de entrar en este cuerpo, sobre su fe, la importancia de trabajar al lado del Papa y sus desafíos de aquí en adelante en la Guardia Pontificia.
–¿Cómo decidió entrar al Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia?
Yo trabajaba en los Correos Suizos cerca de casa y tenía ya 25 años. Un día pensé: “¿Qué vida es esta? ¿Ir cada mañana al trabajo y volver de noche a casa por los próximos 40 años? No puedo continuar así”. Quería salir de la rutina. En Lucerna, donde antes trabajé, había visitado una muestra sobre la Guardia Suiza Pontificia. Tomé un panfleto informativo sobre el Cuerpo, leí atentamente y después pensé que podría ser algo adecuada para mí, puesto que para mí la fe siempre fue algo importante.
Donde trabajaba era una región predominantemente protestante: mi hermano y yo éramos los únicos católicos en aquella agencia postal y esto se percibía, aunque no de manera fuerte. Decidí, por tanto, presentar una petición al Comando de los Guardias Suizos. Pensaba que sería una elección de vida muy empeñada y, sinceramente, no pensaba que sería llamado. Pero, no ocurrió así, me llamaron para ser guardia. Tuve que esperar un año antes de poder venir a Roma. En aquella época había muchas peticiones, porque muchos querían ser de la Guardia Suiza. Finalmente, el 2 de marzo de 1987, llegué a Roma.
–¿Cómo fueron los primeros días?
Era todo nuevo. Me gustaban las cosas nuevas y estaba lleno de entusiasmo. Era, de hecho, la primera vez que iba al exterior. Nunca había salido de nuestra bella Suiza y fue también mi primera experiencia de viaje aéreo. Cuando llegué a Roma, iniciamos los entrenamientos: fue una verdadera vida militar. Para mí no era una novedad, puesto que ya había prestado el servicio militar en mi país: esto, de hecho, es un pre-requisito para poder entrar a la guardia suiza. En las mañanas realizábamos los entrenamientos, de 8:00 hasta el mediodía: primero con la alabarda y después sin, y de tarde andábamos por el Palacio Apostólico para conocer las oficinas y a las diversas personas. De noche regresábamos con la cabeza llena de nombres extranjeros y raros. Pensé: "¡Mi madre! ¡Va ser difícil conseguir entender y recordar todo!" El inicio fue duro, pero debo decir que lo enfrenté con gran entusiasmo. Y así aprendimos bien nuestro trabajo.
–¿Y el entusiasmo permaneció por 23 años?
Al inicio se hace un período de dos años y después se evalúa la situación. Siempre me gustó todo, todo iba bien. Debo decir que encontré enseguida un gran equilibrio entre el servicio, el ocio y también, una cosa importante, el tiempo para dedicar a la fe. Aquí se puede ir a misa todos los días, hay misas de hora en hora. En Suiza ahora se debe buscar la misa, también los domingos. El ambiente del Vaticano me agradó mucho. ¡Se dice que en el Vaticano es posible perder la fe! ¡Se dice! Pero creo que debemos ser siempre realistas. La Iglesia está hecha de hombres y los hombres son débiles y pecadores. Esto me hizo entender que el Vaticano no es, como se piensa en Suiza, un lugar similar al Paraíso, donde solamente los Santos deciden. El Vaticano es un Estado compuesto por hombres. ¿Cómo son? No me toca a mí decirlo, pero puedo decir que aquí también hay santos.
–¿Qué significa ser un guardia suizo, estar así cerca del Papa, protegerlo?
Creo que para nosotros es motivo de orgullo. Es una tradición ser un Guardia Suizo. Hace más de 500 años estamos aquí, escogidos por Julio II. Creo que es raro para un suizo, que hizo un trabajo normal, poder tornarse un guardia del Papa y estar tan cerca del Sucesor de Pedro. Pienso que sólo por esto una persona debe tener mucho orgullo. Yo todavía tengo y nunca lo he perdido. Cuando nos encontramos con el Papa es siempre emocionante, especialmente cuando él viene, cuando está cerca de nosotros. No es un hombre como los otros.
–Los guardias suizos son privilegiados por el hecho de tener la oportunidad de conocer la persona de Papa de cerca. ¿Cómo es Benedicto XVI?
No es así como escriben casi todos los diarios. Es un hombre muy humilde, que puso toda su vida a disposición de la Iglesia, un verdadero servidor. Él quiere ser un servidor, él es "el servidor". Como había dicho cuando fue electo: "simple y humilde trabajador en la viña del Señor". Es lo que él quería y no quiere ser un Papa. Él se ve como un servidor de todos.
–Ahora usted fue destinado a nuevas funciones. ¿Cuáles son los deberes del Vice-Comandante del Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia?
El primero es ser el substituto del Comandante. Cuando él no está presente es el Vice-Comandante que debe tomar las decisiones. Un deber preciso del Vice-Comandante es aquel de acompañar al Santo Padre en todos los viajes. ¡Es para mí un honor y al mismo tiempo una gran responsabilidad! Después vendrán los deberes decisivos.
–Además de ser un guardia suizo, usted también es padre de dos hijos. ¿Es fácil conciliar el servicio con la vida familiar?
Una desventaja existe: infelizmente no se está tanto con la familia y la familia para mí es importante. Cuando estoy en casa, intento distanciarme del trabajo, hay otra vida. Al volver a casa mis hijos corren para abrazarme y es muy bueno estar en casa, especialmente en la propia casa. Creo, sin embargo, que de parte, no solo de mi mujer, sino también de mis hijos, es necesario un poco de sacrificio. No digo que todas las mujeres piensen como las mujeres de los guardias. Hablo en general.
Porque es un sacrificio. Estamos frecuentemente el sábado y también el domingo en servicio. En Pascua trabajamos, en Navidad también. Hay poco tiempo para vivir un poco las fiestas con la familia. Si estamos por aquí, ciertamente se está trabajando. Es por esto que veo que es un sacrificio también para la familia. Pero, por otro lado, cuando se quiere bien y existe acuerdo y comprensión entre marido y mujer, los hijos crecen bien y son obedientes, si se hace un trabajo con deber y pasión, es posible conciliar las dos cosas, familia y trabajo.
–¿Cuáles son los mayores recuerdos de sus 23 años de servicio?
Una cosa que no olvidaré jamás es la muerte de Juan Pablo II. Fueron tantos años con él, casi 18. Se puede decir que fue como un Padre que se fue. Al final de su vida sufrió muchísimo. Cuando lo veíamos, cuando estábamos cerca en servicio, pensábamos: "¡Cómo sufre este hombre!". Después, la elección de Benedicto XVI fue una cosa excepcional, como, es más, todo el conclave: fue bello poder asistir por lo menos una vez a este acontecimiento. Naturalmente también el Año 2000, el Gran Jubileo. Vivir el Jubileo.
Hubo tantos otros acontecimientos: la canonización de Padre Pío, la de Escrivá, el fundador del Opus Dei. Millares, centenas de millares de personas en Roma. Una cosa nunca vista antes. Aquellas también fueron cosas que me impresionaron mucho. Aunque en el fondo no haya podido aprovecharlas en pleno porque estaba trabajando. ¡Pero pienso que siempre participé de los acontecimientos excepcionales! Después también nuestro jubileo, 500 años de la Guardia Suiza Pontificia. Fue un bello jubileo. El testimonio de que la Guardia forma parte de la historia de la Iglesia.
–¿Qué espera el nuevo Vice-Comandante al inicio de su trabajo?
¿Qué espero? Espero permanecer siempre la misma persona que era antes. No considero importante solamente el servicio. Pienso que nosotros tenemos también una misión. Estos jóvenes que vienen de Suiza, desde el punto de vista de la fe, no son muy asiduos y celosos y por eso creo que tal vez nuestro deber es aquel de ayudarlos a descubrir, por un lado, la organización de la Iglesia y, por otro, profundizar la propia fe. Eso es una bella cosa. Si alguien tiene confianza en el Señor, consigue hacer tantas cosas (...) También la confianza en la Divina Providencia. Estoy seguro que si alguien vive su fe, consigue hacer mucho mejor su servicio como guardia. Si después alguien, cuando vuelve a casa, consigue vivir y vive la fe como se debe, va por lo menos el domingo a misa, creo que nuestro trabajo no es solo un trabajo, tiene un fin en sí mismo.
Somos un poco misioneros. Esto es importante. No debo sólo pedir el cumplimiento de las reglas del servicio militar, sino también dar alguna cosa que los ayude a reforzar la propia fe. Veo esto como uno de mis objetivos. Cierto, me aguardan diversos trabajos. Pero creo importante buscar crear un buen clima: sería feliz si pudiéramos decir que somos una familia que vive junta, que trabaja junta, que todos se sienten bien. Creo que éste va a ser también mi deber. No solo mío, sino del Comandante también. ¡Con la ayuda de Dios esperamos conseguirlo!